El gran 'marrón' de las televisiones autonómicas
Este país nuestro, llamado España de momento, está pleno de marrones, no fruto del otoño recién fenecido sino de marrones por resolver, si facemos el habla que fabla el común de la calle. La gestión política llevada a cabo desde la Transición hasta ahora ha generado tantos problemas, disparates y despropósitos que en estos instantes es entelequia hasta conseguir un Gobierno que nos salve de la colisión con el marisco, tras saber todos de hecho desde hace ya mucho tiempo que, trátese del partido que se trate, las legislaturas han sido presididas por el sálvese el que pueda y toma el dinero y corre. ¡Váyase señor González!, ¡Váyase señor Rajoy! Y que venga Dios y lo vea … Como al único que se adivina por el horizonte es a Allah, no parece que el Todopoderoso que aconseja a Rouco Varela en su fastuoso ático de Madrid vaya a acercarnos el árnica necesaria para tantas heridas, contusiones y descalabros. Mal lo tenemos.
Hay temas que son autotabúes y, por ello, pese a que algunos todavía conjugan en plan simplón aquello del cuarto poder, lo cierto es que de la prensa se habla muy poco, siendo un elemento fundamental de la convivencia y de la formación de opinión en masas generalmente conducidas cual borrego en trashumancia en los temas esenciales para su vida. ¡Se sienten, coño! ¡A pastar! Cómo va un informador a destacar aspectos negativos del mundo que vive si el hacerlo le llevaría al no vivir. Por mobbing, ninguneo y consecuente inanición. Así, una de las áreas profesionales donde la explotación y el esclavismo han alcanzado cotas alarmantes es precisamente la del periodismo. Camina o revienta. La gestión canallesca de las televisiones autonómicas en general ha abocado al paro a muchísimos profesionales del periodismo mediante descarnados Eres. Me dan ganas de vomitar cuando escucho eso de “no puedes morder la mano de quien te da de comer”, esencia filosófica de la esclavitud y la cobarde resignación. El periodista – algunos, no – reducido a corre, ve y dile, ha sucumbido frente al famoso o el sarasa mediático, por aquello de las audiencias y la indigencia mental de una ciudadanía que aún no se ha enterado de que los medios públicos se pagan con su dinero. Y, de este modo, cuando se manipulan hasta las encuestas, llegamos a dónde queríamos llegar: las Televisiones Autonómicas, entes que deben cambiar radicalmente si es que al final se consigue, tras el 20-D, que en Hispania cambie algo. Mientras esperamos a ver si por fin Susana apuñala a Pedrito, para darle un beso con lengua a Rajoy (o a Soraya) y mantener el hediondo régimen del 78 sin meneallo, con gran alegría de la UE, no viene mal analizar la cuestión, aprovechando que hay en marcha un potaje de habas en la nuestra (echen un ojo de vez en cuando al Top Secret de este periódico), y en las de ellos (resto del país) no ha parado de haber corrupción, tergiversación, oscurantismo, tráfico de influencias, prevaricación, despilfarro y mamoneos a mansalva. En todas – ahí duele - la audiencia y la calidad han caído y siguen cayendo, mientras la sociedad civil afloja la pasta y las autonomías se endeudan hasta la alucinación y el delirio. Existe una relación directa entre las televisiones que más audiencia han perdido y la actitud de sus gobiernos ante las mismas. En aquellas comunidades donde los ejecutivos (todos del Partido Popular) han manifestado su falta de interés por una televisión pública autonómica y su voluntad de cambiar la gestión, la audiencia ha sufrido un descalabro mayor que en el resto.
La movida comenzó, junto a los 100 años de honradez, en 1982, con el nacimiento de la Televisión Autonómica Vasca. Y luego fueron apareciendo todas las demás blandiendo una preciosa declaración de intenciones que recojo de un estudio de la Universidad de Sevilla realizado por Agustín Olmo López y José Antonio Navarro Moreno: “En el Protocolo sobre el Sistema de Radiodifusión Pública de Ámsterdam, suscrito por los miembros de la Unión Europea en 1997, se afirma que ”el sistema de radiodifusión pública está directamente relacionado con las necesidades democráticas, sociales y culturales de cada sociedad, y con la necesidad de preservar el pluralismo de los medios de comunicación“. Se confirma en él, la importancia de los medios públicos. Un año más tarde, se publicó el Informe del Grupo de Alto Nivel de Política Audiovisual en el que concreta que la radiotelevisión pública ha de ser un medio fuerte, en competencia con las televisiones comerciales, y por tanto, con grandes audiencias. En el caso de las autonómicas, cabría añadir que deben satisfacer, además, las demandas de información de la realidad territorial más próxima, proteger y reforzar las lenguas locales, y contribuir a la protección de los derechos sociales, económicos y culturales de las minorías”. Las televisiones autonómicas estaban llamadas a “emitir contenidos que velen y difundan la realidad de cada comunidad; contribuir a la difusión de las diferentes lenguas del Estado; construir un universo referencial propio donde las instituciones de cada comunidad reciban el tratamiento adecuado y preferente que tienen dentro de cada territorio; ser ventana de referencia de los grandes y pequeños eventos protagonistas de nuestro entorno, y contribuir a la difusión de las industrias culturales que nos rodean”. Y, como el hombre propone, Dios dispone y los políticos hacen lo que les da la gana, las televisiones autonómicas pasaron de éticas, deontologías y morales y fueron al grano: servir de medios de propaganda a los barones que conforman y lideran la ciénaga clientelar de los partidos.
La cosa ardió por los cuatro costados: las TV de comunidades con lengua propia se dedicaron a marginar el idioma español y a fomentar el nacionalismo excluyente, y las otras, a inventar nacionalismos inexistentes a partir de la idiosincracia. Es el caso de Canarias, cuyos diputados nacionalistas caben en un Smart y todavía queda una plaza libre. Según datos de la consultora Accenture en un informe de 2012 para FORTA, basado en datos aportados por las diferentes televisiones, la cantidad de contenidos centrados en la propia región que emitían las televisiones autonómicas en 2010 representó sólo un 8% de su tiempo de programación. En cuanto a los contenidos de divulgación de la cultura de la región y tradiciones regionales, ese mismo año supusieron aproximadamente un 11% de su tiempo de emisión. Por su parte, Kantar Media adjudicaba a las autonómicas un 17% de contenido cultural frente a un 5,6% de la televisión privada. Otro gran fiasco. Piensen que se hablaba de que, al haber competencia, se elevaría la calidad de la programación, cuando ha ocurrido todo lo contrario. Ha bajado la calidad de las televisiones públicas para poder competir con la basura de unas privadas fuentes de vergüenza ajena y guiadas en general por la obscenidad de una programación chabacana para indigentes mentales.
Lo de la crisis es tan tópico que vuelvo una vez más a afirmar que no la hay, sino una situación estructural espantosa. Pero bueno, llegó la crisis y las televisiones autonómicas, que habían comenzado a bajar a partir del 2011, inician el descenso a los infiernos. Se habían convertido en cotos privados de los partidos y actuado de manera absolutamente opuesta a la intención con que habían sido creadas. Otra vez, la sociedad civil paga para adquirir guano, a excepción de algunos programas muy determinados. “El share de todas las autonómicas públicas cayó del 10,4 % en 2011 al 9,8 % en 2012, en 2013 fue del 8,7 % y 2014 lo cerraron con el 8,0 %, según los datos de Kantar Media, empresa que recoge para las autonómicas públicas 18 señales: cuatro en Cataluña, tres en País Vasco, dos en Galicia, Madrid y Asturias, y una en Andalucía, Castilla La Mancha, Baleares, Canarias y Aragón. Autonómicas privadas había 6, dos en Cataluña y Castilla León, y una en Galicia y Madrid. Extremadura cuenta con un canal, pero no aparece integrado en el organismo de las televisiones autonómicas). Mientras que por satélite sólo había tres, la andaluza, la gallega y la vasca”. (Texto recogido del estudio señalado anteriormente).
La ilusión de tener una televisión propia ha caído como la manzana de Newton. Con gravedad, también. Una gran parte de la sociedad piensa que son un gasto inútil y los especialistas señalan lo siguiente: “No hay servicio público cuando se da prioridad a los intereses coyunturales partidistas del grupo político en el Gobierno y éste se aprovecha del control y capacidad de influencia que tiene sobre el canal y sus profesionales […] no se atiende al objetivo de servicio público cuando se da prioridad absoluta al interés por conseguir audiencia en detrimento de otras obligaciones de programación […] se condena a un espacio a los peores lugares de programación sin tener en cuenta la audiencia a la que se destina […] se dota de escasos recursos a los programas identificados como de servicio público […] se utiliza este tipo de programa como forma de castigo a los profesionales […] se utilizan los conceptos de educativo o cultural como cajón de sastre en el que incluir espacios sin destinatarios definidos […] se elude dar acceso al medio a grupos sociales representativos”. (García Matilla). Diversos observadores insisten en que “estamos asistiendo a un empobrecimiento en la pluralidad” y Emilio Lledó, en el preámbulo del informe del grupo de expertos para la reforma de la Televisión encargado por el gobierno de Rodríguez Zapatero, advierte que la TV es “un bien social que, en cierto sentido, permite fomentar los indudables beneficios de la maquinaria que sustenta la sociedad de la información”. Esa sociedad está ahora muchísimo más cerca de la manipulación que de la recepción de un servicio honesto. Y pese a que en las televisiones autonómicas sólo los informativos logran audiencias elevadas (algún otro programa también en ocasiones), la clase política prefiere que la sociedad civil despilfarre y se endeude de manera brutal antes que perder una excelente vía de control de conciencias. Luhmann señala que las autonómicas y en general todas las televisiones “construyen la realidad a través de la simplificación, la simulación o la falsedad apoyadas en la agenda que disuelve la memoria”. Por su parte, López Cepeda ha destacado que no ve “posible hablar de medios absolutamente independientes de los poderes políticos, debido a la gran influencia que ejerce la TV en la opinión pública”. Baste advertir que en múltiples casos las escaletas pasan un control político antes de que se conformen los programas y que hay noticias que se dirigen, móvil mediante, desde los gabinetes de prensa de los partidos gobernantes. Otras, simple y llanamente, se prohíben. Alguien lo dijo ya: “Sin una cadena perfectamente engrasada, compuesta por redactores, jefes, editores y directivos afines y maleables, nada de esto sería posible”. ¿Cómo dice que dijo de la ética?