“He soltado muchas lágrimas, mi niña”. Con estas desoladoras palabras Teresa Concepción Lorenzo, de 72 años, recibe a esta redactora al final de una empinada escalera, antes de entrar en la que ha sido su casa en los últimos 45 años, una vivienda de la calle Pérez de Brito de Santa Cruz de La Palma carcomida por las continuadas filtraciones de agua y que deprende un insoportable olor a humedad.
Teresa saca de una carpeta azul y muestra varios certificados en los que se pone de manifiesto tanto su delicado estado de salud como las precarias condiciones de la vivienda que habita en régimen de alquiler. Tiene asma bronquial (con un grado de minusvalía del 69%), bronquitis crónica, artrosis, alergia a los ácaros y a la humedad. En dos bolsas de plástico guarda el ‘arsenal’ de medicamentos que debe tomar a diario, entre los que se encuentran potentes corticoides para desinflamar sus castigados pulmones, que, como efectos secundarios, durante largos periodos, han dado forma “de Luna llena” a su cara y han puesto sus cachetes “rojitos como los de Heidi”, ha relatado a LA PALMA AHORA. “Llevo batallando por una vivienda de promoción pública desde que murió mi madre, hace ya 12 años; en 2010 hice la solicitud en el Instituto Canario de la Vivienda”, organismo que, según la documentación que tiene en su poder, aprobó “inscribir en el registro público de demandante de viviendas de Canarias a María Teresa Concepción Lorenzo”. Pero en febrero 2014 venció la petición sin que se le concediera la casa.
El informe del técnico del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma sobre las condiciones de habitabilidad del inmueble de Teresa, firmado en septiembre de 2010, es claro: “(…) El gran problema que presenta la vivienda, independientemente de los expuesto anteriormente y en parte relacionado con la falta de ventilación cruzada, se refiere a la gran cantidad de humedades, tanto de filtración por el mal estado de las cubiertas como de condensación debido a la nula ventilación de la vivienda. Se observa en las paredes y techos grandes chorreras o marcas de agua que vienen de las plantas superiores y que se hacen más evidentes en los días posteriores a la lluvia; el techo de la cocina y del baño también tiene considerables manchas de humedad provenientes de la escasa impermeabilización del patio que se encuentra justo encima, observándose también que la red de recogida de aguas pluviales se encuentra en un estado bastante deficiente. Al estar afectada gran parte de la superficie interior de las tabiquerías de las habitaciones, todo el mobiliario, tanto camas como otro tipo de enseres, se encuentra separado de dichos muros para evitar el contacto con la humedad (…). De acuerdo con lo observado y a juicio del informante, las condiciones de habitabilidad de la vivienda son bastante precarias”. Cinco años antes, en 2005, el médico de Sanidad emitió asimismo un informe que concluye: “Teniendo en cuenta los antecedentes personales que hace constar su médico de cabecera (asma bronquial y bronquitis crónica), estas circunstancias insalubres influyen de manera negativa en los procesos señalados, por lo que notifico a esta Alcaldía que se tomen las medidas oportunas a fin de solventar estas deficiencias”.
En septiembre de 2014 Teresa sigue en la misma casa, con unos cuantos años más, la salud minada por la humedad y la esperanza casi perdida. “¿No tengo yo derecho a disfrutar de una vivienda digna lo que Dios me deje vivir?”, se pregunta con resignación. “Si tuviera medios económicos, yo no estaría de esta manera; aquí tengo hasta un zoológico con ratones cucarachas y salamandras”, dice con el poco humor que le queda, y Teresa no está contando el ejército de microorganismos que pueblan las paredes y tejidos y que ella no ve pero su cuerpo sí siente.
En febrero de este año, cuando estaba a punto de cumplir el plazo de su primera solicitud de vivienda, “fui a hablar con el alcalde, Juan José Cabrera Guelmes, y me dijo que me tenía que dirigir al Instituto Canario de la Vivienda para renovar la petición”, recuerda. “La solicité de nuevo, me vino aprobada y tengo el número 1 de la lista, pero la excusa que me dan es que no hay casas vacías, y yo estoy muy bien enterada de que en el edificio de Timibúcar hay dos familias que no las están ocupando porque son familias numerosas y tienen solo dos habitaciones”, asegura. “Yo me pregunto por qué a mí no me dan una de esas casas; es que yo no soy humana, no tengo derecho a vivir los últimos días que me quedan de mi vida -no sé los que Dios me tendrá destinados- dignamente”, se cuestiona en tono desesperado. “He soltado muchas lágrimas, mi niña, porque voy al Ayuntamiento, de allí me mandan al Instituto Canario de la Vivienda, me dicen que no hay casas; señor, con todas las que hay vacías…”. Teresa, que es soltera y vive sola, también ha dirigido varias quejas al Diputado del Común pero “no me ha respondido”.
El alcalde, relata, “cuando vio la fotos que le llevé, me dijo: ”Esto es inhumano“, pero ahora no me reciben y me están dando disculpas, y diciéndome que no hay viviendas y que no hay viviendas, y amargándome la vida, y yo sintiendo que venga otro invierno”, clama desesperada. “Las asistentas sociales dicen que pida una plaza en la Residencia de Pensionistas, pero yo no tengo ganas de compartir habitación con nadie, lo que quiero es que me den la casa que se me ha concedido y a la que tengo derecho”, exige. “Se me está negando una vivienda por la que tanto he luchado y tantas lágrimas he soltado, me parece una injusticia”, repite.
Las primeras lluvias del otoño han encogido el alma a Teresa. “Esta semana pasada cuando empezó a llover se me subió la tensión y el azúcar, se me alteró todo el cuerpo, y yo no tengo recursos económicos para pagar un alquiler; me pregunto si esta casa es digna de que sea habitada por una persona”, insiste. “Por la mañana, cuando entro en el comedor, ya me empiezan los escalofríos y la tos, y en invierno, para poder ir de la cocina al baño, me tengo que poner una botas de agua”. “Tengo miedo de meterme en la ducha y que se me caiga el techo encima, y ni siquiera puedo sacar la cortina para lavarla, porque la pared se desprende”, continúa relatando penurias.
Cada vez que la da una crisis asmática, Teresa tiene que “salir corriendo para el ambulatorio”. “Muchas de las medicinas que tengo en esas dos bolsas, si viviera en otro lugar, no las tendría que tomar, así que esta situación es un gasto para la Seguridad Social y un desastre para mi cuerpo, que se ha convertido en un almacén de sustancias químicas”, apunta.
Teresa habita en el peor de los escenarios para el cuadro clínico que presenta, pero es que el inmueble, con más de 50 años de antigüedad y devorado por la humedad, no es un lugar digno para ningún ser humano. “A mí no me darán la vivienda, pero te juro que cuando lleguen las elecciones no pienso votar a ningún partido político”, advierte.