Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Armarse de humanidad, tejer resistencia ética

Entre todas las barbaridades trumpianas que en las últimas semanas han saturado nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento—¡cuánto micrófono para tan poca neurona, cuánta atención para un corazón tan parvo!—, ha habido una que me desalentó especialmente, no solo por su crueldad, sino por su tremenda coherencia con la lógica consumista que hoy se disfraza de “realismo”, ese frente al cual cualquier intento de ética es ridiculizado como “buenismo”.
Me refiero a la idea, a todas luces inhumana, que ya había planteado el criminal genocida Benjamin Netanyahu: transformar Gaza en un inmenso resort vacacional en el extremo oriental del Mediterráneo. No se trata solo de expulsar a sus habitantes —los últimos palestinos y palestinas que sobrevivan al genocidio tolerado por la comunidad internacional durante casi un siglo ya, si atendemos a las matanzas y la represión sistemática durante el mandato británico en Palestina—, es que se propone sin pudor bailar sobre sus tumbas y convertir la limpieza étnica en un modelo de negocio.
Los lodos de la realidad presente son siempre producto de barros viejos de la historia: la miseria colonial genocida ha sido la base sobre la que se han construido imperios comerciales e incluso ha inspirado parques temáticos para la distracción de turistas. ¿Por qué no repetir la fórmula? Al fin y al cabo, hay una línea roja —fina, pero clara— que conecta las imágenes de turistas imbéciles haciendo el pino en Auschwitz, sacando la lengua ante un crematorio o grabando “John loves Joan” en una piedra del memorial. Todo forma parte de una misma sociedad, una en la que Donald Trump, nos guste o no, no es un producto extraño. Por algo ha tenido tantos votos.
Ya no diría que vivimos en tiempos de la tan manida como mal comprendida banalidad del mal, aquel concepto que Hannah Arendt acuñó para evitar hablar de mal radical y que describía la actitud de quienes, al someterse a una instancia superior, perpetran atrocidades sin pensar, perdiendo así, según la filósofa, su humanidad. El racismo piensa. Y piensa con una jodida maldad, con un egoísmo que hoy viste la lógica consumista y depredadora del neoliberalismo: hija bastarda del liberalismo, pero hija al fin y al cabo.
El racismo piensa. Y piensa con una jodida maldad, con un egoísmo que hoy viste la lógica consumista y depredadora del neoliberalismo: hija bastarda del liberalismo, pero hija al fin y al cabo
Más afinado en esto que Arendt, Achille Mbembe, en Necropolítica, advierte que la burocratización del exterminio y la administración de la maldad no comenzaron con el nazismo, sino con el colonialismo. Antes que él, Aimé Césaire ya había señalado en su Discurso sobre el colonialismo que los crímenes del nazismo resultaban intolerables para Europa porque se cometieron contra blancos, pero la misma lógica de exterminio llevaba siglos aplicándose —y sigue aplicándose a través de la explotación neocolonial— en África, América y Asia sin despertar escándalo.
Y Sylvia Wynter, influida por Frantz Fanon, señala cómo el mal no es solo una cuestión de obediencia burocrática, sino que está arraigado en una estructura ontológica racista que define quién es plenamente humano y quién es desechable. Arendt no supo ver que los crímenes del nazismo no fueron una anomalía, sino la continuidad de un modelo de exterminio ensayado durante siglos en el mundo colonial. Nadie osaría siquiera mencionar la posibilidad de un resort en Auschwitz; pero en Gaza, cuando menos, se puede plantear.
Por supuesto, tampoco podía faltar, en estos tiempos de marcar paquete ideológico, la primera aportación de Trump a la cuestión de género. El hombre con piel de ganchito encarna con verdadero talento el oportunismo moral: débil con los fuertes —Putin, Netanyahu—, fuerte con los débiles. En su primer día en el cargo, emitió una directiva exigiendo que el gobierno federal definiera el sexo estrictamente como masculino o femenino en todos los documentos oficiales, desde pasaportes hasta políticas penitenciarias. Y, fiel a su cruzada reaccionaria, este mes ha firmado una orden ejecutiva que prohíbe a las personas trans competir en categorías femeninas, un nuevo retroceso en el reconocimiento de sus derechos.
Así actúan los neoliberales: su supuesta aversión a la injerencia estatal no les impide meterse hasta el fondo en dormitorios, vestuarios y baños. Y no han tardado en seguirle el juego nuestros intolerantes matrios, que este pasado lunes aprobaron —con el apoyo de PP y PRC— una proposición no de ley para instar al Gobierno central a derogar las normativas que permiten la participación de deportistas trans en competiciones femeninas. Por eso, la Asociación de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans, Intersexuales y más de Cantabria (ALEGA) convocó una concentración frente al Parlamento, para rechazar la LGTBIfobia en el deporte y en cualquier ámbito de la vida. Mientras unes construyen, otros solo aportan retroceso.
La salida de estas realidades terroríficas no vendrá de una única gran iniciativa milagrosa ni de una idea brillante que nos ilumine de golpe. Es hora de dejar de anhelar cambios inmediatos, porque nada en nuestro planeta ocurre sin siembra, riego, abono y tiempo. Solo la multiplicidad de prácticas éticas, solidarias, inclusivas y democráticas —llevadas a cabo por cientos de miles, millones de personas anónimas, de carne y hueso, con más vida cotidiana que gestas heroicas— puede sostener la lucha contra un mal con muchas caras, pero que hoy se condensa en una: la inmoralidad neoliberal.
Son los pequeños gestos los que sostienen la resistencia contra la barbarie. Como los millones de actos que, desde 1967, han desafiado el genocidio: de las Rachel Corrie —joven activista que fue arrollada por un bulldozer cuando defendía los hogares palestinos de la ocupación, en marzo hará 22 años— a los y las Juanas Nadie que asisten a asambleas, hacen pulseras, venden pins, envían correos, publican en redes o toman las calles, como el próximo 1 de marzo a las 12.00 horas, en la convocatoria por Palestina que discurrirá por las calles de Santander desde Puertochico hasta Delegación de Gobierno.
No podemos permitir que la obsesión por los grandes gestos nos haga perder de vista el valor de los pequeños, esos que tejen la ética de una sociedad. Solo reconociendo la importancia de cada paso seguiremos avanzando, solo entendiendo que toda acción suma podremos acercarnos a una sociedad donde no haya lugar para genocidios ni exclusiones, donde aprendamos a cuidar los unos a les otres, incluidos los animales, las plantas y el planeta entero. Por eso, no dejemos pasar un solo día sin hacer un gesto humano. No perdamos más energía en los trumpismos de turno, no abonemos el nihilismo. Cada acción cuenta, y es en la persistencia de esos pequeños actos donde radica la posibilidad real de cambiar la historia.
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