A la caza del sueño americano, en Canadá
“Han pasado tantos días que soy incapaz de contarlos. Tanto tiempo, que en lugar de diluir los recuerdos, a cada minuto que pasa, aquellos momentos están más presentes. Recuerdo perfectamente cada detalle de ese martes; no era un martes cualquiera, sería el más largo de mi vida, porque ese día, mi existencia cambió para siempre.
Nunca había tardado tanto en hacer una maleta, mezcla del miedo, la precaución por no olvidar cualquier prenda que pudiera ser importante durante los primeros días, y la sensación de que aquel equipaje sería, de momento, la forma de seguir sintiéndome en casa.
La despedida fue el instante más duro. La mirada de mis padres reflejaba la pregunta que muchos en mi situación nos hacemos, ¿por qué tengo que irme?, pero no podía venirme abajo, la decisión estaba tomada y un futuro prometedor esperaba al otro lado del Atlántico. Después del último beso, en mi camino hacia el avión, cientos de imágenes se pasaron por mi mente, como si de una proyección se tratara. Era la película de mi vida.
Una vez en el avión, un último vistazo a través de la minúscula ventanilla me permitió hacer una radiografía de mi ciudad; casi sin pestañear para no perder un solo detalle de lo que aún me dejaban ver las nubes que atrapaban al avión en su ascenso. El cielo, pronto dejaría de ser azul, y desde él vería caer toneladas y toneladas de nieve durante muchos meses. Un cielo que compartimos aquí y allí, pero que es tan diferente en los dos lugares. Este cielo no hablaría mi idioma, no tendría el mismo olor y por supuesto, bajo él no estarían las personas más importantes de mi vida.
En un abrir y cerrar de ojos todo sería diferente, porque ahora estaría en un nuevo lugar. Mi nuevo destino, Canadá“.
Este relato está basado en miles de historias de personas que en algún momento decidieron cambiar el rumbo de sus vidas, dejando atrás sus raíces, en busca de un sueño que en algunas ocasiones pasa por el simple hecho de poder ejercer una profesión para la que se han preparado durante años. Algo que en muchos países está vetado para ellos, bien porque el mercado no absorbe tantos profesionales, o porque a pesar de encontrar un empleo, no están convenientemente remunerados. En otros casos, es el amor el que lleva a estas personas a dirigir sus pasos hacia un lugar que todos coinciden en catalogar como excepcional. El lugar perfecto para los inmigrantes en donde no cabe la discriminación por raza, discapacidad u orientación sexual.
Desembarco en Canadá
Elegir un nuevo destino no es tarea fácil. Cuando alguien decide embarcarse en una aventura de semejante calado, debe pensar en los pros y los contras de su elección; el idioma, la cultura o las posibilidades de desarrollarse como profesional, sin dejar de lado los trámites burocráticos que pueden eternizar el proceso.
A priori, Canadá es un buen destino para vivir, así lo atestigua la Organización de Naciones Unidas (ONU) que durante varios años consecutivos ha declarado el país como uno de los mejores lugares del mundo por su calidad de vida, su prosperidad económica, los niveles de educación y las expectativas de vida. Un destino ideal que en muchas ocasiones consigue cambiar la vida de los valientes que deciden afrontar el reto, pero que puede tornarse en una empresa demasiado complicada para algunas personas, llegando incluso a acabar con su ilusión de vivir el sueño canadiense.
“Lo primero que notamos al llegar fue una sensación de arrepentimiento y miedo, nos sentíamos perdidos, sin poder comunicarnos y sin entender nada de lo que estaba pasando a nuestro alrededor”, cuenta Yumei De Armas, una desarrolladora de software que un buen día decidió hacer sus maletas y marcharse a Canadá con su pareja. “Pensamos que sería buena idea irnos unos meses al extranjero y mejorar nuestro inglés, era el momento perfecto para hacer algo así y nos decantamos por Toronto, porque se ajustaba a nuestro presupuesto. En Internet había muchos comentarios que lo señalaban como un lugar en el que los inmigrantes tenían muchísimas facilidades para aprender el idioma, porque la gente era muy amable y te prestan especial atención para entenderte. Con la crisis ya en marcha y la posibilidad de pedir una Working Holiday Visa, que nos permitiría trabajar durante un año en Canadá, decidimos variar la intención inicial y alargar la estancia buscando algún trabajo sin mucha cualificación que nos ayudara a costear un apartamento y pagar las clases de inglés”. Sus planes cambiaron rápidamente. De Armas recibió dos semanas después de su llegada una oferta de trabajo con unas condiciones que “nunca habría conseguido en España”.
Precisamente las condiciones de trabajo de Elizabeth Cabrera hicieron que se decantara por abandonar su puesto fijo como enfermera para seguir a su pareja hasta Canadá. “Al principio trabajé cuidando a personas mayores”, explica Cabrera, “pero en la actualidad estoy desempleada y a la espera de conseguir mi permiso de trabajo. Al tratarse de una carrera registrada el camino para comenzar es más largo y duro”.
La situación de esta enfermera es muy habitual en profesiones como la suya, donde los controles son más exhaustivos con el fin de certificar los conocimientos de los profesionales. “Cuando tienes unos estudios regulados, si quieres desempeñar tu profesión como médico, abogado o psicólogo, tienes que pasar por multitud de exámenes y certificaciones para poder trabajar, lo cual requiere de dinero y tiempo, que en ocasiones pueden ser años”, advirtió De Armas, “sin embargo, si consigues pasar estos obstáculos o tu profesión no es regulada y obtienes un visado que te permita trabajar, las posibilidades son inmensas; las condiciones laborales, salarios y trato profesional es inmejorable y puedes desarrollarte rápidamente”.
Yonay Benítez vio en Canadá la posibilidad de trabajar en la profesión a la que siempre había querido dedicarse y que en Canarias no podía desempeñar a un alto nivel. Tras pasar por varios trabajos como maquinista de fábrica, repartidor en un supermercado e incluso alistarse en el ejército, Canadá ha supuesto un cambio radical ya que ha conseguido desarrollarse como diseñador gráfico, editor de vídeos y post produciendo videojuegos; una industria que cada vez requiere de más profesionales. “Cuando llegué la primera impresión fue de soledad, ya que vine en pleno invierno. En la calle podíamos estar a -30º C y a las cinco de la tarde ya era de noche”, explica Benítez, “tocaba empezar de cero, hacer nuevos amigos, buscar una zona donde vivir, aprender cómo funciona todo y arreglar todo tipo de papeles: seguridad social, banco, móviles, registros en el consulado. Al llegar, todo era muy frío en todos los sentidos”.
A pesar de esa primera impresión, Benítez contaba con cierta ventaja, a su llegada a Toronto tenía familia que lo esperaba y que le había hecho una radiografía de lo que se encontraría en el país. Aun así, antes de trasladarse definitivamente, él decidió probar unos meses antes para saber por propia experiencia cómo era la vida en un país tan diferente. “Al llegar a España no dudé en tomar la decisión de volver a Canadá durante una larga temporada y tengo claro que durante este tiempo debo tener mucha paciencia. De momento estoy cumpliendo mis objetivos y seguiré aquí mientras siga avanzando, cuando no lo haga más me plantearé el siguiente paso”.
Una lucha que empieza desde el país de origen
La sociedad de Canadá está muy acostumbrada a vivir rodeada de personas de diferentes nacionalidades, de hecho, entre el 1 de julio de 2014 y el mismo mes de 2015, la inmigración representó el 60,8% del crecimiento poblacional del país, según un informe publicado recientemente por la oficina de estadísticas canadiense. Algo que ha experimentado Blake Howe, un canadiense que no solo ha tenido compañeros de otros países, sino que muchos de los clientes del banco en el que trabajaba también lo eran. “Allí me acostumbré a hablar con personas con distintos acentos y poco después comencé a enseñar a estudiantes de otros países que querían quedarse en Canadá. En ese momento me di cuenta de lo difícil que puede llegar a ser para ellos”, y añade Howe, “las personas que vienen de fuera tienen que hacer un trabajo muy duro aprendiendo inglés, ya que lamentablemente, los canadienses que no han sido inmigrantes, no son pacientes con las personas que no hablan inglés”.
La experiencia canadiense es un plus al que no todos tienen acceso, al menos no desde el principio. Lo más recomendable es empezar desde abajo y tratar de ascender. Una escalada que puede ser muy dura pero con muchas más recompensas de las que se pueden obtener en un país como España. “A lo largo de mi vida he visto a muchos inmigrantes que han logrado el éxito en Canadá, y lo consiguen porque se han preparado y entienden que el proceso es largo y difícil. Sin embargo, otros muchos se han dado por vencidos y han vuelto a casa, porque esperaban un cambio inmediato en su vida que no ha llegado”, explicó Howe.
El traslado de Fabiola y Fabiana Vera a Canadá empezó cuatro años antes de que cogieran el vuelo definitivo hasta el continente americano. Se decantaron por este destino después de disfrutar de una beca que les concedió el Ministerio de Educación del Gobierno de España. Un punto de inflexión para estas hermanas tinerfeñas que desde ese momento solo pensaron en prepararse para la vuelta al país que les había cautivado. “Desde que volví de Canadá estuve mirando opciones para regresar. Fueron cuatro años en los que preparé a conciencia el viaje de vuelta, porque tenía claro mi objetivo”, recuerda Fabiana, “durante ese tiempo, conseguí trabajo en España en una conocida tienda de ropa y, por suerte, me llamaron para trabajar seis meses antes de venirme en una comercializadora energética en Tenerife, donde adquirí muchísima experiencia. Tuve que trabajar durante 13 horas al día en dos empresas al mismo tiempo para ahorrar y poder subsistir los primeros meses aquí. En ese momento pensaba que si tendría que hacer un gran sacrificio en Canadá, ¿por qué no hacerlo desde Tenerife?”.
El esfuerzo de las hermanas tuvo su recompensa tan solo tres meses después de llegar al país, donde ya desarrollan su profesión como arquitecto técnico con un máster en energías renovables, algo que no pudieron hacer en España. Desafortunadamente, según Fabiola, “el gobierno canadiense endurece cada año las vías para conseguir visados de trabajo y poder optar a la residencia permanente, por eso hay que luchar y trabajar día a día desde el minuto uno para conseguir hacerse un hueco en este gran y frío país”.
El Gobierno Federal de Canadá reconoce que el proceso de obtención de credenciales para trabajar en el país se alarga más de lo normal, por lo que realiza revisiones periódicas para incluir nuevas profesiones entre las más demandadas. En la actualidad existen más de 40 profesiones con licencia y otros 55 oficios calificados que buscan cubrir las necesidades de la economía canadiense. Las profesiones más demandadas en el país norteamericano van desde psicólogos, abogados o matronas, hasta electricistas, carpinteros y operadores de maquinaria pesada, pasando por audiólogos o geocientíficos. Un amplio abanico de posibilidades para un país en el que es fácil ver la amplia demanda de puestos de trabajo.
“Dependiendo del sector y de la provincia de Canadá, será más difícil o menos encontrar un trabajo. Lo importante es crearte tu red de networking y darte a conocer para que además de ser tú quien se pone en contacto con las empresas, ellas te busquen a ti también. Parece fácil pero no lo es, yo lo calificaría como un trabajo previo, de mucho esfuerzo y perseverancia antes de conseguir un trabajo dentro de tu profesión. Es un trabajo a contrarreloj donde nunca te puedes dar por vencido”, concluyó Fabiana Vera.
Canadá como símbolo de libertad y multiculturalidad
El matrimonio homosexual está permitido en Canadá desde hace 10 años, y aunque ya era legal en algunas regiones, no fue hasta junio de 2015 cuando el Parlamento lo aprobó para todo el país. Esta medida cambió por completo la vida de todas aquellas personas que ya disfrutaban de la mentalidad abierta de los canadienses, pero que hasta el momento no habían podido regularizar una situación que para ellos era completamente normal. “En Canadá mi vida dio un cambio de 180 grados, por primera vez en mi vida pude ser yo y vivir mi vida en libertad. Me puedo casar en la iglesia, puedo ser abierta en el trabajo y mis hijos no serán ridiculizados en la escuela”, explica Sonja Mitrovic.
Esta serbia llegó a Canadá con tan solo 21 años. Ya han pasado 14 años desde que Mitrovic buscó un lugar en el que poder vivir con libertad su orientación sexual, algo que en su país estaba mal visto. Gracias a su impecable expediente académico accedió a una beca que le llevó hasta la Universidad de York, en Toronto. Apenas había oído hablar de Canadá y lo primero que encontró al llegar fue, según cuenta a Canarias Ahora, una ciudad que le hacía sentir muy pequeña. “Era un lugar enorme, con carreteras con 15 carriles y sin aceras, era muy raro ver gente caminando por la calle porque todos utilizaban el coche para dirigirse a cualquier lugar”.
En solo tres meses, esa sensación de inmensidad de una ciudad como Toronto se transformó y Sonja Mitrovic conoció la parte más amable de la ciudad, la que esconde calles estrechas, carriles bici, pequeñas pastelerías, cafés y restaurantes. “Toronto es como tener el mundo entero en una sola ciudad. Tiene pequeñas áreas donde encuentras diferentes nacionalidades y es imposible aburrirse”, cuenta Mitrovic, “la sensación más bonita es cuando vas paseando por la calle y escuchas al menos 15 idiomas diferentes en menos de cinco minutos. Todos venimos de diferentes culturas pero para nosotros este es nuestro hogar”.
Un hogar que también encontró Rachel Pedercini en Canadá, quien desde muy joven decidió que abandonaría su Brasil natal sin saber muy bien a dónde iría o qué haría. Su orientación sexual, al igual que le sucedió a Mitrovic, condicionó su destino, ya que no quería vivir en un lugar en el que no pudiese hacer una vida normal con su pareja. Y aunque en un primer momento encontraron en una pequeña localidad de Canadá el lugar ideal donde establecerse, terminaron mudándose a una ciudad más grande, donde su forma de vida encajaba mejor, porque “aunque los canadienses no tienen problema en aceptar a personas de otros países, pero tal vez, en algunas comunidades, pueden tener problemas en aceptar a personas que no siguen las reglas normales de la comunidad”, advirtió Pedercini.
Precisamente en las localidades más pequeñas, donde es menos habitual ver inmigrantes, resulta más compleja una integración total. En lugares como Toronto o Vancouver, conviven un sinfín de nacionalidades, lo que permite a los inmigrantes mezclarse con más facilidad y sentirse más aceptados. Muchos de ellos prueban como estudiantes y una vez experimentan como es su vida en el país quedarse para siempre. Así lo hizo Doris, que decidió dejar Hong-Kong para continuar con sus estudios fuera de su China natal. En un primer momento barajó la opción de irse a alguna universidad estadounidense pero finalmente se decantó por Canadá donde aún continua 26 años después, actualmente ejerciendo como profesora adjunta en la universidad, “es difícil adivinar qué habría pasado con mi vida si me hubiese quedado en Hong-Kong, salir de mi país amplió mis opciones y mi perspectiva de las cosas” y agregó Doris, “a medida que voy cumpliendo años valoro la libertad política y personal que hay en Canadá, valoro mucho el carácter multicultural del país, especialmente en Toronto”.
El simple hecho de trabajar en una empresa con compañeros de hasta 80 nacionalidades diferentes y tan solo 10 canadienses es algo muy habitual, “Sri Lanka, India, China, Pakistán, Malasia, Irán, Irlanda, Rumanía, Ucrania, Rusia, Barbados, Filipinas, Portugal…nadie juzga a nadie, todos se respetan, comparten sus puntos de vista y aprenden unos de otros”, y añadió De Armas, “creo que en los cinco años que he vivido aquí solo he conocido unas cinco personas cuyos abuelos eran canadienses”. Tanto es así, que algo tan cotidiano como subirse en un vagón del metro, se convierte en toda una experiencia, cuando al mirar alrededor con solo un vistazo se pueden descubrir 20 culturas distintas.
La apertura al exterior de Canadá en ocasiones contrasta con la personalidad más introvertida de los nacidos en el país, al menos para los españoles, siempre dados a las relaciones personales. “Los canadienses son buenos anfitriones pero les gusta marcar muchos horarios y calendarios. Nunca llegan tarde a un evento y si te invitan a una reunión a su casa siempre hay una hora de llegada y una hora a la cual se debe salir”, cuenta Fabiola Vera, una opinión que comparte Ronald Sanguino, un venezolano que en poco más de dos años en el país ha quedado fascinado por la forma de ser de los canadienses, “son muy acogedores, tratan de hablar español y conocer mi cultura, y aunque puedes encontrar algunas excepciones, no es lo más habitual. Canadá es un país en el que me siento seguro porque sé que nadie va a tratar de robarme, matarme o secuestrarme, tal y como sucede hoy en día en Venezuela. Este es un país libre, en el que puedes ser lo que quieras sin molestar a nadie”.
Los canadienses son personas independientes y no prestan demasiada atención a la persona que va a su lado, sin embargo si perciben que alguien necesita una indicación, lo ayudan sin pensarlo demasiado. “Si los comparo con los españoles o los canarios son más fríos, a nosotros nos gusta un abrazo o un beso, ellos sin embargo, te dan la mano en un primer momento a la hora de saludarte. A pesar de esa frialdad inicial, son personas muy amables y habladoras que tienen un buen sentido del humor”, explicó Elizabeth Cabrera, “de hecho, aquí todos hablan con todos y es algo que siempre me llamó mucho la atención porque crecí con el no hables con desconocidos y al cumplir años te das cuenta que no tiene nada de malo hacerlo”. Pero cuando los conoces todo cambia y aunque puede que no muestren abiertamente lo acogedores que pueden llegar a ser, “se preocupan porque estés bien, por si necesitas asistencia médica y están ahí cuando les pides ayuda”, señaló Rachel Pedercini.
El duro invierno, el principal inconveniente
Las cuatro estaciones del año están bien diferenciadas en Canadá, pero en el país norteamericano el invierno es más duro y largo que en otros lugares. De hecho, en algunas regiones se registran nevadas desde octubre hasta el mes de abril. Fabiola Vera ha llegado a vivir a -40 grados el pasado invierno, uno de los más duros de los últimos tiempos, “en esos momentos te das cuenta que el frío puede doler y mucho, sin duda, cambia tu día a día y tu forma de vestir ya que tienes que prepararte por lo menos 15 minutos antes de salir, para ponerte todas las capas de ropa necesarias que te permitan soportar tan bajas temperaturas. En los días de mucho frío no se puede estar en la calle y si te mueves en transporte público o tienes que caminar para llegar a tu trabajo, las cosas se complican aún más”.
En Toronto existe una red subterránea de 30 km, The Path, que une distintos edificios y centros comerciales sin necesidad de salir fuera, y además cada mañana las máquinas quitanieves se afanan en limpiar las calles para que se pueda circular con normalidad. “Intentamos buscar otras actividades durante este período, así no nos estresamos por pasar tanto tiempo en casa: vamos a algún festival de invierno con esculturas de hielo y demostraciones de trineos tirados por perros, patinamos sobre hielo o nos vamos a algún hotel con spa”, cuenta De Armas. Sin embargo, Cabrera vive la cuestión meteorológica con cierta sorna cuando explica que “levantarse por la mañana, equiparse de arriba abajo y cruzar montañas de nieve desde las siete de la mañana no es uno de los mejores despertares que he tenido; pero el resto del año, ver todas las estaciones, los diferentes colores que puedes observar de la naturaleza y poder coger el coche e ir a cualquier sitio sin necesidad de coger un avión es maravilloso. Eso sí, si tuviera que volver a elegir un destino, no sería Canadá”.
Porque Cabrera es como muchos canadienses que aseguran que jamás se acostumbrarán al frío. “Quejarse del clima es un ritual para los canadienses, es cierto que el frío es demasiado algunas veces, pero te acostumbras a él”, cuenta Doris, algo con lo que no está de acuerdo Sanaa, que después de 15 años en Canadá procedente de Marruecos, no ha conseguido acostumbrarse y asegura que lejos de todo lo que se puede catalogar como complejo en el país, como mantener los permisos de trabajos, en su caso, lo más complicado es soportar la dureza del invierno.
Pero no todo es negativo durante el invierno y algunos prefieren poner al mal tiempo buena cara, como Sanguino que a pesar de ser venezolano es capaz de encontrar algo positivo a unas temperaturas tan extremas, “podemos practicar con los patines en el hielo, hacer esquí o snowboard y la navidad con nieve es más parecida a la que vemos en las películas. Sin duda a veces falta la luz solar y sientes que te falta algo pero tomar vitamina D ayuda y mucho”. Una opinión que comparte con Benítez, que asegura preferir la nieve a la lluvia y aunque “hay que introducir algunas tareas en tu vida cotidiana que son incómodas como quitar la nieve, echar sal o ponerte y quitarte capas de abrigo; disfruto del invierno porque puedo disfrutar del hockey, las calles están vacías y el ambiente es mucho más relajado”.
Con frío o sin él, la cuestión en la que más de acuerdo han estado Sanguino, las hermanas Vera, De Armas, Benítez y prácticamente todos los que han contado su experiencia canadiense, es que el país les ha cambiado la vida y que lo volverían a elegir con los ojos cerrados, porque es un lugar lleno de oportunidades y aunque la vida es cara, se compensa con la alta calidad de vida, la educación y la sanidad.
Un país en el que no pueden disfrutar de su familia y amigos o de un buen plato de la comida típica de su país, pero que les compensa porque se sienten valorados por lo que hacen, sea cual sea su profesión o sus habilidades.