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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Crónica

Una temporada con el sochantre

Las mañanas del otoño madrileño se reflejan con viveza en el patio del congreso de los diputados. No hace frío. Poco antes de las doce del mediodía del martes, llegó el candidato Nuñez Feijóo seguido por muchos de los suyos, como un torero con su cuadrilla. En la acera de enfrente, jóvenes y no tanto, le jalearon y aplaudieron enarbolando banderas de España. Ocurrió lo mismo por la noche. Así empezó la mañana. Un discurso plomizo, del cual se llevó la cuarta parte el fantasma de la amnistía y cuatro huevos duros de antisanchismo. En la sala de prensa se consumió mucho café, más el martes que hoy miércoles, la tentación de la cabezada. Pocas propuestas y mucho capote al presidente en funciones para que entrara al trapo por la tarde, demasiado obvio. Y todo, por supuesto, desde el púlpito de la exageración: Feijóo se ha inventado un nuevo tropo, la catastrofización de todos los datos en especial los mejores. Por eso habló de una economía española en las puertas de la recesión y de una educación a punto de convertir en analfabetos a infantes y adultos.

De las propuestas, poca cosa, los conocidos seis pactos de Estado muy difusos y algún que otro recorte de impuestos sobre los que el PP suele hacer mutis cuando llega al poder. En los pasillos, aparte del aburrimiento, nadie entendía ni entiende la estrategia del candidato popular. Pero la tarde del martes repercutió en cataclismo cuando apareció Óscar Puente como portavoz del PSOE. El rostro normalmente impenetrable de Feijóo se transmutó en cántaro que se rompe camino de la fuente. Una presunta asesora áulica del popular me contó que por la mañana, antes de salir de casa, se pertrechó con un ejemplar gastado de “Merlín e familia e outras historias” de Álvaro Cunqueiro y eso le salvó de la atonía personal. Superó la bofetada del Sánchez ausente –quizás una descortesía parlamentaria a la vez que una hábil estrategia de descomprensión- y se armó de ironía galaica para despreciar con educación al no alcalde de Valladolid y serpentear con mucha habilidad a los portavoces de ERC y Junts, quizás su mejor momento de las dos jornadas de debate de investidura. Esa fue otra añagaza: nadie lo ha querido llamar así, que si pareció una moción de censura o un debate del estado de la Nación. ¿Qué esperaban? Feijóo jugó sus cartas con las habilidades del escritor de Mondoñedo. Todo estaba perdido desde el inicio y lo único que se podía ganar era enfatizar el liderazgo, y lo consiguió con creces. Era muy incómodo responder a Bildu, pero lo hizo desde su ideología, con guiños hacia sus bases y hacia otras más extremas, pero sin perder la compostura de un demócrata algo aburrido. Más difícil era dirigirse al PNV sin abrir nuevas heridas, pero las abrió. Por eso Aitor Esteban le espetó lo de las amistades que había hecho esta mañana. La tarde anterior, con Sumar, no pudo eludir la antipatía omnisciente que le sale como sarpullido cuando se dirige a ellos y, en especial, a Ella, la Concepción Arenal in pectore también ausente. Demasiado paisanos para ser inmunes a los contagios madrileños del centralismo.

El grupo mixto fue otra cosa. En esta legislatura recién nacida, es un remanso de paz. Solo dos diputados y una diputada, a razón de diez minutos cada uno. Eso le sirvió a la representante de Coalición Canaria (CC) para colocar con acierto sus mensajes y razones de apoyo a Feijóo después de haber firmado el acuerdo –escrito y público- sobre la agenda canaria. Cristina Valido, la diputada de CC, ofreció su apoyo a la investidura con un claro aviso a navegantes: que cumplan con la agenda con sus 137 diputados, estén donde estén, en la oposición o en el gobierno.

La votación a última hora de la mañana de hoy dio de sí lo que se esperaba. Y lo que se espera para el viernes. Ya veremos. Por lo que pudiera ocurrir, mi presunta asesora áulica popular de confianza, se fue corriendo a la librería “Alberti” a buscar un ejemplar de “As crónicas de sochantre”. Cunqueiro siempre disfruta de nostálgicos.