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Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.
Luchando por las libertades en el tardofranquismo: los años de Paco Orellana en la Universidad de Zaragoza
Muchos jóvenes entendieron la universidad como algo más que un medio de obtención de títulos académicos y el régimen franquista extremó las medidas represivas como respuesta a la creciente demanda de libertades
Una entrevista realizada en marzo de 2004 a Paco Orellana en su domicilio familiar de Villasevil de Toranzo, lugar donde fallecería años más tarde, el 2 de abril de 2012, conjuntamente con el escrito “De la Universidad de Zaragoza a Alhucemas” constituyen la base documental de este artículo. Su testimonio resulta de gran interés porque reúne la condición de testigo y actor de procesos históricos relevantes: los relacionados con la lucha por las libertades en el tramo final de la Dictadura, la Transición y el periodo democrático posterior.
Paco Orellana fue también, es, para quienes le conocieron, una imagen fija, referente de un tiempo, organizador horizontal de memorias y punto de encuentro entre los recuerdos que conforman el eje temporal de las colectividades en las que vivió. Resulta significativo que medios de comunicación como Heraldo de Aragón o El Periódico de Aragón le dedicaran sendos obituarios cuarenta años después de su paso por la Universidad de Zaragoza. Eso sin tener en cuenta otros homenajes de amigos de acá y allá del río Ebro.
El texto se centra en la década de los sesenta y primera mitad de los setenta, fundamentalmente sus años de Universidad. Hemos dividido en dos partes el artículo para facilitar la adaptación al formato periodístico y focalizar los temas abordados.
Los años tempranos
Nació en 1945, en Ceuta. Su padre era oficial del cuerpo de infantería; su madre, que falleció cuando él tenía nueve meses, descendía de militares. Perteneció, pues, «a una familia ganadora, de derechas». Luego, su padre se volvió a casar y tuvo otros cuatro hijos. Se trasladó a la Península, a la Policía Armada, cuerpo de seguridad franquista creado en 1939, ocupando diversos destinos. Llegaron a Santander en 1954.
«Mi padre era bastante liberal en cuestiones de arte. Siempre nos inculcó de pequeños ir a exposiciones, a conciertos… En ese sentido, una familia liberal, que tampoco era lo normal en la época... De reglas en casa no te voy a decir que rígidas, pero sí una educación un poco prusiana, y no por militares».
«Que en principio no podíamos ser socios. Entonces ibas al cine, al teatro… El Ateneo cumplía una función bastante importante. Tiene una biblioteca excelente, por ejemplo. Venían muchas películas, teatros. Todo eso lo llevábamos un poco nosotros. El jefe de la sección era Viadero [del Cine Club Ateneo]. Había un sector que era muy carca, carquísima, y había otro sector: todos los antifranquistas estaban ahí. Y nosotros íbamos con los antifranquistas, por supuesto. Había bastante miedo, de todas maneras. Lógico y natural, claro. Y, bueno, un poco pasar desapercibido. Había gente del Ateneo que parecían medio fachas, parecía, y luego venían todos de la República. Pero claro no decías “esta boca es mía”, no sea qué. [Santander] era una ciudad en la que no había nada de movimiento obrero, una ciudad muy comercial. Un poco como ahora; muy semejante. Sí había más actividad cultural, por lo menos proporcionalmente».
Sus inquietudes políticas comenzaron, pues, temprano.
«A partir de los 15 o los 16 años empecé a conocer a gente que realmente sé que estaban en el Partido Comunista de España o en sus aledaños. Entonces ya fue una cuestión distinta: al principio era más o menos irracional y después ya más racional. Había tratado los últimos años con la mujer de un preso político, con la mujer de Eduardo Rincón, que era compositor, que estaba en [el penal de] Burgos. Después estaba otra chica, Angelines, que también estaba en Burgos… La gente del Partido con la que entró en contacto en Santander no decía que lo eran, pero vamos… Y con gente del FLP [Frente de Liberación Popular]. El FLP tuvo mucha importancia aquí. Hubo fundadores. Fui muy amigo del hijo de Ignacio Fernández de Castro. Y, por ejemplo, de Luis Campos, de todo ese grupo. Ya llegaba el Ruedo Ibérico. Ya conocía a gente y sabía que había presos políticos, porque al principio no sabías que había presos políticos ni la madre que lo parió».
Tras terminar el bachillerato superior, en el Instituto Santa Clara de Santander, llegó el momento de tomar una decisión sobre qué estudios universitarios emprender. Las motivaciones, como se puede apreciar, trascendían lo meramente académico:
«En principio hice el [curso] Selectivo, pero no le acabé. Iba a hacer Farmacia porque había esa carrera en Madrid y Barcelona y en Santiago de Compostela, pero nada. Quería ir a Madrid o Barcelona, que es donde había follón. Quería dos cosas: primera, irme de casa y después irme a una Universidad donde se moviera, porque las demás estaban todas más muertas que ni no sé qué. Entonces fui a hacer el Selectivo a Zaragoza porque allí tenía unos tíos. Y como no iba a aprobar la Física, me pusiera como me pusiera, pues me pasé a Medicina. Allí estuve dos años que iba a todas las conferencias y preguntaba por los presos políticos».
En la Universidad de Zaragoza
Se matriculó en la Facultad de Medicina, y en el curso 1966-67 se presentó como candidato a delegado de curso.
“No conocía a nadie y, bueno, me voy a presentar y no sacaré ningún voto, pero al menos los otros me conocerán… Me presenté a las elecciones y saqué un porcentaje maravilloso. Y, entonces, como había problemas, la parte progre me presentó para subdelegado de Facultad, con Joaquín Díaz-Munio, el de Castro Urdiales, que era él que salió… Luego ya fui delegado. Que teóricamente con nuestros estatutos podría ser delegado, porque ya se habían aprobado y eran unos estatutos democráticos, pero con los estatutos del SEU, que entonces eran la APEs, no, porque tenían que ser de los dos últimos cursos. Que entonces iba a tercero. Y entonces tuvimos un problema a partir de ahí, que no nos reconocían... [el Rectorado no reconoció la representatividad, pero tras un referéndum en la facultad, resultó elegido de nuevo y de facto reconocido por el Decano]. Era ya en Zaragoza, que por fin conocí a rojos. Entonces ya fue cuando me metí en el Partido [en el Partido Comunista de España, en enero de 1967]».
«Lo primero y principal era cargarte al SEU [Sindicato Español Universitario]. Entonces ya había habido lo del Sindicato Democrático en Madrid y Barcelona, que eran los dos únicos que existían. Lo que nosotros intentamos fue hacer otro Sindicato Democrático en Zaragoza, que de hecho el único que salió fue en la Facultad de Medicina».
Algunos hitos que contextualizan estas palabras fueron la disolución del SEU, en abril de 1965, que fue sustituido por las Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APEs), que acabarían sucumbiendo igualmente ante la presión del movimiento estudiantil universitario. La decisión de constituir el Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios (SDEU) se adoptó en la primera reunión nacional de la Coordinadora de Estudiantes celebrada en Barcelona el 22 y 23 de marzo de 1965. Un año después tuvo lugar la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona, entre el 9 y el 11 de marzo, en el convento de los Capuchinos de Sarrià, desplegándose una operación policial que concluyó, tras un cerco, en el asalto del recinto conventual con la detención de algunos participantes, posteriores sanciones gubernativas, etc., sucesos conocidos como la Capuchinada.
Otro acontecimiento que sacudió a los diferentes distritos universitarios fue la represión de la conocida como 1ª RCP, el Congreso Nacional del Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de España, que se desarrolló en Valencia entre el 30 de enero y el 2 de febrero de 1967. Fueron detenidos en torno a medio centenar de delegados de facultades, presidentes de distrito y otros cargos electos. Entre ellos estaba el entonces delegado de la Facultad de Medicina de Zaragoza, Joaquín Díaz-Munio. Como señala Benito Sanz, el Congreso de Valencia y su represión evidenció el fracaso final del franquismo por controlar al alumnado universitario.
Desbordado el marco organizativo oficial, la siguiente etapa, a partir del año 1967, acrecentada en mayo de 1968, estuvo marcada por la radicalización del movimiento estudiantil. Ahora, la lucha se enfocaba, más o menos frontalmente, a socavar la dictadura. La conflictividad se cronificó, los cierres de centros universitarios y la consiguiente suspensión de la vida académica eran recurrentes. La vía de intensificar la represión se abrió paso como única alternativa de un régimen deseoso de neutralizar cualquier muestra de cuestionamiento.
Si los años anteriores fue el PCE la organización política que catalizó el movimiento estudiantil, 1968 dejó paso a una atomización sin precedentes. A la lucha contra la Dictadura se añadía una competencia por el espacio político y por formas distintas de entender la toma de decisiones. En palabras de González Calleja, “Fue la era dorada del activismo, que anteponía los problemas tácticos a los estratégicos e incluso los organizativos”. La percepción de Paco Orellana apunta en ese sentido:
«Al principio, la verdad es que hasta el 69 o por ahí el PCE era prácticamente el único partido que había… Era hegemónico totalmente. Después ya empezó el PCI [Partido Comunista de España (Internacional)], la Joven Guardia y toda esta gente. Había algún trosko, los de la JOC…».
Las actividades culturales (conciertos, conferencias, teatro, cine-clubs, etc.) constituían un factor de afinidades y movilizador en el colectivo estudiantil, de gran valor, como señalaba Paco.
«Que ya la lucha democrática y sindical en la Facultad llegó a un momento clandestino y perseguido, claro. Y ya en las actividades culturales intentar llevarte de lo bueno lo mejor. Que cada mitin fuera un mitin antifranquista, los recitales y todo eso… Pero llevamos a mucha gente. Por ejemplo, la Nova Cançó catalana se llevó entera. Y, además, con problemas, porque a Raimon, claro, no le querían dejar cantar. Entonces, el Decano dijo que cómo no iba a cantar él. Y gracias al Decano, cantó».
Juan Garuz, compañero de Paco, abundaba en Andalán en parecidos términos:“Aquí trajimos a lo más avanzado de la cultura de la época, y también a los cantantes de vanguardia, en la Facultad de Medicina —frente a la Capitanía de la Región Militar— actuaron Paco Ibáñez, Guillermina Motta e incluso José Antonio Labordeta dio su primer recital”.
Activismo político y represión
La aceleración de la espiral acción-represión apuntada más arriba, tuvo consecuencias directas en la vida de muchos jóvenes universitarios.
Tras la entrada en diciembre de 1967 de la policía en el campus universitario, los ánimos estaban alterados. Bastó que el Rectorado cuestionara la legalidad de Paco Orellana como Presidente de la Asociación de Alumnos de la Facultad de Medicina, apoyándose en la Orden del Ministerio de Educación y Ciencia de 23 de julio de 1966 que limitaba la posibilidad de ser elegido para tal cargo a los matriculados en los dos últimos cursos (recordemos que estaba en tercero), para que el día 20 de enero de 1968 se convocara una manifestación que acabó con dos detenciones, siendo el propio Paco detenido dos días más tarde. Finalmente, como ya hemos señalado, el decanato de Medicina acabaría de hecho reconociendo la legitimidad de la elección.
La primera vez que pasaría por la cárcel, la de Torrero en este caso, fue después de ser detenido junto con la subdelegada de su Facultad, Helena Iraola, y José. J Guadalupe, delegado de Ciencias, el 3 de abril de 1968 en el transcurso de unas movilizaciones, acusados de instigadores.
Según informaba la prensa, tras las detenciones los incidentes se recrudecieron pidiendo la libertad de los detenidos. El rector de la Universidad ordenó el cierre de la Facultad de Medicina para evitar la celebración de una asamblea no autorizada. El viernes, 5 de abril, un grupo de manifestantes se dirigió a la prisión provincial para protestar por las detenciones, interviniendo la policía, que practico dos nuevas detenciones.
«Nos soltaron precisamente el día que Massiel ganó Eurovisión con el “La, la, la”, [6 de abril de 1968]... Estuvimos muy poco tiempo… Nos soltaron enseguida porque el Decano montó un pollo de padre y muy señor mío. Hubo huelga general en la Universidad todos los días y tal y cual. Ahora, detenerme, llevarme a Comisaría y soltarme o pasarme al Tribunal de Orden Público y que después lo sobreseerían, pues varias veces, no sé cuántas. Es verdad que era muy significado, muy conocido».
En las diligencias instruidas por la Jefatura de Policía se le acusaba de ser uno de los dirigentes y activistas de los disturbios estudiantiles y de haber presidido, las asambleas ilegales celebradas a mediados de diciembre de 1967 y a finales de enero, en las Facultades de Filosofía y Letras y Derecho, movilizaciones antes mencionadas. Finalmente, el Gobernador civil le imponía una multa.
«Me pusieron una multa por desviar el curso de una manifestación ilegal, que es de las cosas más absolutamente absurdas de este mundo. Pues me pusieron diez mil pesetas en aquellos tiempos, en el año 68, que era un pastón de padre y muy señor mío. Era una sentencia completamente absurda».
A consecuencia de estos incidentes Paco Orellana fue objeto de una represalia añadida: le rechazaron la prórroga por estudios del servicio militar y le destinaron, en mayo de ese mismo año, primero a Melilla y más tarde al peñón de Alhucemas. No pudo examinarse, pues le negaron el permiso, y perdió el curso. Esta modalidad de castigo, en la práctica una fórmula de deportación, era empleada con frecuencia por el régimen contra aquellos estudiantes que le incomodaban.
La desarticulación del Sindicato Democrático en la Universidad de Zaragoza
Regresó de la mili en agosto de 1969, a las puertas de un nuevo año académico, volviendo a matricularse en la Universidad de Zaragoza. El año había sido extraordinariamente convulso comenzando por el asesinato en Madrid, en dependencias policiales, de Enrique Ruano, joven militante del FLP, el 20 de enero, seguido de la declaración de un estado de excepción generalizado que duró dos meses, hasta finales de marzo, dirigido a contener fundamentalmente la movilización de los estudiantes.
A finales de los sesenta el PCE y otras formaciones políticas a su izquierda estaban alcanzando una capacidad de movilización notable. A todo esto, la presencia de Comisiones Obreras en el mundo laboral, sobre todo en empresas de tamaño medio y grande, era ya un hecho manifiesto, lo que se materializaba en una agitación social creciente. La respuesta de las autoridades franquistas fue la de enrocarse aún más y reforzar la línea represiva a partir de un mayor acoso policial en el que se distinguió la Brigada Político-Social. El año 1970 fue buena muestra de ello.
En el marco de una operación amplia para descabezar al PCE en Aragón y al SDEU del campus zaragozano, Paco fue detenido a mediados de abril, aunque las acciones policiales habían comenzado meses antes.
«A mí me cogieron exactamente el 14 de abril. Y hasta mayo o hasta junio podías estar en comisaría y estuve mucho tiempo, pues como 10 o 15 días. Y ahí sí me cascaron… A mí me detienen en abril, pero prácticamente todas las células de la Universidad habían caído en enero. Habían estado en la cárcel y ya habían salido. Entonces quedaba algún pequeño cabo suelto y, fundamentalmente, lo que querían era saber gente del ‘Central’ y todo eso... Y, sobre todo, además, saber quién era el responsable de Aragón. Y eso era lo que más intervino, por lo menos a mí. La trama de Universidad ya estaba completamente desvanecida. Con la Universidad, a los obreros, las juventudes... Cortaron la cabeza a estos movimientos. La propaganda era una cuestión que les interesaba mucho, pero afortunadamente, como todo estaba tan clandestino no tenías… Sí, yo sabían quién era, pero no sabía ni sitios ni nada. Aunque quisieras cantar, pues no podías. Y después también tenías un poco de cuidado. Yo, en realidad, lo que cante fue de todo el mundo que ya sabía que habían pasado por la cárcel. A propaganda, a los de otros partidos, que en eso también se metían mucho; se interesaban mucho por los de otros partidos».
Por su parte, el Rectorado, encabezado por Justiniano García Casas, colaboró de forma decidida en la línea de truncar la contestación dentro del campus, expedientando en el mes de mayo a una serie de estudiantes que se habían significado activamente. El procedimiento concluyó con la expulsión a perpetuidad de trece alumnos, Paco entre ellos. La prensa española se hizo amplio eco de lo sucedido: pedagogía del castigo y aviso a navegantes.
«A final de curso nos expedientan, con lo que tampoco me pude examinar. Y al año siguiente a Nieves, [Nieves San Vicente], y a mí… A todos los demás los admitieron, pero nosotros tuvimos un año que no nos admitieron en ninguna Universidad».
A principios de diciembre tuvo lugar el Proceso de Burgos, en el que fueron juzgados dieciséis miembros de ETA, de los que seis fueron condenados a pena de muerte, que finalmente sería conmutada. La celebración del juicio y su resolución se vio envuelta en un clima de protestas que el régimen quiso controlar a partir de la declaración del estado de excepción, por seis meses, y el consiguiente incremento de las vías represivas… En este escenario, el número de detenciones se disparó. Como se expone en “Historia de la Universidad de Zaragoza”, la universidad se cerró y unos doscientos militantes antifranquistas fueron detenidos y torturados; las estructuras de la que había sido la fuerza hegemónica del movimiento estudiantil zaragozano, el PCE, quedaron prácticamente desarticuladas. Una vez más vinieron a por Paco; él mismo lo explicaba en “De la Universidad de Zaragoza a Alhucemas”:
“En este contexto de agitación, fui detenido en Santander (no había podido matricularme en ninguna universidad) y trasladado a Zaragoza. Estuve en comisaría unos diez días y permanecí en el penal de Torrero (Zaragoza) hasta julio del 71, acusado de ser enlace del Comité Central del PCE (nunca pertenecí al comité) y ETA. Se me impuso una multa de 50.000 pesetas. Y salí en libertad bajo fianza. Fui juzgado y condenado (por asociación ilícita y propaganda ilegal) e indultado años después (junto con los condenados de MATESA, donde estaban implicados varios ministros)”.
Puesto en libertad, decidió retomar los estudios de Medicina y volver a matricularse. La tarea no resultó sencilla. No es difícil imaginar la razón.
«Ya entonces en el 71-72 me admitieron en Valladolid. Libre, por supuesto, claro. Y entonces fue el curso que llegue allí. Y ahí estuve hasta el 75, aproximadamente. Que además fue muy curioso, porque nos detuvieron a los de mi piso el mismo día que el Rey juraba, [22 de noviembre de 1975]. Y entonces estuvimos allí pues como un mes y pico en la cárcel y 10 días en comisaría en Valladolid. El curso del 75 fue un curso ‘estupendo’; me pase todo el curso de vacaciones, para arriba y para abajo. En el curso 74-75 estuvo la Universidad cerrada unos 5 o 6 meses. Una bestialidad. En el 75 se reanudó normalmente. En noviembre se murió Franco y fueron a nuestra casa y a nosotros nos detuvieron [por propaganda ilegal]. Y ya estaban ellos de otra manera; estaban completamente de otra manera. A mí ahí ni me tocaron. Y además ahí no dije ni esta boca es mía. No hablé ni hostias. Y ahí ya no tocaron a nadie. Que tenían más miedo. No sabían lo que podía venir. Estaban un poco acojonados“.
Como hemos visto, Paco Orellana se significó en manifestaciones, asambleas, huelgas y demás acciones reivindicativas. Fichado por la policía y detenido en numerosas ocasiones, llegó a pasar meses en prisión, se le impusieron sanciones gubernativas, se le revocó la prórroga del servicio militar en medio de un curso y se le destinó al peñón de Alhucemas, fue expedientado y expulsado de la Universidad de Zaragoza.
A su vuelta a Santander, después de 1975, sus esfuerzos se centraron en la defensa de los Derechos Humanos, donde participaría en la lucha del colectivo LGTB, entre otras. En Cantabria ha sido el ámbito en el que dejó una huella más conocida y mejor recordada por todos. El próximo artículo se centrará en su vivencia de aquel tiempo en el que, según su testimonio, se sentía clandestino dentro de la clandestinidad, sus reflexiones al respecto y sobre otras cuestiones que han quedado solo apuntadas.
Una entrevista realizada en marzo de 2004 a Paco Orellana en su domicilio familiar de Villasevil de Toranzo, lugar donde fallecería años más tarde, el 2 de abril de 2012, conjuntamente con el escrito “De la Universidad de Zaragoza a Alhucemas” constituyen la base documental de este artículo. Su testimonio resulta de gran interés porque reúne la condición de testigo y actor de procesos históricos relevantes: los relacionados con la lucha por las libertades en el tramo final de la Dictadura, la Transición y el periodo democrático posterior.
Paco Orellana fue también, es, para quienes le conocieron, una imagen fija, referente de un tiempo, organizador horizontal de memorias y punto de encuentro entre los recuerdos que conforman el eje temporal de las colectividades en las que vivió. Resulta significativo que medios de comunicación como Heraldo de Aragón o El Periódico de Aragón le dedicaran sendos obituarios cuarenta años después de su paso por la Universidad de Zaragoza. Eso sin tener en cuenta otros homenajes de amigos de acá y allá del río Ebro.