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Tenerife (VII) / Viaje a las entrañas de Teno

Masca, macizo antiguo, caserío lejano, barranco encajado y playa de arena negra. Ese topónimo evoca todas estas formas del paisaje y encierra algunos de los dibujos naturales más gratificantes y bellos del parque rural de Teno, que es uno de los dos espacios protegidos con esa catalogación que hay en Tenerife. El otro es el de Anaga, en el vértice norte-nordeste, también en un macizo antiguo.

La zona que conocemos como Masca es bastante más que la cuenca hidrográfica que da nombre al lugar. Es algo más que barranco, aunque, si algo es y por algo se puede recordar con grandeza, es por su tremenda cuenca, quizá por ser una de las que tiene lecho más estrecho y paredes más verticales de todas las que componen la red de barrancos de Tenerife, y también por ser la cuenca más encajada, la que más se ahonda y la que más cerca te deja del abismo, a veces del desconcierto, y siempre en las entrañas del mismo macizo de Teno.

El trayecto del caserío de Masca a la playa del mismo nombre se las trae, sobre todo para los novatos, para los senderistas atrevidos, sin experiencia y poco preparados. En condiciones normales, la caída desde la cabecera principal de la cuenca a su desembocadura, la playa de Masca, no lleva más de tres horas, tiempo que en algunos tramos se convierte en verdadero agobio e incluso en extrema ansiedad por el hecho de que el caminante, ya completamente introducido en el lecho del barranco y en su tramo medio, se halla cohibido y atrapado por paredes que llegan al cielo y por un fondo de barranco minado de cantos rodados, de estrecheces, de muros que aprietan.

El camino que hay que recorrer hasta llegar a la playa, donde el baño es posible y las aguas suelen estar tranquilas, no ofrece pérdida posible, aunque sí dureza y sensación de que nunca se va salir del lecho del barranco, principalmente cuando se está en su parte más angustiosa, incisiva y excavada, en el tramo medio.

La bajada tiene su miga, pero peor es la subida. Durante el trayecto, aparte de experimentar la belleza del lugar, excavado en una de las áreas de construcción más antigua de la isla de Tenerife, es posible disfrutar de taffonis (oquedades en las paredes), de depósitos de lecho y de auténticos muros verticales de barranco.

El agobio del contacto con el lecho en su tramo medio da paso, tras algo de desesperación, al tramo final, a la desembocadura, que es explosiva y que está configurada de manera que sólo deja ver el agua marina cuando casi se está a punto de tocarla. Éste es el regalo final, la playa, el baño y el descanso, que puede ser, si hay bajamar y la creación de la playa de arena ha sido posible, en superficie fina y negra, en plena naturaleza justo debajo de los acantilados marinos de la zona.

Las paredes verticales que salen del mar y se alzan hacia las nubes fuerzan que la visita se complete con travesía marina desde el embarcadero de la playa hasta el cercano núcleo de Los Gigantes o Punta de Teno, lo que permite disfrutar de la majestuosidad de los acantilados de Los Gigantes, quizá los más esplendorosos de Canarias con el permiso de algunos existentes en La Gomera y en el oeste de Gran Canaria.

Como un viaje al pasado

El caserío de Masca y sus valles colindantes, como es el caso de Los Carrizales, son una maravilla. Sobrios, escasos, tímidos y con muestras de arquitectura rural de medianías, no dejan indiferentes y llaman la atención por lo que significan de huella de la lucha por el sustento en situaciones límite y en espacios de gran dificultad, con pocas opciones de desarrollo económico. Y ello sin contar con el abandono consuetudinario de la zona y las dificultades de conexión con los núcleos de población matrices en el término municipal de Buenavista del Norte o en la comarca de Icod de los Vinos o el valle de Santiago del Teide. Masca es mucho más que su barranco y jamás ha dejado de ser Masca, una de sus grandes virtudes, que la hacen diferente, necesaria, atrevida y querida por todos los canarios y por los que la visitan desde el exterior.