En el pueblo más alto de Gran Canaria, Artenara, son las 08.15 y no se escucha ni un alma pasear por las calles. La gasolinera, prácticamente a la salida del municipio, es el único establecimiento que está abierto. La empleada conoce a todos los que entran por la puerta. Normal, en una localidad con poco más de mil personas empadronadas y en torno a 500 que residen habitualmente, raro es quien no resulte familiar.
La temprana visita se debe a la apertura del colegio. La directora de la escuela no espera entrevistas este miércoles soporífero en plena recta final del curso, pero si conoce la intención desde bien pronto, quizá pueda hacer un hueco. El problema es que da la impresión de que no hay clases. “Oye, una pregunta, ¿el centro está cerrado? Es que no hay nadie fuera y tampoco se escucha movimiento”. La camarera sonríe. “No, tranquilo, es que son muy poquitos, por eso parece que no hay nadie”.
En la puerta del liceo figura un teléfono, pero nadie contesta. En el ayuntamiento, que acaba de abrir sus puertas, ofrecen otro. Atiende una mujer. Dice que la directora tiene un rato a las 10:15 y que antes no puede hablar con nadie más porque está dando clases. Hoy los chicos madrugan con la asignatura de Educación Emocional, una de las pocas materias en la que pueden interactuar entre ellos. En otras, sin embargo, es imposible.
“En este colegio hay 11 niños matriculados”, asegura Julia Rodríguez, profesora y directora del centro. “Cuando tienes una ratio por debajo de 15 alumnos, se junta en una misma unidad a todos, los que entran con tres años y los que tienen 11 o 12. Para mantener la dinámica en estas clases hay que tener mucha programación. Mientras te pones con los más pequeños a leer, los más grandes están haciendo deberes de matemáticas, por ejemplo. Y así estamos”.
En Artenara, según datos del Padrón Oficial, solo el 4,49% de la población, es decir, unos 46 residentes, tiene menos de 16 años. Es el 15º dato más bajo entre todos los municipios españoles con más de 1.000 habitantes. Para hacerse una idea, en Arroyomolinos, Madrid, donde conviven más de 33.000 vecinos, ese porcentaje asciende al 26,5%.
Estas semanas, el Parlamento de Canarias ha vuelto a abrir la caja de Pandora al debatir sobre el crecimiento demográfico en las Islas. Para el presidente del Archipiélago, Ángel Víctor Torres, hay un problema “real” de superpoblación en la comunidad, mientras los expertos consultados en demografía y geografía humana se echan las manos a la cabeza. Los vecinos de Artenara, por su parte, esbozan una sonrisa irónica.
En las últimas dos décadas, 21 de los 88 municipios de Canarias han perdido ciudadanos. El que más con respecto al total de su localidad, Artenara. El colegio, comenta la directora, ha llegado a tener solo siete alumnos y por lo general cada vez son más los que salen que los que entran. Cuando un padre consigue un trabajo en la capital, hay poco que hacer. “Yo creo que sobrevivimos porque esta es la única escuela que hay. Si no llega a estar, ya te puedes imaginar quién viene”.
El alcalde de este municipio rural de Gran Canaria, Jesús Díaz Luján, está preocupado. El centro se mantiene a duras penas con ayudas institucionales, pero si el lento despoblamiento del vecindario continúa, podría tener que cerrar ante la falta de demanda. El pueblo ha pasado de tener 148 menores en 2003 a tres veces menos en 2021. Los más mayores se quedan. Las nuevas generaciones abandonan el lugar y se mudan a los núcleos residenciales de la isla.
“Todas las mañanas, cuando me levanto, el mayor temor que tengo es el colegio, porque un pueblo sin colegio no es un pueblo”, expresa Díaz. El PP de Canarias ha pedido un plan para favorecer el desarrollo juvenil en las zonas rurales. Pero dice Díaz que “no hay una varita mágica para eso”, que a ver cómo se asientan nuevos vecinos en una región donde “el 90% del suelo está protegido”.
“Yo te lo digo así de claro: el mayor problema que veo todos los días es el centro educativo. La directora me dice que el año que viene se van dos alumnos. Nos quedamos con nueve”, continúa el alcalde. “Arriba tenemos clases de música, de inglés, gimnasio, una piscina para el verano… Tenemos todo lo necesario. Pero la gente se está marchando”.
Artenara no es un caso paradigmático de despoblación reciente. Según recuerda Josefina Domínguez, profesora de Geografía Humana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), la villa creció mucho en la década de los 40 y 50 del siglo pasado, cuando la gente estaba apegada a la tierra y cultivaba para poder comer (y vivir). A partir de los años 60, sin embargo, comenzó el éxodo que se mantiene hasta hoy.
“Lo que pasa ahora es que al proceso de pérdida demográfica se suma el envejecimiento poblacional. Antes quienes se quedaban tenían muchos hijos y entonces el colegio, por ejemplo, funcionaba bien. Pero claro, ahora ya no es así”, añade Domínguez. En Canarias, de cada 1.000 mujeres en edad fértil para quedarse embarazada, solo 23,84 lo hacen. Es la cifra más baja de todo el Estado, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
José León García, profesor titular de Geografía Humana en la Universidad de La Laguna (ULL), explica los motivos. “El Archipiélago ha pasado de ser una región natalista, que lo era hace 30 años más o menos, a llegar a este punto. Yo diría que el principal factor se debe a las condiciones socioeconómicas. Tenemos desde hace mucho tiempo una tasa de desempleo muy elevada y eso hace muy caro tener hijos”.
Del mismo modo que ocurre en el resto del país, Canarias ha comenzado a registrar desde hace unos años un crecimiento vegetativo negativo. Están falleciendo más personas de las que nacen. Todavía los valores no son tan bajos, pero lo serán en unas décadas. “La sociedad canaria no está tan envejecida porque arrastramos comportamientos de natalidad del pasado. No hemos llegado a unos niveles de mortalidad muy elevados aún.”, argumenta Domínguez.
El único factor que le permite a Canarias crecer a nivel poblacional es la inmigración. Según proyecciones elaboradas por la oficina estadística de la Unión Europea (Eurostat), el Archipiélago podría ganar unos 450.000 nuevos habitantes para 2050, casi todo por el flujo de llegada de personas. Según el Consejo Económico y Social de Canarias (CES), se espera que en 2033 las Islas cuenten con cerca de 2,5 millones de residentes, alrededor de 300.000 más que ahora.
A pesar de que estos modelos de proyección hay que cogerlos con pinzas porque “se orientan exclusivamente por observaciones pasadas de las propias migraciones”, advierte Dirk Godenau, profesor de Economía Aplicada de la ULL, no tiene pinta de que Artenara se vaya a beneficiar de un saldo migratorio positivo en las Islas. Mientras que a nivel autonómico Canarias ha sumado más de 200.000 extranjeros en 20 años, en Artenara llevan viviendo entre seis y diez foráneos desde el año 2000, según datos del Instituto Canario de Estadística (ISTAC).
Por eso allí queda un poco lejos toda esta discusión sobre si en las Islas viven más personas de las que debería. Sobre si es necesaria o no una ley de residencia, como han pedido algunos, para regular el crecimiento poblacional en un frágil archipiélago como este. El Parlamento regional ha anunciado que creará una comisión para estudiar el reto demográfico del Archipiélago y tratar de responder a estas preguntas.
Mientras, Artenara busca desesperada nuevos pobladores. “No sabemos cuál es el problema. Si es el tipo de terreno, la orografía, las carreteras en invierno que se llenan de niebla… Hay una empresa que se está dedicando a acoger nómadas digitales ahora, en verano. Pero estos suben, se quedan unos meses y luego se marchan. Al final, nuestra mayor sociedad es el Ayuntamiento”, lamenta Díaz.
Los expertos en geografía consultados prefieren no emplear los términos de “superpoblación” o “infrapoblación” que se han esbozado en la Cámara autonómica estos días. Se preguntan quién marca el límite. O si existe algo por el estilo. “Me preocupa que esto derive en un discurso xenófobo, porque mucha gente cuando escucha estos conceptos piensa en la inmigración. Y tenemos que ser conscientes de que el foco no debe estar ahí, porque el mejor recurso que tiene cualquier territorio es su población”, apunta Domínguez.
En Canarias, el crecimiento económico y demográfico se ha articulado con una fuerte dispersión territorial, especialmente en las zonas costeras, explica Godenau. Hay pueblos que se han estirado y se han hecho más grandes a partir de una base un tanto débil, como ha ocurrido en las islas orientales de Fuerteventura y Lanzarote. En consecuencia, a la planificación pública le ha costado seguir el ritmo. “Es un problema de velocidades relativas, no de capacidad de carga”, agrega el experto.
Las zonas rurales, por su parte, presentan una realidad heterogénea. Algunas crecen a través de la suburbanización y una buena accesibilidad al mercado urbano. Otras, más alejadas y de enrevesada aproximación, como Artenara, se estancan. Pero “sea deseable o no este proceso”, matiza Godenau, “se enmarca en un patrón normal dentro de los procesos de urbanización” y de “economías de aglomeración”, como el que se da en las Islas.