De la acogida al aeropuerto: la lucha de Vanesa para sacar de la calle a Salah y ayudarle a salir de Canarias
“Sin pasaporte no puede pasar”. Las palabras del agente de la Policía Nacional en el aeropuerto de Gran Canaria fueron una losa para Vanesa y no pudo reprimir las lágrimas. Había estado los días anteriores preparando todo lo necesario para que Salah pudiera viajar a Barcelona y acudió al recinto aeroportuario de Gando cuatro horas antes de la salida del vuelo. Tras adquirir el pasaje, acompañó al joven de 19 años hasta el control de seguridad establecido por la COVID-19, a escasos metros del embarque, un muro que ha sido insalvable para algunos migrantes que han intentado salir de las islas por su cuenta. “Cuando me dijo que no podía volar, empecé a llorar. Le rogué, le expliqué que estaba en la calle y en Barcelona tiene un lugar donde vivir. Me dijo que ellos solo recibían órdenes”, recuerda Vanesa.
Un mes antes, Vanesa (40 años) había acudido a una cita con el dentista en el municipio grancanario de Arucas. Ese día conoció a Salah, a quien vio salir de una caseta en medio de un terreno entre arbustos cerca del casco viejo de la ciudad de las flores. “Pero si es un niño”, pensó. El joven se encontraba en situación de calle desde hacía semanas y era atendido por el colectivo Somos Red, que le facilitaba enseres, alimentos y un lugar donde ducharse.
Pero esa noche, cuando volvió a su casa, Vanesa no podía pensar en otra cosa. “Me quedé muy impactada, tan joven, solo, en una tienda de campaña…”. Y al día siguiente volvió a Arucas y le ofreció que se fuera a su casa. Salah accedió enseguida. Recogieron sus cosas y partieron a la vivienda ubicada en el municipio norteño de Gáldar. En la primera semana, lo acompañó a que se empadronara y lo matriculó en un centro de educación para adultos.
La convivencia no fue nada fácil. Vanesa compatibilizaba su trabajo como docente en Radio Ecca, un trabajo como autónoma en el Plan Integral del Valle de Jinámar y las oposiciones a Educación Secundaria. Apenas tenía tiempo. “No hablaba nada de español, nos comunicábamos con señas y con un traductor de internet. Él intentaba aprender el idioma, pero le costaba mucho y se frustraba. En Marruecos llevaba fuera del sistema educativo desde los 14 años”, relata.
Salah nació en Agadir, pero se mudó a Dajla con su familia, que se dedica a la pesca. En 2017, cuando tenía 16 años, había intentado cruzar la ruta atlántica hacia las islas, pero la patera volcó cerca de las costas marroquíes y solo se salvaron tres personas. Sin embargo, tres años después lo volvió a intentar y en octubre llegó al muelle de Arguineguín. Estuvo en un recurso alojativo de emergencia en la capital grancanaria hasta febrero, cuando expulsaron a un amigo suyo. Y entonces, él decidió abandonar el recinto.
Cuando Vanesa lo conoció, Salah ya tenía su solicitud de asilo. Durante los días en los que vivió en su casa, le había confesado que tenía un allegado en Barcelona y que quería llegar a la Ciudad Condal. Y entonces tuvieron conocimiento del auto dictaminado por un juez de lo Contencioso-Administrativo de Las Palmas de Gran Canaria en el que se concluye que los migrantes en situación irregular pueden viajar desde las Islas a la Península con pasaporte o solicitud de asilo, siempre que cumplan con las medidas sanitarias contra la COVID-19.
Salah decidió que se iría y Vanesa le ayudó a preparar toda la documentación necesaria. Al estar Gran Canaria en el nivel 3 de alerta, que establece restricciones de entrada y salida de la isla, salvo excepciones, necesitaban una justificación. Entre las salvedades, se encuentra el retorno al lugar de residencia habitual, criterio al que se ajustaba Salah, al tener un allegado en Barcelona y estar en la isla en situación de calle.
El día antes a que Vanesa y Salah fueran al aeropuerto, Isabel había estado horas defendiendo ante la Policía Nacional que Youssouf podía viajar hasta Valencia, una persona natural de Senegal que había estado acogida desde el 19 de mazo por la mujer, que forma parte de la Pastoral de Migraciones de la Diócesis Canariense de las tres islas orientales. A pesar de presentar toda la documentación necesaria, los agentes impidieron el paso en el control de seguridad. Isabel pidió el número de identificación de los agentes para interponer una denuncia. Y entonces consiguió hablar con el jefe de Extranjería del aeropuerto, quien permitió el acceso a la zona de embarque.
Ese mismo día, otros lo habían intentado pero no habían corrido la misma suerte y veían truncado su deseo de viajar al continente. Vanesa temía que Salah no pudiera embarcar y pidió consejo a Isabel. “Tienes que pelearlo y vete con mucho tiempo de antelación, al menos tres horas antes. Te van a poner todos los impedimentos posibles, pero hay que insistir y volver a insistir”, sobre todo, defender que la persona que va a viajar “ya tiene un domicilio” y alguien que lo va a recibir.
El vuelo salía a las 19.00 horas y Vanesa llegó al aeropuerto de Gran Canaria a las 15.00 horas acompañada de familiares. A Salah le brillaban los ojos. Antes de recoger su pasaje, quiso hacerse una foto con Vanesa y sus familiares, como recuerdo. Con la solicitud de asilo, el documento que acreditaba el retorno al lugar de residencia habitual, donde se reflejaban los datos de la persona allegada que lo iba a recibir y el domicilio, y una declaración jurada en la que exponía su situación en Gran Canaria, entraron al recinto.
Ese día, un grupo de unas 60 personas esperaba a unos metros del control policial con papeles en las manos, acompañados por personal de Cruz Roja, para ser derivados. En torno a las 17.00 horas, Salah se colgaba al hombro su mochila con sus pertenencias acompañado de Vanesa, que portaba varios papeles. Tras enseñar la solicitud de asilo ante los agentes de policía y recibir la primera negativa, alegando la necesidad de presentar el pasaporte, explicó que según un auto judicial también era válida la documentación presentada, en la que se reflejaba su identificación, su huella dactilar y una foto.
Entonces el agente le expuso que debía tener registrado en Extranjería el documento sobre el retorno habitual al lugar de residencia, pero Vanesa sostuvo que no era necesario porque “tiene 30 días contados a partir del día siguiente de su llegada al lugar de destino para registrar el cambio”. Por último, le dijeron que se limitaba a cumplir órdenes de su jefe. “¿Del que tú recibes las órdenes manda más que un juez? Eso no lo entiendo”, replicó Vanesa. En ese momento, percibió que el policía empatizaba con su situación y se ofreció a llamar al jefe de Extranjería. Al poco tiempo regresó: “Puede pasar”.
Salah apenas entendía que estaba sucediendo durante la media hora en la que Vanesa estuvo hablando con la Policía Nacional. Cuando le permitieron embarcar, ella lo retiró fuera de la cola que se estaba formando para pasar el control de seguridad y le dijo: “Te vas a poder ir, te vas a poder ir”. El joven, emocionado, se despidió de Vanesa y sus cuñados y se marchó. Vanesa se quedó esperando a las afueras del aeropuerto hasta asegurarse que se había subido al avión. Y en ese momento recibió una videollamada de la madre de Salah: “Ella hablaba árabe y yo español. No nos dijimos nada. Solo llorábamos”.
Ahora Salah está en Barcelona y “está bien”, viviendo en casa de su allegado, asegura Vanesa, quien sigue en contacto permanente y estrecho con el joven.
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