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Elena Carrión, la pasión de una exportera olímpica: “Me quejo más de la discriminación a los deportes minoritarios que la que se hace a las mujeres en el deporte”

19 de marzo de 2023 21:12 h

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Elena Carrión (Santander, 1970) llevaba dos años jugando de portera cuando un pelotazo en la cara le rompió la nariz. En ese momento, su padre le dijo que hasta que no le pusiesen una máscara de protección no volvía a jugar. A la semana estaba otra vez en el campo. Un tiempo después, un golpe en la cabeza durante una parada le ocasionó amnesia durante unas horas. Al día siguiente ya tenía el casco porque, una vez más, su progenitor había dicho que sin él no jugaría. “Me iban protegiendo según me iba rompiendo”, bromea la portera olímpica de hockey hierba, ya retirada.

Como es habitual, la cántabra llegó al hockey siguiendo los pasos de sus amigas cuando tenía 12 años y las protecciones en el hockey brillaban por su ausencia. Durante su primer año no solo era jugadora de campo, sino que además competían en sala porque no había una pista de hierba en Las Esclavas de Santander, su colegio. “Era malilla, la verdad”, reconoce Elena entre risas. No se le daban mal los deportes en general, pero considera el hockey como una disciplina bastante complicada. Así que cuando se planteó la oportunidad de ocupar el puesto de guardameta no se lo pensó dos veces.

Además de al hockey, también jugaba como portera de fútbol “y no me daba miedo, me tiraba a todo lo que hiciera falta”, asegura. Aunque lo cierto es que era una posición que también le llamaba mucho la atención.

“¿Has visto alguna vez un portero de hockey?”, pregunta Elena. “Pues antes no llevaban nada: protecciones en las piernas y poco más. Era muy llamativo y me gustaba”. Cuando se retiró del mundo del deporte dos décadas después, apenas había una región corporal de las jugadoras que no contase con su correspondiente protección. “Aunque bueno, da igual lo que te protejas, que pelotazos te dan”, matiza.

Pero lo cierto es que, a pesar de las lesiones, disfrutaba sobremanera del hockey. Por eso, al acabar el colegio, aceptó la oferta de El Sardinero Hockey Club, que había comenzado su andadura en el hockey femenino justo el año anterior. “Yo era juvenil, pero me cogieron porque lo bueno de ser portera es que nadie quiere serlo, así que tienes el puesto asegurado”, comenta Elena.

Probablemente, también ayudó la energía y el entusiasmo que aún continúa desbordando la deportista: jugaba no solo con las juveniles, sino también con las categorías superiores e incluso con los chicos cuando no tenían portero para algún amistoso. Ante la pregunta “¿Puedes jugar mañana?”, la respuesta de Elena era invariablemente un sí.

Este club de sus inicios se convirtió también en aquel con el que jugaría durante toda su carrera deportiva. Llegó con 17 años y se marchó con 30. “Era mi equipo, mis amigas, así que ni me planteé cambiarme”, explica la jugadora. Incluso mientras estuvo entrenando con la Selección Española en Madrid consiguió compaginarlo con El Sardinero.

A pesar de que Elena ya había jugado con la selección en las categorías sub-18, con 19 años se fue un año a estudiar a Estados Unidos y no contaron con ella para seguir con la sub-21. Al volver a España, continuó jugando con el equipo de El Sardinero, mientras estudiaba la carrera de empresariales.

El equipo nacional regresó a su vida después de los Juegos de Barcelona en el 92 y recuerda que ese año su equipo empató casi todos los partidos a cero. Cree que quizá ganaron uno, pero la cuestión era que, aunque no ganasen, tampoco las marcaban goles. “Debieron pensar que era buena la portera o que algo tendría y me llamaron”, elucubra la deportista.

Esa llamada marcó el comienzo de los siete años que estaría viviendo y entrenando en la Residencia Blume de Madrid. En un principio, entró como portera suplente.

Su entrenador aplicaba la idea de que “siempre tiene que jugar la titular”. Y eso equivalía a que Elena casi no se despegaba del banquillo, si bien no suponía un gran problema para la cántabra que tiene sus preferencias muy claras. “A mí me gustaba más entrenar que jugar”, asegura.

“¿Cuántas veces tiran a portería en un partido? A lo mejor no llega a 10 veces, en ocasiones no tiran ni una vez, pero estás agobiada durante hora y media pensando que van a llegar. Luego están los partidos en los que tiran una vez a portería y meten gol, que también es muy habitual”, argumenta la guardameta.

A la tensión se añade la inactividad, quizá lo que peor llevaba Elena; por eso su parte favorita eran los entrenamientos específicos para porteras que se hacían una vez a la semana. En ellos, una persona se dedicaba exclusivamente a tirar la pelota a portería. Después de unas horas corriendo con un equipo que la deportista calcula que pesaría varios kilos como poco, “a veces salía, caía al suelo y no podía ni moverme, pero eso era lo chulo. No hay nada peor que un entrenamiento de no hacer nada”, sentencia.

Justo el año que fueron a las Olimpiadas de Atlanta (1996), el entrenador cambió de idea. Decidió no solo que los partidos de preparación para el evento los jugarían a medias, sino también que Elena sería la nueva portera titular. “Pero el día antes de empezar los Juegos, el primer partido, me llamó el entrenador. Él estaba muy agobiado, porque la otra chica tenía muchísima experiencia, pero hacía mucho que no jugaba a ese nivel y yo llevaba mucho tiempo entrenando, aunque tenía menos experiencia”. Finalmente, pesó más el conocimiento y la cántabra solo disputó los dos últimos partidos en los que ya estaba todo perdido.

Elena describe Atlanta como un mal año para un equipo que estaba un poco roto por los cambios efectuados en la plantilla, además del de la portería. El octavo puesto tampoco ayudó a hacer la experiencia más memorable. “Todo el mundo dice lo mismo: ‘Yo con ir a las Olimpiadas ya tengo bastante’ o ‘Vas a los Juegos, da igual como quedes’. Pues no, quieres por lo menos hacerlo bien. No vale con decir 'Ya estoy aquí y me da todo igual'”, matiza la jugadora.

La cántabra vivió uno de los momentos más bajos de la selección, pero también su resurrección en el siguiente ciclo olímpico. La llegada del entrenador Mark Lammers permitió al equipo español obtener un cuarto puesto en los Juegos de Sidney (2000). “Ahí sí que disfruté. Fue una gozada. Porque en Atlanta cuando empiezas a perder, a perder y a perder, no es tan bonito: te agobias”, asegura Elena. Aunque perdieron el bronce frente a Holanda, la cántabra confirma que esa vez sí quedó satisfecha con el puesto.

“Faltó la medalla, porque la 'medallitis' existe. Todo el mundo te la pide y los que no tenemos medalla parece que no existimos”, opina la guardameta. Desde su perspectiva, si hubiesen alcanzado el podio, quizá estarían más presentes en el imaginario colectivo. No obstante, el problema derivaría también de que el hockey es lo que se considera como un deporte minoritario. “Fíjate, yo me quejo más de la discriminación que se hace a los deportes minoritarios que de la que se hace a las mujeres porque se conoce exactamente lo mismo de hockey masculino que de femenino. Básicamente, nada”, desarrolla Elena.

El desconocimiento que envuelve este deporte explica, en parte, por qué Elena se sorprende cuando surge la cuestión de si se pierde el disfrute al alcanzar niveles profesionales. “Es exactamente igual. Yo como profesional no me acuerdo ni de lo que cobraba, pero te mueres de la risa. Ganábamos poquísimo”, afirma la portera. Intenta recordar la cantidad exacta, pero ante la posibilidad de equivocarse prefiere hablar de lo que sabe con seguridad. Tras siete años viviendo en Madrid con lo que había ahorrado, teniendo en cuenta que no era una persona especialmente gastadora, no le llegaba para comprarse un coche. La conclusión es que el dinero nunca fue la motivación: “Yo jugaba porque me gustaba”, concluye.

Trabajo mental y retirada

Elena evoca el momento en que, regresando de un campeonato, pasó por su cabeza el siguiente pensamiento: “Tengo que ser la mejor, tengo que entrenar mogollón porque puedo y quiero ser la mejor”. Si hay algo que Elena considera importante para alcanzar la élite en el deporte es el trabajo mental. “Tener físico y haber entrenado es importante, pero yo creo que para todos los deportes tener bien la cabeza es lo más importante. Como no estés motivado, vas mal”, afirma.

Tener físico y haber entrenado es importante, pero yo creo que para todos los deportes tener bien la cabeza es lo más importante. Como no estés motivado, vas mal

En su caso, trabajó un tiempo con una psicóloga deportiva con la que se centraba en la visualización. Recuerda que, cuando realizaba los ejercicios bien, se elevaban las pulsaciones aunque estuviese tumbada. Conseguía activarlas mientras estaba quieta al imaginar las jugadas más típicas, por ejemplo, despejar la bola a la derecha. Pero más que recrearse en las paradas exitosas, servía para mejorar la reacción aquellas que no lo eran. Así, cuando en la vida real la pelota se colaba en la portería tenía una rutina que les permitía pasar a la siguiente jugada y no bloquearse, “porque no se acaba el mundo cuando te meten un gol”, sentencia Elena.

Más allá de los partidos, la cabeza también influyó en la decisión de la cántabra de retirarse. A los 30 años, dejó la selección con la intención de abandonar también el equipo de El Sardinero. Tras siete años en Madrid estudiando y trabajando sin descanso, “estaba harta de llevar la bolsa de las guardas. Parecerá una tontería, pero psicológicamente es muy duro llevar una bolsa que pesa como 15 kilos y abulta como un muerto”, cuenta Elena. Al mismo tiempo, se preguntaba: “Y después del hockey, ¿qué hay?”. Para muchos deportistas convertirse en entrenador o encontrar una profesión vinculada al mundo del deporte es la mejor opción, pero no era el caso de Elena, que jugaba por instinto y puro reflejo.

Al final alargó la retirada dos años más porque el equipo cántabro tenía a su portera lesionada, pero en 2002 hizo firme su decisión. “Simplemente me saturé”, declara Elena. Reflexiona sobre como cambió su perspectiva con la edad. En un primer momento le daba igual si ese día hacía bueno o caía el diluvio universal a la hora de entrenar, jugaba igual, pero llegó un punto en el que no se veía capaz y, sobre todo, estaba harta de no tener ni los fines de semana para dedicárselos a ella misma. “Entonces dije: es que quiero tener vida para mí y en ese momento no había otra opción que no fuese jugar en División de Honor. Era jugar al 100% o no jugar y a ese nivel no podía hacerlo”, afirma la cántabra.

Volvió a darle una oportunidad al hockey cuando aparecieron más equipos de categorías inferiores, pero después del confinamiento se lesionó la espalda y le tocó pararse de nuevo a reflexionar sobre cómo quería pasar el resto de su vida. “Yo quiero lo divertido, no lo de sufrir”, dictamina Elena, que ahora se dedica a volcar toda esa energía que desborda en el pádel.

Han cambiado muchas cosas desde que empezó en el hockey, pero la filosofía que aplica no es tan diferente de la que mostraba en sus comienzos: “El pádel no es lo mejor del mundo para las rodillas, pero como todavía no me he roto, seguiré hasta que lo haga”, augura la exguardameta.

Elena Carrión (Santander, 1970) llevaba dos años jugando de portera cuando un pelotazo en la cara le rompió la nariz. En ese momento, su padre le dijo que hasta que no le pusiesen una máscara de protección no volvía a jugar. A la semana estaba otra vez en el campo. Un tiempo después, un golpe en la cabeza durante una parada le ocasionó amnesia durante unas horas. Al día siguiente ya tenía el casco porque, una vez más, su progenitor había dicho que sin él no jugaría. “Me iban protegiendo según me iba rompiendo”, bromea la portera olímpica de hockey hierba, ya retirada.

Como es habitual, la cántabra llegó al hockey siguiendo los pasos de sus amigas cuando tenía 12 años y las protecciones en el hockey brillaban por su ausencia. Durante su primer año no solo era jugadora de campo, sino que además competían en sala porque no había una pista de hierba en Las Esclavas de Santander, su colegio. “Era malilla, la verdad”, reconoce Elena entre risas. No se le daban mal los deportes en general, pero considera el hockey como una disciplina bastante complicada. Así que cuando se planteó la oportunidad de ocupar el puesto de guardameta no se lo pensó dos veces.