Neifred Villegas consultó el GPS al llegar a casa y comprobó que había pasado dos horas y media en la carretera: un tercio de su jornada laboral. Neifred es médico rural, esa figura docta en dolores y mano izquierda. Todas las mañanas, tras pasar consulta en el centro de salud de Ontaneda, se sube al coche y conduce durante media hora hasta San Pedro del Romeral. Allí hay 350 pacientes a quienes revisa, cuida o lee cartas de la Seguridad Social. “Cualquier cosa que se salga de la luz y el agua”, dice, “eres su apoyo”. Como en cualquier otro núcleo rural de códigos tan distintos y vida más pausada, en San Pedro la médico se enfrenta a una dispersión monumental que le tiene enredada, en sus visitas a domicilios, en carreteras y caminos rurales buena parte de su jornada. Son las reglas de la profesión.
Los consultorios rurales son mucho más que un surtidor de remedios. Son punto de reunión y encuentro. Los paisanos conocen el coche de los médicos, les esperan, les preguntan, les cuentan su vida. Neifred Villegas dice que trabajar entre estos montes ondulados “es muy bonito” y que “la mayoría de las personas son agradecidas”. Y “muy homogéneas”: se han dejado la vida en el campo, los jóvenes se han ido, las lumbalgias desfilan por la sala y sus pacientes —la mitad de ellos de más de 70 años— consultan mucho. Pero también dice que a pesar de esa dureza casi congénita, existe un problema a la hora de movilizarse: “Muchos no conducen y tienen a uno o dos jóvenes que les mueven, pero la realidad es que necesitan de este sistema sanitario”.
En Cantabria hay cuarenta consultorios rurales sin médico. Son centros que asisten a pocos o muchos cientos de personas que se ven obligados a desplazarse al centro de salud del que depende su puesto más cercano. Hay una razón: no hay bolsa de sustitución de médicos. Pero en los núcleos rurales, donde la edad media de los habitantes es elevada y las consultas son más frecuentes por definición, el acceso al profesional sanitario es fundamental. La amenaza de su cierre planea ahora más que nunca tras las palabras del consejero de Salud de Cantabria, César Pascual (PP): “El modelo actual no tiene futuro”. La médico de San Pedro del Romeral, amante de eso que define como “la ruralidad”, reconoce que esa escasez es incuestionable, y eso les tiene a los médicos de la comarca haciendo carambolas para no dejar tirados a sus pacientes. Pero ese esfuerzo de apalabrar visitas a domicilios o consultorios, afirma, corre de su cuenta y riesgo.
En Riaño, por ejemplo, están intentando reabrir el consultorio. Entre Entrambasaguas y este pequeño pueblo de poco más de 150 vecinos a los pies de Fuente Las Varas apenas hay diez kilómetros que el silencio y la dispersión alejan aún más. A la orilla de la carretera, el puesto de salud, levantado a finales de los años noventa, duerme desde hace más de quince años. Al menos, dice María Chávez, presidenta de la Junta Vecinal, lo llevan utilizando tres años como centro de actividades. Hay en el pueblo voces que piden reabrirlo como centro sanitario y otras que mantienen una aparente indiferencia, ya que mantienen su médico de cabecera en Solórzano, Solares o Santander.
El consultorio apenas funcionó tres años. Se comenzaron a dar recetas electrónicas y en la Cantabria rural de comienzos de siglo agarrar una pizca de internet era milagroso. La médico que venía un par de días al mes armó el petate, dicen en Riaño, y se largó. Sanidad, entonces, desmanteló el equipamiento y dejó un silencio que los vecinos, al saber que el edificio pertenecía a la junta vecinal y no al ayuntamiento, y a pesar de que seguía cedido a Sanidad, se encargaron de mantener. “Pero el otro detonante es que la gente no asistía”, dice María Chávez.
La semana pasada, dos representantes de la Consejería de Sanidad visitaron el consultorio. Entraron por la puerta abierta en un costado, accedieron al vestíbulo con mesas, sillas, máquinas de coser y una televisión; accedieron a las tres habitaciones provistas de fregaderos y armarios que alguna vez guardaron gasas, y se sorprendieron del buen estado del edificio. María, que admite estar presionando para que traigan un médico un día a la semana, les preguntó si esa futura asistencia sería compatible con los talleres de costura, cerámica y plantas medicinales; si los viernes a las seis, los mayores del pueblo podrían seguir jugando aquí la partida. Ellas le respondieron que los dos habitáculos médicos se cerrarían con llave y podrían seguir las actividades. María celebra ahora la decisión de la Consejería, aún en proceso, aunque también duda de la eficacia de la medida. “Lo vamos a intentar: si funciona, bienvenido sea, pero si no funciona vamos a pedir el cambio de uso del edificio”, explica, y remarca que, durante la anterior cobertura médica en Riaño —dos días al mes —, el servicio hizo aguas: “Tampoco funcionaba bien: yo me acuerdo que, cada vez que tocaba y había gente que no tenía coche y esperaba, pero si tenían emergencia no podían esperar: solo era para una consulta muy por encima”. La presidenta, así, mantiene una dialéctica (presionar por la presencia médica al tiempo de incidir en su dudosa viabilidad) que resulta algo confusa:
—Pero entonces, ¿estás a favor de que vuelva el médico?
—Yo estoy a favor de demostrar si funciona o no, y de una vez tomar una medida. Si no, seguiremos en la misma situación: un edificio en el que no podemos hacer algo formalmente, como un centro de día o de ocio.
Lo que sí parece claro es que la asistencia vendría de Solórzano. Es decir, se recurriría a lo que Neifred expresa así: “Se desviste un santo para vestir otro”. Porque en Riaño no hay bar ni farmacia ni médico ni enfermera. Hay nuevos pobladores que huyen de los calores de la meseta en verano, una asociación de amigos que agita la vida local, una preciosa bolera y unas antiguas escuelas. En Riaño hay, en fin, una especie de esperanza para que la médico de Solórzano venga una vez a la semana.
Solórzano es la localidad más poblada (unos 700 habitantes) del municipio al que da nombre. Se encuentra a ocho kilómetros de Riaño, una distancia bien conocida por quienes acuden aquí al consultorio. Un hombre sentado en su garaje con el portón abierto dice que está muy contento con la nueva doctora que, unos minutos después, atiende en el consultorio a un hombre que acaba de pasar por manos de “la practicante”. En la sala de espera hay otras cuatro personas: una mínima representación de los 870 pacientes a quienes les corresponde este centro. Lucía González viene de lunes a jueves, aunque dos días a la semana reparte la jornada entre el puesto de salud y la residencia de ancianos de Gama. Apenas hay demoras de un día en la atención, dice González, aunque el mayor desafío de su trabajo es la dispersión. “El problema es que hay más de 150 mayores de 75 años, y muchos son inmovilizados”, afirma. Y eso, afirma, repercute en que hay mayor lista de espera en los domicilios que en el propio puesto de salud.
Los consultorios, dicen las médicas rurales consultadas, funcionan bien. Las listas de espera son exiguas y los pacientes están satisfechos. El trato es cariñoso, la nobleza es sobresaliente y los pobladores son duros. Lucía González dice que la gente de aquí no quiere ir al hospital y aguantan los quebrantos apretando los dientes en casa. Pero ambas coinciden en la dificultad de movilización de los mayores y en la ausencia de médicos para realizar sustituciones. La médico de Solórzano apunta al desafío que supondrá la jubilación de unos cuarenta médicos de Atención Primaria, aunque también la imposibilidad de asumir a la población desplazada de vacaciones y segundas residencias. En Semana Santa, su consultorio asumió una cartilla de mil desplazados, mientras que el verano pasado, en el centro de salud de Santoña y en el consultorio de Noja, que multiplica su población un 3.000 por ciento, se veían 60 pacientes al día: “No bajaban de esas cifras”. El máximo, por ley, es de 35.
Gestión de recursos o desmantelamiento
Cantabria está dividida en cuatro áreas de salud (Santander, Laredo, Reinosa y Torrelavega) que despliega su asistencia a través de 42 centros de salud. Esos centros, además, se extienden mediante 109 consultorios rurales. La ausencia de sustitutos mantuvo a Penagos sin médico más de ocho meses. El pueblo comenzó unas protestas en las que se involucraron muchísimos vecinos, como la mujer que este mediodía sale del puesto de salud y participó en varias manifestaciones. “Mira que no me he movilizado nunca”, dice, “pero es que esto era ya sangrante: no es cualquier cosa, es la salud de las personas”. La vecina prefiere no dar su nombre, pero sí explica los detalles de tantos meses en los que primero tuvieron que desplazarse a Sarón y más tarde, después de muchas quejas, venían médicos que hacían peonadas por las tardes. “Así nos hemos estado apañando, pero ha sido un proceso”, afirma la mujer que aprendió a protestar y prefiere no dar su nombre (“porque no importa, ¿no?”).
En el caso de Penagos, una población de más de 2.000 personas, las reivindicaciones surtieron efecto, pero en localidades despobladas y dispersas donde la lucha común es anecdótica, la presión mediática es invisible y el peso electoral resulta insignificante, el buen abastecimiento de los puestos de salud es más difícil. “No hay médicos, es verdad, pero no los ha habido en los últimos años. Lo que ahora no se está haciendo es ni gestionar a los médicos que hay ni se están buscando fuera”, explica Raúl Pesquera, diputado del PSOE en el Parlamento de Cantabria y médico en el consultorio de Liaño. Hoy, un jueves de mediados de abril, el consultorio está cerrado. El puesto de salud, que pertenece al área de Astillero, abre dos días a la semana, aunque el médico admite que hay un desequilibrio en favor de Astillero, donde pasa la mayoría de su tiempo de trabajo, entre el cupo de pacientes y la cantidad de horas que destina a cada centro.
Pesquera, además, subraya el problema y acaricia la solución de los consultorios ante la ausencia de médicos, que es desplazar a un profesional al consultorio y no a decenas de pacientes al centro de salud. “Pero a los médicos no se les dice que tienen que ir al consultorio al que pertenece porque hacer eso supone gestionar y aquí no queremos pelearnos con los médicos: ese es el problema”, afirma. Aun así, el sanitario y político considera que los consultorios sufren el mismo problema que los centros de salud, que es el déficit de profesionales. Solo hay una pequeña diferencia que abre una inmensa brecha: mientras que, ante la baja o vacaciones de un profesional, en un centro de salud se distribuyen los pacientes entre el resto de médicos, en un consultorio, al no existir más doctores, los pacientes deben moverse al centro de salud del que depende su consultorio.
Las estadísticas en Atención Primaria, dice Pesquera, no son malas. Un recorrido por las cifras disponibles en tiempos de espera o cupos de pacientes así lo refleja, aunque la gestión o los servicios de urgencia, que consumen el 40 por ciento de los médicos de la Atención Primaria, argumenta, frenan la eficiencia en el uso de los recursos humanos. Los Servicios de Urgencias de Atención Primaria (SUAP), por ejemplo, son independientes y no pasan consulta por las mañanas. “No es lo mismo el servicio de urgencias de Castro Urdiales o de Sarón”, justifica Pesquera, “que el de Mataporquera, que se ven seis pacientes de media al día y va un paciente en horario nocturno cada 15 días”. Ese servicio, expone, podría ser prestado por los médicos que atienden por la mañana: “Pero eso supone una reorganización de los servicios de urgencias, y eso significa conflicto”. Por eso, ante tantas soluciones en la conversación, cabe recordarle que él fue consejero de Sanidad hasta el año pasado y que el nuevo Gobierno lleva menos de un año. “Sí”, admite, “y ese era el plan que teníamos. Y por eso nos hicieron una huelga los servicios de urgencia”.
La autocobertura, que implica repartirse el trabajo cuando se ausenta un profesional, no alcanza a los consultorios. La amenaza, pues, es muy palpable. “El problema en la priorización es que tienes que tener en cuenta la equidad, y la priorización aquí se hace en base a los intereses de los profesionales, no de los ciudadanos: quizá hay que incentivar trabajar en un consultorio, como ofrecer un complemento”, resuelve el médico de Liaño. “Yo soy partidaria de mantenerlos”, dice González, “pero creo que a lo mejor llega un momento en el que no vamos a poder y, quizás, haya que centralizar”.
En la Cantabria rural, además, el envejecimiento es un ingrediente más en este conglomerado de retos que incluye el desplazamiento de los mayores. “En las zonas rurales salen a su huerta, pero las habilidades sociales para coger un transporte y movilizarse, hay que practicarlas, y aunque ellos son muy espabilados, esa habilidad social no la tienen”, dice Neifred. La doctora de San Pedro del Romeral, amante de su destino y su trabajo, tampoco cree que sea fácil aniquilar el necesario entramado de consultorios rurales. “Poco a poco nos vamos comiendo cositas y la situación es peor cada vez: antes las vacaciones te las cubrían, ahora si pides unas vacaciones con sustitución, te lo deniegan de una vez por falta de sustitutos, y eso lo tenemos asumido desde hace un año”. Neifred no cree que sea fácil desmantelar los consultorios, pero tras la ristra de argumentos en favor de su necesidad, lanza un pronóstico no muy esperanzador: “No es fácil desmontarlos, pero se va a lograr”.