Aunque no lo parezca, una ciudad compacta y densa es más sostenible para el planeta que urbanizaciones con casas dispersas, por mucho jardín que tengan. No solo por la cantidad de suelo que se ahorra en edificios que multiplican el número de familias por parcela, sino por el derroche de energía que supone vivir lejos y necesitar el coche para rutinas tan cotidianas como hacer la compra, ir al trabajo o llevar los niños al colegio.
Más del 50% de la población mundial vive en ciudades, una proporción que, según el arquitecto urbanista Rodrigo Vargas, de la Cátedra Unesco-UdL Ciudades Intermedias, llega hasta el 80% en los países desarrollados. Sería una buena noticia, dice Vargas, si no fuera por la forma en que muchas de esas ciudades han crecido, añadiendo barrios periféricos de viviendas que carecen del resto de las funciones urbanas.
“Para ser sostenible tiene que ser un núcleo de población compacto, con cierto grado de actividad y un número mínimo de habitantes. No vale la ciudad jardín que se ha venido desarrollando de un tiempo a esta parte, donde la zona comercial está en un área, la de viviendas en otra y la de equipamientos y servicios en otra, porque eso implica un coste energético importante en los traslados”, explica Vargas.
El mismo urbanista asegura que en Canarias se ha generado mucha dispersión debido, entre otros factores, a la sustitución de los cultivos por la urbanización dispersa y a la presión sobre el suelo ejercida por el turismo, la segunda vivienda y un modelo de urbanismo dependiente del coche. Aun así, explica, gran parte de las ineficiencias en el transporte se pueden resolver con un cambio de hábitos.
“En Tenerife, el 50% de todos los desplazamientos de residentes que se hacen son de menos de siete kilómetros; es decir, unos 20 o 30 minutos de transporte público, teniendo en cuenta que el 80% de la población está cubierto por guaguas con frecuencias de 10 minutos”, recuerda. “Muchas veces no lo valoramos, pero ir en guagua te libera, entre otras cosas, de la búsqueda de aparcamiento, que termina haciéndote perder más tiempo y dinero”.
Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles es el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 11 de las Naciones Unidas, que se desglosa en 10 metas. Alineadas con el ODS 11, hay iniciativas como la ciudad de los 15 minutos de París, que aspira a garantizar desplazamientos máximos de 15 minutos (a pie o en bicicleta) para cubrir las necesidades cotidianas. También las llamadas supermanzanas de Barcelona, que han cambiado la vida en algunos barrios dificultando el acceso de los coches sin necesidad de prohibirlos.
Energía y agua sostenibles
Con el objetivo de avanzar en los ODS, los ayuntamientos de Candelaria, en Tenerife, y Las Palmas de Gran Canaria y Valleseco, en Gran Canaria, encargaron la redacción de una Agenda Urbana para sus municipios. Es el mismo espíritu con el que se han desarrollado los llamados Ecoejes, una iniciativa de la arquitecta bioclimática Araceli Reymundo, que propone aprovechar el relieve de las islas para gestionar mejor la energía y el agua. “Hay un tema crucial en la gestión del agua, que es toda la energía que hace falta para la depuración y el bombeo”, explica Reymundo.
Según sostiene Reymundo, las diferencias de altitud sirven para “almacenar la energía renovable”, como ha demostrado la central hidroeólica Gorona del Viento, en El Hierro, pero también para instalar “sistemas de depuración natural en sitios estratégicos, gastando menos energía en transportar el agua y en depurar las fecales”.
Los Ecoejes tratan de aprovechar el relieve en franjas que suelen pasar por núcleos rurales en las medianías y terminar en núcleos urbanos cerca de la costa. Tienen en cuenta los cuatro ejes básicos de la sostenibilidad: energía, agua, producción de alimentos y residencia/urbanismo. “Lo que hicimos fue estudiar de qué manera se podían generar sinergias para reducir las dependencias del exterior en energía y producción de alimentos; mejorar el confort y la eficiencia en los edificios y el espacio urbano; generar biodiversidad y favorecer la resiliencia del territorio aprovechando todos sus recursos, con un enfoque holístico. Por ejemplo, en los núcleos urbanos se generan residuos orgánicos que luego se llevan a las zonas rurales, o a los parques y jardines, para generar compost de alta calidad sin tener que importarlo”, indica.
Ya se han estudiado Ecoejes para los municipios de El Rosario, Santa Cruz de Tenerife, La Laguna y La Orotava. El de Birmagen-Costa de Añaza fue el primero que se analizó a iniciativa del Cabildo de Tenerife. En todos los Ecoejes se cuenta con la participación activa de los ciudadanos. “Con un profesional especializado en participación se hizo un primer sondeo para ver cuáles eran las necesidades de la ciudadanía, y luego, con especialistas en energía, en agua, en producción de alimentos y en residencias, se realiza un análisis del territorio del que salen propuestas para compartir otra vez con la ciudadanía antes de elaborar las conclusiones”.
Como afirma Vargas, la formulación de la Agenda Urbana de Candelaria también fue un proceso participativo. Se preocuparon de redactar un documento accesible que no tuviera un lenguaje demasiado técnico para hacerlo más universal. “En estos procesos de participación es cuando uno se da cuenta de las dificultades que tienen las personas no especializadas en comprender conceptos y de la necesidad de bajar esos conceptos a un lenguaje más comprensible”, reconoce Reymundo.
El proceso de participación, similar al que se usó para elaborar la Agenda Canaria 2030, no es solo para que los ciudadanos hagan sus aportaciones sino para generar vínculos de confianza entre los políticos, los técnicos, y la ciudadanía. “Que se entienda que lo que se hace no se hace para fastidiar a la gente, hay que darle a la gente la oportunidad de comprender de dónde vienen las propuestas y cuáles son los objetivos”, dice Vargas. En Candelaria, el documento final propuso 55 acciones en siete líneas de actuación: renaturalización, ciclo integral del agua, gestión de residuos, autoabastecimiento energético, innovación digital, modelos de convivencia y accesibilidad de vivienda, y movilidad.
Pero además de planificar, dice Vargas, hay que facilitar un cambio de hábitos. “Tenemos el hábito muy arraigado de usar el coche pero es un hábito que produce una gran cantidad de estrés, por la concentración que hace falta para buscar aparcamiento y todas las normas que hay que cumplir”, dice. En su opinión, para que haya un cambio de verdad hacia la sostenibilidad “tendrá que ser la población general, y no solo el grupo de personas que ya están concienciadas, la que se dé cuenta y se comprometa de verdad con la protección del territorio”.