Rowland Olajide puso un día a su madre Rachael frente a la cámara, apretó el botón de grabar y le preguntó por el viaje que hicieron juntos hace 20 años desde Nigeria hasta Canarias... y en ese momento, empezó a sentirse más orgulloso de haber sido un “niño patera”.
El joven tenía tres años cuando se subió a aquella barca en los alrededores de Agadir, en el sur de Marruecos. Ahora, ha cumplido 22 y estudia Gráfica Audiovisual en la Escuela de Arte de Fuerteventura tras terminar el ciclo de Fotografía.
Como trabajo fin de ciclo, los profesores plantearon grabar un pequeño documental dentro del proyecto Intrahistoria, que impulsa el centro para buscar testimonios representativos del patrimonio inmaterial de la Isla.
A Rowland se le encendió la bombilla: su historia estaba en el viaje que hicieron su madre y él desde Nigeria a Fuerteventura en 2003, con etapa final en una barca con unas 50 personas más a bordo. Hace unas semanas, pudieron ver el resultado en pantalla grande.
Sentada en el sillón de su casa, Rachael vuelve a recordar aquellos días, esta vez para EFE. No le importa hacerlo, no se avergüenza de haber venido en patera ni de ser inmigrante, asegura.
“Hablaban de Europa como si fueras recogiendo dinero por la calle”
“Vine para tener una vida mejor, para mí y para mi familia”, porque, “en África, cuando uno tiene, tiene toda la familia”.
Maestra de profesión e hija de militar, Rachael creció bajo el paraguas de la rectitud y las normas en una casa con ocho hermanos más. Pertenecía a la clase media de Nigeria, pero sus ganas de libertad y los cantos de sirena que llegaban de Europa la animaron a emigrar. “Muchos jóvenes se iban. Hablaban de Europa como si, cuando caminaras, fueras recogiendo dinero por la calle”, explica.
Le ocultó el viaje a su padre, pero sí se lo dijo a su madre, que murió en 2008. La última imagen que tiene de ella es llorando y rezando para que no les pasara nada en el camino.
Rachael se echó en brazos a Rowland y empezó a cruzar fronteras: Níger, Argelia, Marruecos... su intención era llegar a Ceuta, pero en Marruecos se topó con las dificultades de la valla y tuvo que buscar otra opción. “En el sur, si un camino se cierra, vas descubriendo que hay otro por otro lado”, dice... y, en su caso, ese camino fue una patera que salió desde Agadir.
Al poco de embarcar, su hijo comenzó a vomitar; horas después, el agua entraba en la patera y cuatro de los tripulantes la achicaban con cuencos. “Yo pensaba, ¿dónde me he metido?, ¡Dios mío, qué estoy haciendo!”, recuerda. Había pagado 700 euros por el viaje.
“Pasé mucho miedo, pensaba cómo iba a sobrevivir y salvar a mi hijo si pasaba algo, si yo no sé nadar... Nos llegaban noticias de las muertes en el mar, pero uno ya tiene metida la idea de venir”, explica. Después de un día de navegación, un radar los detectó, apareció un helicóptero de la Guardia Civil, luego llegó Salvamento y, desde el barco, alguien gritó: “¡Primero el bebé!”
El tesoro de una foto en el muelle
En el muelle, un guardia civil cogió a Rowland en brazos para bajarlo del barco de Salvamento y un fotógrafo retrató la escena. El bebé y su madre se fueron al cuartel de la Guardia Civil para que les tomaran los datos y, de ahí, al centro de Cruz Roja.
Alguien le entregó esos días un ejemplar de La Provincia donde aparecía la foto de Rowland en brazos del guardia. Veinte años después, la hoja de periódico ha amarilleado, pero Rachael la conserva como un “tesoro”, porque ese papel “era la prueba de que había llegado, era como un pasaporte español”.
Con el paso de las semanas, empezó a buscarse la vida: primero limpiaba casas para pagarse un alquiler, luego encontró trabajo como camarera de piso y con el dinero pudo pagar los estudios de Rowland. Cada día acariciaba un poco más el sueño europeo.
La cámara imaginaria enfoca ahora a Rowland, le toca hablar: “Había escuchado la historia del viaje y, de vez en cuando, le preguntaba cosas, pero no profundizaba porque de niño no le daba importancia hasta que empecé a crecer y hacerme preguntas acerca de mis orígenes, sobre la gente en Nigeria o el contexto de mi país”.
Entender para respetarse
Para él, no fue duro escuchar el relato de su madre desde el otro lado de la cámara, “pero sí resultó extraño porque había ciertos temas que no conocía, como el tiempo que estuvimos en la patera o los países por los que tuvo que pasar antes o, incluso, cómo se sentía ella al tener que arriesgar la vida de su hijo”.
“Me ayudó a entender muchas cosas y, sobre todo, a respetarla por lo que hizo”, continúa. Rachael se siente mal por haber arriesgado la vida de su hijo aquel septiembre de 2003. En cambio, él se lo agradece: “Estoy en el primer mundo y puedo disfrutar de cosas que en Nigeria me habrían sido imposibles”.
Pero, sobre todo, reconoce: “Hacer el documental me ha ayudado a respetarme y a sentirme orgulloso de lo que soy y de dónde vengo porque, aunque no se lo he contado mucho a mi madre, sí es cierto que cuando era pequeño me sentía inferior a los demás por el hecho de ser inmigrante”.
Antes de dejar la conversación, Rowland cuenta uno de los pocos recuerdos que tiene de aquella travesía en el mar: él mismo vomitando en la patera, mientras alguien le daba Coca-Cola. Su madre le corrige: “No era Coca-Cola, era un yogur líquido que le compré para que pudiera tomarlo en el camino”. Los dos ríen.