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La escasez de zonas verdes en el entorno afecta a más casas canarias que en el resto del país

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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Diríjase a la ventana de su casa más cercana y observe: ¿ve árboles? ¿Zonas verdes? ¿Algún parque por el que pasear? Si la respuesta es que sí, quizá su salud mental lo agradezca. Si es todo lo contrario, los estados de ansiedad, depresión y consumo de medicamentos podrían agravarse. En Canarias, según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), este último escenario se repite más que en cualquier otro punto de España.

Las cifras de la Encuesta de Características Esenciales de la Población y Viviendas (ECEPOV) del mencionado organismo estatal muestran una realidad que no sorprende a la mayoría de residentes en el Archipiélago. El 38,2% de encuestados considera que alrededor de su vivienda no hay suficientes espacios verdes, el porcentaje más alto del país con diferencia. Le siguen por detrás Andalucía (27,5%), Baleares (26%) y Murcia (24,6%).

Otras estadísticas, en este caso publicadas por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), apuntan en la misma dirección. En Santa Cruz de Tenerife, el 79,39% de la población vive en áreas donde menos del 25% de la superficie es verde, la proporción recomendada por el Organismo Mundial de la Salud (OMS). En Las Palmas de Gran Canaria, ese valor es menor, del 72,66%, pero aun así lo suficientemente alto como para ser uno de los más elevados del territorio nacional.

Los datos son bastante claros: los canarios, especialmente aquellos que habitan las capitales provinciales y los núcleos metropolitanos, no están rodeados de árboles, parques y jardines. Y ya sea por una cuestión u otra (falta de espacios, terrenos desertificados, dispersión territorial), esto tiene consecuencias para la salud. Un estudio publicado recientemente en Cataluña encontró que el riesgo de sufrir un ictus es hasta un 16% menos en aquellas poblaciones viviendo en zonas más verdes.

Otro trabajo académico, esta vez elaborado por el propio Isglobal, estimó que, en las ciudades europeas, alcanzar un 30% de cobertura vegetal podría evitar hasta un tercio de las muertes atribuibles a las islas de calor urbanas. Los científicos recuerdan que la pandemia evidenció la enorme cantidad de tiempo que pasamos en nuestras casas, ahora incluso más debido a la irrupción del teletrabajo, así como las diferentes variables que hacen la experiencia más o menos apetecible. La posibilidad de poder apreciar vegetación desde ella es una “obsesión” que ha tardado demasiado tiempo en tomarse en cuenta.

“Llevamos demasiado tiempo resignados a vivir en entornos urbanos grises e impermeables, en los que las necesidades de los coches se ponen por encima de las personas”, explica Carlota Sáenz de Tejada, investigadora postdoctoral en la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal. “Es una reivindicación ciudadana. El verde es una cuestión de salud pública y de equidad. Y las ciudades tienen mucho que cambiar para llegar a los niveles que necesitamos”.

En los últimos años ha ganado popularidad la regla del 3-30-300, una especia de “regla de oro”, según de Tejada, que incide en la importancia del verde a tres escalas: desde la vivienda, garantizando la vista de al menos tres árboles de cierta envergadura; a escala de barrio, dotándolo de un mínimo de superficie vegetal del 30%; y la presencia de un parque o espacio verde de al menos una hectárea a menos de 300 metros desde casa (que supone unos 5-10 minutos caminando).

Una investigación liderada por ISGlobal analizó el vínculo entre la salud mental y esta relación en Barcelona. Los autores cruzaron los datos de la Encuesta de Salud de la capital catalana de 2016, que recogía el estado mental de 3.145 personas, con indicadores de espacios verdes, sensores y mapas de cubierta terrestre, según la regla del 3-30-300. Los expertos encontraron asociaciones entre el cumplimiento de este mandato ecológico y un mejor estado psicológico, menor uso de medicamentos y menos visitas a terapia.

“Sabemos que los espacios verdes son importantes para la salud mental, y que, si no hay suficientes, puede empeorar (ansiedad, depresión, consumo excesivo de drogas, etc.). Esta regla [la del 3-30-300] no es fácil de aplicar en muchas ciudades del sur y probablemente no sea realista. Pero es bueno intentarlo. Actualmente tenemos mucho asfalto en nuestras ciudades que puede ser sustituido por árboles o jardines. La norma requiere de un replanteamiento de nuestros pueblos”, señala Mark Nieuwenhuijsen, director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal.

De momento, no hay estudios en Canarias que vinculen la escasez de cobertura vegetal con un peor estado mental. Pero sí hay grandes áreas urbanas, como Las Palmas de Gran Canaria, que ha sido catalogada como “la ciudad sin sombra” por contar con un árbol o palmera por cada seis habitantes, además de cifras altas en lo que respecta a las tasas de depresión, de “admisión a tratamiento” y de exclusión social. Aunque todavía no hay una correlación muy clara, la ciencia está ahora mismo analizando todo ello.

“Hay varios mecanismos biológicos que podrían estar detrás. La exposición a espacios verdes está relacionada con la salud a través de varias vías, entre las que destacan la relajación, la cohesión social, el soporte del sistema inmunitario, la mejora de la calidad del aire, la reducción del ruido, la mitigación del calor o la oportunidad para una mayor actividad física”, agrega de Tejada. La investigadora de ISGlobal también saca a colación la teoría de la biofilia, que indica “la necesidad que tenemos los humanos de estar en contacto con la naturaleza”.

La tendencia en Europa, sin embargo, no parece la mejor. Entre 2006 y 2012, la mayoría de los núcleos urbanos del continente experimentaron “ligeras disminuciones” en sus zonas verdes, según datos de la Unión Europea (UE). Las dos capitales provinciales del Archipiélago se encuentran en ese grupo. El organismo comunitario lo achaca a la urbanización masiva de finales del siglo XX y principios del XXI, especialmente en los países del este y del sur, donde “la forma urbana relativamente compacta de la ciudad socialista fue reemplazada de manera gradual por una estructura más descentralizada y dispersa”.

En este sentido, la geógrafa de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) Josefina Domínguez recuerda, siempre que puede (ahora que se habla tanto de superpoblación en las Islas), que la capital grancanaria registraba hace tres décadas el mismo número de habitantes que contabiliza actualmente. La diferencia es que nuestro modelo de consumo ha cambiado. Actualmente hay más coches, más casas, pero sigue habiendo en torno a 370.000 personas, como en los años 80.

Debido al incremento de las regiones descentralizadas, la UE ha puesto en valor la importancia de la “ciudades compactas” que permiten un fácil acceso a los servicios de transporte y los espacios abiertos no edificados. Lo que viene a decir que para la revolución verde no basta con plantar árboles en las calles, sino que debe haber una revisión total de cómo planificamos nuestros municipios.

“Plantar árboles en todas las vías que sea posible es una de las estrategias más relevantes. Pero para ello, necesitamos que nuestro modelo de ciudad lo permita y lo favorezca: menos coches y más espacio para las personas”, añade de Tejada. “Enverdecer implica una inversión inicial importante, así como un mantenimiento continuado. Pero buena parte del problema es no ver esto como una inversión en salud. Lo que invertimos en una adecuada inserción de verde en las ciudades lo estamos ahorrando, por ejemplo, en gastos sociosanitarios, tanto directos como indirectos. Pero esta visión más holística rara vez se establece”.

La investigadora aclara, por otro lado, que existen otras medidas de renaturalización urbana, como la construcción de cubiertas y fachadas verdes, una apuesta del Gobierno de Canarias en su estrategia de acción contra la crisis climática. O la creación de “avenidas verdes” que integren infraestructura para el transporte activo, como caminar o andar en bici, con la vegetación y aportación de sombra. Mark Nieuwenhuijsen, por su parte, también aclara que “los espacios azules”, como las playas, son “muy beneficiosos para la salud mental”. Por suerte, Canarias en eso no tiene de qué preocuparse.