El pacto Sánchez-Marruecos: síes, noes y una duda inquietante
El acuerdo alcanzado por el Gobierno español y el Reino de Marruecos, y resuelto a través de una carta con la firma del presidente Sánchez hecha pública por el régimen alauí, ha logrado lo que parecía imposible: relegar a un segundo plano los horrores de la guerra de Ucrania. Y es que, por su trascendencia, en particular para territorios como Canarias, el asunto tiene una envergadura histórica. ¿Para bien, para mal, o para nada? Bueno, eso lo dirá el tiempo, porque en este tema hay tantas interpretaciones presentes como opciones futuras. Hay algunas cosas que ya sabemos sobre el acuerdo y otras que están por venir. Vamos con ellas.
¿Es un acuerdo pragmático? Sí. De hecho es todo un ejercicio de realpolitik, vaya usted a saber lo que significa eso. “Es un giro en toda regla de la política exterior española”, me dijo un reputado profesor de Relaciones Internacionales tras escuchar la comparecencia, el viernes pasado, del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. España se aparta de un camino que era un callejón sin salida, el del referéndum pactado entre Marruecos y el Frente Polisario, y se abre a una solución que: a) tiene más consenso entre las grandes potencias, como EEUU, Francia y desde hace poco también Alemania, y b) es la que más conviene a Marruecos. La diplomacia española da un paso histórico hacia el desbloqueo de un conflicto enquistado durante cuarenta años, pero lo hace dando toda la razón a una de las partes. La gran virtud de esta apuesta, al afán por superar un conflicto casi irresoluble, es asimismo su principal debilidad.
¿Es un acuerdo justo? No. El respeto a la legalidad internacional, esa otra cosa de la que hablamos tanto en abstracto y a la que resulta complicado dar forma en términos concretos, sale perdiendo con esta apuesta española. Porque el contencioso del Sáhara es, por encima de todo, un proceso de descolonización inconcluso, hábilmente aprovechado por Marruecos en los estertores del régimen de Franco. Porque fue el franquismo el que, en su debilidad terminal, entregó la colonia a Marruecos. Y aunque en las últimas horas se haya aludido a la carta de Sánchez como un documento que, en lo referente al Sáhara Occidental, requiere el consenso con el Frente Polisario, resulta obvio que es el brazo político de la comunidad saharaui el gran perdedor de este nuevo episodio. Así lo interpretan ellos. Ellos y también Argelia, sobre la que hablaremos un poco más adelante.
¿Es una propuesta audaz? Sí. Lo que no se le puede negar a Sánchez, ni a su muñidor diplomático, el ministro Albares, es su ambición estratégica. En medio de un conflicto que amenaza con derivar en conflagración mundial, reanudan un diálogo con Marruecos que, a cambio de ciertas concesiones (de eso hablaremos también más tarde), plantea un nuevo horizonte en la relación bilateral tormentosa entre España y Marruecos. Incluso va algo más allá, al intentar sentar las bases de un trato renovado entre el Magreb y el sur de Europa, basado en el intercambio de tecnología y la provisión energética. Primero a través del gas argelino, con España como base gracias a sus infraestructuras gasísticas, y más adelante en la transición hacia las energías renovables, en la que África tiene que ser un actor fundamental. Sobre el papel, esto pinta bastante bien, pero ya se sabe que el diablo está en los detalles y el infierno es un camino empedrado por las buenas intenciones. Pero en cuanto a audacia, pocos compiten con Sánchez.
¿Es una propuesta pactada? Claramente no. No ha sido acordada ni con el socio de Gobierno, Unidas Podemos, ni con la oposición, el PP, ni con los gobiernos autonómicos y ciudades autónomas que podrían verse implicadas en la misma. El presidente canario, Ángel Víctor Torres, se enteró el mismo viernes por la tarde y luego recibió una llamada del ministro Albares tan lógica como inquietante (luego diremos por qué). El PP ha montado en cólera por no haber sido informado ni consultado, algo que en el secreto de las negociaciones Pedro Sánchez difícilmente podía hacer, y menos en el actual clima de desconfianza que preside la política española (y del que Marruecos se aprovecha siempre). Llama la atención que el primer partido de la oposición ponga el acento más en el método que en el contenido del acuerdo. El PP, que arriesga lo mínimo en las relaciones con Marruecos (y cuando lo hizo, fue para mostrar firmeza, en la crisis del islote Perejil, óptimamente resuelta por el tándem José María Aznar-Ana Palacio), se ha especializado en aprovechar a medio plazo todos los avances que han protagonizado gobiernos del PSOE en la relación bilateral con el vecino del sur. En cuanto al Frente Polisario, ha sido totalmente ignorado en este proceso. ¿Y Argelia sabía algo? Esa es una de las grandes preguntas aún sin respuesta. Su primera reacción indica que no estaban en el ajo, pero es difícil creer que un diplomático tan experimentado como Albares no tuviera en cuenta ese flanco.
¿Y esto dará resultados? Nadie lo sabe. Tampoco Pedro Sánchez. Porque los resultados dependen de la voluntad de muchos actores. Depende de la capacidad de influencia de la UE, sobre todo de Francia y Alemania, para definir ese nuevo ecosistema de colaboración estratégica en el Mediterráneo, algo así como el Plan B a Rusia en el suministro de gas natural, algo que ahora parece no solo adecuado, sino incluso urgente. Se dan todas las condiciones para esa alianza energética, pero nada está garantizado. Depende de la voluntad de Marruecos, un régimen especializado en legitimarse a sí mismo mediante la reivindicación permanente. La sola mención a la voluntad común de resolver la crisis migratoria resulta estomagante, pues supone dar por hecho que Marruecos tiene una llave de paso por la que abre y eventualmente puede cerrar las vías de acceso a la costa española (a la canaria, en particular) de embarcaciones ocupadas por sus propios ciudadanos, muchos de ellos niños, así como por subsaharianos que huyen de la miseria y la guerra. Y en ese viaje siniestro, claro está, en muchas ocasiones el destino no es la costa, sino la muerte. Un socio así, la verdad, no parece muy de fiar. Y el éxito de este giro político radical depende finalmente de Argelia, un Estado que vive casi en su totalidad de la exportación de hidrocarburos, y que tiene ante sí una oportunidad que al mismo tiempo la obliga a revisar algunos tabús de su relación con el vecino Marruecos, que le cerró el acceso al gasoducto del Estrecho de Gibraltar, un conducto que beneficiaba sobre todo a España. ¿Serán capaces de entenderse Argelia y Marruecos, enemigos ancestrales, en esta ocasión guiados por un posible beneficio recíproco? ¿Y cómo quedaría entonces la posición, ya muy debilitada, del Frente Polisario? Al final, la carta de Pedro Sánchez propicia muchas preguntas todavía sin respuesta.
Una referencia inquietante. Y Canarias, ¿cómo queda en todo este asunto? Lo primero es aclarar lo que hay de verdad en este titular que abre una crónica de El Periódico de España en la que se analiza la propuesta del Gobierno central: “El acuerdo obliga a Marruecos a desistir de Ceuta, Melilla y las Islas Canarias”. Dicha crónica fue retuiteada acto seguido por el ministro Miquel Iceta, y el pantallazo de dicha acción ministerial en redes sociales circuló generosamente el sábado por la noche entre políticos, periodistas y otros observadores de las Islas. ¿Por qué va España a contemplar siquiera que Marruecos renuncie a reclamar Canarias? Y si lo hiciera, ¿no supondría asumir que al reino alauí le corresponde algún tipo de derecho sobre un Archipiélago que nunca ha tenido nada que ver con el vecino, más allá de la cercanía geográfica, que no la continuidad que sí tienen las plazas de Ceuta y Melilla? Esto es como si Francia se sienta a dialogar con España sobre la base de que España renuncia a reclamar la soberanía sobre Córcega. Así de absurdo. Más allá de la increíble impericia de Iceta, que hace pensar sobre quién puede llegar a ser ministro en este país, este detalle es preciso aclararlo lo antes posible. El ministro Albares, que el viernes llamó por teléfono al presidente canario -la llamada, ¿es un ejemplo de cortesía institucional o supone un indicio alarmante?-, tiene que desmentir lo antes posible la referencia a Canarias en esa carta con la firma del presidente Sánchez. Y tiene que aclarar que la soberanía de las Islas no ha sido citada en esas conversaciones ni como mera hipótesis. Porque si así fuera, se habría abierto un precedente muy peligroso y Ángel Víctor Torres tendría que lidiar con un gravísimo problema no provocado por él, pero que le afecta directamente. A él y a todos nosotros.
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