Peligro: nostalgia

Fotograma del filme ‘La La Land’

Fer D. Padilla

Santa Cruz de Tenerife —

- Título: La ciudad de las estrellas (La La Land), 2016

- Dirección: Damien Chazelle

- Guión: Damien Chazelle

- Reparto: Emma Stone, Ryan Gosling, John Legend, Rosemarie DeWitt, J. K. Simmons

Es la película del año, sin duda. Con casi total seguridad ganará el Oscar al mejor largometraje. Son frases que ya empiezan a sonar muy obvias pero simplemente se refrendan una vez el espectador acude al cine a ver el nuevo trabajo de Damien Chazelle, director de aquella grandísima clase de batería que fue Whiplash! (2014) y que ahora se encuentra tras la batuta de este homenaje al cine musical que es La La Land.

Como si volviésemos atrás en el tiempo, hasta el año 2011 con The Artist, en la que se rememoraban los años del cine mudo, La ciudad de las estrellas presenta una escenografía propia de aquellos montajes de la época dorada del musical. A propósito, claro. Las referencias son interminables e incluso comienzan antes de la propia acción. Si a eso le sumamos la transposición de grandes e impresionantes lugares abiertos en escenarios de rodaje o la incontenible cantidad de recursos que brinda el cine digital, podremos estar hablando del mejor musical de la historia a nivel técnico. Pero no es así.

Es cierto que la música de esta película es una asignatura más que aprobada y canciones como la ya famosa City of stars o la divertida Another day of sun, con la que comienza el metraje, sitúan perfectamente el enfoque deseado en la historia, llegado a momentos muy emotivos en una escena de la protagonista femenina en una audición.

Sin embargo, el homenaje pesa mucho y la originalidad queda atrapada en esos medios visuales y sonoros, de gran reconocimiento. Damien Chazelle se supera absolutamente creando un Los Ángeles romántico hasta la médula en el que todo puede pasar. Pero además también es capaz de hacer de la cámara un pincel con el que pintar el sentimiento de estar enamorado, el universo interior en el que se pierden los protagonistas de esta historia, una pareja de soñadores enamorados compuesta por una aspirante a actriz (Emma Stone) y un pianista de jazz (Ryan Gosling).

Es cierto que esas dos mitades de la película funcionan como deben y sin embargo un guión que decae en el desarrollo de la cinta hace que haya grandes escenas en los primeros tres cuartos de hora y luego se pierda algo el interés por los personajes (el de él, sobre todo), hasta remontar muchísimo en un catártico y lacrimógeno desenlace. Quince minutos finales para la historia del cine que le dan sentido y seriedad a la trama, la cual tiene momentos de auténtico empalague.

Porque sí, es una película para enamorados. O para enamorarse. O para recordar esa ciudad de las estrellas por la que bailan Gosling y Stone. O simplemente para rememorar el pasado. Eso es realmente La La Land: una nostálgica producción que homenajea tiempos mejores en una época completamente incierta. Curioso mensaje el que se extrae de cómo Chazelle enfrenta esa incertidumbre ya que su película comienza con grandes expectativas, vive un largo presente y… no contaremos más.

La nostalgia en el cine es un arma eficaz y muy útil pero el mensaje que transmite es peligroso. Ni todo tiempo pasado fue mejor ni vivir cualquier presente es tan genial ni mucho menos mirar hacia atrás es algo a lo que la mayoría suela recurrir. En esa melancolía se refugian los creadores que saben qué tecla tocar en el público y con la que transmitir lo que quieran, pero también la falta de ideas que se apropia de la videoteca de turno para rentabilizar historias de esos tiempos pasados tan mejores que siempre querremos recordar.

El director de esta historia de amor es, en este caso, tan consciente de ello que critica y parodia ese aspecto de Hollywood con gran acierto. Un detalle muy importante que refuerza su independencia, que, unida a su juventud y su desproporcionado talento, lo convertirán -empezando por ganar el Oscar este año- en uno de los grandes directores del cine actual. Es lo que Chazelle se merece. Es lo que se ha ganado con La ciudad de las estrellas.

Y los espectadores… bueno. Saldrán de la sala enamorados, bailando por los pasillos del cine cogidos del brazo de su particular Ryan Gosling o Emma Stone… O realmente podrán estar torciendo el gesto en su interior mirando al infinito, hacia esos tiempos pasados que algunas veces, con el rabillo del ojo y la media sonrisa en los labios, vale la pena mirar y guardar.

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