Uno de los patrones de la penúltima de las tragedias de la Ruta Canaria encontró su final cuando llevaban varios días sin gasolina ni agua y sus compañeros habían empezado a morir, pero de la forma más inesperada: viendo como la patera se alejaba de él cuando se tiró al agua a sacudirse la suciedad y el calor, confiado en la seguridad de un cabo.
Los 33 supervivientes de la barca rescatada el pasado 10 de agosto por el mercante Ever Grace a 650 kilómetros de Canarias han confirmado a la Policía que 14 de sus compañeros de travesía murieron: nueve perecieron en las dos semanas que estuvieron perdidos en el Atlántico, cuatro en la operación de rescate, y la última, una mujer, poco antes de que la evacuaran en helicóptero al hospital.
Sus relatos coinciden en que su patera partió hacia Canarias el 28 de julio desde la costa de Dajla, la ciudad más importante del sur del Sahara, con 47 personas a bordo; hombres, mujeres y niños, parte subsaharianos, parte magrebíes, según han explicado a Efe fuentes conocedoras de sus declaraciones.
En la historia de esta patera hay escenas que se repiten una y otra vez en esta ruta migratoria, con gente vencida por el hambre y la sed con el paso de los días, y otras no tan frecuentes, como la de un rescate accidentado en el que fallecieron cuatro de las personas que quedaban a bordo cuando los socorrió el “Ever Grace”.
Pero también incluye otros episodios que han sorprendido a agentes con larga experiencia con las pateras de la Ruta Canaria, como la que le costó la vida a uno de los dos hombres magrebíes que, presuntamente, patroneaban la embarcación.
Los supervivientes han contado que cuando llevaban varios días a la deriva en el Atlántico, sin agua ni comida, algunos de los magrebíes intentaron sofocar el calor y la angustia bañándose junto a la patera amarrados a un cabo, su línea de vida con la patera.
A uno de ellos se le escapó la cuerda y sus compañeros lo vieron alejarse centímetro a centímetro, sin que las fuerzas que le quedaban le bastaran para nadar de regreso hacia la barca.
¿Por qué se comportaron de esa manera tan extraña para alguien cuya vida depende de que aparezca un barco o un avión de rescate en el horizonte? No se sabe. Los musulmanes a bordo, la mayoría, acababan de celebrar la Fiesta del Cordero, su fiesta grande, y desde que partieron hacia Canarias llevaban ya mucho tiempo de sudor, heces y humanidad compartida en los pocos metros del bote. Cabe la posibilidad de que quisiera purificarse para rezar.
Los testimonios también señalan a esta persona como uno de los hombres que dirigía la embarcación. Tras las horas de tensión, enfrentamientos y estrés que siguen siempre al momento en que medio centenar de personas comprenden que están perdidas en el Atlántico sin agua ni comida, a merced del viento y las corrientes, quizá solo quisiera refrescarse y pensar más claro para sobrevivir.
Porque, además, es posible que no fuera nuevo en la Ruta Canaria. De hecho, el otro patrón, el que sobrevivió y está detenido, no lo era. Se trata de un ciudadano marroquí que ya había entrado de forma irregular en España dos veces: primero por Melilla; luego por Maspalomas, donde le tomaron la filiación en 2017 tras bajar de otra patera.
El drama de estas 47 personas comenzó a finales de julio en el Sahara. La mayoría no se conocía. Habían pagado 2.000 euros por cabeza por un hueco en una barca a España y los que la fletaban fueron conduciendo a Dajla en vehículos todoterreno, de cinco en cinco, en las noches siguientes al Sacrificio del Cordero (el día 20). Pasaron hasta tres jornadas escondidos en la costa esperando para salir, con las provisiones que tenían para la travesía.
Las pateras que zarpan desde Dajla suelen tardar de cuatro a cinco días en ver el faro de Maspalomas, el segundo punto más al sur de Canarias, si completan sin percances los 450 kilómetros de travesía en océano abierto hasta Gran Canaria. Si les acompaña la suerte y los divisa antes un avión de Salvamento Marítimo o un mercante en ruta al sur de las islas, sus días en el mar se reducen a tres.
Ese fue el momento, el tercer día, en que se le terminó la gasolina a esta patera, de acuerdo con lo expuesto por los supervivientes. Y en ese mismo momento comenzaron a quedarse ya sin agua ni comida.
Lo que siguió es conocido de otros dramas anteriores: gente que trata de sobrevivir bebiendo su propia orina o dando tragos de agua de mar, seres humanos que van muriendo poco a poco de deshidratación.
Esta vez no hay constancia de otra escena que ha ocurrido en otros cayucos que pasaron antes por su situación: la de personas que deciden poner fin a la agonía tirándose al mar o que caen al agua y mueren en un rapto de locura. Así sucedió en un cayuco que rescató en abril el Ejército del Aire con solo tres supervivientes al sur de El Hierro, cuando uno de sus ocupantes se hundió en el Atlántico justo después de decir a sus compañeros que salía a comprar tabaco.