Federico Venero: el confidente arrepentido del 'Caso Nani' que destapó una mafia policial en los años 80
Federico Venero pasó los últimos años de su vida a la puerta de su pequeño establecimiento cercano a Puertochico, la joyería Rubi. Allí, en Santander, entre cliente y cliente, miraba pasar la vida que en el turbio pasado fue un peligroso torbellino. Nada invitaba a sospechar que aquel comerciante de rostro inexpresivo y ademanes tranquilos había sido confidente policial y perista, y que en los años 80 destapó una de las tramas de corrupción más escandalosas de la Transición, que tambaleó los cimientos del Ministerio del Interior que dirigía José Barrionuevo: la mafia policial implicada en la desaparición de 'El Nani', un delincuente de poca monta que trabajaba atracando joyerías para un grupo de policías.
Había recuperado el anonimato, pero conservaba el aire de un hombre triste e incluso asustado, de alguien derrotado. Cuando tiró de la manta, muchos –y él mismo– pensaron que acabaría en una cuneta, o desaparecido, como su compinche 'El Nani', origen de todo el escándalo. Pero siguió vivo y después de casi tres décadas murió en el olvido, a los 65 años, en el año 2014.
Venero, un hombre menudo, de corta estatura y bigote, regentaba una joyería en la calle Casimiro Sainz de Santander que era, en realidad, tapadera de un negocio mucho más ambicioso. El joyero era confidente policial y cómplice de una red mafiosa que implicaba a agentes de Santander, Bilbao y Madrid. Se encargaba de proporcionar información sobre lucrativos atracos en joyerías, incluida la suya, que perpetraban delincuentes de su confianza, como el propio Santiago Corella, alias 'El Nani' –quien luego fuera el primer desaparecido de la democracia–. El botín se repartía entre policías, confidente y atracadores.
Corrían los ochenta y la Policía Nacional conservaba algunos de los temibles vicios y corruptelas del franquismo. En aquel momento, la mafia policial de las joyerías actuaba con total impunidad. Algunas veces imputaban los robos que ellos organizaban a otros delincuentes, a los que probablemente hacían cantar con métodos poco ortodoxos, y de paso se colgaban medallas. Hasta que desapareció 'El Nani' y entró en escena Federico Venero.
El joyero era confidente policial y cómplice de una red mafiosa que implicaba a agentes de Santander, Bilbao y Madrid. Se encargaba de proporcionar información sobre lucrativos atracos en joyerías, incluida la suya, que perpetraban delincuentes de su confianza
Los policías corruptos reclutaron a Santiago Corella para ejecutar los robos que ellos mismos organizaban. Todo fue bien hasta que en el atraco a una joyería en un pueblo de Valladolid, 'El Nani' y sus compinches robaron 48 kilos de oro, pero solo le entregaron ocho a Federico Venero. El resto, al parecer, lo enterraron a las afueras de la localidad. La policía llegó a buscarlo hasta con excavadoras, pero nunca apareció.
Los que dirigían la trama no estaban dispuestos a perder tan sustancioso botín. Así que el joyero, que entonces tenía 36 años, encargó a 'El Nani' el siguiente atraco de la joyería Paymer, en la calle Tribulete de Madrid, para lo que le facilitó dos armas: Una escopeta de cañones recortados y una pistola. En el robo murió el propietario del establecimiento, Pablo Perea. Diez días más tarde, la policía detuvo a 'El Nani' para averiguar dónde estaba el botín. Ese día, el 12 de noviembre de 1983, Corella desapareció para siempre. Su rastro se pierde en la Dirección General de Seguridad de Madrid. En plena Puerta del Sol.
En realidad, después se descubrió que 'El Nani' no aceptó la oferta de Venero y no protagonizó el atraco de Tribulete. De hecho, después detuvieron a los verdaderos atracadores. Pero fue la excusa de la corrupta Brigada Antiatracos de la época para hacer cantar a su antiguo socio.
En la primavera del año siguiente, el periodista Gregorio Roldán, de Diario 16, desveló este suceso causando una gran conmoción en la opinión pública. Según la mujer y hermanas del delincuente, detenidas también en Sol, Corella fue salvajemente torturado en las dependencias policiales. La música a todo volumen que pusieron los policías no pudo sofocar los gritos que fueron escuchados por su compinche, Ángel Manzano, a quien también dieron una paliza que le llevó al hospital. “Canta, Nani, canta. Dinos dónde está el oro”, repetían sus torturadores. Sus familiares también habían sido detenidas. A su mujer, Soledad, la desnudaron y manosearon, y a su cuñada, embarazada, le amenazaron con provocarla un aborto.
A raíz de esa noche trágica nunca más se supo de Santiago Corella. Los policías dijeron que se escapó cuando lo llevaron a hacer un registro a un descampado. Varios meses después, las hermanas de 'El Nani', desesperadas por la falta de noticias, contaron lo sucedido a un periodista de El País. Un año más tarde, la sala cuarta de la Audiencia Nacional archivó el asunto, tras una complicada investigación obstaculizada por los presuntos protagonistas de esta trama policial orquestada en tres comisarías de Santander, Bilbao y Madrid.
Venero tira de la manta
Pero en diciembre de ese mismo año, en la Navidad de 1985, Federico Venero tiró de la manta cuando un periodista de Cambio 16 contactó con él para comunicarle que iba a publicar información sobre la mafia policial, que había obtenido de un policía de Santander que quería mantenerse en el anonimato. Antes de verse descubierto, Venero optó por confesar. Declaró que los policías estaban implicados en la mayoría de los robos de joyas que se producían en aquella época, y que se quedaban con parte de los botines que recuperaban. También conmocionó al país asegurando que ‘el Nani’ murió de un infarto en la comisaría, tras ser salvajemente torturado, y que fue enterrado en cal viva en un descampado de Vicálvaro.
Llegó a confesar, incluso, que participó en el atraco a su propia joyería el 15 de septiembre de 1981, con un botín de más de 200 millones de pesetas en joyas, y que el inspector Antonio Caro –a quién acusó de formar parte de la trama– se encargó de investigar. Caro fue condenado a seis años de cárcel, pena que anuló posteriormente el Tribunal Supremo tras ser defendido por el polémico abogado Emilio Rodríguez Menéndez. Se jubiló hace unos años como comisario del Cuerpo Nacional de Policía en Cantabria con dos galardones: la encomienda de Número de la Orden del Mérito Civil y la Cruz al Mérito de la Policía Local.
A partir de esta confesión, Venero vivió con escolta las 24 horas del día, temeroso de que alguno de los perjudicados con su testimonio se cobrase una cruel venganza.
El papel de Venero en la trama iba más allá de organizar los atracos. En la trastienda de su joyería había una 'chocolatera' con la que fundía en lingotes el oro y los metales preciosos de los robos para después repartirlos entre los cómplices
El joyero fue un protagonista destacado en el juicio por la desaparición del Nani que se celebró en la Audiencia Provincial de Madrid en 1988 en medio de una enorme expectación. Un proceso que grabó Televisión Española y que recientemente ha servido para realizar el documental 'Pacto de silencio'. De los siete acusados, tres fueron condenados a 29 años de cárcel cada uno –el comisario Francisco Javier Fernández Álvarez y los inspectores Victoriano Gutiérrez Lobo y Francisco Aguilar– por delitos de falsedad documental y detención ilegal con desaparición forzada, torturas y privación de derechos.
Venero tenía un socio, Valentín Ochoa, que lo traicionó declarando contra él en el juicio de la mafia policial y que, a su vez, denunció la existencia de otra mafia de la droga en la Guardia Civil. También dijo que el cadáver de 'El Nani' estaba en el estanque de una finca en Madrid, en la carretera de Extremadura. Venero había señalado un descampado en Vicálvaro, pero cambió de versión y dijo que estaba enterrado en la finca del aristócrata Jaime Mesia Figueroa, donde también en su día entrenaron fuerzas de los GAL y donde, según su testimonio, iban a cazar algunos de los policías corruptos. Nunca se aclaró nada. El cuerpo de 'El Nani' no apareció nunca y el caso se convirtió en uno de los episodios más oscuros de la democracia.
El papel de Venero en la trama iba más allá de organizar los atracos. En la trastienda de su joyería había una 'chocolatera' con la que fundía en lingotes el oro y los metales preciosos de los robos para después repartirlos entre los cómplices. Según él mismo confesó ante el juez, también actuaba de intermediario en el tráfico de armas entre la red de corrupción policial y varias bandas de delincuentes.
La situación de Venero se complicó cuando el inspector Antonio Caro fue destinado a Cataluña y la nueva Brigada Antiatracos que llegó a Cantabria empezó a sospechar de su comportamiento. Hasta el punto de que pidieron al juez que pinchase su teléfono. Las grabaciones desvelaban relaciones con delincuentes y su implicación en asuntos de drogas, entre otras cuestiones. Venero, además, tenía otras causas con la justicia. Posteriormente, fue condenado a cuatro meses de prisión y una multa de 50.000 pesetas por receptación de joyas, que la policía encontró dentro de un calcetín al registrar su coche cuando regresaba de Bilbao en compañía de otro individuo. Les habían dado un chivatazo.
Al regreso a Santander de un viaje a Egipto, en noviembre de 1987, le comunicaron que sería procesado, esta vez por la Audiencia Provincial de Santander. Fue un juicio sobre la presunta mafia policial de Cantabria –cuya existencia denunció el propio Venero– y que implicó a la cúpula del Ministerio del Interior. Tuvieron que testificar el ministro del Interior, José Barrionuevo; el secretario de Estado, Rafael Vera, y el director de la Policía, José María Rodríguez Colorado. Se procesó a un comisario y a cuatro inspectores por tráfico de drogas y tenencia ilícita de armas. El propio Venero estaba imputado. De hecho, el testimonio de algunos vecinos de la comarca pasiega apuntó a que Venero gestionaba un taller clandestino de fabricación artesanal de pistolas en la zona de Selaya. Aunque no se llegó a probar, sí estuvo procesado un herrero de la zona, Salvador Fernández Cagigas, vinculado al tráfico de armas.
En ese juicio declaró que realizaba labores de información en la lucha antiterrorista por encargo del Ministerio del Interior y que se había entrevistado con Txema Montero, eurodiputado de Herri Batasuna, en Santander, en el despacho de su abogado Antonio Sarabia. Montero confirmó que se había reunido dos veces con el joyero para tratar de esclarecer el asesinato del dirigente abertzale Santiago Brouard. “Lo desconozco, porque no estoy enterado de los confidentes de la Policía”, declaró Rafael Vera sobre esta cuestión.
Tras varias idas y venidas judiciales, a veces como imputado y otras como testigo en los procesos derivados de sus denuncias, Federico Venero entró en la Prisión Provincial de Santander el 20 de junio de 1991 para cumplir una condena de dos años por tenencia ilícita de armas de fuego dictada en 1988 por la Audiencia Provincial de Cantabria. Días más tarde fue trasladado a la cárcel de Nanclares de Oca, en Álava, donde inició una huelga de hambre porque temía que en su condición de 'chivato' le ajustaran cuentas dentro del penal.
Desde que salió de la cárcel, Federico Venero empezó a vivir en Santander como un ciudadano más, aunque con cierto aire esquivo y receloso. Siguió al frente de su pequeña joyería. Frecuentaba los bares de la zona con una cuadrilla de amigos. No quería hablar con periodistas, declinaba amablemente hacer comentarios sobre aquel pasado incómodo como protagonista y testigo del primer desaparecido de la democracia, del gran escándalo de corrupción policial de los años 80. La verdad del caso 'El Nani' quedó bajo tierra, como su propio cadáver y los 40 kilos de oro que nunca aparecieron.
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