Ríos de tinta académica han corrido intentando explicar qué es aquello que en la prehistoria de los tiempos nos hizo humanos. Algunos apuntan a que pudo ser el aumento de la capacidad craneana, la evolución tecnológica de la industria lítica, el uso la olla de barro o el anzuelo. Parece que una respuesta atribuida a la antropóloga Margaret Mead cuando le respondió a un alumno sobre este asunto* fue clave a la hora de arrojar luz en medio de este debate científico, respondiendo tajantemente que la evidencia más clara de civilización es que se haya encontrado un fémur humano de hace más de 15.000 años roto y cicatrizado, porque eso da cuenta de que alguien se partió el hueso más grande del cuerpo y otro alguien le cuidó hasta que curara encargándose de que no le faltase alimento, de que no le acecharan depredadores, o, quizá, de cogerle la mano cuando el dolor era insoportable.
Esta respuesta a la gran pregunta circuló por las redes sociales durante el confinamiento por la COVID-19, cuando se puso en el centro del debate político, mediático y social la importancia de los cuidados y se quiso rendir homenaje a las personas que limpian, cocinan, distribuyen la comida, a las que sanan huesos o a las que enseñan a leer.
Parecía realmente un punto de inflexión y que como sociedad se aprendió una importante lección: que somos porque alguien nos cuida. Pero las cifras de soledad no deseada y de enfermedades mentales en jóvenes no hicieron sino dispararse y cuando ya pudimos salir a la calle, cada uno lo hizo en su propia dirección sin mirar atrás. Según las conclusiones de un estudio publicado este año por Fundación Once y Ayuda en Acción, actualmente en España el 20% de la población sufre soledad no deseada y el 49,3% manifiesta haberse sentido sola en algún momento de la vida. “Por edades, los jóvenes son los que más soledad no deseada sienten. En los siguientes tramos de edad, la soledad no deseada va descendiendo progresivamente, y vuelve a subir en las personas de 75 años y más”, refiere el estudio.
Con estos datos, que ponen de manifiesto que el camino individual no está dando resultados, no es disparatado pensar en la utopía. Y la cooperativa El Ciempiés lleva ya cuatro años haciéndolo, portando el nombre de un insecto que puede que camine lento, pero no lo hace sin la coordinación de todas sus patas. Desde El Ciempiés no sólo plantean una alternativa revolucionaria a la soledad crónica que padece cada vez más gente, sino que van cien pasos más allá y proyectan la construcción de una urbanización en Arucas, Gran Canaria, cuyo suelo se ha obtenido en régimen de cesión de uso, esto es; la cooperativa, y no sus miembros, es propietaria le pese a quien le pese. Esto golpea en la línea de flotación del concepto actual que se tiene de la propiedad de una vivienda y su uso para la especulación urbanística. Es una inversión para tener nada y conseguir mucho: una casa en condiciones dignas para vivir, con zonas comunitarias, espacios verdes, espacios de silencio y retiro, el cuidado común de un huerto colectivo o una familia elegida.
“Es un cambio completo de mentalidad”, nos cuenta Koldobi Velasco, miembro de la cooperativa y activista por la paz. “Una idea que plantea el escritor Carlos Taibo, y con la que estoy completamente de acuerdo, es que lo utópico es pensar que podemos seguir así, que podemos seguir en este mundo racista, colonial, heteropatriarcal, capitalista, que pone en el centro el capital, los beneficios, la acumulación por desposesión, y no la sostenibilidad de la vida”. Velasco señala que todos los proyectos que realmente plantean construir una propuesta alternativa a este modelo sistémico en el que “estamos atrapadas” tienen un trabajo muy importante de desaprender aquello “que ya hemos naturalizado, que hemos incorporado en la vida de una manera cotidiana y que solo contribuye a seguir manteniendo este sistema”. Velasco, como hiciera la antropóloga Mead, vuelve a situar el cuidado junto a “aquello que nos hace humanos que es lo cooperativo, lo colectivo y lo comunitario”.
“La belleza, no las sobras”
Una de las fundadoras de El Ciempiés, Marimar Alonso Bilbao, pone en valor durante el brindis de celebración del aniversario que el Ciempiés no es una improvisación. “Este proyecto es posible por el trabajo comunitario donde cada persona aporta saberes y cuidados”, cuenta con la voz atrapada por la emoción. “Pensar en el yo no está funcionando”.
La semilla de este proyecto nace en 2019 con la confluencia de proyectos de cohousing. “Decidimos que queríamos una comunidad de 26 viviendas con amplios espacios comunitarios que diseñamos en grupo junto con el equipo de Arquitectos de Familia. Compramos uno de los solares en un lugar donde hemos visto florecer la primavera y deslizarse algunos arroyos de agua en época de lluvias”. De esta forma, el proyecto colectivo reivindica exactamente lo quiere y necesita, parafraseando aquella canción del Nega: “Queremos la belleza y no las sobras”, la vivienda digna, de la que habla la Constitución y los activistas que aún hoy, a esta hora, en este país intentan parar desahucios.
En el año 2022, tras aprobarse la Ley de Sociedades Cooperativas El Ciempiés comienza a funcionar en redes de Viviendas Colaborativas de toda Canarias y recibe aportaciones del Ministerio de Transporte, del Instituto Canario de la Vivienda (ICAVI) y la aportación de la Consejería de Bienestar Social, Igualdad, Juventud, Infancia y Familias del Gobierno de Canarias.
Mari Carmen se encarga de la comisión de Cuidados dentro de la cooperativa. En declaraciones a este periódico afirma que lo que busca en este espacio es “otra manera de vivir, un espacio en el que la vivienda sea algo no en propiedad y que voy a dejar a quien yo quiera, sino algo que yo uso y me voy”. Mari Carmen forma parte de esa primera generación de El Ciempiés que tendrá que sentar las bases económicas y de convivencia para que disfruten las generaciones venideras de una casa libre de cargas. Preguntamos a Mari Carmen cómo se gestionan los problemas de convivencia dentro de un espacio cooperativo y de cuidados, ya que uno de los fantasmas que siempre se sacan a pasear cuando se plantean proyectos colectivos es que reinaría el caos. “Cuidarnos es poner las condiciones para que la vida transcurra con dignidad, cuidarnos es preguntarnos por alguien si falta a nuestros encuentros”. Mari Carmen cree que la vida está llena de momentos complicados, en todos los ámbitos, “mi experiencia es que cuando se pueden dialogar las cosas y hablar con respeto y cariño, se atraviesa un túnel y después de ese túnel lo que se ve es más bonito que lo que se veía antes porque además está basado en la experiencia dura de lo difícil y el deseo de querer arreglarlo para convivir”.
El otro lado del túnel
En El Ciempiés hablan sin temor de la muerte, de hecho está presente y gran parte del espíritu de este proyecto es elegir dónde y con quién quiere cada uno esperar la barca de Caronte. Carmen de la Nuez es profesora en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, está a punto de jubilarse, pero aún compagina la docencia con llevar todo el departamento digital de la cooperativa. Lo que llevó de la Nuez a apostar por esto es que este proyecto no “aparca delante de la tele” a las personas en la etapa de la vida que dejan de producir para el sistema; hacer cosas por el barrio, integrarse en un grupo activo, compartir sabiduría; siempre estamos enredados, aquí no se descansa“. No quiere ser una carga para sus hijas, que no se deteriore la relación que tienen entre iguales”.
El testimonio de Jorg Morguenthaler, es el de un hombre de 71 años que padece desde hace siete la enfermedad de Parkinson. “Hemos emprendido un viaje al centro de la comunidad humana y también al centro de cada uno, mi centro, mi interior donde reconozco mis defectos y descubro virtudes que no sabía que tenía. No sé si llegaré a vivir en la vivienda colaborativa. Tengo una una gran esperanza y certeza: lo estamos intentando con todas nuestras fuerzas. Y sé que el viaje es la meta”.
*(Byock, I. 2012). The Best Care Possible: A Physicians Quest To Transform Care Through the End of Life.