Demasiado ombligo para un planeta tan pequeño
Demasiada gente, demasiados países mirándose el ombligo, creyéndose el centro del universo o el dios de la verdad absoluta. Y no vamos a salvarnos solos. Roma cayó de tanto mirarse el ombligo, de tanta grandeza, y cuanto mayor el pedestal más dura será la caída. Y de Roma, de sus leyes, de sus obras, de su idioma, venimos todos. Me decía un amigo en una de esas conversaciones de la calle más larga del mundo, nuestra calle Real, que con el palique que yo daba cada día en ella, debían darme en propiedad un metro de dicha calle, y a modo de reproche añadía que no por mucho alegar se tiene más razón. Tomo nota. Todos tenemos nuestro ombliguito. Pero el peligroso es el ombligo de las naciones, sobre todos de las que luchan por hegemonía y supremacismo. Y por grande que sea nuestra vanidad no hay vanidad que no quepa en un ataúd. Veo a Trump muy subido en su prepotencia, a Europa muy subida en sus razones, muy basada, que ahora se dice. Veo a China empoderándose y a nosotros emparedándonos. Veo a Rusia hackeándolo todo y sembrando desconfianza. Las Naciones Unidas … ¿Dije unidas? Bueno, esa fue la intención. Todos lo saben todo y olvidan que Sócrates el sabio de los sabios dijo “sólo sé que nada sé”. Libre y tolerante fue condenado a tomar la cicuta. Cristo predicó el perdón y no fue perdonado. Vi a un anciano llorando abrazado a un cajero automático. Los mismos que predicaban economía globalizada predican aranceles. Mi ángel de la guarda siempre está distraído jugando con su móvil. No tengo la menor duda que la tercera guerra mundial será una guerra de ombligos y es que no hay arma más mortífera. Tengo cierta experiencia.
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