“Los niños con ojos azules y rubios tenían mejor trato, como por ejemplo que: ”a este niño no me lo toquen porque está ya predestinado a una familia“, y yo veía como venían a buscarlos o militares o gente de buen parecer. Sin embargo al resto de los niños, después de una cierta edad, los dejaban en la calle”.
Este es uno de los testimonios, el de A.L.M., un ex interno de la Casa Cuna de Tenerife, que vivió en esa institución a finales de los años 50 e inicios de los 60. Ha sido recabado por los abogados que investigan los supuestos abusos, violaciones y también las adopciones ilegales de menores que se dieron en esa institución, el llamado Hogar Sagrada Familia de Ofra, en manos entonces y ahora de los Salesianos.
De acuerdo con este testimonio y el de otros internos, a los que ha tenido acceso CANARIAS AHORA, que ya han sido presentados ante un juzgado de La Laguna y que presumiblemente se unirán en una misma causa ante la Audiencia Nacional en suma a otros centenares de denuncias parecidas, había en la Casa Cuna una selección de menores que se llevaba a cabo al menos una vez al mes.
“Los militares y gente del gobierno venían a hacer visitas constantemente, una vez al mes aproximadamente, hacíamos fiestas y bailábamos para ellos como si fuéramos payasos de feria bastante a menudo” sostiene en su declaración. Igual que afirma Liberia Hernández en su entrevista publicada este domingo en El País: se trataba de una selección preadoptiva.
A.L.M fue llevado a la Casa Cuna en una caja de cartón. Él dice que con uno o dos días día de vida pero, claro, no lo recuerda. Sus primeros recuerdos llegan a cuando tenía 6 años.
“Esa no, que es la hija de una zorra”
“Teníamos compañeros que de repente desaparecían, preguntabas por ellos y no nos decían nada. Había madres que venían a por sus hijos y les daban otro, la madre protestaba, pero no tomaban medidas al respecto. Esto lo sé porque las madres los identificaban por lunares, marcas de nacimiento,?que el niño que le entregaban no las tenía, estas madres nunca volvieron a recuperar a sus hijos. Se vendían niños por 3000 pesetas, lo sé por personas mayores que trabajaban en el centro y que fueron testigos de estos hechos”, prosigue A.L.M., que sabe que esas son sus siglas verdaderas porque las llevaba en su ropa cuando le entregaron. Su nombre oficial, el segundo que le impusieron en la Casa Cuna, es otro.
Hay más testimonios en el Caso de la Casa Cuna que ponen los pelos de punta. Lo que ha ocurrido allí en los últimos 60 años fue en un principio desvelado como un caso de abusos sexuales, destapado por este periódico en julio del pasado año. Fue abrir una caja de Pandora de los horrores.
“Vi como se llevaban a muchas de mis compañeras a limpiar, internas y otras que no volvían más de un día para otro, nos decían que se iban con sus padres. Una vez estábamos en un patio y llegó un matrimonio buscando un a niña y recuerdo a la monja que les dijo: ”a esa no que es la hija de una zorra“, relata María Luisa, que llegó a la Casa Cuna con 5 años, en 1969.
“Nos llevaban a ver a los militares”
“Las monjas nos llevaban de vez en cuando a Hoya Fría a ver a los militares”, recuerda, pero rememora con más horror otro año: “En el 73 barrieron a todos los niños de la Casa Cuna y nos entregaban a nuestros padres, si teníamos, aunque no estuvieran capacitados o a familias que no sabe dónde?”, agrega en su denuncia.
Otro relato, también de mujer que creció en la Casa Cuna, ahonda en cómo las economías frágiles eran obligadas a dar a sus hijos: “Tuve mi primer hijo con 15 años y me vi obligada a entregarlo a una familia, tuve tres hijos más que también me vi obligada a entregarlos a una familia. Hasta que tuve mi última hija, con 20 años, y la metí en la Casa Cuna con tres años, pero estuvo poco tiempo porque se ponía a llorar desesperada y me vine a enterar ayer que le hacían tragarse sus vómitos, le pegaban,?y la saqué de allí para que no le pasara lo mismo que a mí”.
En otra declaración, esta vez de un varón, la víctima no da tanta importancia al hecho de haber sido adoptado ilegalmente como al trato que recibió una vez entregado a su nueva familia sin que sus padres biológicos lo supieran:
“Yo entré desde que nací por el torno hasta los cinco-seis años aproximadamente en la Casa Cuna. A esta edad me adoptaron: el primer año fue bien, dormía en una cama normal, todo bonito, de rosas pero después, no sé por qué, la mujer se volvió loca: estaba atacada, histérica, insultaba a mi padre adoptivo, me maltrataba a mí tanto físicamente como psicológicamente. Por ejemplo, cuando me bañaba en la azotea no me daba la ropa y me dejaba en calzoncillos en un cuarto en el patio donde me desterraron y donde dormía con mi padre adoptivo: dos tablas con dos mantas, una de ellas para hacerme una almohada. Cagaba en el gallinero”.