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Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

A HIDDEN LIFE

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Franz Jägerstätter, un anónimo agricultor austriaco nacido en el pequeño y desconocido pueblo de St. Radegund -situado, éste, en el extremo noroeste de Austria, en el año 1907- fue una de esas pocas personas capaces de vivir y de comportarse según los dictados de su analítica e independiente mente. En realidad, su vida no hubiera tenido ninguna trascendencia de no ser por el desmedido y destructivo avance de la ideología nacionalsocialista alemana, la cual acabó con la capacidad de decidir de su país, Austria, luego de la invasión y de su posterior anexión (Anschluss) al Reich alemán en el año 1938 del pasado siglo XX. Entonces, lo que había sido Austria pasó a llamarse Ostmark.

La historia nos cuenta que el pacífico e insignificante agricultor fue una de las pocas voces críticas contra los “cantos de sirena” vertidos por el carismático e iluminado líder alemán Adolf Hitler, el cual gustaba de organizar multitudinarios encuentros, orquestados bajo su atenta mirada. En aquellos escenarios era donde las masas se dejaban arrastrar por la avasalladora oratoria de los miembros del partido nacionalsocialista alemán allí reunidos, entre los cánticos, el hondear de las banderas y el embriagador y torticero perfume de un mundo ideal que solamente se encontraba en las páginas de los libros dedicado a los mitos y las leyendas de la antigüedad.

Fani Jägerstätter (Valerie Pachner) y Franz Jägerstätter (August Diehl) en una imagen de la película A Hidden Life © 2020 Studio Babelsberg and Fox Searchlight Pictures

El propio Franz Jägerstätter le contó a su mujer Franziska “Fani” que, tras leer un artículo dedicado a las Juventudes Hitlerianas -para el campesino austriaco, una de las organizaciones nacionalsocialista que más corrompía espíritu de quien militaba en ella- tuvo un sueño en el que vio a un “un tren de ensueño” con un resplandeciente motor y con unos vagones que parecían especialmente atractivos para los niños y jóvenes que lo veían pasar. En medio de ese sueño, una voz le dijo “Ese tren, que parece que es imparable, va directo al infierno”. Una vez que despertó y luego de hablar con su mujer, éste entendió que aquel tren simbolizaba el brillante régimen nacionalsocialista alemán, con todos sus espectáculos, sus rimbombantes organizaciones y con unos ilusionados miembros montados, éstos, en ese mismo tren que más tarde los llevó hasta una muerte segura, tal y como así sucedió.

Sea como fuera, su coherencia y su espíritu inquebrantable -rodeado como estaba de una sociedad, unas instituciones y un escenario totalmente adverso y lleno de negros nubarrones en el horizonte- tenían perdida la partida de antemano. Ni siquiera los líderes de la iglesia católica a la que él pertenecía se habían opuesto a los designios del nuevo régimen y muchos de sus responsables no dudaban en utilizar los mismos argumentos que cualquiera de los mandatarios alemanes que ahora gobernaban el país. Solamente el amor de su esposa, tan inquebrantable como lo pudieran ser sus principios, le ayudó a soportar todo lo que estaba a punto de sucederle y de una forma que luego permaneció imperecedera en la mente de quienes le acompañaron. Y es que, todo aquello que representaba el régimen nacionalsocialista alemán empañaba la luz sobre la que se articulaba la vida de Franz Jägerstätter que, tras la euforia inicial, fue palideciendo hasta desaparecer en el horizonte. En contraposición solamente quedó la tormenta que ya nunca abandonó la vida de quien hubiera deseado vivir en otro momento de la historia para vivir y morir, plácida y tranquilamente, en el mismo lugar que lo vio nacer.

Franz Jägerstätter (August Diehl) en una imagen de la película A Hidden Life © Photo by Reiner Bajo © 2020 Studio Babelsberg and Fox Searchlight Pictures

Llegado el momento y cuando la guerra empezaba a mostrar su verdadero rostro -muy distinto de aquél con el que todos se identificaban, tras las primeras y prometedoras victorias con las que comenzó la contienda- Franz Jägerstätter entendió que, al ser llamado a filas -tras pasar por un servicio militar obligatorio, al que debió acudir tras la anexión- ni podía jurar lealtad al Führer Adolf Hitler, ni a su desmedido Tercer Reich. Él sabía que su actitud no ayudaría a cambiar nada y que, lo más normal, es que fuera considerado un síntoma de enajenación mental de un ser empeñado en ir en contra de lo que pensaba el resto. Dicho esto, la motivación que servía de base y sustento para su forma de comportarse se resumía en la siguiente frase: “Si los líderes que nos piden su lealtad son malvados, ¿qué debe hacer uno?

El drama de Franz Jägerstätter fue no poder hacer ver a sus contemporáneos la realidad del mundo tal cual éste era en realidad. No, como lo pintaban todos los que antes, entonces y ahora llevan siglos embaucando a las masas para, luego, obtener un beneficio a costa del sufrimiento ajeno. Sus silencios, tal y como pudieron comprobar todos los que le acompañaron a lo largo de su vida y, en especial, los seis meses en los que duró su encarcelamiento y hasta el mismo día de su ejecución, terminaron por ser más elocuentes y demoledores que cualquiera de las frases que pudo pronunciar en su vida.

Poco importó, llegado el momento, ni los abusos cometidos mientras se encontraba preso, ni las soflamas de los miembros del tribunal que lo juzgó y condenó a muerte el seis de julio del año 1943. Tampoco sirvieron de nada las reflexiones del abogado defensor asignado a su caso, ni las súplicas del sacerdote de St. Radegund, el Padre Fürthauer, para hacerle entrar en razón y firmar un simple papel que le hubiera salvado la vida. El sacerdote alemán que le acompañó en su ejecución, el Padre Albert Jochmann, también le preguntó la razón de su negativa a firmar aquel documento, el cual le hubiera permitido salir de prisión y reincorporarse al ejército. Estando en la celda de Franz Jägerstätter se lo señaló, y éste lo echó a un lado y dijo: “No puedo prestar juramento a favor de un gobierno que está librando una guerra injusta”.

Franz Jägerstätter (August Diehl) y el Juez Lueben (Bruno Ganz) en una imagen de la película A Hidden Life © 2020 Studio Babelsberg and Fox Searchlight Pictures

Aquél fue el último gesto de un ser absolutamente excepcional, que les demostró a sus contemporáneos que una persona puede vivir y puede morir según los dictados de su conciencia y no, según las ideologías, las motivaciones sociales, económicas, familiares e, incluso religiosas, teniendo en cuenta, eso sí, la profunda y sincera fe del agricultor austriaco. Una fe que hizo que el sacerdote alemán que le vio en sus últimos instantes llegara a declarar, años después: “Fui testigo de la manera tranquila y serena en la que Franz Jägerstätter caminó hacia el patíbulo. Por todo ello, puedo afirmar con certeza que ese hombre sencillo es el único santo que he conocido en mi vida”.

Mary Ann Evans, poeta y escritora británica conocida por el seudónimo de George Eliot, escribió en su novela Middlemarch, A Study of Provincial Life (1871-1872) lo siguiente …que el bien siga creciendo en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que las cosas no vayan tan mal entre nosotros como podría haber sido se debe en parte a aquéllos que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita.

A Hidden Life, Vida Oculta en nuestro país, es el título de la última película del guionista y director Terrence Malick, una cinta basada en las cartas reales que intercambiaron la pareja, Franz y Fani Jägerstätter, mientras el primero estaba en prisión y que representan una suerte de subtítulo al guión escrito por el ya veterano director norteamericano. La película representa, con su ritmo pausado, su gusto por el paisaje y por una luz que siempre ha sido un protagonista más de sus historias, todo un canto a la libertad, la sencillez y a la coherencia que ha servido de base argumental para estas líneas.

© 2020 Fox Searchlight Pictures, Studio Babelsberg and Elizabeth Bay Productions

A Hidden life no es una película sencilla por la cantidad de tiempo que hay que invertir sentado en una sala de cine. A Hidden life es una película difícil de ver y de asimilar, porque nos pone frente a las incoherencias de una sociedad, la actual, que se deja llevar por charlatanes de tres al cuarto, políticos de baja estofa y por supuestas “personas con influencias y/o influencers” que se nutren de la ignorancia ajena para medrar como las rémoras que se adhieren a los grandes escualos que pululan por las profundidades marinas.

Franz Jägerstätter es y representa el polo opuesto a la sociedad global de la estupidez, la inmediatez y el éxito al alcance del teclado de un ordenador sin pensar en nada más. Su vida y la forma en la que se comportó contra una amenaza tan letal como la irracionalidad derivada de la llegada al poder del partido nacionalsocialista -que sacudió el mundo no hace tantas décadas- debería ser tomada en consideración ahora que son legión los que pugnan por destruir muchos de los logros obtenidos gracias al sacrifico de personas como él.

Además, la película de Terrence Malick pone a cada cual en su sitio, en especial a las instituciones de aquellos momentos, tan cobardes y torticeras como las actuales, mientras que es el tiempo y los actos de cada uno los que juzgan a las personas que vivieron junto al agricultor austriaco.

El resto corre a cuenta de un espectador que debe tratar de entender la psique de una de esas personas que raramente uno podrá conocer en su vida, pero que, gracias a la envolvente y precisa forma de hacer cine que posee el director norteamericano, puedes llegar a sentir como si realmente lo conocieras.

Sólo hubo una cosa en la que el agricultor austriaco estaba equivocado. Él pensó que su muerte pasaría completamente desapercibida y que no tendría ningún impacto, ni en aquellos momentos, ni después ¿Quién recordaría o a quién le importaría el gesto en contra del totalitarismo del nacionalsocialismo de un agricultor sin ninguna formación? Sin lugar a duda, su nombre sería archivado junto con otros muchos miles que fueron juzgados y ejecutados con indiferencia burocrática durante la era nazi… La historia, luego, nos demostró que eso no fue así.

Valgan los 174 minutos que dura la película de Terrence Malick para desmentir el pensamiento de Franz Jägerstätter, pero, a su vez, para reivindicar su vida y todo lo que los demás podemos aprender de ella, entonces y ahora.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2020

© 2020 Fox Searchlight Pictures, Studio Babelsberg and Elizabeth Bay Productions

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