“Los humedales han sido hábitats amenazados y destruidos, pero ahora estamos en el proceso inverso”
Hubo un tiempo en que se destrozaron los humedales de Cantabria. La bahía de Santander, bocado a bocado, fue perdiendo superficie: las aguas, que alguna vez se desparramaron por más de 45 kilómetros cuadrados se vieron reducidas a casi la mitad de espacio. A cambio, ese paisaje de “agua malva, basa roja” que Gerardo Diego describió en sus versos a El Astillero fue colonizado lentamente, rellenos y desecaciones mediante, por edificios, industrias, el aeropuerto, el puerto y pastizales. El mapa de la bahía y sus rías que dibujaron los marinos Antonio Arévalo y Bernardo del Campo es, casi dos siglos después, irreconocible.
Tampoco Santoña, el principal humedal de la costa cantábrica, se ha librado de la huella humana; al punto que la justicia europea tuvo que obligar a España a proteger sus marismas como Zona de Especial Protección para las Aves mientras que las aguas de la ría de San Martín de la Arena, en Requejada, que durante décadas estuvo empachada de vertidos tóxicos, se encuentra en vías de declararse Área Natural de Especial Interés. Son apuntes en el Día Internacional de los Humedales. La convención, a la que España se unió una década más tarde con Doñana y las Tablas de Daimiel, fue firmada el 2 de febrero de 1971 y actualmente incluye 76 humedales de todo el país, incluidas las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel.
“Los humedales han sido hábitats amenazados y destruidos, pero ahora estamos en el proceso inverso”, dice Felipe González, de SEO-Birdlife, que celebra la restauración de zonas degradadas en las dos últimas décadas. Y para respaldar esa tendencia se refugia en el principal indicador, que es la presencia de aves. El censo de aves acuáticas invernantes de la organización, que se realiza todos los meses de enero, muestra ese aumento entre 1997 y 2011. Aun así, las tendencias varían mucho, ya que entre las poco más de 20.000 aves contabilizadas en 1998 hasta las más de 55.000 de 2009 se han sucedido picos y valles, aunque se observa el aumento de aves a partir de los trabajos de recuperación de humedales a finales de los noventa, como las marismas de Astillero, donde la sociedad ornitológica tiene su sede.
Aun así, González cree que es necesario hablar de humedales con una “perspectiva histórica”, ya que la degradación de los hábitats hizo desaparecer a muchas especies que han regresado tras largos años de ausencia. “Mucha gente da por hecho que la conservación de las marismas está ganada”, asegura, “pero hay que ver de dónde venimos”. Todos los humedales, explica, ya están blindados por la ley, y por eso el último “caso flagrante” de destrucción en Cantabria, el relleno de las marismas de Raos, fue paralizado por la justicia después de un recurso de Ecologistas en Acción. Pero los rellenos a los que fue sometido el estuario de manera tan común durante el siglo XIX y comienzos del XX es difícil volver a contemplarlos.
“Las mejoras de los humedales han generado una mejora de la biodiversidad notable”, apunta Carlos Sánchez, presidente de la Fundación Naturaleza y Hombre, que destaca la presencia de aves que no se veían hace tiempo en la bahía como el águila pescadora, el aguilucho lagunero o el avetoro. Pero, al mismo tiempo, Sánchez lanza una advertencia: “No se debería de poder dar ni un mordisco más a la Bahía de Santander: no se debería utilizar para expandir la actividad humana. Con toda la crisis ambiental, nos debe hacer reflexionar que debemos cuidar los humedales tan productivos para la diversidad y los humanos”.
Un oasis ornitológico
Hay en toda la geografía de Cantabria una constelación de humedales. Son marismas, rías, bahías, pozas, embalses, pantanos y vaguadas en las que el año pasado invernaron 32.000 aves de 68 especies. El acuerdo final de la Ley de Restauración de la Naturaleza, que promete reparar el 80% de los hábitats dañados de la Unión Europea, trae nuevas esperanzas para estas zonas protegidas. Un ejemplo: según la Asociación Ría, en 2016 solo se había recuperado el 3% del espacio ganado al mar, por lo que aún hay margen para seguir progresando.
Los últimos coletazos de esa degradación, cuyo punto de inicio en la Bahía de Santander se sitúa en 1837 con permiso de alguna actuación durante la Edad Media, se detuvo a finales del siglo pasado. Felipe González dice que en Cantabria “se ha destruido mucho” históricamente, aunque el camino inverso de recuperación, cuyos efectos se observan en una mayor riqueza de flora y fauna, también está atrayendo a un buen número de aficionados a los ilustres habitantes de estos ecosistemas.
“Se va haciendo una labor importante de restauración de los humedales, que son puntos importantes para las aves en sus rutas migratorias”, explica Ernesto Villodas, guía ornitológico. Ernesto es aficionado a las aves desde los 13 años, aunque hace dos creó una empresa ecoturística. Solo en las marismas de Santoña y la campiña ha contabilizado unas 200 especies de aves, aunque él distribuye su tiempo —y sus rutas— dependiendo de la estación: si en invierno y durante los pasos migratorios pasa las horas en la marisma, en primavera y verano acude más al campo y las montañas. En las más de cuatro décadas en las marismas de Santoña ha visto su evolución: desde la concepción de los humedales como focos de infección contra los que había que luchar al paraíso natural del presente. “Estos últimos años”, explica, “estamos más sensibilizados y se van dando pasos para que esto mejore”.
El Día de los Humedales trata de seguir esa labor de concienciación sobre la importancia de estos ecosistemas. Según Naciones Unidas, los humedales son “unos de los ecosistemas que sufren mayor deterioro, pérdida y degradación”, algo que también subraya Carlos Sánchez: “Los humedales se pierden a una velocidad mayor que los bosques a nivel global”. El proceso de deterioro masivo en Cantabria se ha frenado, aunque los problemas de aguas residuales de Santoña siguen intoxicando el entorno.
Ernesto dice que hay aves que cada vez se dejan ver menos, como el zampullín cuellirojo, aunque otras especies, como la barnacla carinegra, ha multiplicado su presencia hasta llegar a los mil ejemplares este año. Pero a pesar de la mayor sensibilización, el pajarero, como se conoce a los aficionados de aves, cree que se podría aumentar la vigilancia y conservación de un ecosistema muy turístico y repleto de actividades humanas. “No está demasiado protegido pensando en las aves. La gente, en general, está concienciada, pero a veces falta información de cómo actuar y comportarnos”.
La huella de las actividades humanas ha sido el principal impacto de estos hábitats que, en torno a la bahía, se descuidó durante décadas. Los sedimentos de la industria minera que en el siglo XIX alcanzó cotas inimaginables acabó por colmatar buena parte de la bahía y la ría de Solía debido al lavado del hierro. Esa zona industrial fue una de las áreas incluidas en el Proyecto LIFE Anillo Verde de la Bahía de Santander, coordinado por la Fundación Naturaleza y Hombre. Las actuaciones, llevadas a cabo entre 2015 y 2020, regeneraron 200 hectáreas de diez espacios degradados en torno a la bahía.
Se trató de humedales litorales (Marismas de Alday, Marisma de Engoa y Ensenada de San Bartolomé, Ría de Solía), humedales interiores (Pozón de la Yesera Pozos de Valcaba), encinares relictos (Peñas Negras, El Monterín, Paraje de la Cueva del Juyo, Sierra del Pendo-Cavidón) e islas (La Campanuca, Peña Rabiosa, San Juan). En el proceso, se luchó contra más de 150 hectáreas de especies invasoras arrancándolas de raíz o introduciendo ganado, como en Alday, se desbrozaron los espacios, se acondicionaron caminos y se extirparon las falsas acacias que colonizaban el bosque de ribera en la ría de Solía, que junto a la chilca, el plumero y la onagraria son las principales amenazas foráneas de estos ecosistemas que proveen de recursos a los animales y al ser humano.
El proyecto, de hecho, también incluyó censos de aves y el control de las plantaciones realizadas, alimentando así la información y contribuyendo a la educación ambiental. El responsable de la Fundación Naturaleza y Hombre, a cuatro años de la finalización del proyecto, dice que la visión de los humedales ha mejorado por parte de la población. “Pero la realidad es que no podemos decir que gozan de un estado de salud de lo más favorable”, añade. Su trabajo de conservación y eliminación de especies invasoras en Alday, Engoa, las rías de Solía y Tejera, el Pozón de la Dolores o la ría de Cubas sigue contribuyendo a estos procesos de restauración.
Horizontes de los humedales
Aunque el tiempo de destrucción de humedales en Cantabria se clausuró hace dos décadas, estos cuerpos de aguas afrontan otros retos. El cambio climático y sus problemas derivados constituyen ahora su principal desafío. “Porque al hablar de los humedales hay que tener la perspectiva histórica: hay que ver de dónde venimos”, insiste Felipe González, que considera que los municipios mantienen el compromiso de recuperar lugares degradados.
En el último censo de SEO-Birdlife, realizado en 15 humedales de toda Cantabria, se citan la disminución de migraciones al sur de las aves, aunque lo asocian a causas globales y no locales, además de mencionar cómo el cambio climático afecta a las zonas de nidificación en el norte; ese mismo censo comprobó el aumento de las aves cuando se restauraron sus hogares también recogió un lento declive desde entonces. Las causas son variadas.
El Plan de Gestión Integrada de la Bahía de Santander, financiado por el Programa de Ciencias Marinas, pretende abordar los nuevos desafíos desde todos los ángulos. El proyecto nació a raíz de la Mesa de la Bahía y actualmente está embarcado en un amplio proceso de diagnóstico. Para ello, las investigadoras del Instituto de Hidráulica Ambiental de la Universidad de Cantabria (IH), la institución que coordina el Plan Bahía, está inmersa en una serie de reuniones con diferentes sectores involucrados en la vida de la bahía para realizar el diagnóstico integral, desde mariscadores, al sector turístico o asociaciones de vecinos de los siete municipios del entorno del estuario. “En la bahía hay muchos usos, muchas actividades y muchos organismos competentes: es un espacio multiusos y multiactividades y hay que integrarlo todo”, asegura María Recio, investigadora del programa, que recuerda que la bahía hay que verla como una unidad orgánica: “Lo que se hace en un punto de la bahía, afecta al resto”.
Hasta ahora, las dos responsables del Plan Bahía, que han recopilado informes técnicos ya realizados por el IH y otras instituciones, están siendo provistas de información por los principales agentes de la vida en torno a la bahía. Sus aguas, sí, están más claras y limpias, y han regresado aves emblemáticas. Pero los efectos del cambio climático sobre su temperatura tienen consecuencias para el desarrollo de ciertas especies, como las almejas. La reducción de la superficie del estuario y los efectos en las corrientes, además, ha provocado modificaciones en la sedimentación. “Un estuario es como un vaso, que se llena de agua y se vacía”, ejemplifica la bióloga. “Pero si el vaso lo haces más pequeño, el agua sale con menos fuerza: en estos momentos el agua ya no tiene tanta fuerza para arrastrar todos los sedimentos y se produce una arenización de la bahía”.
Si el saneamiento de la bahía supuso un punto de inflexión para la calidad de sus aguas y la biodiversidad, el nuevo proyecto, un plan pionero en España que se estirará hasta finales del 2025, acabará en una respuesta que abarcará la parte ambiental, física y de gobernanza para un estuario bajo la tutela de un sinfín de administraciones. Las 52 especies de aves que invernaron el año pasado quizás constituyan el mejor termómetro de su evolución.
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