ENTREVISTA
Amparo Sánchez-Monroy, delegada de Archivo, Guerra y Exilio (AGE) en Francia
“Los 40 años de dictadura rompieron los mecanismos de transmisión de ideas críticas entre generaciones”
Esta hija de republicanos exiliados en Francia, que vivió dos guerras y el internamiento en cárceles y campos de concentración cuando apenas era una niña, reivindica la memoria y el reconocimiento jurídico de los que fueron víctimas del fascismo y el racismo en Europa
Marie o Amparo o Marie-Amparo Sánchez-Monroy (Barcelona, 1938), como dice salomónicamente su cédula de identidad francesa, ha pasado media vida huyendo o refugiándose y la otra media reivindicando la memoria de los que perdieron todas las contiendas y solo les quedó la dignidad de no haber mercadeado con sus convicciones. Su historia es una historia plena de años, pero también de militancia y activismo por el mantenimiento de la memoria y por el reconocimiento jurídico de los que fueron víctimas del fascismo y el racismo en Europa.
Ella pertenece a una estirpe dura como el pedernal que vivió dos guerras, una civil y otra mundial, el exilio y el internamiento en cárceles y campos de concentración, experiencia que sufrió con 10 meses de vida, del mismo modo que padeció el desprecio de una Francia dividida entre el colaboracionismo y la lucha por la libertad y en la que participaron miles de republicanos españoles que, como su padre Andrés, no pudieron liberar su país pero sí liberaron su país de acogida. El mismo hombre que participó en el maquis francés y el fallido intento de invasión guerrillera del Valle de Arán anunciaba todos los años a su familia que “el próximo año estaremos en España”. Y fueron 40 las veces que lo dijo. Amparo Sánchez es miembro de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio, organización que reivindica los derechos de las víctimas del franquismo y trabaja por la recuperación de la memoria democrática. Como representante de la delegación francesa participa esta semana en varios actos en Cantabria y este jueves ha intervenido en la Librería La Vorágine de Santander.
¿Marie o Amparo?
[Ríe] Es el problema de identidad que tarde o temprano termina. Hoy, con 85 años, estoy segurísima de quién soy, de dónde vengo y dónde me siento en la sociedad. Pero cuando era adolescente, sí, fue un momento de cuestionamiento, aunque en mi familia lo hablábamos todo. En las familias del exilio había muchas que no hablaban, que no querían hablar de lo que habían pasado en España. Nada, silencio. Aunque fue un silencio de otro tipo, diferente al impuesto por el franquismo.
Un silencio traumático.
No es que quisieran esconder nada, pero fue tal trauma en sus vidas que no querían repercutirlo sobre sus hijos.
Pero en la suya se hablaba, como dice.
Tenía un padre que nos decía siempre: “Seguro que este año volvemos a España”.
¿Y cuántos años estuvo diciendo eso?
No volvió hasta después de la muerte de Franco. Durante 40 años lo dijo. Yo conozco bien el mundo en el que vivían los refugiados políticos, un mundo aparte, un mundo que desde fuera se miraba con recelo porque no se sabe qué gente es y eso porque nunca se atrevieron a verlos de cerca. Fue gente que vivió siempre con el ansia del retorno.
Empecé mi vida en campos de concentración cuando tenía 10 meses. Hubo cientos de niños republicanos que empezaron a conocer el mundo en el entorno desolador de los campos de concentración
Usted ha vivido el exilio, dos guerras, los campos de refugiados, ha vivido en la cárcel y ha sido objeto de vigilancia policial. ¿Hasta cuándo se remonta una vida tan agitada como la suya?
Empecé mi vida en campos de concentración en Argelès sur Mer cuando tenía 10 meses, después de cruzar la frontera en febrero de 1939. Hubo cientos de niños republicanos que empezaron a conocer el mundo en el entorno desolador de los campos de concentración. Cientos y cientos de niños a los que fue robada la infancia. ¿Qué traumas les habrá perseguido toda su vida?
Solo fue el principio...
Yo mis dos añitos los cumplí en la cárcel. No tengo un recuerdo personal, directo, de esos años, pero de mayor yo no podía vivir con la puerta de la calle cerrada, ni podía dormir con la ventana cerrada. ¿Por qué? Había ratas que corrían por la noche por los cuerpos de las mujeres y que mi madre para protegerme se había procurado una cajita de cartón en la que dormía. En la cárcel de Dubuisson estuve encerrada con mamá y decenas de mujeres y niños. Francia e Inglaterra habían declarado la guerra a Alemania y a las Prefecturas llegaron órdenes de que todo extranjero en territorio francés podía ser un elemento perturbador y convenía vigilarlo y concentrarlo. Por eso nos sacaron en camiones de los campos de concentración para llevarnos a una cárcel al norte.
¿Separaron a las familias?
Separar las familias ya empezó en el campo de Argelés sur Mer en febrero de 1939. A cientos de kilómetros de Argelès, en donde quedaron mi padre y abuelo, encerraron a 80 mujeres y niños, a cal y canto, como a presos de guerra o criminales. Duró un año. Los guardianes y el personal iban a dormir a sus casas y echaban el cerrojo de la cárcel y allí murió un niño de difteria, en condiciones tremendas por faltas de cuidados y porque todo el mundo estaba encerrado como bichos. Mi madre me contó que cuando volvieron aquellos hombres y el director las mujeres querían arrancarles los ojos por el sufrimiento e impotencia que habían vivido aquella noche. En el campo de Argelès sur Mer murieron 76 niños españoles, según una cifra no oficial porque datos oficiales no existen. Desde los campos en donde estaban desnudos, en alpargatas, los españoles fueron los primeros en salir para continuar la lucha contra el mismo enemigo que combatieron en España casi tres años. No hay un lugar de Francia donde no fueran a parar los republicanos españoles. Mi padre fue uno de ellos, fue teniente del FFI [Fuerzas Francesas del Interior].
¿Cuántos años estuvo luchando su padre?
Tengo que decir que estuvo en la UNE [Unión Nacional Española] y en el Valle de Arán en 1944 con todos aquellos 'donquijotes' que pensaban que volverían a reconquistar España y que terminaron lamentablemente porque los republicanos españoles fueron traicionados por unos y por otros.
¿No puede ser más precisa?
Invito a que cada cual investigue. Queda mucho por sacar a la luz y la verdad de la Historia tarda mucho en darle a los republicanos el lugar que les corresponde.
Francia no fue especialmente justa con el papel que jugaron los españoles. Usted ha vivido, se ha educado, ha trabajado en Francia. ¿Cómo es su relación con Francia?
Tengo sentimientos que con los años han ido evolucionando porque nuestra llegada a Francia fue tremenda. Los campos [de concentración] fueron los cementerios de todas las ilusiones que quedaban, pero hay que poner las cosas en el contexto de su momento. Aunque [Santiago] Carrillo dijera lo contrario, el pacto germanosoviético [entre la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin] cayó como una bomba entre los refugiados.
Los campos de concentración fueron los cementerios de todas las ilusiones que quedaban
Los españoles pagaron un precio elevado por el refugio que se les dio. Pero tengo que decir también que, para los niños republicanos, la escuela francesa fue su gran suerte. La escuela era obligatoria, laica y gratuita, tres aspectos a los que nuestros padres se adherían porque jamás nos hubieran mandado a una escuela confesional por sus ideas y por no tener dinero. De la misma manera que Europa y España tienen una deuda inmensa con esa multitud de gente, nosotros, niños republicanos, tenemos una deuda con los maestros de la República francesa.
Regresó a España en 1956 y siguió teniendo problemas.
Fui interrogada y reeducada en el servicio social de la mujer durante seis meses.
¿Por qué motivo volvió a España?
¡No me haga la misma pregunta que la Dirección de Seguridad! [Ríe] Por una razón muy sencilla y que ahora no tiene razón de ser: Los maestros franceses dijeron a mis padres que podría ser maestra pero tenía que tener la nacionalidad francesa. Y en 1956 se planteó a la familia tomar la nacionalidad francesa o hacían a 'la niña' francesa.
Luego ustedes eran apátridas en aquel momento...
Franco había dicho que los buenos españoles vivían en España. Además, no había ninguna Convención de Ginebra que nos protegiera. El resultado es que fuimos tratados peor que los presos de guerra.
¿Por qué su familia optó porque usted estudiara y se nacionalizara francesa?
Primero Francia calificó de “indeseables” a los refugiados, pero con la guerra flexibilizó el tratamiento y cuando terminó la guerra propuso una suma de dinero por cada hijo que se nacionalizara francés.
¿Y sus padres se negaron?
Se negaron a eso, nunca quisieron hacerse franceses ni vender la piel de ninguno de sus hijos. Eso era una decisión, dijeron, que tomaríamos nosotros cuando fuéramos adultos y con conocimiento de causa. Ni yo ni mis tres hermanos fuimos bautizados, pero mis padres no se oponían a que lo hiciéramos de adultos.
Mis padres nunca quisieron hacerse franceses ni vender la piel de ninguno de sus hijos
En 1956, ¿cuántos años tenía?
17 años. Entonces hubo discusión en la familia. Mi madre, porque las mujeres tienen los pies más en la tierra, pensaba que mejor hacerme francesa, pero mi padre prefirió que fuera a España con su hermano a estudiar. Y así fue. Ante la alternativa entre aventura y colegio cerrado escogí la aventura.
¿Cuántos años permaneció en España?
Dos años y prácticamente incomunicada. Me quitaron todos los 'papeles'. Cuando al fin salí me seguían los 'hombres de la gabardina' allí donde iba. Pude llegar hasta Barcelona, en donde mi madre tenía familia. Estuve seis meses con las mujeres de Falange y los curas, pasando revista y haciendo el saludo fascista.
¿Fue sometida a un proceso de 'reeducación'?
Querían que fuera una buena mujer, pero más bien consiguieron lo contrario. [Ríe]. Me hicieron más rebelde de lo que era por naturaleza.
¿Qué pasó a su vuelta a Francia?
A los 10 días tropecé con un galo muy galo [sonríe] y me casé y tuve dos hijos. En Toledo no admitían 'rojos' en estudios superiores por lo que estudié con un maestro represaliado, pero no hubo después convalidación de los estudios. En Francia entré a trabajar en la administración y, después de nacer mi segundo hijo, estudié dos años para obtener el bachiller, luego me licencié en Derecho Público por la Universidad de Perpiñán y cursé un Máster en Países Latinoamericanos. Mi trabajo de fin de carrera fue 'La II República española, un proyecto de sociedad revolucionario'.
¿Por qué revolucionario?
Si se compara la situación en Francia con la de España durante la II República se advierte lo avanzada que era la Constitución republicana en materia de derechos, incluido el del voto de la mujer, que en Francia no se pudo ejercer hasta 1946.
Era mucho más que un trabajo de máster.
Fue una manera de compensar las humillaciones que había sufrido mi gente cuando decían “español de mierda, que vienes a comerte el pan de los franceses”. Nos demostraban el mismo desprecio que tenían a los africanos. Demostrarlo supuso una satisfacción moral.
Cuando se ha vivido tanto, ¿no es momento de descansar?
Doy charlas en institutos, en librerías, en casas de cultura, para mantener viva la memoria. Desde hace 20 años estoy en AGE, que dirige de manera ejemplar Dolores Cabra. Nuestro lema es 'Verdad, Justicia, Reparación'.
Casi 80 años después de la II Guerra Mundial, la ultraderecha está en auge en Europa. ¿Qué está pasando?
Tenemos la memoria corta por una parte, pero sobre todo significa que en España 40 años de dictadura rompieron los mecanismos que permiten la transmisión de ideas entre generaciones, las ideas críticas. Quemando libros e imponiendo el silencio todo eso se vino abajo y eso lo estamos pagando ahora. Porque eso forma parte de la configuración de un Estado de Derecho y creo que en España aún no lo hemos configurado de una forma acorde con su definición.
¿Es por eso por lo que sigue trabajando?
Sí, porque creo en la transmisión, porque creo que es una luz que viene del pasado a hacernos entender nuestra problemática de hoy.
Tenemos la memoria corta y en España 40 años de dictadura rompieron los mecanismos que permiten la transmisión de ideas entre generaciones, las ideas críticas
Al despedirse, advierte Sánchez-Monroy que aún no ha respondido a la pregunta sobre su identidad, sobre su nombre. ¿Marie o Amparo? “En el censo electoral estoy como Marie-Amparo Sánchez-Monroy Martínez”, explica ella. Y cuando va a votar, el apellido Monroy sale a la palestra, un nombre complicado de pronunciar para un francés, pero que ella insiste en que se pronuncie bien, con un punto de placer malévolo por la correcta pronunciación de una erre perfectamente vibrante. “¡Toma!”, piensa en esos momentos para sus adentros cerrando el puño. “¡Por mi padre!”.