Los años pasan, los procesos electorales se suceden, y las candidaturas y coaliciones van y vienen. En este momento, la aceleración temporal de nuestros ritmos de vida dificulta abordar las encrucijadas históricas por una doble sensación de hastío y agobio ante la presión informativa. El termómetro de los estados de ánimo no invita a encarar con optimismo una reflexión sosegada sobre el porvenir.
Es así como los años pasan, pero las ideas siguen siendo las mismas. Ante las inminentes elecciones europeas, asistimos, preocupados, ante la falta de renovación de perspectivas canarias sobre la Unión Europea, así como ante la falta de interés a este respecto en la propia sociedad canaria. Por ello, somos conscientes de que con este artículo remamos a contracorriente.
El siguiente texto quiere reunir toda una serie de ideas, intuiciones y malestares acumulados que, presentados en forma de ensayo, pretenden invitar a una reflexión colectiva. Este no es un mandato electoral. Nuestro propósito es poner las luces largas sobre las perspectivas futuras del europeísmo canario. Estamos convencidos de que es necesario intervenir en el debate de las ideas – en tiempos tan imperiosamente geopolíticos, palabra de moda – para arrojar luz sobre los caminos que están por recorrer en las próximas décadas. Como trataremos a continuación, un cuarto de siglo XXI es más que suficiente. Este debate es impostergable.
En este ensayo planteamos la tesis de concebir Canarias a través de la idea de ensamblaje: una red de interacciones y significados que disponen de manera específica el espacio político que atraviesa el archipiélago. En el evento que nos ocupa – las elecciones europeas –, esta idea cobra especial relevancia para dar cuenta de la particular inserción de Canarias en el entramado de fuerzas sociales y estructuras de largo recorrido histórico que dan forma a la Unión Europea de 2024. Fundamentalmente, las siguientes líneas esbozan una propuesta política para pensar Canarias desde una perspectiva emancipadora. Esperamos que sirva no solo para reclamar la pertinencia de abordar con seriedad y ambición la política europea como política propiamente canaria, sino también para proporcionar materiales útiles que den respuesta a las urgencias del tiempo político inaugurado tras el pasado 20-A.
¡Soltemos lastre!
Tras el vibrante panorama político de Canarias de los últimos meses, las elecciones europeas no despiertan muchas pasiones. ¿Cuáles son las claves que explican este impasse? ¿Acaso es posible, y desde dónde, pensar una propuesta emancipadora en el binomio Canarias-UE? Para entender el presente y mirar hacia el futuro, es esencial comprender y trascender tres trayectorias de largo recorrido que han marcado la posición de la izquierda canaria hacia la Unión Europea. Estos surcos, aunque enraizados en contextos históricos específicos, funcionan en el presente como rémoras que impiden la formulación de una propuesta verdaderamente transformadora.
La primera de estas rémoras es el europeísmo crítico de la izquierda española, que resuena en el viejo ideario de la izquierda europea. Esta posición se centra en la construcción de un sujeto europeo de clase, feminista, antirracista y ecologista. Su visión es heredera de los anhelos nunca cumplidos de la Europa Social de los años 70, y de la contestación ante la austeridad de la crisis del 2008, a la vez que nostálgica de ambas ante la ausencia del horizonte de expectativa que el anunciado neokeynesianismo post-pandémico no termina de alumbrar. Hoy, el europeísmo crítico ni siquiera puede conectar con la aspiración a la convergencia económica con las economías de mayor bienestar social. Su plasmación concreta en estas elecciones la comparten dos ofertas políticas. Candidaturas como Sumar buscan estrechar lazos tanto entre grupos de la izquierda europea (la denominada The Left) como entre los partidos verdes, mientras que Podemos, aunque comparte esta línea, representa una posición nítidamente de izquierda populista clásica, escenificando un euroescepticismo suave al dar prioridad en esta campaña a la denuncia de la OTAN y del envío de armas a Ucrania. El europeísmo crítico de la izquierda española, aunque bienintencionado y seguramente adaptado de forma adecuada para regiones como Andalucía o Extremadura – no por nada estos lugares enviaron eurodiputados a Bruselas en el pasado – sigue sin ofrecer una solución radicalmente nueva para Canarias, ni tampoco se ha esforzado por integrar al sujeto canario en la primera línea de su propuesta política.
La segunda trayectoria es la vía regionalista de acomodamiento a los ritmos de la integración europea, una postura que ha sido indistintamente representada por Coalición Canaria y el PSOE desde los años 90 desde la administración autonómica, en la Delegación del Gobierno de Canarias en Bruselas y con la participación destacada de eurodiputados canarios en sucesivas legislaturas. En estos comicios, esta oferta despliega todos sus repertorios simbólicos en Nueva Canarias-BC, dentro de la coalición Sumar. Esta perspectiva ha buscado aprovechar el régimen jurídico y económico de las Regiones Ultraperiféricas (RUP) para Canarias, proponiendo una integración que respete las singularidades insulares para nada más que reforzar las exenciones fiscales y partidas presupuestarias específicas vigentes. Sin embargo, este camino ha sido más de adaptación que de transformación, buscando encajar en el marco existente de la arquitectura institucional de la UE en lugar de desafiar sus limitaciones estructurales. Su capacidad para dar respuesta a las necesidades de la Canarias contemporánea (en vivienda, abastecimiento energético, gestión migratoria o diversificación productiva), así como para aspirar a la convergencia económica con otras regiones europeas, es claramente insuficiente. En el futuro próximo se comprobará con mayor crudeza que la afirmación tan alegre como irreflexiva – convertida en máxima política de disciplinamiento sobre la disidencia eurocrítica –, de que el régimen RUP nos consolida como europeos de pleno derecho, es hacer política con los ojos vendados.
Finalmente, el abstencionismo pseudoafricanista y el euroescepticismo duro representan la tercera trayectoria. Su propuesta es nítida: boicot a las elecciones europeas y mandato electoral abstencionista, cuyos nulos resultados son perfectamente observables desde las primeras elecciones europeas en las que participó Canarias en 1989. Esta (no)posición, que a menudo se disfraza bajo la propuesta de transitar del régimen RUP al PTU (Países y Territorios de Ultramar), plantea una desconexión radical de la estructura europea. Entre otras cuestiones, esta propuesta desdeña los beneficios – añadiríamos, y el prestigio extendido en la sociedad – del mercado común y demás mecanismos de integración para Canarias; también, algo más preocupante: la larga dependencia del camino expresada en una economía política del archipiélago difícil de reorientar. Este euroescepticismo, aunque atractivo para algunos anclados en lo que pudo ser y no fue de las postrimerías de los años 80, carece de una base pragmática que lo haga deseable en el contexto actual. No obstante, su valor reside en apuntar, aunque tan solo sea por reflejo retrospectivo, que, bajo el actual régimen de integración a la UE, Canarias se encuentra atada de pies y manos para encajar institucionalmente las demandas que con cada vez mayor fuerza se vienen expresando en múltiples dimensiones: la delimitación de las aguas territoriales, la restricción a la compraventa de viviendas a no residentes, la planificación popular de la industria turística, y un largo etcétera.
Estas tres trayectorias consolidan visiones que impiden pensar una propuesta verdaderamente emancipadora. Para la izquierda canaria, el desafío es monumental: romper con estos moldes históricos y atreverse a imaginar un futuro donde Canarias no solo se adapte a los ritmos cambiantes del mundo, sino que acometa un ejercicio consciente de resituarse radicalmente en el ensamblaje para así trazar un sentido propio de su lugar en el mundo. Esta es, en primer lugar, la tarea de redefinir(se) en la relación con la Unión Europea. En última instancia, nos referimos a abordar con toda su crudeza el problema del sujeto, que es el gran ausente de los ciclos políticos que nos legan las generaciones vencidas.
Una identidad geopolíticamente escindida
Pero no hay sujeto sin locus (el lugar político). Como canarios y canarias sabemos, a base de siglos machacones, que no hay encarnación ni articulación política posibles sin abordar el espacio en donde nos desenvolvemos. Dicho de otro modo, no somos islas ancladas y atomizadas en medio del océano. Es preciso sustantivar críticamente sujeto y espacio al mismo tiempo. De este modo, el concepto geográfico de Canarias es discutido y discutible. Decía el historiador canario por excelencia, José de Viera y Clavijo, al comienzo de su Noticias de la historia de Canarias (1772), acerca de la adscripción geográfica del archipiélago:
“Todos cuantos tienen alguna mediana tintura de geografía, saben que, si bien las Islas Canarias no componen una parte muy considerable del mundo, no dejan de hacer una figura lúcida, aun cuando no se atienda a otros méritos que al de su ventajosa situación. Ellas están en el océano magno Atlántico, enfrente de la Mauritania tingitiana, provincia de Biledulgerida, entre los cabos de Guer y Bojador, de cuyas costas distan de veinte a ochenta leguas españolas; y no hay duda que por esta notable inmediación a aquel continente de la África, del cual acaso fueron porción en lo primitivo, están generalmente demarcadas entre las islas africanas; de manera que sólo por un efecto de negligencia geográfica, o por la idea que se suele tener en Europa de todos los países más acá del estrecho de Gibraltar, han pasado y pasan para con algunos las islas de Canaria por región de América, y por indianos sus habitantes (…). Pero ni este dictamen, a que se acostumbró el vulgo, ni la participación de algunos privilegios, comunes a los americanos e isleños, son bastantes títulos para despojar al África de contar entre las posesiones que le cupieron en la participación del orbe de la tierra.”
A pesar de su proximidad a África, nuestra tierra ha sido percibida de maneras contradictorias a lo largo del tiempo. Esta dualidad geográfica ha generado una identidad escindida, atrapada entre la cercanía africana y la influencia europea, pasando por el trampantojo cada vez más descontextualizado del americanismo. En el contexto de las elecciones europeas, esta dualidad cobra una relevancia especial. Para la izquierda canaria, es fundamental abordar esta identidad geopolítica escindida y plantear una visión que supere, también, algunas rémoras del pasado.
Para comenzar, es necesario desechar la idea geopolítica de la tricontinentalidad, que presenta a Canarias como un enclave entre África, América y Europa. Esta visión, aunque atractiva en su amplitud, no permite articular una posición concreta del archipiélago en el mundo y le desposee de agencia. En este sentido, cabe mencionar el régimen de Región Ultraperiférica (RUP) profundiza la visión que ya denunciaba Viera y Clavijo: una percepción peyorativa sobre África que, en nuestros tiempos, se manifiesta bajo la narrativa del afropesimismo. Este régimen no comprende exclusivamente una institucionalidad, sino que se encuentra dotado de una subjetividad que perpetúa la imagen paternalista de una Canarias dependiente y desposeída de agencia (geo)política. Por otro lado, un avance significativo fue sin lugar a duda el Estatuto de Autonomía, que describe a Canarias como un “archipiélago atlántico”. Debemos reconocer – y recordar todas las veces que haga falta – que el Estatuto acierta al describir a Canarias como un archipiélago (un sujeto unitario) y no como “islas”. Si bien este término sitúa más o menos adecuadamente a Canarias, lo atlántico es insuficiente, puesto que expresa una ubicación pasiva y actúa como un eufemismo que evita afirmar una posición geopolítica más definida. Ello se ve reflejado hoy en las actitudes escasamente orientadas hacia los objetos políticos que podríamos visualizar como Europa, África, la Unión Europea o la Unión Africana. Entonces, se torna imprescindible dar cuenta del encuentro eurafricano que forma parte de la constitución del ensamblaje.
Pero abandonar estas rémoras también significa superar las visiones geográficamente reificadas como las de Viera y Clavijo, quien concebía a Canarias como una extensión física de África. Nosotros planteamos que lo geográfico es fundamentalmente geopolítico, y que la cuestión continental como unidad de adscripción identitaria es conceptualmente muy discutible, pero sobre todo políticamente muy limitante. El archipiélago no es un sujeto estático, sino un ente dinámico que debe redefinirse a partir del encuentro creciente entre Europa y África, un proceso que interpela a Canarias para asumir una disposición críticamente situada en el ensamblaje. No solo es preciso desandar lo andado, sino también trazar un nuevo camino.
El ensamblaje como tesis
¿Cómo despejar el campo de juego? ¿Cómo soltar el lastre y, al mismo tiempo, vincular nuestra cultura política a un horizonte deseable? Nuestra tesis plantea que Canarias participa de un ensamblaje eurafricano. Para nosotros, no debemos ver a Canarias como una entidad fija, sino como un actor en una red de relaciones cambiantes. Es importante anotar que todas estas dinámicas e interacciones que atraviesan el archipiélago, cuya cartografía es inmensa y no es propósito de este artículo desarrollar, establecen una disposición concreta en términos de poder a todos los actores que la conforman. Por supuesto, Canarias no se encuentra sola en dicho ensamblaje, y tampoco es el nodo principal de esta red. La red es una entidad viva que se adapta a los cambios y cuyos elementos están en constante interacción. En suma, toda esta heterogeneidad constitutiva del ensamblaje forma un todo funcional.
Para los casos que nos ocupan, introducimos un vocablo que creemos útil para pensar el archipiélago: Euráfrica. Con él pretendemos arrojar luz sobre un encuentro cada vez más intenso de un espacio geopolítico concreto de relaciones interdependientes entre Europa y África. Sin embargo, también implica un reconocimiento de las asimetrías de poder que conforman estas relaciones. El papel de Canarias en dicho encuentro no es inocuo: situarse como archipiélago eurafricano significa enfrentar estas asimetrías desde el reconocimiento del papel que desempeña Canarias en la reproducción de estas, en muchas ocasiones de manera cómplice. Pero entendemos, casi a modo de paradoja, que las ventajas obtenidas de Canarias por su concurso en este proceso de reproducción de asimetrías – que, por cierto, engendran injusticias por doquier – operan a modo de clausura, reforzando las condiciones periféricas bajo las que se nos impide aliviar el malestar que dichas asimetrías acaban por orillar en nuestras costas (la cuestión migratoria en este sentido es paradigmática). En última instancia, ello implica hacerse cargo de que el encuentro eurafricano en su espacio archipielágico no es un juego de suma cero, sino de ganancias netas.
La segunda parte de nuestra tesis, o si quieren, su reverso, es la convicción de que, si bien el ensamblaje puede operar conceptualmente, el reconocimiento de este y su posterior cartografía enfrenta un obstáculo difícil de sortear. Digamos que, en términos epistemológicos, nuestra mirada está confundida por la subjetividad – que no es otra que los repertorios estéticos de la canariedad – que imprimimos a nuestra visión del mundo. Esto quiere decir que todo individuo puede imaginar geográficamente el ensamblaje, pero la disposición concreta que adopta el canario en el mismo le sitúa en un punto ciego. En otras palabras, los canarios tenemos una venda que nos impide ver el ensamblaje.
En adelante, examinamos cómo opera este punto ciego en tres áreas de interés: 1) las mitologías que informan el debate político canario, 2) las actitudes específicamente pasivas de nuestra cultura política ante la Unión Europea, y 3) el retorno de lo geopolítico como refugio identitario. Estas esferas se sitúan en una escala regional, comunitaria e internacional respectivamente, pero se disponen de manera totalmente solapadas e hibridadas en el ensamblaje. Volveremos sobre esta cuestión en la conclusión.
- 1.Desmitificar el paraíso
Desde el mito de las Islas Afortunadas, pasando por la promoción turística del paraíso canario hasta, en los últimos tiempos, la denuncia social expresada como destrucción de un paraíso nuestro, tenemos la impresión de que la enunciación colectiva desde la que se recrea Canarias parte de una premisa incontestada: la geografía imaginaria del archipiélago paradisíaco. De algún modo – y a cada uno le corresponde revisar su parte de responsabilidad en ello – la asimilación Canarias-paraíso condensa hoy el sentido común, y pocos son los que se resisten a dejarse llevar por la exaltación del archipiélago edénico. Es así como este artificio se ha convertido en un instrumento maleable al servicio de voluntades contrapuestas: a la par que alimenta el discurso de un modelo productivo depredador, en última instancia, ofreciendo un punto de apoyo – el paraíso – a partir del que reivindicar un espacio e identidad propias.
Así, polemizamos con la siguiente problemática: ¿qué hacer cuando la enunciación de las fuerzas hegemónicas y contrahegemónicas parten de un mismo lugar? Realicemos un sincero ejercicio de autocrítica. Acaso como consecuencia del enraizamiento de la mirada externa en la episteme canaria – o, quizás también, como reflejo de un complejo de inferioridad colectivo producto de esa misma mirada –, hemos sido testigos de cómo la mitología del archipiélago-paraíso ha sido reapropiado como eje central de la reivindicación social. Es un acuerdo más o menos explícito, pero cada vez más presente en el inconsciente colectivo canario. En este contexto, el próximo acontecimiento político a la vista – las elecciones europeas –, interpela directamente a un 20-A que no se da por aludido y nos plantea la necesidad de señalar sin ambages los límites autoimpuestos de la imaginación geográfica sobre el archipiélago canario y sus implicaciones políticas.
La premisa es clara. La mitología del paraíso vacía de contenido al archipiélago y lo convierte en un reducto ahistórico, un espacio de proyección de fantasías y deseos desde la exterioridad. Sostenemos que hay algo de alarmante cuando esta mirada permea y es adoptada como propia por la sociedad canaria, movilizada y reapropiada como bandera de la reivindicación de un pueblo en su hartazgo. Planteamos que el archipiélago-paraíso no es más que la proyección de quien busca, por un periodo de tiempo limitado y con pasaporte de turista, otorgarle una cierta materialidad a lo ficticio. La cuestión es: ¿a qué fuerzas productivas sirve este artificio? Se trata de una lógica de consumo del espacio, por lo tanto, funcional al complejo turismo-construcción del modelo productivo canario. Es algo que ya denunció el antropólogo Fernando Estévez cuando dijo que los canarios nos habíamos convertido en turistas de nuestra propia tierra. Ahora bien, cuando este artificio es articulado por la movilización social, se parte de un anhelo de un archipiélago que nunca fue, la reminiscencia de un Edén que nunca habitó Canarias. De esta forma, la reivindicación se diluye en la pugna por un espacio distorsionado. Aún más, esta reapropiación del paraíso no es inocua. Como leña que se le echa al fuego, la retroalimentación que se produce entre discursos que reclaman el archipiélago paradisiaco para unos o para otros solo refuerza este imaginario y no ofrecen un lugar de verdadera emancipación política. Son, desde este punto de vista, enunciaciones políticas orientadas hacia un “no lugar” que es imposible alcanzar, no ya por su carácter utópico, sino porque no permite dar cuenta de la realidad del archipiélago y los procesos que en él convergen más allá de los atributos consensuados de una geografía paradisíaca. El archipiélago-paraíso se convierte así en una utopía paralizante que, en oposición al axioma de Galeano, no permite avanzar.
Este proceso evidencia una clara despolitización del espacio archipielágico. La esencialización en la concepción de Canarias no solo oscurece su lado no tan paradisiaco, sino que impide atender a todos los procesos políticos, sociales, económicos, entre otros, que atraviesan el archipiélago y lo conforman. Es ahí donde se encuentra una de las claves de nuestra reflexión: para reensamblar el archipiélago euroafricano tenemos que desvelar su constitución dinámica y cambiante. No cuestionar la asimilación archipiélago-paraíso impide arrancar de raíz una forma de desposesión del locus político de Canarias. Operando a través del tiempo, esta ficción contribuye a un borrado de la historia y de los procesos, pasados y presentes, que (re)constituyen el archipiélago canario. Que esta cuestión no lleve a equívoco: no es la [política de] identidad en sí misma lo que resulta limitante en términos políticos, sino la manera en que su cierre prematuro en forma de mito no permite articular actitudes y posicionamientos emancipadores.
Ahora bien, la frustración es compartida. Por ello, insistimos en que es hora de asumir que un archipiélago reivindicado con base en lo paradisíaco – tanto para los de “fuera” como para los de “dentro” – es un archipiélago vacío, una entidad despolitizada desde la que no es posible articular una reivindicación con perspectivas exitosas de emancipación. La identidad-paraíso, como identidad inculcada, despolitizada y ahistórica, remite a un espacio irreal en el que no podremos ser. En el paraíso ni hay política, ni hay identidad. Tan solo hay vacío…. ¡y Canarias no es otra cosa sino un espacio vivo en disputa! Es, por lo tanto, imprescindible cuestionar la lógica del archipiélago-paraíso en todas y cada una sus manifestaciones, ante el peligro de quedarnos estancados en una espacialidad ficticia.
Con esta propuesta no pretendemos desvirtuar las reivindicaciones ni atemperar los ánimos de un movimiento que, de forma esperanzadora, parece extenderse en un tejido social cada vez más amplio. Pero sí decimos que llegará el momento, si no hemos traspasado ya ese Rubicón, en que forzosamente habrá que hacerse cargo de ello. De lo contrario, corremos el riesgo de enterrar el horizonte de emancipación sobre una identidad desalentadora. Sin reservas, afirmamos que este cuestionamiento ontológico es ineludible como punto de partida para el reensamblaje. Del paraíso no cabe nada que recuperar.
2.La ausencia de cultura política sobre la UE
Atravesados por el momento político en el que escribimos – encajando la reciente movilización del 20-A junto con las inminentes elecciones al Parlamento Europeo –, sentimos que es indispensable cuestionar la manera en la que estos dos acontecimientos se encuentran entrelazados. El déficit de participación en las elecciones europeas, al igual que la incapacidad de imaginar a la Unión Europea como objetivo de algunas de las reclamaciones de la movilización social, no son casuales. Tampoco son producto de una simple desidia colectiva a la que tantas veces se achaca la falta de implicación política. Estos son los síntomas de un problema mayor, una expresión de que la sociedad canaria tiene un claro punto ciego en lo que respecta a la UE que impide observar cómo el archipiélago canario se encuentra atravesado, constituido y condicionado por su pertenencia a una organización supranacional.
Resulta difícil descifrar el entramado de fuerzas que atraviesan a nuestro despolitizado archipiélago. Y, sin embargo, se encuentran presentes a nuestro alrededor de forma constante. Los Fondos Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) – tan presentes en la señalización de muchas infraestructuras –, pero también la política migratoria acordada en el seno de la UE – con el reciente Pacto de Migración y Asilo, que condensa con mayor cinismo si cabe la Europa Fortaleza –, materializan la pertenencia comunitaria a través de distintos impactos. Formar parte del espacio de la UE – y que la UE atraviese el nuestro – condiciona, por ejemplo, la compraventa de viviendas por extranjeros en las islas, y en última instancia supone el mayor mercado de captación de aquello que, según se dice, nos da de comer. Sin embargo, por torpeza o desconocimiento, la Unión Europea no ha sido señalada como blanco visible de las demandas de la movilización del 20-A. De nuevo, es fundamental adoptar una mirada que desvele el ensamblaje.
¿Acaso no es curioso? El desinterés por los temas europeos guarda cierta contradicción en un lugar, Canarias, para el que la pertenencia geopolítica siempre ha sido central. Volvamos sobre el punto anterior de la identidad geopolítica escindida. ¿Quién no ha escuchado alguna vez ese axioma perezosamente ecuánime e intelectualmente indolente de que Canarias es “geográficamente africana y políticamente europea”? La sociedad canaria interioriza una identidad escindida, que cuando se quiere articular políticamente se desvanece en el plano de la consciencia. Porque al igual que las desgracias, las contradicciones nunca vienen solas, y es que esta relación entre Canarias y la UE entraña, en nuestra opinión, otra paradoja de mayor significación. Nos encontramos ante un archipiélago que persigue constantemente reivindicarse desde la lejanía y la otredad, marcando su supuesta excepcionalidad identitaria como patente de singularidad. ¿Quién no ha escuchado ese otro axioma aún más perezoso e indolente de que somos geográficamente africanos, políticamente europeos… y culturalmente latinoamericanos? Más allá de que invita a sospechar que estos axiomas exotizan y subalternizan al sujeto canario, apelando a una construcción identitaria desde una diferencia geográficamente segmentada y esencializada, hay algo aún más preocupante que resolver. Esto es que, al tiempo que reclama su singularidad, Canarias es incapaz de concebirse como entidad política activa situada estratégicamente en el ensamblaje.
Es por ello por lo que reivindicamos que únicamente a través de una comprensión del archipiélago canario como entidad política compleja podremos cuestionar la posición que ocupamos en la UE y articular en consecuencia nuestras aspiraciones. Que no le quepa duda al lector: expresamos esta necesidad desde el convencimiento de que, de lo contrario, los márgenes de actuación para Canarias serán escasos
La relación de la sociedad canaria con la Unión Europea se asemeja a la de un objeto político no identificado (OPNI) visto desde nuestro campo. Como nos enseñaron Gabriel Almond y Sydney Verba, las orientaciones o actitudes concretas hacia los objetos políticos – véase el Estado, los partidos, la sociedad civil misma, el POSEI, etc. – son fundamentales para luego entender la participación política activa de una comunidad dada. Sin embargo, en Canarias, los temas europeos parecen estar ausentes de estas orientaciones, siendo percibidos como algo distante y abstracto. Ello conforma una cultura política vacía de contenido y manifiestamente subalterna. A pesar de ser parte integral de la estructura política y económica del archipiélago, la UE no figura prominentemente en la conciencia política de los canarios. Si acaso nos relacionamos con ella en términos cognitivos, afectivos o evaluativos, estas relaciones se dan de manera muy débil. Este fenómeno se manifiesta en varias formas, desde la baja participación en las elecciones europeas hasta la falta de discusión pública sobre las políticas y decisiones comunitarias que afectan directamente a Canarias. Cabe anotar que no es así en otros escenarios, por lo que hay algo específico sobre lo europeo que no termina de cuajar en la cultura política del archipiélago. Dicho de otro modo, podemos imaginarnos una confrontación con el Gobierno de España (el clásico binomio Canarias-Estado), pero aún adolecemos de la capacidad de performar una dialéctica Canarias-Bruselas o Canarias-Comisión.
Es así como las actitudes y orientaciones políticas de los canarios hacia la UE, rozando la hipérbole, reflejan que no hay un reconocimiento profundo de cómo las decisiones de la UE influyen en la vida cotidiana de las islas. Un ejemplo claro de esto es la percepción de la implementación de los Fondos Europeos de Desarrollo Regional (FEDER) o del destino de los Fondos Next Generation. Sospechamos que, salvo en lo que respecta a sectores de actividad muy concretos – ganaderos y agricultores, por ejemplo –, estos fondos son interiorizados por la mayoría de los canarios en términos de ayuda de una Unión Europea generosa. En defensa de la sociedad canaria, cabe reseñar que seguramente el propio diseño vertical y los déficits democráticos del procedimiento administrativo europeo contribuyen en su justa medida a conformar esta imagen.
La plasmación más trágica y evidente se encuentra en la membrana que separa a representantes y representados. Así como durante décadas la mayor parte de los canarios eran capaces de relacionar rápidamente a la “canaria en Madrid” con Ana Oramas, o en tiempos más recientes al “diputado de las rastas canario” con Alberto Rodríguez, no ocurre lo propio con los actuales eurodiputados canarios Gabriel Mato (PP) y Juan Fernando López Aguilar (PSOE). Nadie salvo un periodista o un militante de partido visualiza el concepto de eurodiputado canario con alguna de estas personalidades, incluso a pesar de que estos son políticos de dilatadas trayectorias. De todos modos, en lo que respecta a la cultura política de los canarios, resulta más lacerante observar que en la campaña electoral ha pasado sin pena ni gloria el reciente acuerdo sobre el Pacto de Migración y Asilo de la UE, que además ha sido protagonizado y en buena medida liderado por J.F. López Aguilar. El hecho es que se trata de un pacto que traza un consenso ideológico sobre la gestión de las migraciones desde la socialdemocracia hasta la extrema derecha, desde López Aguilar a Jorge Buxadé, que empaña una carrera política llena de luces en lo que al primero se refiere. No obstante, más allá de las individualidades, que un pacto tan trascendental – denunciado por multitud de organizaciones en defensa de los derechos humanos – haya pasado desapercibido en la mayor parte de la sociedad canaria no solo condensa las problemáticas expresadas en este artículo. Sobre todo, representa una humillación descarnada para un archipiélago que es condenado a ejercer el papel de una frontera en la que se seguirán vulnerando los derechos de las personas migrantes y que, eventualmente podría, de acuerdo con el Pacto, ejercer el espantoso margen de discrecionalidad que España adquiere como Estado miembro.
Pese a todo, en medio de toda esta barbarie, la nota más esperanzadora seguramente la encontremos en esta esfera de acción. Durante el último lustro de crisis migratoria, toda una red de activistas, abogadas, voluntarias, periodistas comprometidas e instituciones locales ha dado lo mejor de sí por dignificar la acogida y el tránsito de las personas migrantes durante su estancia en Canarias. Si bien las actitudes específicas de la sociedad canaria con respecto a la Unión Europea, a nuestro juicio, no han permeado activamente la cultura política del archipiélago, una cuestión es digna de ser recordada. Aún hoy, los conatos de episodios xenófobos – aunque inquietantes – han sido localizados y no se han extendido en el tiempo. Existe por lo tanto una estructura de sentimiento, que diría Raymond Williams, que actúa como cortafuegos y que, a su vez, quizá pueda inspirar futuras articulaciones que nos dispongan de manera más activa en el ensamblaje eurafricano.
3.La geopolítica como refugio identitario
Son tiempos turbulentos. Suenan tambores de guerra, volvemos a escuchar cómo los arsenales imprimen con frenesí la producción de armamento y, de pronto, estamos constantemente mirando mapas para darle sentido al curso de acontecimientos que, en su mayoría, traen desgracias a nuestras mentes. Recientemente en Canarias hemos pensado muy poco la geopolítica, aunque quizá sería más adecuado preguntarse cuándo nos hemos prodigado especialmente en este campo. Más allá del seguidismo de las corrientes que corresponden a la política exterior española y europea y en las que el archipiélago no tiene competencias, hemos visto poca cosa en este sentido. Cuando se produjo la importante Cumbre de la OTAN en Madrid en la que se delineó el nuevo Concepto Estratégico, en la esfera pública canaria apenas hubo vagas referencias ante el peligro que entraña – para Canarias exclusivamente, por supuesto – la inestable situación política de los países del Sahel y sus amenazas derivadas (flujos migratorios y terrorismo, fundamentalmente). Aquí también toca ser un poco generosos, puesto que quizá resulta un tanto injusto recriminarles a los canarios su-nuestra disposición pasiva en el ensamblaje, considerando lo provincianos que pueden llegar a ser sus medios de comunicación, dirigentes políticos y demás esfera pública.
En el pintoresco mosaico que llamamos izquierda canaria, el referéndum sobre la OTAN de 1986 es la clave de bóveda. La mayoría popular que votó en contra de la adhesión a la OTAN reflejó una profunda preocupación por los peligros del militarismo y los dilemas de seguridad en un mundo que exhalaba el último aliento de la Guerra Fría. Sin embargo, con el paso del tiempo, este evento envejeció en algo más que un recuerdo histórico; se ha convertido en un mito reificado que prorroga un debate impostergable sobre los desafíos de seguridad contemporáneos. No por nada decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. En la memoria sentimental de nuestra querida izquierda canaria, ello se concreta en otro mito, la célebre Unión del Pueblo Canario (UPC), cuyo impulso fue decisivo para ganar el referéndum años después de muerto cual Cid Campeador montado sobre el caballo.
De este modo, en discursos parlamentarios y en campañas electorales a menuda escuchamos los siguientes eslóganes: “plataforma de paz”, “neutralidad” o “internacionalismo”. Estas palabras han arraigado en el discurso, pero rara vez se han traducido en propuestas concretas y acciones tangibles. Es nuestra convicción de que no son más que tropos ideológicos que actúan como una forma de sublimación de la imaginación política, permitiendo a los izquierdistas sentirse cómodos en su percepción de sí mismos como algo que no son: los victoriosos antibelicistas de los años 80. Este punto ciego, esta desconexión entre la narrativa histórica y la realidad contemporánea, es una barrera que obstaculiza el camino hacia un reensamblaje eurafricano desde una perspectiva emancipadora. Es hora de romper con la autocomplacencia de la nostalgia y enfrentar los dilemas de seguridad del presente con determinación. Por ejemplo, ¿qué le dice a Canarias la autonomía estratégica europea? ¿Qué disposición concreta en dicho sistema sería deseable que ocupásemos en la misma? Y es que en el baúl de los recuerdos encontraremos, seguramente, algunas viejas glorias. Pero, como los trofeos, su utilidad política alcanza nada más que para decorar una vitrina, y no sirven para salir a jugar el partido. Solo entonces podremos deshacernos del velo que nos impide ver claramente nuestro lugar en el mundo y comenzar a tejer, hilo a hilo, un nuevo escenario de seguridad para Canarias.
Conclusión: hacia el reensamblaje
El ensamblaje eurafricano, tal como lo hemos abordado en este artículo, revela las interconexiones y dependencias que configuran nuestra realidad. Entender este ensamblaje implica desvelar el manto que lo recubre, ese manto que nos ha cegado ante las fuerzas que moldean nuestro presente. Reconocemos que estamos mal situados en el ensamblaje. El ensamblaje ya existe, pero tiene un punto ciego; los canarios tenemos una venda que nos impide verlo claramente. Nuestra posición en el ensamblaje está determinada por cómo lo miramos, y es imprescindible cambiar nuestra perspectiva para recolocarnos estratégicamente. La resolución de esta contradicción es lo que planteamos como el reensamblaje. Este es un proceso que concebimos metafóricamente mediante la electrificación de toda la red, un ejercicio político radical que pueda iluminar los caminos estratégicamente favorables hacia eventos de emancipación.
Desde la honestidad y la autocrítica, reconocemos que estas líneas no son más que un borrador de trabajo, un esbozo preliminar de ideas que, creemos firmemente, deben traducirse en acción colectiva. Este ensayo se concibe como una tarea política, una labor teórica militante al servicio del debate y la crítica situada para con los objetivos de emancipación de Canarias. No hemos profundizado en cómo proceder a la ruptura del ensamblaje o cómo disponernos estratégicamente para superar el punto ciego. Este abordaje preliminar se ha centrado más en la composición y las relaciones entre los elementos heterogéneos que forman la entidad funcional del ensamblaje eurafricano. A nuestro juicio, una tarea crucial de praxis teórica sería, necesariamente, mapear y cartografiar las jerarquías y centros de poder que informan estas relaciones.
El reensamblaje eurafricano no es un ejercicio abstracto, un exceso intelectualista o un artificio academicista. Es una tarea militante que nos invita a desafiar los mitos que nos han contenido y a establecer un marco de acción concreto y estratégico. En última instancia, este artículo se ofrece como una herramienta para el debate, un instrumento para el ensayo y el error. En suma, es toda una declaración de intenciones: invitamos a todas aquellas comprometidas con la emancipación de Canarias a cuestionar, criticar y, sobre todo, a actuar. La tarea de reensamblar nuestro mundo es ardua, pero es también la más noble y urgente de nuestras responsabilidades. Solo así, transformando nuestra visión y acción colectiva, podremos alumbrar los caminos estratégicos que nos permitan dar la pelea.
Gracias por leernos.