La Torre de Las Isletas, la construcción histórica más antigua de Gran Canaria

Julio Cuenca

13 de octubre de 2023 14:46 h

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Cada cuatro años, tras las elecciones, el nuevo equipo de gobierno del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria se plantea el mismo dilema sobre qué hacer con las antiguas fortificaciones de la ciudad, sobre todo con las que se encuentran en estado avanzado de ruina y abandono.

Y es que estas antiguas fortalezas conforman en la actualidad una parte sustancial del patrimonio histórico de la Ciudad. Son los vestigios que quedan del sistema de fortificaciones que defendía la ciudad de Las Palmas entre los siglos XV y XIX, del queda una parte en pié, como el Castillo de La Luz, el Baluarte de Mata, parte de La muralla de San Francisco y de la Punta de Diamante-Plataforma de San Francisco, y el Castillo del Paso Angosto o Castillo del Rey. Más hacia el este se conserva la desmantelada Batería de San Juan y, cerrando la ciudad por el sur, la Torre de San Pedro, también llamada de San Cristóbal, en el barrio marinero del mismo nombre.

Entre las  fortificaciones ya desaparecidas estaban El Castillo de Santa Catalina, que se construyó en la punta del mismo nombre, hoy la Base Naval. La Torre de Santa Ana, que defendía por el lado del mar la muralla norte de la ciudad. El Reducto de San Felipe, que protegía la Puerta de Triana y el lienzo de la Muralla Norte, que también eran defendido por las torres de Santa Ana y San Francisco. Esta última se encontró sepultada en el interior del baluarte de Mata, que se construyó tras el ataque holandés a la ciudad en 1599, y se descubrió durante los trabajos de excavación arqueológica y restauración del referido Baluarte. Más hacia el sur se encontraba el Reducto de Santa Isabel y la Muralla que defendía por este lado el acceso a la Ciudad.

Hemos defendido siempre la propuesta de musealizar estas antiguas construcciones defensivas, como contenedores para albergar la historia de esas fortificaciones y, por tanto, también de la propia Ciudad. Es cierto que existen otras ofertas museísticas que hablan sobre la historia de la isla y la ciudad de Las Palmas, pero que estas fortalezas formen parte fundamental de ese mapa cognitivo que necesita la ciudad  para que sus habitantes se identifiquen con el espacio donde habitan es algo que también resulta absolutamente necesario. Por eso no apoyamos que estas antiguas fortalezas permanezcan mudas o en ruinas, o peor aún, que una vez restauradas se utilicen para un fin que nada tiene que ver con su existencia, como sucede con la fortaleza de Las Isletas, hoy convertida en la fundación de un escultor ya desaparecido.

Este artículo trata sobre la primera obra de fortificación de la ciudad, que aún se conserva en pié, en el interior del Castillo de La Luz. Hablamos de la Torre de Las Isletas, construida en 1494 bajo el mando del tercer gobernador de la Isla, Alonso de Fajardo, y que es sin duda la obra arquitectónica histórica más antigua no solo de la ciudad sino de la isla de Gran Canaria.

Esta fortificación fue el primer bastión defensivo que se construyó en la ciudad de Las Palmas tras la conquista de la isla, aunque sabemos que se había levantado otra torre en el interior del Real de Las Palmas durante los años que duraría la guerra de conquista (1478-1484). Lo sabemos porque Pedro de Vera fue nombrado alcaide de ese Torreón, del Real de Las Palmas, pero en la actualidad no quedan vestigios del Real ni de esa torre antigua. 

Tampoco quedan restos de La Torre de Gando, construida por Diego de Herrera a mediados del S.XV en la playa de Gando con la intención de utilizarla como cabeza de playa para intentar el dominio de Gran Canaria, una torre que tenia adosados almacenes y otras dependencias para la tropa y que, tras una efímera y azarosa existencia, fue desmantelada hasta los cimientos por los canarios de Telde. 

La Torre de Las Isletas es, por tanto, la obra defensiva más antigua de la ciudad, y por tanto también es la construcción histórica más antigua de la ciudad y de Gran Canaria.

La Torre de Las Isletas

La Fortaleza de las Isletas, también llamada a finales del S. XVI, Castillo de Nuestra Señora de La Luz, tuvo sus orígenes en una antigua torre defensiva construida en 1494 por Alonso de Fajardo, el tercer gobernador de Gran Canaria, que llevó a cabo su construcción, por orden de la reina de Castilla, Isabel La Católica, tras la conquista de la Isla. Se buscaba proteger el puerto natural de Las Isletas, por donde entraban y salían todas las mercaderías, sobre todo el azúcar que se producía en los ingenios azucareros, que se empezaron a construir en la isla en el último tercio del S.XV. La cuestión era garantizar la seguridad del trasiego de mercancías de la isla, que embarcaba y desembarcaba por ese puerto natural. Y es por eso que pronto se construye esta Torre fortificada con cañones en el extremo norte de la Bahia de Las Isletas.

Esta construcción se realizó a base de sillares de piedra, mortero de cal y madera, aprovechando probablemente los cimientos de otra fortificación más antigua, construida en torno al año 1479 por Juan Rejón, capitán de las tropas castellanas que participaban en la guerra de conquista de Gran Canaria. El cronista Gómez Escudero señala que: “ Alonso de Fajardo alzó la Torre de Las Isletas, que estaba baja, púsole dos tiros de hierro....”.

La Torre de tipología medieval guarda estrecha relación con dos fortificaciones de la misma naturaleza existentes hoy en día en el archipiélago canario, la Torre de Sancho de Herrera, construida en 1451 y que hoy se conserva, en parte, aunque muy alterada, en el interior del Castillo de Guanapay (Teguise, en Lanzarote), y la Torre del Conde (1450-1477), en la isla de La Gomera.

La Torre de Las Isletas se encontró enterrada en arena y en parte oculta también al tener otros edificios adosados por los lados oeste y sur, durante las excavaciones arqueológicas que realizamos en el interior del Castillo de La Luz, entre 2001-2003, cuando se desarrollaba un proyecto arquitectónico para transformar el referido Castillo en un museo naval. El proyecto de los arquitectos Nieto y Soberano implicaba el vaciado radical de la antigua fortaleza, sin contemplar un proyecto de investigación arqueológica que pudiera determinar, previamente, la presencia de otros restos arquitectónicos en el  referido proceso de vaciado.

Pero no se hizo nada de eso, se entró a saco desde la cubierta superior con maquinaria pesada, vaciando todo el interior, hasta que comenzaron a aparecer los antiguos muros de la Torre. Entonces se tuvieron que parar las obras y el Cabildo de Gran Canaria encargó a la empresa de arqueología Propac SL la intervención arqueológica sobre los restos arquitectónicos que aparecieron durante el vaciado de la fortaleza de Las Isletas. 

La antigua Torre constituyó uno de los hallazgos más importantes, junto con la barrera artillera que la rodeaba, unas construcciones antiguas de las que hasta  entonces solo se tenían vagas referencias. 

Se descubrió casi intacta en la zona central del interior del  Castillo de La Luz, bajo varios miles de metros cúbicos de arena y tapada por otras edificaciones que se le fueron adosando a lo largo del proceso constructivo de la fortaleza, lo que hacía muy difícil su identificación e interpretación, hasta que se realizaron los trabajos arqueológicos.

Esta fortificación primigenia se construyó a finales del siglo XV, en lo que entonces era un lugar remoto, a unos cinco kilómetros de distancia de la incipiente ciudad de Las Palmas, en el extremo norte de la bahía de Las Isletas, donde está “el puerto principal que esta isla tiene que se dice de Las Isletas donde se cargan e descarga todas las mercaderías e contratación que a esta isla vienen e de ella salen e donde está la dicha fortaleza (…)” .

La Torre, que estaba artillada con dos bombardas pedreras situadas con orientación al mar, en la base de la torre, en los lienzos norte y este, contaba además con tres falconetes o piezas similares ubicadas en tres troneras de ojo de cerradura invertida, situadas con la misma orientación en la planta primera de la torre. 

La edificación, de tipología medieval, no era muy grande. Presenta planta de tendencia cuadrangular y mide 10 metros de altura por 8 de lado. Los muros, que alcanzan más de dos metros de grosor en el primer tercio, fueron levantados a base de sillares de piedra y mortero de cal.

En el interior, la torre presenta tres plantas. En la baja estaba situada la artillería, como señalamos, dos bombardas de hierro montadas sobre cureñas, hecho constatado por la presencia de dos cámaras de tiro de techo abovedado, descubiertas durante el proceso de excavación arqueológica, abiertas a un metro escaso de la base, en los lienzos norte y este de la Torre, que defendían la parte del mar. Se accedía a esta planta baja por una puerta, enmarcada en un arco de medio punto rebajado, abierta en la cara oeste, donde se encontraba posiblemente  la barbacana. 

A la primera planta se accedía por una puerta abierta también en la cara oeste, situada a unos 3 metros del suelo. Se accedía a dicha puerta tal vez  por medio de una escalera levadiza que se recogía desde arriba quedando el acceso interrumpido. En esta planta se abrían tres troneras de cerradura invertida y mirilla que por el interior estaban precedidas de cámaras de tiros abiertas en los gruesos muros. Estas troneras estaban situadas al igual que las de la planta baja en los lienzos norte y este. La parte que vigila la marina, por su tipología y diámetro, tuvo que servir para piezas de artillería de menor calibre posiblemente falconetes o ribadoquines. 

La segunda planta estaba provista de dos ventanas: troneras en la pared norte, posiblemente utilizadas para la defensa de las puertas de acceso y del pequeño patio, o barbacana, que pudo haber cerrado esta parte de la torre y defender el acceso a la misma.

Al exterior de la torre, cerca de la cubierta, en los lienzos norte y este, se encuentran los restos de cuatro ménsulas de piedra arenisca incrustadas en los muros, elementos constructivos que sirvieron para sustentar dos matacanes, hoy desaparecidos, utilizados para la defensa de las dos troneras de la base, por donde el enemigo podía penetrar en la torre. A los referidos matacanes se accedía desde la cubierta de la torre. Es probable, además, que dicha cubierta estuviese provista de almenas y puede que incluso tuviera una cubierta de madera a modo de templete, para proteger a los defensores. La cubierta fue arrasada cuando se acometieron las reformas de 1572, quedando integrada en la explanada de artillería de la nueva fortaleza.

La Torre de Santa Cruz de Mar Pequeña

Desde el punto de vista constructivo, la torre de Las Isletas mantiene grandes similitudes con la desaparecida Torre de Santa Cruz de Mar Pequeña, por ser contemporáneas, y además porque también fue construida en 1496 por Alonso de Fajardo, siguiendo instrucciones de los Reyes Católicos. 

Rumeu de Armas señala que en 1954 la Torre de Mar Pequeña estaba ya muy arruinada y solo conservaba el basamento o plataforma y parte de los muros, que entonces no superaban los 1,8 metros de altura. Sobre la base de estos vestigios el referido autor supone que la construcción era cuadrada con muros de 8,30 metros de ancho por 2 de espesor. Tenía dos plantas. En la primera se abrían veinte troneras muy estrechas que servirían, creemos, para disparar ballestas. Un segundo cuerpo de mampostería estaría rematado por almenas, lo que se adivina, según Rumeu, por los materiales ruinosos acumulados sobre la plataforma. Pero lo que realmente tenía de original esta torre, según el autor referido, era un templete de madera con techo que remataba la edificación. Basa esta suposición en el hallazgo de cuatro agujeros para postes que se encuentran en los ángulos de la plataforma ( A. Rumeu de Armas,  1996: 156-157).

No menciona el autor las troneras para la artillería que sin duda tuvo que llevar la Torre de Santa  Cruz de Mar Pequeña. Es posible que el estado de ruina del edificio impidiera ver ese elemento constructivo.

Por ahora no hemos encontrado documentos relativos a los costos de la Torre - fortaleza del Puerto de Las Isletas, tanto de los gastos materiales como los del personal que participó en la referida obra. Pero afortunadamente sí existe documentación sobre lo gastado en la fortificación de Mar Pequeña. Para levantar esta fortaleza en la costa de berbería, Fajardo llevó hombres y materiales desde Gran Canaria, y cabe plantearnos si no sería la misma contrata, es decir, los mismos maestros de obras, albañiles, carpinteros, herreros y peones que hicieron la torre del Puerto de Las Isletas los que llevó Alonso de Fajardo para construir la Torre de Mar Pequeña. 

Por su importancia, y aunque abandonemos por un momento el hilo de nuestro relato, conviene mencionar aquí algunos datos referidos a los costos de materiales y personal empleado en la Torre de Mar Pequeña. Así, por dichos documentos sabemos que en herramientas y otros materiales constructivos, incluidos 33 quintales de hierro para hacer herramientas, se gastaron 45.824 maravedíes.

En la madera, que se labró en Gran Canaria para la cepa y obras de la torre, se emplearon 51.662 maravedíes. La cal que preparó en Gran Canaria el calero Alexos de Medina, costó 18.340 maravedíes, y transportarla en barcos a Mar Pequeña, 6.726 maravedíes. En armas, ballestas, lombardas y espingardas que quedaron en la Torre se gastaron 17.077 maravedíes. 

En cuanto al personal para la obra sabemos que se emplearon 25 peones, algunos aborígenes, como Pedro Canario y Martín Canario, que cobraron cada uno de ellos,  unos 2.300 maravedíes por trabajar de agosto a diciembre de aquel año de 1596.

Como maestros mayores de las obras de albañilería estaban Diego Gómez, Cristóbal Martín y Diego de Armas. Ellos fueron quienes probablemente trazaron y después construyeron la Torre. Eran, por otra parte, los que tenían mayor sueldo, unos 7.660 maravedíes por trabajar de agosto a diciembre de ese año. Le seguían los maestros mayores de carpintería, Francisco López y Cristóbal Martines, que cobraron 5.266 maravedíes cada uno por trabajar los cuatro meses. Igual cobraba el maestro mayor herrero, Pedro de Madrid. Los aserradores como Diego de Cabreras y Juan Francés cobraban 1.000 maravedíes al mes. Los carpinteros como Alfonso Calafate o Luís Xunebes, unos 4.000 maravedies por los meses referidos (Primera Data. Relación de lo gastado  en los preparativos, construcción y aprovisionamiento de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Alcalá de Henares, marzo de 1498. En  Rumeu de Armas, 1996:84-93).

Puede, como ya apuntamos, que algunos de estos maestros mayores de obra, carpinteros y peones hubieran participado en la construcción de la Torre del Puerto de Las Isletas, pues, a fin de cuentas, la obra se realizó dos años antes bajo la iniciativa del mismo promotor, el gobernador Alonso de Fajardo.     

La torre y el primer baluarte defensivo

Debemos suponer que la Torre construida en el Puerto de Las Isletas por Alonso de Fajardo estaría protegida, inicialmente al menos, por una barbacana, para defender las entradas al recinto fortificado, lo cual era bastante frecuente en este tipo de construcciones defensivas aisladas.

En cualquier caso, lo que sí sabemos es que el reforzamiento de los sistemas de defensa de la Torre se iniciaron a partir a partir de 1519, porque consta en un documento que la reina Juana ordena al licenciado Francisco de Vargas, tesorero de las penas de cámara, que pague al concejo de Gran Canaria mil maravedíes “para la construcción de un baluarte y otros edificios en la fortaleza del puerto principal de la dicha isla de Gran Canaria”.

Probablemente las obras del baluarte o muro perimetral y los otros edificios llegaron a construirse. De aquellas obras, posiblemente, se conservan parte de los muros norte y oeste. Además se conocen documentos que nos confirman que sí se realizaron. Lo sabemos por una carta remitida en 1545 por Carlos V al gobernador de la isla de Gran Canaria, el licenciado Reyna, para que devolviera al cabildo de la isla el control de la fortaleza del puerto que “hace treinta años poco más o menos tiempo, que por nos servir y para la defensa de la dicha isla hicieron una fortaleza en ella, en el Puerto de las Isletas y pusieron de su mano en ella alcaide” ( Libro Rojo de Gran Canaria: 397-398).

Se deduce por las referencias cronológicas apuntadas en dicho documento que sobre 1515 ya se estaba construyendo una primera muralla defensiva y otras dependencias interiores para proteger la Torre de las Isletas. Además, en 1548 Jerónimo Batista, alcaide de la Torre de Las Isletas, confirma la existencia del baluarte y otras construcciones en su interior, donde él mismo reside por ser alcaide, afirmando bajo juramento que en ese año, la fortaleza estaba edificada “con su baluarte alrededor en la cual a la cortina está e reside un alcaide e artillero e otras personas para custodia e guarda de la dicha fortaleza (…)” .

Se desprende de este testimonio que ya en 1548 la torre contaba con otras dependencias que servían de alojamiento, cocina y almacenes, todo ello protegido por una muralla o baluarte que rodeaba perimetralmente todas las instalaciones.

En cualquier caso, aquella incipiente fortificación resultaba del todo insuficiente e ineficaz para la defensa del Puerto y de los barcos que allí fondeaban, sobre todo por carecer de artillería capaz de cubrir el acceso a la bahía, para mantener a raya a los barcos enemigos. Y es que el Puerto de Las Isletas era “abierto e sin barra”, por lo que carecía de cualquier tipo de defensa natural. Por eso, y ante la inoperancia de la torre-fortaleza, la bahía era un autentico coladero, donde los barcos enemigos entraban y saqueaban a su antojo, de noche y de día, sin recibir daño alguno, desde las pobres defensas que existían en tierra.

El primer ataque perpetrado contra el Puerto de La Luz, del que tengamos constancia documental, se produjo en el año 1522, durante la primera de las cinco guerras que enfrentaron a Francia y España a lo largo del siglo XVI.  

En ese año de 1522, una escuadra normanda formada por cuatro navíos y cinco galeones al mando del corsario Jean Fleury irrumpe en el Puerto de La Luz y, tras cañonearlo, captura siete navíos que procedentes de Cádiz traían mercaderías y colonos para establecerse en las islas. Ante la impotencia de la Torre, los barcos capturados son obligados a seguir a la escuadra francesa que, a la altura de Gando, abandona la presa para dirigirse hacia el Archipiélago de las Azores, donde poco después el corsario normando en un extraordinario golpe de suerte captura nada menos que las tres carabelas que traían el tesoro de México enviado por Hernán Cortés. Además de aquel inmenso tesoro se apoderaron también de una nave con 62.000 ducados, 600 marcos de perlas y 2.000 arrobas de azúcar de procedencia canaria (A. Rumeu de Armas, 1991. Tomo I: 70-75).

La noticia de aquel espectacular golpe se extendería como la pólvora por media Europa y a partir de entonces serán sobre todo los corsarios franceses los que patrullarán incansablemente  las aguas de los archipiélagos atlánticos, interceptando y asaltando todas las embarcaciones que cruzaban por aquellas latitudes.  

El Puerto de Las Isletas después de 1522 volvería a ser atacado en numerosas ocasiones, y para evitar que las embarcaciones enemigas se aproximaran demasiado, se idearon varios sistemas para detectarlos, siendo el más utilizado el que consistía en que los barcos cuando se aproximaban a la bahía de Las Isletas, al llegar a un cierto punto acordado, debían amainar, bajar las velas y enviar una barca a la fortaleza para informar quiénes eran y de dónde venían. Si este procedimiento no se cumplía, entonces desde la fortaleza se les disparaba con pólvora en primer aviso, después con taco de madera y, por último, si la embarcación no amainaba, se le disparaba con bolaños de piedra como “a navío de hacer mal”, según consta en las Ordenanzas del Concejo de Gran Canaria de 1531, sobre la orden de entrada en el puerto. 

Aún con todas esas medidas de seguridad, el 29 de octubre de 1543 se produciría un asalto espectacular al Puerto de Las Isletas, que culmina con la toma de la mismísima fortaleza, lo cual nunca antes había sucedido. El asalto se produjo a plena luz del día cuando corsarios franceses a las órdenes de Jean Alfonse de Saintonge toman por sorpresa la torre-fortaleza, dominando desde esta posición durante dos días y una noche la bahía de Las Isletas y a los barcos que allí estaban refugiados.

En 1548, ante tal indefensión, el gobernador y justicia mayor de Gran Canaria, Juan Ruiz de Miranda, recaba información pública sobre “la conveniencia de fortificar y dotar de artillería y municiones la torre del puerto principal de Canarias”.

La pesquisa del gobernador Ruiz de Miranda constituye un documento excepcional, al igual que lo fue el de Zurbarán para la fortificación de la ciudad de Las Palmas en 1541, por cuanto aporta información de primera mano sobre el estado de la Torre en 1548, así como de los acontecimientos bélicos sucedidos por aquellos años en la ciudad.

Se deduce de las preguntas formuladas que en 1548 la Torre del Puerto de Las Isletas estaba protegida por un baluarte y que en el interior del recinto amurallado, además de la torre, existían otras edificaciones donde vivían el alcaide de la fortaleza, un artillero y otras personas. También sabemos que entonces la Torre - fortaleza estaba desprovista de artillería desde hacia más de 8 años y que solo contaba para su defensa con dos o tres obsoletos tiros de hierro de poco efecto, que además eran prestados. Sabemos también por dicha pesquisa que la isla intentó en varias ocasiones comprar artillería y munición para la torre en los reinos de Castilla y Portugal,  sin obtener resultados positivos, por lo que piden al rey les autorice comprar la artillería en Flandes o en el Condado de Brabante, por ser más rápida y barata su adquisición.

Por último, para la defensa de la fortaleza solicitan el envío de “seis tiros de bronce con su munición de pólvora y pelotas de hierro colado e que los tres de ellos sean cada uno de peso de 40 o 50 quintales de 15 palmos de cumplido, e que tiren pelotas de 16 hasta 18 libras para que puedan tirar lesos a los navíos que de mal fase vienen al Puerto para que no entren en el. E los otros tres tiros que sean de 25 hasta 30 quintales que tiren pelotas de piedra grandes para hacer daño en los navíos que hubieren entrado y entraren dentro de dicho puerto” . 

Por  la lectura de este documento sabemos que las autoridades de la isla solicitaban seis piezas de artillería para el baluarte de la Torre, referencia que coincide con el número de troneras para cañones de gran formato (sacres y culebrinas) descubiertas durante el proceso de excavación arqueológica de la barrera artillera que apareció  en el interior del Castillo. Este dato es de gran importancia porque nos permite identificar la barrera artillera descubierta durante las excavaciones arqueológicas, con el baluarte que es mencionado ya en la información pública de 1548, y para el que se piden los seis cañones. Ahora bien, en 1549 el baluarte será sometido a una profunda remodelación sobre todo de recrecido de los muros y, posiblemente, a la apertura mayor de los huecos de las troneras, en los lienzos este y sur, con la finalidad de adecuarlo a las necesidades de las nuevas piezas de artillería. Así se deduce de la respuesta que el gerente del reino, el archiduque Maximiliano, remite al gobernador de Gran Canaria, concediendo a la isla las penas de cámara por espacio de 10 años para la construcción de un baluarte y compra de artillería “(…) porque a nuestro prejuicio conviene que el dicho baluarte se haga y se compre y aderece la dicha artillería habemos habido por bien de hacer merced como por la presente la hacemos a la dicha isla solamente de lo que valiere y montaren las penas que se aplicaren en ella para nuestra cámara y fisco por el nuestro gobernador (…) por espacio de diez años (..)”.

El baluarte de la Torre de Las Isletas, que rectifica y mejora el gobernador Manrique de Acuña, restos de cuya obra son los que han aparecido con motivo de los actuales trabajos de excavación arqueológica, estaba formado por cuatro lienzos de muralla.Dos de ellos, que daban a la parte de tierra (noroeste y suroeste), estaban provistos de almenas, saeteras y pequeñas troneras para armas de fuego portátiles. Los otros dos lienzos del baluarte conformaban la auténtica barrera artillera, que estaba dotada de seis troneras, tres de ellas en el lienzo este, dos en el lienzo sur y una sexta tronera abierta en la confluencia de los lienzos sur y oeste. La obra del baluarte fue realizada con piedra del lugar y mortero de cal. La barrera artillera  tenía una altura de 5 metros por 175 centímetros de grosor y los lienzos o cortinas medían 23 metros de largo. Esta obra debió de estar acabada hacia 1552.

Esta vieja fortificación, que comenzó a construirse en torno a 1479 para que sirviera de defensa al puerto y a los barcos que allí anclaban, hace mucho tiempo que dejó de cumplir su cometido, y ahora, descontextualizada en medio de la ciudad, como un barco varado tierra adentro, difícilmente puede hacernos creer el extraordinario papel que le tocó jugar en la historia de esta ciudad del siglo XVI.