Si hacemos caso a las letras que nos legó el grandísimo Jack London, la pequeña ciudad de Skagway, anclada en un solitario fiordo en lo más recóndito de la costa de Alaska, era lo más parecido a la Sodoma de las escrituras que se podía encontrar sobre la faz de la tierra. Visitando la Skagway de hoy, con su puertecillo idílico y sus calles cuajadas de viejas casas de madera pintadas de colores chillones, uno no se puede imaginar lo que tuvo que ser este perdido punto de Norteamérica a finales del siglo XIX. En 1896 se descubrieron arenas auríferas en el Río Klondike, un pequeño afluente del grandioso Yukón. Como suele suceder en estos casos, la noticia corrió como la pólvora por todo el mundo y provocó una oleada de inmigración que movió, según los historiadores, más de 40.000 personas durante el primer año de una nueva ‘fiebre del oro’. Los libros de London (sobre todo en los conocidos ‘Colmillo Blanco’ y ‘La llamada de la selva’ y el magnífico relato corto ‘Encender una hoguera) son textos imprescindibles para comprender aquel episodio histórico pero también son un canto de alabanza a las bellezas naturales de un territorio que aún hoy despierta los apetitos de aventura a los viajeros de verdad. London vivió en primera persona la fiebre del oro. No se hizo rico, pero el Klondike lo convirtió en inmortal. Salió ganando.
Skagway fue el puerto de entrada de buena parte de las miles de personas que se internaron en el Territorio del Yukón. Y desde aquí partían en un viaje agotador hasta la ciudad de Dawson (en territorio canadiense) en busca de la promesa del oro. Hoy, la distancia que media entre las dos ciudades se puede cubrir de manera cómoda en unas siete u ocho horas a través de la Klondike Highway, una carretera fácil de hacer y totalmente asfaltada. En aquellos tiempos, el viaje demoraba meses y suponía una prueba de resistencia física y mental que llevó a la tumba o a la locura a miles de hombres y mujeres. Nada más empezar el viaje, los pioneros y pioneras tenían que afrontar el ascenso hasta el White Pass, un estrecho paso de montaña situado a más de 800 metros de altitud a apenas 30 kilómetros de Skagway. Hasta que no se abrió la ruta del ferrocarril (1900), este tramo de camino se convirtió en uno de los iconos de la fiebre.
La ruta 98 de hoy se aleja bastante del camino histórico que siguieron los mineros. Para agarrarse a la historia hay que tomar el llamado Ferrocarril Panorámico del Mundo (Segunda Avenida, 201) y recorrer los 40 kilómetros que separan el puerto de Skagway y el Summit Lake (ya en Canadá). Es uno de los paseos en tren más intensos del mundo. Y te haces una idea de lo que pudo suponer subir a pie cargados con el material o el sufrimiento de aquellos perros que tiraban de los trineos, de las mulas cargadas con cientos de kilos... Sin salir de la ciudad puedes hacerte una idea de lo que fue aquello en el Skagway Museum (Spring street, 700) donde puedes ver fotos, objetos y mucha información sobre la fiebre. Pero también en los dos cementerios que hubo que habilitar para enterrar a los que no superaban la prueba. El centro de Skagway forma parte del listado de Distritos Históricos de los Estados Unidos. Aquí podemos ver una veintena de edificios de los tiempos de la fiebre del oro. Lugares como The Mascot Saloon (Broadway y Tercera), un verdadero bar de la época, o el Railroad Building (Segunda Avenida, 208), sede del ferrocarril que ahora ejerce de centro de interpretación. Toda la ciudad es un museo vivo de los tiempos de la ‘gold rush’. Una gozada.
Había dos maneras de acceder al Yukón: Skagway y la vecina Dyea. “Cualquiera que sea el camino que tomaste, desearías haber tomado el otro”, escribía el periodista Tappan Adney en 1897. La escritora Martha Ferguson McKeown, en su ‘El camino hacia el norte’ fue mucho más cruda: “No hay elección, uno es el infierno y el otro la condenación”. Hoy, la carretera permite volar sobre los abismos y lo que era un infierno se convierte en una carretera de montaña espectacular que alterna lagos, picos nevados y estrechos valles que llevan hasta el borde de glaciares grandiosos. Un paseo agradable que contrasta con algunos nombres que hablan de ese pasado reciente. Las penurias no se acababan en la subida al Whitepass. Al tramo de camino que media entre el paso y Cascross se le conoce como Dead Horse Trail. Se calcula que durante los dos primeros años de la Fiebre del Oro en estos parajes murieron unos 3.000 caballos de puro agotamiento, caídas o por la brutalidad de los pioneros.
“Los caballos murieron como mosquitos en la primera helada y desde Skagway hasta Bennett se pudrieron en montones. Murieron en las rocas, fueron envenenados en la cima y murieron de hambre en los lagos; se cayeron del camino, lo que había de él, y lo atravesaron; en el río se ahogaron bajo sus cargas o fueron destrozados contra las rocas”, escribía el propio London. El camino hasta Carcross atraviesa una zona caracterizada por la sucesión de lagos de origen glaciar. Entramos en Yukón junto a las orillas del Tagish. Nos encontramos con los primeros rastros de actividad minera en la Mina Venus (Klondike Hwy), una antigua estructura de madera abandonada hace ya bastantes décadas.
Una parada en Carcross: una ciudad de pioneros y el desierto más pequeño del mundo.- Carcross (104 kilómetros desde Skagway) es una pequeña posta de la ruta del Klondike junto al Lago Benett. Aquí tienes que parar para ver el diminuto centro histórico que forman la Matthew Watson General Store (Dawson Charlie St, 5), que es la tienda más antigua aún abierta en todo el territorio del Yukón, el Caribou Hotel (Dawson Charlie St, 7) y la Estación de Tren de Carcross (Benet Avenue). Estos viejos edificios fueron testigos de aquellos tiempos de la fiebre del oro: como también lo fue el SS Tutshi (Tagish Avenue), un viejo barco de vapor movido por ruedas que formaba parte de la flota que comunicaba los diferentes puntos de la ruta del Río Yukón (lamentablemente apenas quedan unos pocos restos tras un incendio). Sí, el mítico Yukón que nace en este sistema de lagos glaciares conectados directamente a los hielos de las montañas. Pero antes de lanzarnos río abajo hay que echarle un vistazo a una de las mayores rarezas de estos pagos: el desierto más pequeño del mundo. Y sí, no es broma. A las afueras de Carcross hay una pequeña mancha de dunas de arenas rodeadas por el voraz bosque boreal.
Por el Yukón hacia Whitehorse.- La primera etapa propuesta finaliza en Whitehorse (175 kilómetros desde Skagway) pero antes hay que recrearse en otro de los hitos de la ruta. En los tiempos de la fiebre del oro, lo más normal era llegar a Carcross por tierra y aquí tomar alguno de los barcos que iban saltando de lago en lago hasta llegar a las corrientes del río. La Klondike Highway evita el enorme rodeo y enfila directamente hacia el Río Yukón al que alcanza en el cruce de Carcross Cutoff (Alaska Highway). De aquí a Whitehorse apenas hay un par de minutos de carretera. La ciudad repite el esquema de otras poblaciones de pioneros. LO primero que te vas a topar al entrar en la ciudad a orillas del río es el SS Klondike (Robert Service Way, 10), un fantástico barco de vapor movido a rueda que es de los más antiguos de todo el país. En Whitehorse nos podemos sumergir de lleno en la historia de la fiebre en el MacBride Museum of Yukon History (Front St, 1124) pero también conocer que había aquí (y sobre todo quienes) antes de que miles de aventureros y aventureras se adentraran ‘into the wild’ (en lo salvaje) en busca de la fortuna.
El Kwanlin Dün Cultural Centre (Primera Avenida, 1174) es una buena manera de acercarse a esa historia anterior protagonizada por las ‘primeras naciones’. Aquí vas a encontrar exposiciones sobre la cultura local y actividades de carácter cultural. Un paseo por Beringia (Norseman Road, sn).- Una gozada de museo. En Beringia se hace un viaje al pasado a través de los restos hallados en el Yacimiento de Bluefish Caves, a más de 1.000 kilómetros al norte de Whitehorse (que ejerce como capital del extensísimo territorio del Yukón) a los tiempos en los que Asia y América estaban unidas por el paso de Beringia. Aquí podrás ver viejas herramientas de piedra, huesos fósiles de animales con marcas de herramientas y cuidadas reproducciones y dioramas.
Fotografías bajo Licencia CC: Matt Sherwood; Wendy Cutler; Rick Briggs; John Johnston; pshanson; Alex Zanuccoli;
Andy Harbach; Bo Mertz