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Militancias políticas y orientaciones sexuales perseguidas en la España de los sesenta y setenta: la doble represión de Paco Orellana

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El sentido crítico aplicado a las propias convicciones es una de las características perceptibles en el testimonio de Paco Orellana. El dolor, la angustia, el silencio como defensa, se encuentran presentes con nitidez en las reflexiones que integran esta segunda entrega de sus vivencias en los años sesenta y setenta principalmente. Sin pasar ningún tipo de cuenta, consciente de que las mentalidades acompañan tiempos largos, Paco fue una de las personas que recibió una cuota doble de represión: política y por razón de orientación sexual. Más de cuarenta años después, cuando tenemos constancia, de nuevo, de que el retroceso en las libertades es una posibilidad cierta, modestamente, en una fecha señalada como la de publicación de este artículo, 28 de junio, queremos reconocer y homenajear a quienes se vieron en estas circunstancias y siguieron adelante.

La historia de militancia que vimos en Luchando por las libertades en el tardofranquismo. Los años de Paco Orellana en la Universidad de Zaragoza continúa retomando aspectos que quedaron apenas apuntados, pero que por su relevancia vamos a desarrollar. No obstante, el foco se centrará en torno a su vivencia y reflexiones de la cuestión homosexual, en expresión setentera.

La huella de la represión: la mili en Alhucemas y las detenciones

«Yo he tenido obsesiones con la mili, quiero decir sueños, pero hasta hace uno o dos años, una vez al mes, como mínimo, volvía otra vez a la mili… Lo que no entiendo muy bien, porque ha sido mucho peor en la comisaría, mucho peor, mucho peor. Y, sin embargo, jamás he tenido ningún problema así de pensar en la comisaría».

Los malos tratos y torturas en dependencias policiales y la experiencia que supuso el servicio militar en el peñón de Alhucemas constituyen dos asuntos que se aludieron en el anterior artículo sobre Paco Orellana y que representaron experiencias traumáticas ligadas a su juventud.

Recordemos, en primer lugar, que le fue anulada la prórroga con efectos inmediatos cuando aún no había finalizado en curso 1967-68, tras ser considerado como uno de los principales instigadores de los incidentes que se sucedieron en la Universidad de Zaragoza a partir de diciembre de 1967.

«Me la quitaron, que dijeron que “en quince días se va Vd. a la mili”, ni me sortearon ni hostias. Me mandaron a Melilla. Y en Melilla tenía yo buen contacto porque mi abuelo había sido jefe de farmacia militar. Y me había puesto en la farmacia militar. Que no pegaba ni golpe. A los dos meses me dijeron que era un destino excesivamente bueno para mí y me mandaron al islote de Alhucemas como un “mi arma”. Estuve nueve meses sin salir un puto día de allí… Aparte de beber muchísimo… No podíamos jugar al fútbol, sólo a balón-volea. Era como un campo de fútbol el islote aquel. Porque estaba rodeado de mar y estaba la costa relativamente muy cercana».

La represalia no terminaba con la incorporación urgente al servicio militar, ni siquiera con el destino asignado. Porque, como exponía Paco, “A todos los represaliados los mandaban a África, Sahara o a regimientos y destinos lejanos y de castigo. Como mi incorporación fue en mayo, y no dieron ningún permiso, no me pude examinar y perdí un curso”.

El año de 1968 supuso, también, un punto de inflexión en lo referido a sus detenciones.

Las visitas a comisaría ya no eran paternales. Setenta y dos horas en comisaría, que era lo que permitía la ley. Bocadillo de sardinas para comer y cenar. Ir al baño según el humor de los policías y calabozos diminutos o celdas mayores con presos comunes. La sensación de indefensión física se unía a la psíquica, con los continuos gritos, llamadas, luz perpetuamente encendida y el continuo abrir y cerrar de puertas; hacía que prácticamente fuera imposible dormir. Los interrogatorios solían ser por la noche, pero era imposible adormilarse porque las bofetadas te venían de donde y cuando menos lo esperabas. El miedo, los insultos, los sarcasmos, el número de policías en los despachos… Todo para desmoralizarte y, en esa minusvalía psíquica conseguir que cantaras. Las declaraciones las redactaban ellos. La conciencia de tu responsabilidad ante tus compañeros y camaradas hacía que te resistieses a caer en sus provocaciones. Al final salías de la comisaría con una sensación agridulce de orgullo y, por otra parte, de humillación. Se mentía estupendamente. Se negaba todo”.

La declaración de los estados de excepción lo empeoraba todo, ya que “entre otras cosas, conllevaba la estancia en comisaría por lo que estimaran oportuno. Las torturas no se hicieron esperar. Los médicos de las cárceles eran remisos a dar parte de las lesiones y el juez del Tribunal de Orden Público (TOP) no admitía preguntas sobre torturas y malos tratos. Se instauraron comisarías en las facultades y una sección especial dedicada a la universidad en el TOP [Tribunal de Orden Público]. El número de estudiantes detenidos y juzgados fue enorme”.

Clandestino en la clandestinidad: ocultar para seguir

Ligado al caso de malos tratos y torturas, las circunstancias personales suponen un elemento relevante a la hora de entender la angustia añadida que experimentó en algunas ocasiones:

«Había gente a la que le atizaron muy bien. A mí me atizaron bastante, pero vamos… Yo creo que si no hubiera sido gay… Si hubiera estado en Zaragoza militando en la Universidad y no hubiera sido gay, pues... no te puedo decir, pero quizá sí hubiera aguantado. No sabía nadie que me habían detenido. Me cogieron en Santander y me llevaron a Zaragoza y no pude avisar a nadie. La sensación de estar solo… A lo mejor era una paranoia mía, que los tíos no tenía ni puta idea… Curiosamente canté más que nada porque estaba convencido que también [sospechaban] que era gay y eso fue lo que más miedo me dio. Me daba pavor porque saliera al exterior y por el Partido, por las dos condiciones: “Conocido dirigente comunista resulta que, encima, es maricón”. ¡Joder! Eso lo ponía en la primera página y, claro, pues daba también mucha cosa por lo que pudiera significar para el desprestigio del Partido.».

Aparecen en estas palabras, de forma explícita e implícita, elementos en los que detenerse y desarrollar. La homosexualidad adolecía de una estigmatización múltiple: social, legal, religiosa y hasta médica. Este contexto propiciaba una vulnerabilidad extrema que, siguiendo a Jordi M. Monferrer, les obligaba a “circunscribir la manifestación de su identidad homosexual a la clandestinidad y el anonimato”. El sumatorio de particularidades suscitaba en Paco una reflexión incontrovertible:

«Después tenías tú tu propio censor, que eras tú mismo, que eras clandestino en la clandestinidad, que era una cosa más complicada que el recopón… Y, además, tampoco te atrevías a hablar con la gente, a decir nada. Mi familia, ni puta idea. Yo creo que se lo sospechaban. Los amigos, tampoco… Y nunca tenía novia. Nunca. Era además complicadísimo hacerse el imbécil. Que te hacen insinuaciones y tú como si nada. Que hacías como si fueras completamente imbécil y no te dabas cuenta. ¡Joder! Debía ser medio idiota».

La homofobia constituía un elemento transversal dentro de una sociedad profundamente represiva:

«Era en general todo. Era una sociedad represiva desde principio a fin. Una sociedad represiva políticamente. Una familia que era semejante a la sociedad. Y la izquierda era represiva… Era un poco la presión social, la educación desde pequeñitos, que lo normal es ser heterosexual, casarse y tener hijos y terminar una carrera. Y que no les entraba mucho en la cabeza. Pero tampoco era una cuestión muy visible. Era todo muy clandestino, todo muy soterrado. Pero nadie iba por ahí diciendo, ni reivindicando».

El sistema franquista aplicaba la legislación de forma selectiva. El componente de clase y la oportunidad de eliminar socialmente a quien le resultara políticamente molesto eran directrices de aquel proceder.

«La Ley de Peligrosidad Social y antes la otra, la de Vagos y Maleantes. Como en toda dictadura la aplican según a quién interese y a quién no. Estaba bien claro. Si tú eres un incómodo, pues aprovechaban eso. Aparte era un desprestigio».

El recuerdo de un caso que, en su momento, sacudió a la élite sociocultural santanderina lo ejemplifica:

«El escándalo fue tremendo en Santander. Yo estaba ya en Zaragoza… pero, en fin, había sido muy buen profesor y teníamos muy buenas relaciones. Ese fue el escándalo más grande que hubo aquí, en Santander. Ese fue sonado. Le echaron del Ateneo, del Instituto… Se fue, se tuvo que largar. Como era muy pesado para ellos [para el Régimen], pues aprovecharon una cita, que le habían cogido la carta, esperaron y entonces aprovecharon. Y entonces claro, un descrédito y un desprestigio enorme. Que después él aprovechó y marchó para Estados Unidos, que allí estuvo estupendamente».

Centrándonos en el campo de la izquierda, hay que tener claro un punto de partida que Paco, persona culta y de miras amplias conocía bien. Se trata de la posición tradicional de la ortodoxia marxista que consideraba la homosexualidad como una degeneración capitalista, tal y como recoge Herrero Brasas (2001).

«En principio, con el socialismo no iba a haber ni putas, ni maricones, ni nada de eso, ni locos, ni nada; no iba a haber nada».

No es difícil comprender que en las reuniones del PCE y entre militantes, la homosexualidad no formara parte de los asuntos que tratar.

«Era un tema que casi ni se tocaba. Era un poco marginal. Estabas con alguien… “Mira, ese es maricón…”. Así como el tema de libertad de las mujeres sí se tocaba y se hacían reuniones específicas y cosas de esas, el tema ese ni se tocaba, no se hablaba de ello. En aquellos tiempos empezamos a tomar conciencia del feminismo y de la necesidad de liberación de la mujer… Desde luego para la clase trabajadora y los viejos un maricón es un maricón. Ahí sí que no había vuelta de hoja. Después podía surgir en una conversación un comentario, o un chiste, pero no se tocaba ese tema específicamente. Nunca, nunca».

La actitud tampoco se relajaba dentro de las prisiones.

«Cuando me detuvieron a mí, en la cárcel de Torrero, que estuve 3 o 4 meses, me parece, cuando lo del Consejo de Burgos, había un tío en la cárcel, que era poeta. Y era un tío de izquierdas que estaba en la cárcel por maricón, por menores de edad. Pero hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos la mayoría de edad era a los 21 años, que a lo mejor tenía 19 años el que le gustaba a este chiquillo. Pero, claro eran menores de edad. Y, de hecho, no nos comunicábamos con él, que estaba mal visto por el resto del personal. Estaba aparte y no teníamos ningún contacto con él, cosa que a mí me parecía realmente fatal. Y era un tío muy válido. Tenía predicamento, y después era una persona de izquierdas. En principio no gustaba. Era un tema que no gustaba. Y ya había pasado mayo del 68 y toda la leche, pero aún se era muy recalcitrante, mucho, mucho, mucho».

 Caminos intrincados, pequeños pasos

El final de la década de los sesenta, tras Mayo del 68, dejó paso a un cambio lento de percepciones, comportamientos y actitudes.

«¡Hombre! Con los años fue mejorando y ampliando las miras, fundamentalmente, yo creo, que a partir del 68. En mayo también salían más cosas, aunque fueran clandestinos: las minorías sexuales. Ya no lo presentaban como una perversión, sino como una cosa natural. Y, hombre, eso sí que iba cambiando… Ya cuando estuve después en Valladolid [a partir del curso 1971-72] ya había una actitud distinta. Entonces eso ya se discutía más claramente. Ya se era mucho más liberal».

Es preciso puntualizar que la referencia se circunscribe, fundamentalmente, al ámbito universitario: población joven, mayoritariamente urbana, con una formación más abierta a las influencias políticas y culturales de vanguardia, por lo tanto. Hubo que esperar al cambio de régimen político para que aflorara un movimiento social de naturaleza diversa. El activismo político de izquierda en la Transición incluye, con distinta fuerza y trascendencia colectivos pro derechos humanos, feministas, pacifistas, ecologistas, internacionalistas, de liberación homosexual, vecinales, etc.

Se considera al Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), fundado a finales de 1975 y legalizado en 1980, como el pionero de los grupos que, dentro de la lucha por la ampliación de las libertades, encaminaron su acción hacia el reconocimiento de los derechos de los homosexuales. Su creación se sustenta en los rescoldos del barcelonés Agrupación Homófila para la Igualdad Sexual/Movimiento Español de Liberación Homosexual, surgido en 1970 y desbaratado cuatro años después por el acoso policial al que fue sometido. 

«Sería sobre el 78 o 79. Yo estaba trabajando en La Paquita [bar que estaba ubicado al lado de una bolera del mismo nombre en la Travesía de África, cerca del Río de la Pila]… Por ejemplo, todos los “troskos” se estaban metiendo. Y mucha gente del PT [Partido de los Trabajadores, de tendencia maoísta]. Es más, el PT hizo unas jornadas de homosexualidad por los años setenta y muchos o comienzo de los ochenta. Y ya se empezó a tomar otra postura. Pero hasta ese tiempo, nada de nada… En Cantabria antes que ALEGA [Asociación de Lesbianas y Gais de Cantabria, inicialmente] hubo otro movimiento, el FHOC [Frente Homosexual de Cantabria]. Era de izquierdas, lógicamente, porque todos los movimientos de liberación son de izquierdas o si no, no sé qué coño son. Pero no tenía ninguna conexión [con el PCE]».

Alguna precisión sobre estas palabras. Es cierto que la cuestión de la homosexualidad estuvo fuera de los programas de los partidos más representativos del arco progresista en las elecciones generales de 1977. Uno de los grandes logros de los colectivos homosexuales en ese tiempo fue el de sacar a la luz el tema y de que fuera, lentamente, permeando en dichos partidos. Téngase en cuenta que la legislación más represiva siguió vigente hasta comienzo de 1979 (quedaron trazas hasta años después) y que fue ardua la legalización de las organizaciones homosexuales. Además, los cambios de mentalidad son de ritmo lento; algunos líderes de la izquierda continuaban, a finales de los setenta, sosteniendo argumentaciones patologizantes acerca de la homosexualidad.

En Cantabria el primer colectivo del que se tiene noticia es el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, FHAR, en la primavera del año 1977; se trataba de una rama de un pequeño grupo de jóvenes surgido en la Universidad Complutense. Su existencia efímera dio paso al año siguiente al Frente Homosexual de Cantabria, FHOC, que tuvo algo más de recorrido, aunque no conseguiría su legalización.

El activismo homosexual experimenta una paulatina desmovilización en los años ochenta, acompañada de la introducción de algunos principios programáticos en partidos parlamentarios como el PCE-Izquierda Unida y el PSOE.

«Hasta que ya hubo el congreso ese, en Madrid de homosexuales, que ya estaban Jordi Petit, etc., que hubo bastantes ponencias. No sé quién lo presidia, pero alguien de la Ejecutiva bastante importante [Francisco Palero, secretario de organización]. Y ya se tomó conciencia. Yo es que creo que fue por los años ochenta. Ya había salido mucho…, y, además, con un sentido muy autocrítico, por otra parte… Había, además, casos conocidos y flagrantes, que se intentaron olvidar. Y en las Jornadas aquellas se hacía una cierta autocrítica, diciendo que, bueno, “nos hemos pasado de listos”. No se quería mirar allí. Y los casos que existían yo creo que eran fácilmente explicables. En las cárceles es donde más debió de existir [la marginación de homosexuales]».

No fue, sin embargo, la primera iniciativa surgida directamente de una organización del entorno del PCE. En febrero de 1981 el comité ejecutivo de las Juventudes Comunistas publicó un informe titulado “Los comunistas y la cuestión homosexual”, resultado de la reunión de militantes que también participaban en movimientos de liberación homosexual, que había tenido lugar en Madrid tres meses antes.

Para finalizar, explica cómo evolucionó su posición y el valor que para él tuvo el asociacionismo.

«En los tiempos estos, con José Luis Pajares [secretario de organización de CCOO de Cantabria durante los años de la Transición, militante del PCE y activista gay] y toda esta gente ya, pues no tenías problemas [en los sindicatos y partidos políticas de izquierda]. Yo después con ALEGA tomé más conciencia… Pero cuando ya me dijeron, tenían razón, que los problemas íntimos también son problemas políticos, entonces, claro, sí que había que tomar una posición política frente a eso… Al principio, quiero decir, yo no lo negaba, hombre, tampoco ibas con la bandera, ni mucho menos, pero si preguntaban no lo negaba y ya está. Pero me parecía eso, que era una cuestión mía, personal, y que no tenía que dar ni tres cuartos al pregonero, ni decir nada de nada. Pero después ya me encontré que sí que era necesario».

El sentido crítico aplicado a las propias convicciones es una de las características perceptibles en el testimonio de Paco Orellana. El dolor, la angustia, el silencio como defensa, se encuentran presentes con nitidez en las reflexiones que integran esta segunda entrega de sus vivencias en los años sesenta y setenta principalmente. Sin pasar ningún tipo de cuenta, consciente de que las mentalidades acompañan tiempos largos, Paco fue una de las personas que recibió una cuota doble de represión: política y por razón de orientación sexual. Más de cuarenta años después, cuando tenemos constancia, de nuevo, de que el retroceso en las libertades es una posibilidad cierta, modestamente, en una fecha señalada como la de publicación de este artículo, 28 de junio, queremos reconocer y homenajear a quienes se vieron en estas circunstancias y siguieron adelante.

La historia de militancia que vimos en Luchando por las libertades en el tardofranquismo. Los años de Paco Orellana en la Universidad de Zaragoza continúa retomando aspectos que quedaron apenas apuntados, pero que por su relevancia vamos a desarrollar. No obstante, el foco se centrará en torno a su vivencia y reflexiones de la cuestión homosexual, en expresión setentera.