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Ayer

Y en sueños te veo

Como una herida abierta inmune del paso de tiempo

Travis Birds

El día que llegamos a Madrid el cielo estaba más oscuro de lo que había quedado en mi recuerdo. Había pasado poco tiempo, pero los días ya eran más cortos y el atardecer asomaba, a lo lejos, firme pero tímido.

Me senté delante en el taxi. Ahora que vivo aquí tengo la autoridad suficiente para no ser extranjera en una tierra a la que llegué con el mismo miedo que tengo ahora de abandonarla. Ese mismo día, supongo que era el mismo día en algún lugar del mundo, porque yo lo único que hice fue cruzarlo en un avión, me miré en el espejo de un baño que no llegaba a un metro cuadrado.

Viajé con gafas, y con ellas redescubrí que hace un tiempo había grabado en mi piel coaherentia; igual de tachado que lo escribo porque ya no creía en ella. Yo, tan regia, tan exigente, tan tajante, había entendido que mi única escapatoria era la vida asceta o la aceptación de un porvenir lleno de contradicciones. Me abandoné a lo segundo.

Al día siguiente, después de llegar, me levanté temprano y llegué al trabajo más pronto que nunca.

Tomé café sin prisas.

Me dieron la bienvenida en la oficina y el supermercado.

Pregunté por sus vacaciones.

“Fueron hace meses, así que olvidadas”, dijeron.

Trabajé con calma.

Regresé a casa.

El día que le sucedió a este llegué tarde, maldije el metro, guardé silencio y derramé el café. “Yo también he olvidado ya y mi regreso fue ayer”, pensé. Todos me preguntaron por el jet lag y por el cansancio y confesé su ausencia; tal vez en la piel.

Y en sueños te veo

Como una herida abierta inmune del paso de tiempo