Ya no se oye su rugido. Tampoco se siente sobre la piel la caída de ceniza. Como si sacara la bandera blanca y se rindiera después del infierno que ha generado, el volcán de La Palma emite “principalmente vapor de agua”, aunque también “una pequeña cantidad de dióxido de azufre y de carbono”, ha explicado Stavros Meletlidis, investigador científico del Instituto Geográfico Nacional (IGN), que ha guiado a Canarias Ahora durante una visita en el entorno cráter con el acompañamiento del Grupo de Emergencias y Seguridad del Gobierno de Canarias.

El paisaje después de más tres meses de erupción es desolador. Los pinos sobresalen en el desierto de ceniza que en algunos puntos cubre hasta medio metro de altura. “Por aquí estaba la señal del sendero que ponía Tacande”, indica Meletlidis en una zona del manto que se extiende por todo el área de Cabeza de Vaca, donde la tierra se abrió el 19 de septiembre. También se mantiene en pie un cuarto de aperos cubierto del material volcánico y una placa solar de una estación de vigilancia volcánica. Esta y otras redes han sido fundamentales en la monitorización del fenómeno en todo momento.

Cada mañana, muy temprano, personal del IGN ha acudido a atender las estaciones para que siguieran funcionando, con labores de limpieza de las placas solares o de cambios de batería. “Uno de los retos en una erupción es mantener la vigilancia volcánica activa y que los datos sean de calidad, continuos y sin cortes”, explica Meletlidis. Las estaciones más cercanas al volcán son especialmente importantes, porque toman datos del tremor o de los gases que emanan del suelo, lo que permite entender el funcionamiento del volcán. 

Ahora, el tremor se mantiene a nivel de “ruido de fondo”, según el Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), y la sismicidad “está en niveles muy bajos” y “es de baja magnitud”. Las deformaciones se mantienen “sin tendencia en todas las estaciones”, salvo una en Jedey, que comenzó en la mañana del pasado domingo y tras alcanzar ocho centímetros, este lunes ha iniciado su reversión. Y la emisión de gases es “puntual y esporádica”, concentrada en los centros eruptivos y en los jaleos de los tubos volcánicos. 

Sin embargo, los científicos no descartan que se reactive y vuelva a emitir lava. “Aunque no tengamos un proceso eruptivo en la superficie, donde antes teníamos el penacho y también salía el dióxido de azufre en grandes cantidades, tenemos magma en profundidades de 3 o 4 kilómetros”, detalla Meletlidis. Pero no todo el magma involucrado en el proceso acaba saliendo, de hecho, tan solo lo suele hacer “un 10 o un 20%”, añade. Lo que sí emanan son los gases, que llegan a la superficie a través de fracturas provocadas por la sismicidad. 

De hecho, al sur, en La Bombilla, Puerto Naos o El Remo se han detectado valores muy altos de gases, que pueden ser nocivos para los seres humanos. “No se pueden oler y son difícil de detectar por la población. Empieza con una sensación de mareo, pero después, en valores altos, puede provocar la muerte”, señala Meletlidis. Para ello, se encuentran en la zona la UME, la Guardia Civil y la Policía Nacional realizando mediciones y el control diario de acceso. La emisiones de gases se producirán durante “mucho tiempo”, anuncia Meletlidis, pero “en cantidades menores” hasta que sea residual, que se mantienen porque el magma está “desgasificando de una forma estable a un ritmo tranquilo”.

Toma de muestras de cenizas y lava

La toma de muestras ha sido y será fundamental. Tras los síntomas de agotamiento del volcán, ya hay científicos que incluso han acudido al cono volcánico para obtener información. “Siempre bajo la supervisión del Pevolca”, dice Meletlidis.

La ceniza que expulsa el volcán también sirve a los científicos para “entender la dinámica eruptiva en cada momento”. Analizando su textura, morfología y petrología, pueden “vincular lo que sucede en superficie con procesos internos”. Por ejemplo, cuando el picón o el lapilli tiene “una forma muy alargada, era un momento muy explosivo, porque se inyectaba el material con mucha fuerza a la atmósfera y se alargaba”. Y si tenía una forma esférica, significa que en ese momento se generaba “una actividad con menos energía”.

En cuanto a las coladas, el investigador del IGN explica que las muestras permiten saber “a qué profundidad ha empezado su ascenso el magma; si durante el camino se ha mezclado con otros materiales; si ha parado y cuánto tiempo ha parado”. Además, proporciona a los científicos “datos útiles para hacer simulaciones numéricas y calcular la próxima vez qué alcance puede tener la colada o cuánto de rápido puede moverse”.

En la erupción de La Palma “ha habido variedad de lava”, pero “no en un rango amplio”, señala Meletlidis. “Las primeras coladas estaban a una profundidad de entre 7 y 8 kilómetros, probablemente, de una intrusión magmática de hace muchos años. Y luego, tras el parón del 27 de septiembre, empezaron a fluir coladas rápidas y se trataba de magma que venía directamente desde 12 o 15 kilómetros o más”.

Mientras los explica, el investigador del IGN tiene a mano un martillo con el que golpea el material volcánico ubicado en Tacande de Arriba, que previamente ha medido para comprobar su temperatura. El aparato muestra unos 20 grados en las piezas externas pero, más en el interior, a una altura de unos 10 metros, muestra unos 150 grados, a pesar de que lleva unos 20 días enfriándose.

Al aproximarse, huele a quemado, como a asadero. “Tiene ese olor porque aquí habían pinos y dentro siguen quemándose como si fuera una operación de generar carbón. El carbón se hace en una estructura cerrada, prendiendo fuego y dejando arder con poco oxígeno. Y aquí pasa lo mismo”. Acercarse a la lava continúa siendo “muy peligroso”, añade, sobre todo en la parte exterior por su inestabilidad, además de por sus altas temperaturas y por los gases que emite. 

Cuando pueda darse por finalizada la erupción, el científico dice que una de las opciones que barajan es enfriar las coladas con cubos de aguas vertidos desde helicópteros. Todo ello se realizará bajo un plan estudiado que permitirá comenzar la recuperación de la Isla después de que la lava haya asolado más de 1.200 hectáreas, destruido alrededor de 3.000 edificaciones y obligado a unos 7.000 personas a desalojar sus viviendas.