GOMERA ARQUEOLÓGICA, LOS ASTRÓNOMOS DEL PASADO / Y 3
Aras de sacrificio: ¿por qué La Gomera tiene el 90% de estos yacimientos rituales de Canarias?
El ara de sacrificio es la estructura ceremonial predominante en La Gomera. La abundancia de este registro arqueológico en la Isla, con 400 unidades aproximadamente, llama poderosamente la atención porque no tiene parangón en el resto del Archipiélago. Hay una treintena en El Hierro y vestigios aislados en sendos yacimientos de Fuerteventura y Gran Canaria, además de una referencia documental en Tenerife pero jamás se ha encontrado. ¿Por qué el 90% de estos círculos de piedras en los que se incineraban en su interior restos de animales están en la Isla Colombina si la procedencia de la población indígena tiene el mismo origen –norte de África-? ¿Por qué ocurre este fenómeno en La Gomera si el patrón cultural de la sociedades prehispánicas es muy similar en las Islas, como certifican numerosos vestigios? La investigación arqueológica y la historia tienen respuestas pero ninguna es categórica. Vamos a conocerlas.
¿Por qué hay tantas aras en La Gomera? “Es una pregunta sugerente y pertinente. Y me llama la atención porque desde mi ámbito de la arqueología nunca nos lo habíamos planteado”, al menos no se menciona esta circunstancia en ninguno de los artículos científicos publicados sobre el legado y la cultura indígena que hemos consultado para la elaboración de este reportaje. Quién habla es Verónica Alberto Barroso, una arqueóloga que ha excavado en la mayoría de las Islas Canarias, especialista en zooarqueología y bioarqueología. Es la autora principal de la investigación sobre “los registros faunísticos de las aras de sacrificio del Alto de Garajonay”, el conjunto de pireos más relevante de la Isla, como veremos más adelante.
Ella defiende, aunque puntualiza que “no tengo una respuesta exacta”, la hipótesis de que “el fenómeno colonizador” está detrás de que sólo La Gomera y El Hierro tengan aras de sacrificio con la misma tipología arquitectónica. En Fuerteventura, precisamente ella descubrió las dos que se han localizado en esa isla, en Tindaya, con cierto parecido a las gomeras y herreñas, mientras que “los braseros” que cita Marín de Cubas (médico e historiador del siglo XVII) en Gran Canaria, que este periódico documentó en La Fortaleza, la memoria de la cultura indígena, no tienen similitud a las aras de las dos islas más pequeñas del Archipiélago. Hay estructuras circulares de piedras en Roque de Los Muchachos (La Palma) y en Hogarzales (Gran Canaria) pero carecen de fóculo; estos amontonamientos están asociados a la arqueoastronomía, como han descrito los astrónomos Belmonte y Aveny, respectivamente.
A diferencia de la interesante y rompedora propuesta de un equipo científico de la Universidad de Las Palmas, publicada en julio de 2024 por la exigente Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States –ver Un novedoso estudio defiende que los aborígenes canarios sí sabían navegar y propone una cronología distinta del poblamiento de las Islas-, Alberto no cree que la colonización empezara por Lanzarote, se extendiera a Fuerteventura y luego al resto de ínsulas por una misma comunidad. Ella, como otros investigadores, considera que los colonos norteafricanos llegaron en distintos viajes durante los primeros siglos de la era común; por ello, considera que las aras fueron importadas en uno de esos viajes: “Eran grupos humanos con diferentes tradiciones; del mismo sustrato bereber, sí, pero este es un mundo muy heterogéneo”. De hecho, aunque no está demostrado que los gomeros vinieran de una región del Mediterráneo marroquí, sí se sabe que los ghomaras eran una confederación de tribus del norte del actual Marruecos.
Verónica Alberto recuerda que las creencias, la religión o la muerte conforman “una de las esferas culturales más conservadoras de cualquier sociedad, están muy arraigadas y para que se produzcan cambios tiene que haber revulsivos muy fuertes”. Por lo tanto, “puede que la tradición de las aras solo llegara a La Gomera y El Hierro, aunque las ofrendas a las divinidades se realizara en el resto de las islas, pero con otros rituales”; en Canarias son de carácter propiciatorio, para pedir lluvia o propiciar la fecundidad.
¿Pero hay aras de sacrificio en esa amplia franja septentrional del continente africano, dominada por Roma cuando se produjo el poblamiento de Canarias? A día de hoy no hay ninguna imagen que lo acredite, al menos no la hemos encontrado en el proceso de documentación de este trabajo ni las han visto los investigadores de la sociedad prehispánica gomera que hemos consultado.
El doctor Jorge Onrubia, el arqueólogo canario con más experiencia en el norte de África, afirma a Canarias Ahora-elDiario.es que no conoce “nada parecido a las aras de sacrificio del Archipiélago”. El doctor Juan Francisco Navarro Mederos, el arqueólogo con más experiencia en La Gomera –en 1974 realizó su primera investigación en la Isla- cuenta a este periódico que “hay noticias vagas de sacrificios, pero no tengo documentado con certeza yacimientos de aras iguales a las de La Gomera”. ¿Deben de existir?, se pregunta: “Es probable, pero no tengo imágenes de ninguna estructura ni siquiera parecida. No tienen que ser lo mismo”. Juan Carlos Hernández, director del Museo Arqueológico de La Gomera (MAG), tampoco tiene constancia de la existencia de aras en el norte de África ni Verónica Alberto, aunque la arqueóloga recuerda “que las incineraciones rituales son muy antiguas y están generalizadas en muchas culturas prehistóricas. En el mundo bereber no hay estudios específicos, pero sí alusiones a estas prácticas”.
Aislamiento y pervivencia
Navarro Mederos aporta una clave de por qué solo en La Gomera y El Hierro hay tantas aras: “No es inusual que en culturas aisladas se produzca la intensificación de un determinado comportamiento”. El factor aislamiento está documentado en Canarias. Aunque no se descarta alguna arribada entre los siglos X y XII a las islas orientales, después de la primera colonización–primeros siglos de la era común- el Archipiélago estuvo aislado hasta la llegada de los primeros europeos en el siglo XIV. Las islas entre sí presumiblemente también estuvieron aisladas porque no hay pruebas contundentes de que los nativos navegaran de una isla a otra durante el millar de años aproximadamente que se prolongó la cultura indígena sin contacto con otras culturas– ver Viaje a un lugar desconocido-.
En consecuencia, La Gomera estuvo doblemente aislada. Navarro pone el ejemplo de Malta: “¿Por qué en esta pequeña isla del Mediterráneo se llegó a dar los mejores y abundantes exponentes de construcciones megalíticas? Por el aislamiento. Es un fenómeno que se da en determinadas islas con un rasgo cultural determinado que evoluciona, se engrandece y adquiere proporciones que otros territorios no tenían”.
Verónica Alberto también apunta al aislamiento. “Hay que tener en cuenta que eran islas pequeñas y con poca población, lo que facilita que se estandaricen determinadas prácticas”. La Gomera tiene 370 kilómetros cuadrados –una quinta parte del tamaño de Tenerife- y El Hierro sólo 278, una séptima de la superficie de la mayor de las Canarias.
El director del MAG, sin descartar la influencia del aislamiento, pone el acento en otro factor; además, a diferencia de los otros, está demostrado: “La pervivencia del referente cultural”. Los rituales de sacrificio continuaron tras la llegada de los castellanos. “Las aras se siguen usándose después del siglo XV”, cuenta Juan Carlos Hernández. “Ha habido una continuidad a lo largo de muchísimo tiempo; el referente religioso se va transformando, pero permanecen las aras”. La prueba de que Hernández está en lo cierto la escribió el cura de Chipude en 1774, 300 años después de la Conquista, en una carta de queja enviada al obispado: “Allí se van á hacer los exorcismos cuando hay plagas y el presente cura ha estado allí cinco ó seis veces, por encima en lo llano, sirve de echar cabritos y corderos de este, hay en ella muchas casas de gomeros, se hallan vestigios y huesos de ellos”. El “allí” que alude el sacerdote es la Fortaleza de Chipude, con 25 aras documentadas, como contamos en el primer reportaje de esta trilogía sobre la arqueoastronomía y cosmovisión gomera. “La pervivencia de esta práctica”, insiste el arqueólogo, “es la clave de que haya tantas aras”. Hernández está convencido de que “el uso de los sacrificios se prolongó hasta el siglo XIX y no solo en la Fortaleza de Chipude, porque es absolutamente anormal la elevada cantidad de aras”.
Los arqueólogos consideran necesarias más dataciones para determinar la práctica de los sacrificios a lo largo del periodo aborigen y siglos posteriores. El problema es que se han realizado muy pocas y, además, en la mayoría de los casos los análisis no han aportado información por el deterioro de los huesos, calcinados por el uso constante de las aras. Por eso, no se han encontrado dataciones de época histórica.
La jerarquía del Alto de Garajonay
El diezmo a Oranhan: pireos o aras de sacrificio en la prehistoria de La Gomera es el artículo científico más interesante que se ha publicado sobre las aras. Es de seis autores con la firma principal de Juan Francisco Navarro. La ubicación de las aras, a diferencias de las existente en El Hierro –ver La conexión astronómica de los aborígenes herreños- está, en la inmensa mayoría de los casos, en lugares prominentes con una conexión visual con otras localizaciones estratégicas de la Isla -el artículo La arqueología del territorio en La Gomera (Hernández y Navarro, 2012) es fundamental para visualizar la malla o red de aras que construyeron los aborígenes-, sobre todo en la mitad sur, la comarca más poblada .
“La ubicación de los pireos en el paisaje”, señala Navarro, “no es aleatoria, sino que se ajusta a pautas muy concretas, entre las que destaca el dominio visual directo sobre las grandes y pequeñas cuencas hidrográficas y sobre las lomadas adyacentes. En este sentido, asevera Hernández, la ubicación de las aras ”identifica una jerarquización social del espacio ritual“. Este jerarquía se expresa en la organización de los yacimientos, ”especialmente evidente en los conjuntos mixtos –combinación de aras simples y complejas-, en los que el ara compleja –conjunto de aras unidas, con forma tumular en algunos casos- articula el espacio ritual“.
En este contexto sobresale el conjunto de aras del Alto de Garajonay –el techo de la Isla con 1.487 metros sobre el océano-. Lo que hay en la actualidad es una recreación de las originales que fueron excavadas a principios de los años 2000. Los arqueólogos, recuerda Verónica Alberto en su estudio, recuperaron “500.000 fragmentos, con un peso de 18,5 kilos”. Las dataciones de estos restos certifican que se realizaron cremaciones “entre los siglos IV y XII”. También se encontraron restos vegetales, como dátiles y semillas de cebada.
El conjunto de Alto de Garajonay, afirma el director del MAG, “fue un espacio sagrado”, una atalaya perfecta desde la que se atisban lugares emblemáticos con aras en sus cumbres o en el entorno, como varios roques, la Fortaleza de Chipude, Tagaragunche o la Montaña Magiar, topónimo derivado de magec, sol en la lengua guanche. Para amplificar el valor sagrado y jerárquico del Alto, recuerda que tras la denominada Rebelión de los Gomeros los indígenas “buscaron el refugio divino ahí, donde se escondieron”, en la selva de laurisilva que hoy es el Parque Nacional de Garajonay.
La arqueología del territorio
Esta conexión visual desde el Alto de Garajonay, donde confluyen los límites de los cuatro bandos prehispánicos que fraccionaban la Isla en el siglo XV, con otros emplazamientos ceremoniales llevó a los investigadores a la disciplina arqueología del territorio. “El ámbito religioso de aquella cultura no se puede entender si no conocemos la geografía”, señala Juan Carlos Hernández. “El paisaje tiene un lenguaje y hay que traducirlo para encontrar las conexiones de los lugares sagrados con los asentamientos o las necrópolis”.
Los expertos razonan que “la notoria jerarquización territorial en los santuarios enlaza fácilmente con la imagen que dan las fuentes etnohistóricas sobre una sociedad gomera segmentaria y no igualitaria”, una característica común al resto de las comunidades del Archipiélago. Ante este escenario, señala Hernández, “barajamos la hipótesis de que todos o algunos de los santuarios se fundasen en los primeros momentos de la colonización, como mecanismo de apropiación territorial e identificación social”. A medida que “las agrupaciones de parentesco se iban segregando, los gomeros fundarían nuevos centros cultuales derivados del anterior, con el que mantenían una conexión visual ostensible”. Esta, sin duda, podría ser otra de las causas de la proliferación de los pireos, de que el 90% de las aras de Canarias estén en La Gomera.
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