Dicen los guías que es imposible ver Angkor en un día y ni siquiera en una semana. Pero seguramente las riadas de turistas que de forma constante desembarcan en la ciudad de Siem Riep, en Camboya, se conforman con un recorrido menos intenso. Lo que no impedirá que, como mínimo, se muestren sorprendidos ante la belleza y misterio de las esculturas sonrientes.
Las caras de estos dioses milenarios desarman en todos los sentidos. Cada uno de ellos parece mirar hacia su interior. Y allí deben haber encontrado algún pensamiento, recuerdo o un simple estado mental especialmente agradable que les ha provocado una serena alegría. Pese a tener los ojos cerrados es inevitable la sensación de que estamos siendo observados por unas criaturas amables pero que en cualquier momento podrían convertirse en despiadadas.
Los rincones de este enorme recorrido evocan tiempos de grandes civilizaciones y culturas ancestrales. De personas muy diferentes a las actuales. Quien más o quien menos tiene una imagen de este paraje y de las esculturas rodeadas de enormes raíces. Aunque seguramente no todos sabían donde se localizaban y la historia que guardan.
Dicen que cuando se iniciaron las labores de restauración, los conservadores de Unesco acordaron mantener las esculturas rodeadas de las raíces y no eliminarlas, tal era la simbiosis conseguida entre ambos. Por lo tanto, a partir de ese momento los esfuerzos se centraron en mantener este casi milagroso equilibrio de piedra y plantas. Por ahora lo han conseguido.
Recorrer la totalidad de las ruinas es tarea propia de un estudioso, no de un simple turista. Pero si no dedicamos, al menos, dos jornadas casi completas a hundirnos en este milenario mundo, nuestra visión de la ciudad será bastante parcial. Las ruinas se recorren en jeep, rickshaw, moto o bicicleta. De hecho, si se está en buenas condiciones físicas este último medio de transporte es el mejor. Permitirá observar con detenimiento los lugares por los que pasamos.
Hay guías que estarán encantados de ser contratados por días enteros a precios razonables. Ellos sabrán muy bien a dónde llevarles y qué explicarles.
A lo largo del recorrido se encuentran cientos de puestos en los que comer. Al llegar los niños nos intentarán vender cualquier tipo de objeto que no sirve para nada. Cómo hacer frente a la pobreza de estos países es una de esas cuestiones que no aparece explicada en las guías y que cada uno debe resolver como bien pueda. Un comienzo perfecto del recorrido es observar el amanecer en las escalinatas del templo Angkor Wat. Una experiencia que marca.
A continuación encontraremos templos y palacios en mejor o peor estado de conservación, puentes o arcos. Todo ello con la naturaleza desbordante como perfecto entorno. Una selva que parece estar siempre dispuesta a volver a engullir a esta ciudad, como ya hizo antes. Pero más allá de Angkor Wat sigue estando Angkor, una superficie de 250 kilómetros cuadrados en los que hasta ahora se han censado un millar de monumentos. Y los descubrimientos aún continúan.
Los principales grupos de templos son Angkor Thom, Ta Prom y Angkor Wat. Este último es el más representativo y está dedicado al dios hindú Vishnu. La construcción se alargó durante treinta años y se calcula que fue necesario emplear la misma cantidad de piedra que para edificar la pirámide egipcia de Keops. En las paredes se puede observar un kilométrico bajorrelieve, el mayor del mundo, en el que se relatan las historias de la mitología hindú.
A partir de aquí el viajero o el turista podrá conocer un número tan considerable de monumentos que en su elección para ser visitados tendrá más que ver el tiempo del que dispongan y el interés que demuestren. Los occidentales hemos perdido el sentido religioso de los monumentos, especialmente cuando se trata de otras religiones. Por ello, muchas veces se puede ofender a quienes permanecen en un lugar sagrado que para nosotros sólo es un punto más en el que sacar fotografías.
En el caso de Angkor, varios templos y lugares concretos de monumentos son utilizados por los budistas para practicar sus oraciones. No se trata de un montaje hecho para el turista. En este punto de Camboya ha ocurrido algo parecido a lo que tuvo lugar en Egipto cuando fue invadido por los árabes. Los antiguos monumentos se tuvieron que adaptar a la nueva religión. En el caso de Angkor los templos pasaron de estar dedicados a las deidades hindús, a estar relacionados con el budismo.
Algunos se preguntarán como es posible que estemos hablando de un entorno tan increíble y sin embargo Angkor no esté entre las maravillas del mundo. Es cierto, pero al menos queda el consuelo de haber quedado finalistas.
A Angkor se llega a través de la ciudad de Siem Reap donde podrán encontrar una amplia oferta de establecimientos y menús especialmente dirigidos a los mochileros. Por la noche la vida se concentra en el mercado. Aquí es posible comprobar, una vez más, el concepto amplio, abierto y divertido -para algunos tan sólo ruidoso- que los orientales tienen de la vida en sociedad. De como desbordar las calles con sonidos y risas. En Camboya también son tradicionales los masajes de pies que en este caso resultan increíblemente baratos. La competencia entre ellos es brutal consecuencia de lo cual el acoso al turista llega a ser por momentos insoportable.
Primero, la leyenda
omo ocurrió con Petra, los viajeros relataban historias de remotas ciudades llenas de esplendor en el misterioso oriente. Por ejemplo, Marcelo de Ribadeneyra, un franciscano español, en el siglo XVII contaba historias sobre una ciudad esplendorosa pero ya en ruinas. Aunque este religioso hablaba por referencias ajenas, hubo otros misioneros que sí se internaron en la ciudad y pudieron contemplar “un templo de cinco torres llamado Angor”.
Lo cierto es que estas primeras expediciones recalaron en Camboya, justo cuando los edificios religiosos y civiles habían sido abandonados. La opinión que tenían los occidentales de los camboyanos era tan negativa que descartaron que fuese obra suya y atribuyeron tanto esplendor al paso de Alejandro Magno por estas tierras. Estaban equivocados. La ciudad de Angkor, desde su inicio en el siglo XI, fue obra de los jemeres. Una saga de emperadores legendarios que mantendría el poder a lo largo de otros cuatro siglos más.
Sin embargo, la sorpresa que causó estas edificaciones entre los europeos resultó más que nada anecdótica y no sería hasta el siglo XIX cuando se comenzó a tomar conciencia de la enorme importancia del lugar. Especialmente curiosos y sensibles fueron los franceses, algunos de los cuales estaban tan maravillados por la belleza de Angkor Wat que la comparaban con el templo de Salomón y ponían por encima de los edificios griegos o romanos. Tiempo de aventuras y pioneros, estas alabanzas no cayeron en saco roto y fueron varias las expediciones que llegaron hasta la ciudad. De vuelta a Europa, traían dibujos, esculturas o relieves obtenidos en Camboya, en una especie de tolerado saqueo oficial. Con el tiempo el interés por este país y su cultura se fue afianzando en Europa.