Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) es poeta, ensayista y profesor de Teoría del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. Se puede decir que vive, en todos los sentidos, de las palabras y de los conceptos, de ahí su interés en ver cómo las ideas que se esconden tras la semántica van reflejando la pugna por el control de la sociedad, pero también cómo el lenguaje puede ser utilizado desde un punto de vista artístico para romper los dogmas de las instituciones de la lengua. Como teórico y como artista, Santamaría ha hecho de la palabra su forma de estar en el mundo. Entre sus últimos libros destacan 'La vida me sienta mal. Argumentos a favor del arte romántico previos a su triunfo', 'Si fuese posible montar en una bruja', 'Paradojas de lo 'cool. Arte, literatura, política', 'Arte (es) propaganda. Reflexiones sobre arte e ideología' y 'Narración o barbarie. Fragmentos para una lógica de la confusión en tiempos de orden'. Como poeta ha publicado varios libros que fueron recogidos en el volumen 'El huésped esperado. Poesía reunida 2004-2016'.
Mi primera pregunta es saber cómo le ha ido en este año de reclusión y restricciones. Dada su condición de profesor universitario y escritor, ¿cómo le ha afectado?
Imagino que como a gran parte de la sociedad. Para mí una palabra que puede resumirlo es incertidumbre. La incertidumbre con la que la mayoría hemos asistido al día a día, eso sí que ha provocado nuevas formas de pensar y de escribir. La incertidumbre y también la complejidad de cómo afrontar la vida familiar, de los que están cerca y de los que están lejos. El tema de la educación es otra cosa. Creo que la docencia presencial es innegociable. La docencia es sobre todo algo táctil.
¿La filosofía ayuda a sobrellevar este cautiverio vírico? ¿Qué puede decir la filosofía en momentos como este?
La filosofía está para plantear preguntas, para cuestionar seguridades, y para acompañar. La filosofía puede empujarnos a cuestionar las formas desde las cuales hemos construido un concepto de vida cotidiana completamente delirante, donde el trabajo devora el tiempo disponible. La pandemia demuestra la necesidad de repensar la vida cotidiana como algo a reconquistar, la necesidad de extraer la vida del cálculo económico. El capitalismo es un enorme animal que expele un hedor putrefacto, y eso es lo que estamos viendo: su muy lenta defunción. El capitalismo es un animal rabioso, pero que ya ha demostrado que puede usar sus crisis en su propio favor. Y cuando el capitalismo huele a podrido es la democracia la que pierde. Por ejemplo, ahora la libertad no es otra cosa que imponerte dentro de una sociedad dividida entre ganadores y perdedores. Libertad es la posibilidad de tener más. Y ese lento cambio semántico parece que no, pero es terrible.
Me encanta que se deforme, maluse e indiscipline el lenguaje. Lo que sobra es la RAE. ¡Fuego a la RAE!
¿La pandemia ha evidenciado la necesidad de mantener los lazos entre autores y lectores con todos los elementos mediadores que los conectan?
Los espacios culturales han sido lugares extraños. Codificamos la cultura como valor elevado y casi puro, y al mismo tiempo como mercancía. Ese es un problema capital y que apunta a un problema social importante. ¿Para qué queremos la cultura? Si lo reducimos a una práctica de consumo, que lo es, perdemos parte de su sentido. La pandemia ha desvelado, por un lado, que la cultura es una especie de magnifico campo de entretenimiento, y, por otro, un extraño lugar de disidencia. Desde mi punto de vista, hemos perdido la oportunidad para un cambio radical en las arquitecturas institucionales y sociales de la cultura. Habría estado bien empujar para lograr un cambio real, y no para quedarnos peor de lo que estábamos a nivel material en lo cultural.
Los gurús de lo digital han vuelto a cantar las excelencias de la comunicación virtual. ¿La docencia, la experiencia teatral, la visita a La Gioconda, la lectura en profundidad pueden ser sustituidas por una webinar, un vídeo interactivo, por realidad aumentada? ¿O no son simulacros?
Los gurús de lo digital siempre van a ganar, haya o no pandemia. Han sido capaces de convertir lo inmaterial en cantidades ingentes de dinero. Ojalá tuviésemos políticas públicas relacionadas con lo digital para construir dinámicas tecnológicas diferentes.
¿Cree que la tecnología pone en riesgo la lectura en profundidad? Si es así, ¿cómo afectará ello a nuestra sociedad y al desarrollo de pensamiento crítico?
No creo que la tecnología ponga en riesgo la lectura, simplemente modifica nuestra relación con la imaginación y con los imaginarios colectivos. La cuestión está en cómo conducirnos en medio de toda esta maraña de información, tratar de entender cómo la imaginación puede ser la herramienta desde la que reorganizar nuestro presente. Esa es la tarea pendiente. El pensamiento crítico debe favorecer el crecimiento de espacios de ruptura, de desorden social, con el objetivo de hacer crecer comunidades críticas. Una tarea compleja, pero que debe ser el horizonte hacia el cual tender.
¿Dónde están los intelectuales encargados de repensar la realidad? ¿Han desaparecido o se han vuelto irrelevantes?
La figura del intelectual, cuando hay un fuerte antiintelectualismo, debe servir para visibilizar ciertas posiciones. La figura del intelectual tiene su origen en el escritor que se opone a las formas de dominación conservadora. Su objetivo no era otro que el de hacer visibles las tramas de poder tejidas por las élites y defendidas por otros intelectuales situados bajo el ala conservadora. Este, creo, es su papel aún. Sin embargo, hay variaciones importantes relacionadas con los medios de comunicación, redes sociales, modos de transmisión de información, etc. Hay una extraña mediación del pensamiento y la posición intelectual. Por otro lado, creo firmemente también en la idea de que no es asumible la oposición entre la figura del intelectual, como sujeto portador de conocimiento verdadero y ordenado, y la masa como pieza ignorante. Esta es una tierna ficción consoladora. Nuestra tradición española está llena de intelectuales que vienen del pueblo, además ahí está el refranero, el canto popular, la poesía como formas de resistencia. Considero que el intelectual es aquel que es capaz de escuchar sin reservas. Tenemos, sin duda, un fuerte acceso a la información, esparcida por mil canales, pero la capacidad de escucha se atrofia lentamente. Y si no se escucha, apenas se piensa. Pensar tiene que ver mucho con el oído. Carecer de oído es un defecto político en democracia.
No es asumible la oposición entre la figura del intelectual y la masa como pieza ignorante. Esta es una tierna ficción consoladora. Nuestra tradición española está llena de intelectuales que vienen del pueblo
Más allá de los discursos aduladores de la cultura como gran animadora de la reclusión pandémica, ¿qué otras lecturas cabe extraerse de la anormalidad social que ha impuesto la COVID? Culturalmente, ¿la pandemia también existe?
La pandemia ha hecho visibles ciertas debilidades de un entorno cultural, de por sí, deficiente. En las cartas que durante la pandemia se mandaban al ministro de turno todo se concentraba en mantener los registros de consumo, compensar esas pérdidas, y luego ya veremos. La opción hubiera sido, en mi humilde opinión, atacar el corazón de este modelo cultural que desde 1982 se mantiene firme. Un modelo cultural, por lo demás, muy débil, vinculado al turismo y estratificado. Su virtud es su superficialidad. Sin embargo, cuando irrumpe algún cambio, todo se va a pique. Queremos que la cultura no sea mercancía, pero queremos consumirla como tal. Ahí hay también un problema. Durante décadas hemos creado una burbuja cultural que ha servido para generar dinámicas perversas, tales como creer que la cultura es un universo puro y alejado, que nos da entretenimiento; un recurso turístico inagotable; una fuente de prestigio; un modo de especulación, etc. Es necesario iniciar una nueva reordenación del paisaje cultural comprendiendo que la lucha cultural pasa no por ARCO, por ejemplo, sino por la renta básica universal, o revisando las formas de concepción del trabajo cultural, o por nuevas formas de educación artística. La precarización en la cultura no se ve como problema, y ese es el problema. Ahora bien, el mundo cultural tiene también los defectos del mercado, su individualismo, competitividad, etc. Y ahí lleva su penitencia.
La precarización en la cultura no se ve como problema, y ese es el problema. Ahora bien, el mundo cultural tiene también los defectos del mercado, su individualismo, competitividad, etc. Y ahí lleva su penitencia
Más allá de la pandemia por coronavirus, ¿coincide en que la cultura vuelve a estar presidida por los múltiples reconocimientos de identidad? ¿La reivindicación de la identidad no sepulta las reivindicaciones que trascienden a lo individual?
Las reivindicaciones de identidad suelen ser cuestión colectiva, por eso son importantes. Es clave recorrer estos caminos, e incluso poner en cuestión dogmas establecidos en el uso del lenguaje. No sé si te refieres a eso, pero ahora, como poeta, te digo que me encanta que se deforme, maluse e indiscipline el lenguaje. Lo que sobra es la RAE. ¡Fuego a la RAE!
En 'En los límites de lo posible' usted se preguntaba, siquiera retóricamente, qué ha hecho con nosotros el capitalismo afectivo. ¿Ya tiene la respuesta?
El capitalismo afectivo ha sido la conquista perfecta (la revolución cumplida). Toda revolución pasa por los afectos. No hay revoluciones que partan únicamente de estudios racionales, sino que en su origen siempre hay pulsiones afectivas. La idea que dice que los afectos son revolucionarios es cierta y la ha sabido aplicar perfectamente el capitalismo. El capitalismo ha hecho que lo imposible, nuestra vida convertida en cálculo económico, se convierta en lo inevitable (aceptar trabajos de mierda, abusos, etc.). Y para ello ha contado con nuestra colaboración. Ha deglutido nuestras potencias afectivas. Ahora bien, ¿puede haber respuesta? Solo hay creación de algo nuevo, decía Lorca, si hay herida, dolor. Pero tenemos que tomar conciencia real de esa herida, no para curarla sino para hacerla visible. El capitalismo afectivo es un analgésico muy potente, que hace de esas heridas material para su supervivencia. Puede hacer que no sintamos el dolor, o que lo aceptemos. Se necesita sentir el dolor como intolerable, y eso el capitalismo afectivo sabe como cauterizarlo.
Me gustaría hablar de otro de sus libros, 'Políticas de lo sensible. Líneas románticas y crítica cultural'. Usted es un gran reivindicador del movimiento romántico, de los diversos romanticismos que camparon por Europa. Dos siglos después, todos los caminos parecen volver al principio romántico. En cierto modo ¿fue el movimiento más revolucionario por antonomasia, del que aún se siguen derivando ondas expansivas, llámese como se llame en las sucesivas revisiones?
Mi interés por el romanticismo tiene que ver con su forma inabarcable. No podemos decir qué es el romanticismo, tan solo señalar que el final del siglo XVIII asistió a una radical revolución en las formas de relación del sujeto con la vida cotidiana. Más allá de ser o no una corriente literaria o artística, el romanticismo fue el primer intento de producir una mirada crítica sobre el presente colocando la sensibilidad en el centro. Ahí está el concepto de romantizar, que no es otra cosa que tratar de hacer de los espacios cotidianos espacios de resistencia. Es tentador decir que somos aún románticos pero no es así. Lo que sí es cierto es que el romanticismo abrió una serie de líneas estéticas, sociales y políticas que han sido reapropiadas en diversos momentos de la historia. Su electricidad aún nos afecta.
Usted ha sido candidato de Podemos al Ayuntamiento de Salamanca. ¿Cómo ha asistido a la evolución de las formaciones que surgieron para acabar con el bipartidismo?
La evolución es más bien triste, pero el horizonte es terrible. Ahí está la ley mordaza, la reforma laboral, etc. Más o menos donde estaban. Ha habido algún avance, pero cada pequeño avance se acompaña de un empujón que nos sitúa siempre en la casilla de salida. También tiene que ver con la articulación de un proceso de desafección política importante, es decir, el bipartidismo ha vivido muy bien bajo el marco de la 'apatía democrática'. En los años setenta los ideólogos del neoliberalismo hablaron del 'votante inteligente'. Este sería aquel que no pierde demasiado tiempo en política, ya que no es una cosa muy importante, y la utilidad de su voto es marginal. Es mejor dedicar tiempo a otras cosas. Y eso ha calado muy hondo en nuestras formas de relación con la política. Es peligroso reducir la vida democrática a este modelo. Al mismo tiempo la sensación de agotamiento que nos rodea contiene también peligro.
Si sus hijos quisieran ser de mayores profesores, escritores o filósofos, ¿les animaría o les disuadiría?
Les diría: “Corred, insensatos”.