Una serie de disparates
- Título: X-Men: Fénix Oscura (X-Men: Dark Phoenix), 2019
- Dirección: Simon Kinberg
- Guión: Simon Kinberg (basado en una historia de Chris Claremont, John Byrne y Dave Cockrum y en los personajes de Stan Lee y Jack Kirby)
- Reparto: Sophie Turner, James McAvoy, Michael Fassbender, Jessica Chastain, Jennifer Lawrence, Nicholas Hoult
La saga de los mutantes, la que fuera una de las pioneras del cine de superhéroes de esta nueva generación, siempre se caracterizó por su experimentación narrativa… y por los escándalos que ocurrían en sus estudios y rodajes.
Tras la intriga de los escenarios de la segunda parte, o de la curiosidad que despertaba la nueva etapa con Primera Generación (Matthew Vaughn, 2011) y alcanzando su máximo interés con Días del futuro pasado (Bryan Singer, 2014), la audiencia optó por un cine más ácido y éticamente ambiguo, menos inocente.
Por ello, la continuidad de esa línea ingenua de valores en la diversidad ha quedado ya obsoleta, porque estos mutantes han perdido mucha capacidad de representación. Y lo poco identificable que se puede extraer es tan básico que resulta insultante y estúpido. Sucedió con X-Men: Apocalipsis y explota como nunca en esta última entrega.
Lleno de incoherencias e inexactitudes, el guión es simple y no da juego para más que un episodio televisivo. La apuesta queda clara: concentrar la atención de la acción en ese foco de éxito que está resultando ser Sophie Turner por su relevante papel en Juego de Tronos. La apuesta, sin embargo, no podía haber salido peor.
Los personajes están completamente desaprovechados en relación a un casting, como es habitual en la saga, completamente envidiable. Fassbender, McAvoy, Lawrence, la misma Turner e incluso Jessica Chastain conforman una serie de elementos cuyas interacciones son de lo más absurdo.
Está claro el abandono de la esperanza en la Patrulla X, paradójicamente en contra del mensaje de este último capítulo y a favor de otras franquicias que puedan continuar el monkey business que tanto gusta.