Cuando Amparo tenía 12 años ya contaba con un máster en la vida y en la política. Sabía que la vida era terriblemente injusta y que ella había nacido entre los condenados a esa injusticia. Ahora, con 86 años, tiene la sensación de que la condena era a perpetuidad y que si entonces, en 1940, la posguerra y la pobreza eran su ejecutor, en 2015 es la apisonadora de la Administración y la ceguera de un político.
“Mi madre [Rita], pobre mujer, era tonta, se negó a entregarnos a una institución y luchó para criarnos y, mira usted, luchó para nada”. De Amparo Pérez opina todo el mundo. El alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, la perfila como una mujer ambiciosa que no se conforma con el triste precio que la Justicia ha determinado para su casa, destinada a desparecer bajo el asfalto de un vial de dudosa necesidad; la Plataforma de Afectados por la Hipoteca u otras organizaciones la presentan como una víctima del sistema; en las cafeterías, la Amparo de titular de periódico genera controversia.
Ella, sin embargo, habla de sí misma con tristeza pero con dignidad. Su vida es un resumen de la historia de este país que tanto se empeñan algunos por borrar. No hay postmodernidad, ni tecnología, ni emprendedurismo en su biografía. Hay supervivencia. A pesar de la propia vida.
Cuando Amparo tenía 12 años sabía que una mujer sola tenía pocas oportunidades. “No conocí a padre, que se había muerto en una operación y mi madre se empeñó en mantenernos con ella, a los cuatro hijos. Hemos salido a punta de azada y de colada y ya ve para qué, para nada, para que, al final, el trabajo de toda una vida se termine así”. Así es el nuevo vial que el Ayuntamiento de Santander construye para conectar la Avenida de los Castros con la autovía S-20, una obra de “interés público” que la mayor parte del público no entiende pero que, a raíz de los recursos judiciales presentados por Amparo Pérez por la expropiación de su hogar, ha seguido adelante rodeando esta humilde casa en la que ya solo quedan Amparo con sus recuerdos, una foto de cuando cultivaba con su marido el huerto trasero, un limonero, dos perros (Lucho y Lula) y Perlina, el gato que deja su huella en el gastado sofá del salón.
Es un fin de semana triste y frío. Un pequeño radiador eléctrico trata de sacarle la humedad de los huesos a Amparo pero le cuesta respirar. “Me fatigo nada más levantarme, estoy muy nerviosa, muy triste, muy cansada”. El Ayuntamiento ofrece algo más de 78.000 euros por esta casa y los 379 metros sobre los que está plantada en plena Vaguada de las Llamas. Un precio al que se ha llegado después de una modificación en el suelo, que pasó de urbano a rústico en una de las últimas modificaciones del Plan General de Ordenación Urbana. Amparo pide un poco más (32.000 euros adicionales) por dejar atrás lo único sólido que ha construido en su vida.
Una superviviente
Cuando Amparo tenía 12 años salió de su barrio, Peñacastillo, para ir a trabajar “a cambio de alubias, leche y boronas” en la Finca El Manjón, en Las Caldas. “La vida era terrible, me hacían trabajar tanto que cuando daba la vuelta a los colchones de lana en la mañana me dormía sobre ellos. La vida es terrible”, insiste.
Tres años como sirvienta, “tirando de cuévano”, haciendo la colada en el río y manteniendo el calor de los otros, fueron el antecedente de una vida de trabajo en casas ajenas, donde jamás pagaron su cotización a la Seguridad Social, donde su recuerdo se diluyó con el paso del tiempo. A los 24 años ya conocía muchas casas que no eran la suya, que nunca se parecerían a la suya. También conocía a un buen hombre que trabajaba en la Ibero Tanagra. Eladio Serrano tenía un trabajo formal que lo condenó a muerte. En sus pulmones se iban alojando pequeñas partículas de sílice que lo incapacitaron desde muy pronto y que terminaron con su vida a los 59 años, allá por 1996. A Amparo le quedó una pensión de viudedad que con los años ha escalado hasta los pírricos 634 euros.
La casa por la que hoy pelea Amparo fue el sueño y la osadía de ambos. Cuando se casaron aprovecharon una tejavana en la casa familiar de Eladio para cerrarla y comenzar una vida en común, pero la humedad y el frío era tanto que “una pasaba la mano por la manta de la cama y estaba mojada siempre”. “Una tía de Eladio nos ofreció este terreno, que estaba a solo 20 metros de donde vivíamos y decidimos construir”.
Con Eladio la mayor parte del tiempo en reposo absoluto y con muy pocos recursos, la construcción de esta casa que el ‘justiprecio’ valora en tan poco fue heroica. El viento tumbó la estructura una vez, la escasez retrasó su terminación muchas otras veces. Pero un día, hace ahora casi 60 años, gracias a la ayuda de familiares y amigos, a los materiales prestados… pudieron entrar a vivir “sin los suelos y sin baño”.
Cuando tenía 12 años, a Amparo le tocó aprender de la vida a golpes. Hoy, con 86, no entiende nada. Las obras del vial han dejado los taludes de la obra a pocos metros de los costados de su casa. “Se mueve todo cuando pasan los camiones… ya ni limpiar el polvo… ¡ay Dios mío! Qué triste”. Amparo construyó la casa a pulso. Recuerda aún cómo le tocó “bajar” bultos de cemento en las espaldas desde lo que hoy es la Avenida General Dávila, no olvida cómo lo pasó batiendo cal. “La gente se queja, pero ahora la gente vive bien. Lo pasábamos tan mal entonces… unos días comía y otros días… miraba”.
Obstáculo para el ‘desarrollo’
Esa es la casa que molesta al desarrollo de la ciudad, según el Ayuntamiento, a cuyo alcalde le cuesta entender el empecinamiento de esta mujer con este pedazo de tierra. Íñigo de la Serna, que logró renovar su mandato en las elecciones de 2011 con un holgado 56,24% de los votos escrutados y es la esperanza del PP para retener la mayoría absoluta en Santander el próximo mes mayo, se quejaba hace unos días de que Amparo tenga detrás “una plataforma mediática y política” y defiende la obra como “absolutamente clave para la ciudad”. Ningún grupo político en el Ayuntamiento, al margen del Partido Popular, lo ve así.
Hasta ahora, los argumentos ha sido los del debido proceso, los de la legalidad. Poco se ha hablado de justicia. La dolorosa biografía de Amparo Pérez está sembrada en los 374 metros del terreno en disputa y parece la historia de una España desmemoriada que olvida a los invisibles que han limpiado los restos del festín de la democracia tras pasar las penurias de la posguerra y la dictadura.
Tanto es así que, con 86 años, a Amparo le cuesta recordar momentos felices en su vida. No es la pérdida de memoria, es el recuento de su microhistoria. “Bueno, sí, cuando los tenía a todos aquí, en la terraza, y les cocinaba”. Todos eran su marido Eladio, su hija María del Mar, sus dos nietos [Marco y María], y José, el hijo de una hermana que crió desde que tenía un año hasta que a los 40 una hemorragia se lo llevó.
Sus nietos han sido, de hecho, su apoyo cotidiano en este último año de lucha contra la maquinaria de la Administración. Desde el Ayuntamiento se repite una y otra vez que la ley es la ley y que no se puede pagar más a esta mujer por la expropiación porque sería delito. De hecho, el concejal de Urbanismo, César Díaz, en un comunicado público aseguró que “una institución pública, que administra el dinero de todos los santanderinos”, no puede utilizar ese dinero para “pagar a un particular por encima de lo que ha estipulado un jurado”.
Sin embargo, la hemeroteca recuerda que fue este Consistorio el que firmó un sobreprecio del 30% (1,3 millones de euros) en el cercano Puente de Arenas a pesar del que el Tribunal de Cuentas consideró que “todos los conceptos disfrazados para obtener sobrecostes eran perfectamente previsibles”. El mismo que ejecutó e inauguró la restauración del Palacio de Riva Herrera (Pronillo) con un 26,5% de sobrecoste o el Centro de Acogida de Candina con un 32,2%.
El desánimo
Amparo está desanimada. A sus 86 años no entiende tanta cerrazón por parte del Ayuntamiento. Está sentada junto al radiador eléctrico y sus palabras pelean con las lágrimas y la falta de aire para abrirse y así terminar de relatar su historia. En la habitación donde siempre durmió se agolpan ahora bolsas y cajas por si el desalojo se produce, la cocina sufre de desgana y de cierto abandono y en el aparador del salón sobreviven cuatro o cinco fotos entre la que destaca la de José y la de su sencilla boda en la Iglesia de Peñacastillo. El Ayuntamiento, en un acto administrativo firmado el 19 de enero, el mismo día de la resolución judicial que le autoriza a hacerlo, le da a Amparo hasta este jueves 5 de febrero para salir de la vivienda. La resolución judicial, paradojas de la legalidad, puede ser recurrida hasta el 9 de febrero. El tiempo, igual que la fuerza, se agota.
“Yo creo que tienen casas cerca donde yo pueda vivir, con un poquito de tierra para mis flores, no puede ser tan difícil…. pero no quieren… no quieren solucionarlo”. Dice estar desanimada y siente que su vida se empantana en el barrizal en que estos días se ha convertido su terreno por culpa de las obras que la hostigan. “Han pasado cosas buenas en estos meses de aguante. Hay unos chicos jóvenes que yo en otra época quizá habría mirado mal. Y fíjese usted, vienen a acompañarme en las noches, me ayudan, y no quieren salir en ninguna foto ni sacar partido de nada”. Amparo se refiere a algunos de los jóvenes que impulsaron la acampada solidaria de julio de 2014 que permitió que el resto de la ciudad supiera de su caso. “Mucha pena me da… qué gente más buena… Habrá mucho sinvergüenza, pero hay mucha gente buena”.
La historia de Amparo tiene poco que ver con la orgullosa ciudad de provincias, con el Palacio de La Magdalena, con la Universidad Internacional que acoge o con el Mundial de Vela celebrado el pasado verano y del que presume el alcalde. Nada que ver con la Smart City ejemplar, ni con la ciudad con huella de carbono cero que acaba de prometer el regidor municipal.
Cuando Amparo tenía 12 años sabía que su vida no iba a ser fácil. Todo su esfuerzo se concentró en levantar su casa y, dentro de ella, con muy pocos recursos, sacar adelante a los suyos. Ahora que se acerca a los 87 le entristece saber que no va a tener tregua ni al final.
-Amparo… ¿Va seguir resistiendo hasta el final?
- Ay… no sé, hijo, digo yo que sí, pero siento que todo se está acabando, que esta vida es terrible, que he luchado tanto…. No sé… no sé… Si no me ayudan yo no sé qué voy a hacer.