Prohibido leer

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La noticia da escalofríos. “Estudiantes, docentes y bibliotecarios de todo el país se han agrupado para combatir la ola de prohibiciones que han retirado casi 3.000 libros de las escuelas públicas en más de 41 estados. Margaret Atwood, Stephen King y Toni Morrison son algunos de los autores cuyas obras se vieron afectadas. Durante el actual curso escolar, en las aulas y bibliotecas de las escuelas públicas de Estados Unidos se han prohibido 1.557 libros… Algunos eran clásicos, pero sobre todo faltaban muchas de las publicaciones nuevas que tratan temas como la identidad de género, discriminación racial, abusos políticos o con personajes del colectivo LGTBIQ+”, comenta la periodista Camila Beraldi.

No es una historia de ciencia ficción, aunque lo parezca. Ya lo hemos leído en algunas novelas; ya hemos visto esa escena en algunas películas: montañas de libros prohibidos que arden en inmensas fogatas en mitad de una plaza; carretas y camiones (según la era que se representara) cargadas de libros y obras de arte camino de una hoguera; piras inmensas en esquinas de ciudades de acero y hombres y mujeres mal encaradas removiendo las cenizas para no dejar ni rastro de Ana Karenina de León Tolstoi o del Poema Pedagógico de Antón Makarenko. Esas eran las historias que vimos y las que no vimos cuando se llevaban en los camiones a muchachos muy jóvenes castigados por leer a Dante o a Maquiavelo, por esconder en su casa un ejemplar de la “Crítica de la razón pura” de Immanuel Kant, o por recitar en voz alta los poemas de Gabriel Celaya y un montón más de imágenes desoladoras.

Siempre hubo prohibiciones. Lo sabemos. En el cine la censura obraba milagros en nuestro país. Y lo mismo ocurría con los libros, pero llevábamos muchos años entrando en una librería y comprando lo que nos daba la gana. Y si echamos una ojeada a los estantes de nuestras casas nos encontraremos con verdaderas joyas de la literatura heredadas de nuestros antepasados que ya leían hace muchos años lo que les daba la gana sin que intervinieran en sus elecciones censores de pacotilla o defensores a ultranza de la moral que ellos mismos representan. Malos tiempos se avecinan de norte a sur del planeta, porque no van a parar las prohibiciones, porque ya vimos el anuncio de algunas mentes privilegiadas cuando comenzaban a intentar suprimir determinados cuentos alegando que eran antifeministas porque había un lobo y caperucita iba por esos bosques completamente abandonada de la mano de Dios y de una madre inconsciente y despreocupada; cuando vimos el beso improcedente del príncipe azul a una bella durmiente; cuando supimos inundadas las novelas de crímenes machistas, de ofensas racistas o de análisis tormentosos sobre la sexualidad de sus protagonistas.

Unos y otros se equivocaban entonces y se equivocan ahora. Porque prohibir, lo que se dice prohibir no lo hacen solamente los americanos imperialistas, xenófobos y de pura raza blanca, que también prohíbe la progresía europea cuando pretende retirar de un museo la Venus de Velázquez por representar el cuerpo desnudo de una mujer expuesto a la vista de los mortales como si de un objeto sexual se tratara según dicen; o cuando declaramos inadecuado el cuadro de un celoso Otelo inclinado sobre una trágica Desdémona a punto de morir estrangulada a manos de un macho alfa, o cuando clasificamos como inadecuadas y violentas para el género femenino, según dictan las conciencias alarmadas de algunos espíritus que se declaran libres, la mirada obscena y llena de lascivia del gentil caballero que contempla a unas bellas jóvenes chapoteando en el agua o dando alegres saltitos por la húmeda hierba de un bosque. Miedo me dan los unos y los otros. Cada uno por su lado tiran de una cuerda que nunca debió tensarse.

Dejen pues de aconsejar qué debemos leer y qué no. Nuestros hijos deben leer lo que les dé la gana. Lo que hay es que educarlos desde muy pequeños para que lean y sepan distinguir las mentiras de las verdades; para que entiendan que existió el diluvio universal pero no sólo en nuestra cultura, sino en otras muchas, sólo que relatado de distinta manera. Que los cuentos son parecidos cuando pretenden enseñarnos algo, estén escritos en chino, en alemán o en quechua; que en los cuentos hay metáforas y ficciones, verdades y medias verdades, y que la cultura consiste, entre otras muchas cosas, en aprender a respetar lo que sienten otras personas que parecen diferentes a nosotros por el color de su piel o por cómo comen o por cómo se visten, pero realmente somos muy parecidos y nada debe avergonzarnos de nosotros mismos ni de los otros: ni los gustos y aficiones, ni los deseos, ni la manera de ser de cada cual, excepto si algo de eso hace daño a los demás. Y si no te gusta la comida picante, pues no la comes, pero no digas que es mala; y si no te gusta ver un desnudo, pues no lo mires, pero no prohíbas que yo pueda mirarlo. Que prohibir es fácil y prender la llama para quitar de en medio lo que no nos gusta, más fácil aún. Lo difícil es dejar que cada cual elija su camino, sus amigos, sus lecturas y su manera de vivir. Que se empieza prohibiendo libros y se acaba quemándolos y con ellos a mujeres y hombres que piensan de manera contraria a como piensas tú.

Elsa López

29 de diciembre de 2023