Espacio de opinión de Tenerife Ahora
El corrupto
Es fascinante la transmutación que se produce en el corrupto, que acaba por no saber que lo es. Que acaba como agazapado detrás de un par de frases tipo, de esas en las que no tienes sino que poner el nombre y el DNI oportuno según la ocasión. Ese mecanismo de autodefensa que genera la corrupción, que va desde la negación absoluta, al “yo no sabía”, pasando por aquello de “yo no me enteraba de lo que hacía mi mujer o mi marido o mi hermana”, que viene siendo lo mismo.
Personas que nunca vieron que en su garaje aparecía un Jaguar como por arte de magia. A las que nunca llamó la atención no saber quién pagaba sus vacaciones en EuroDisney, que no se percataron de que comprar determinados terrenos con dinero público a un precio cualquiera iba en contra de la lógica de las cosas. Gente que no cayó en la cuenta de que trabajaba en el mismo lugar que su hermano, su hermana, su cuñado, su hija y su sobrina, a los que había colocado. A la que nunca extrañó que los fondos destinados para cursos de formación fueran a parar a cenas y viajes. Que no consideró extraña la desaparición de millones de euros destinados a facilitar los ERE de empresas en dificultades. Esa gente.
Esa gente a la que no le parece mal recibir carísimos bolsos o trajes de manos de empresas con las que contrata la administración pública para la que trabajan. Que no ve nada malo en la “mordida” de una obra. Personas que no consideran la necesidad de dar cuentas, de dimitir antes de ser condenadas. Que creen que hay una trama político-judicial en su contra por el hecho de ser imputadas o condenadas. Esa gente.
Esa gente que dice que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Que recorta en gastos esenciales lo que gastó en corrupción superflua. Esa gente que nos ha hecho a todos la vida más difícil.
Es por eso que hace apenas unos días me alegró la noticia de que el exalcalde de Valle Gran Rey, Ruymán García, había entrado en prisión por malversación tras una sentencia firme. Porque a veces, y solo a veces, esa gente acaba entre rejas. Y para una vez que ocurre, lo mejor es celebrarlo.
Es fascinante la transmutación que se produce en el corrupto, que acaba por no saber que lo es. Que acaba como agazapado detrás de un par de frases tipo, de esas en las que no tienes sino que poner el nombre y el DNI oportuno según la ocasión. Ese mecanismo de autodefensa que genera la corrupción, que va desde la negación absoluta, al “yo no sabía”, pasando por aquello de “yo no me enteraba de lo que hacía mi mujer o mi marido o mi hermana”, que viene siendo lo mismo.
Personas que nunca vieron que en su garaje aparecía un Jaguar como por arte de magia. A las que nunca llamó la atención no saber quién pagaba sus vacaciones en EuroDisney, que no se percataron de que comprar determinados terrenos con dinero público a un precio cualquiera iba en contra de la lógica de las cosas. Gente que no cayó en la cuenta de que trabajaba en el mismo lugar que su hermano, su hermana, su cuñado, su hija y su sobrina, a los que había colocado. A la que nunca extrañó que los fondos destinados para cursos de formación fueran a parar a cenas y viajes. Que no consideró extraña la desaparición de millones de euros destinados a facilitar los ERE de empresas en dificultades. Esa gente.