Un aforismo extendido en el ámbito sanitario sentencia que el código postal influye más que el código genético en la salud. Un estudio sobre la diabetes mellitus en Las Palmas de Gran Canaria refuerza esta idea. A su autora, Ángela Gutiérrez, médica de familia en Atención Primaria desde 1994 y profesora asociada del departamento de Ciencias Médicas y Quirúrgicas de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), siempre le interesó el impacto de los condicionantes socioeconómicos y de los modelos y hábitos de vida en el nivel de salud de las poblaciones. Con el propósito de “ponerle cara” a esta realidad, cruzó datos “anonimizados y disociados” de las historias clínicas de todas las personas diagnosticadas con esta enfermedad en el municipio (demográficos, del uso de recursos públicos y de la evolución y resultados intermedios) con las estadísticas elaboradas por la Agencia Tributaria sobre la renta bruta media desglosada por código postal. Y encontró diferencias significativas.
La principal conclusión del estudio, publicado en la revista Diabetes Práctica, es que las personas que padecen esta patología y que residen en los barrios con menor nivel de renta acuden con mayor frecuencia a las consultas médicas y de enfermería y se someten a más pruebas de seguimiento de la situación clínica, pero presentan peores resultados en salud, un peor control metabólico (de la glucemia, lípidos...) que los pacientes de las zonas más ricas.
“Estos resultados podrían tener una relación con la mayor dificultad para modificar y/o adquirir estilos de vida más adecuados (dieta, ejercicio...) que mejoren la evolución de la enfermedad en los sectores de población con renta inferior debido a la existencia de barreras socioeconómicas”, explica Gutiérrez, que añade que las personas con ingresos más bajos tienen una mayor tasa de sobrepeso u obesidad y hábitos de alimentación “menos correctos”. La doctora remarca que la diabetes mellitus es una enfermedad crónica, “para toda la vida”, que exige un “seguimiento adecuado” de las posibles complicaciones a corto, medio y largo plazo.
Para simplificar el análisis estadístico, el estudio clasificó los 19 códigos postales de Las Palmas de Gran Canaria en tres niveles de renta a partir del valor promedio: baja (un 58,77% de la población), media (un 26,78%) y alta (un 14,34%). Unos porcentajes prácticamente idénticos a la distribución que figura en un informe de la Consejería de Educación y Juventud del Cabildo sobre los hogares de la isla, elaborado con datos del Instituto Canario de Estadística (Istac).
A juicio de su autora, la mayor fortaleza del estudio es que incluye a todos los pacientes mayores de 14 años diagnosticados con diabetes mellitus en Las Palmas de Gran Canaria a fecha 30 de octubre de 2019, un total de 36.820 personas. No es un muestreo. Además, utiliza datos extraídos de una estadística inédita hasta 2017, la que registra la renta bruta media en los mayores municipios del país desagregadas por código postal. “Ello hace que existan pocas publicaciones” que relacionen la diabetes mellitus y el nivel socioeconómico de los pacientes a escala inframunicipal, destaca. Las Palmas de Gran Canaria es la sexta gran ciudad española con la mayor diferencia de renta entre el barrio más rico y el más pobre. Los vecinos de Ciudad Jardín, la zona más pudiente de la capital, perciben de media cerca de 54.000 euros al año. En el lado opuesto, el ingreso promedio en La Paterna ni siquiera alcanza los 20.000 euros.
La prevalencia de la diabetes mellitus en la capital grancanaria es del 11,41%, superior a la media de la isla (10,89%) y a la del conjunto de España, que es del 7,8% para los mayores de 18 años. El estudio no analiza el vínculo entre la renta y la prevalencia de la enfermedad en el municipio, al no disponer de información sobre la población en cada código postal, aunque el artículo alude a publicaciones anteriores que sugieren que “el nivel socioeconómico incide en las variaciones en la prevalencia” de la diabetes mellitus de tipo 2, que entre 1980 y 2014 experimentó un notable incremento en todo el mundo, del 4,7 al 8,5%. Este aumento fue más rápido en los países de ingresos medianos y bajos, añade la publicación.
Una de las variables clínicas analizadas en el estudio es la hemoglobina glicosilada, el nivel de glucosa en sangre de la población diabética. La diferencia en los registros acumulados en los doce meses anteriores es estadísticamente significativa. Los resultados en salud mejoran en los pacientes que residen en los barrios más ricos, que presentan de media valores más favorables (6,92%) que los que viven en las zonas más deprimidas (7,05%). En el grupo de rentas bajas también hay una mayor proporción de diabéticos con enfermedades cardiovasculares entre los menores de 70 años y es más frecuente el diagnóstico de patología renal crónica.
En relación con los hábitos de vida, los resultados muestran una “tendencia significativa” a la disminución del índice de masa corporal a medida que se incrementa el nivel socioeconómico de los pacientes. “Las personas con diabetes mellitus con rentas más bajas fuman más, presentan una tasa de obesidad-sobrepreso mayor, hacen menos ejercicio y tienen hábitos alimentarios menos correctos que aquellos que cuentan con rentas más altas”, explica su autora. La edad media de los pacientes con reducidos ingresos es menor: 65 frente a 67. El estudio no aprecia diferencias significativas por sexo. El 51,44% de las personas diagnosticadas con diabetes en la capital grancanaria son mujeres y el 48,56% son hombres.
La investigación contiene otros datos llamativos. Cerca del 60% de la carga asistencial de las personas con esta enfermedad la soportan los médicos de familia, a pesar de ser una patología “con una gran necesidad de cuidados de enfermería”. Además, se da la circunstancia de que los pacientes mayores de 70 años presentan mejores niveles de control glucémicos que los menores, aunque a este grupo de edad se le indica un control “menos estricto”.
Gutiérrez sostiene que la diabetes es una patología adecuada para estudiar las desigualdades en salud, las diferencias “sistemáticas y potencialmente evitables”, debido a su alta prevalencia y a la mayor afectación de los colectivos más desfavorecidos socialmente. “Los resultados obtenidos en este estudio son concordantes con los de otros estudios que señalan que las personas con bajo nivel socioeconómico tienen mayor porcentaje de hábitos de vida poco saludables, con mayor obesidad, sedentarismo y tabaquismo”. Para la médica de familia, es necesario profundizar en este aspecto e introducir una visión más social de la atención. “Hay que ser consciente de que el sistema sanitario no es el único responsable de proveer salud a los ciudadanos y que esta depende en buena medida de la inexistencia o, al menos, atenuación de las desigualdades. Y esa es una labor de los gobiernos y la sociedad”, concluye.