Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La bandera no se come
370 euros. Estoy en la mesa de la cocina de mi casa, apilando mentalmente uno a uno esos 370 euros. Descuento el alquiler y me quedo sin poder descontar nada más. Soy una de las 34.000 unidades de consumo de esta comunidad autónoma en pobreza severa. Y convivo con otra unidad de consumo que también tiene otro montón de 370 euros encima de la mesa de la cocina. Del suyo descontamos el gas, la luz y el agua. Y nos quedamos con la mesa vacía, de nuevo. Nos miramos a los ojos, un mes más, sabiendo que comer dependerá de la caridad de los nuestros o de lo que podamos conseguir en Cáritas o la Cruz Roja. Esos nuestros que han ido desapareciendo paulatinamente según nuestra miseria iba creciendo, inundándolo todo, cubriéndolo con un manto marrón sucio. La pobreza es sucia, es incomoda, se esconde debajo de la alfombra de la sociedad porque mirarla de frente es asumir que lo que nos separa de ella es simplemente un despido o una mala racha.
Hace tiempo que vivimos en este barrio rodeados de unidades de consumo como nosotras. Nos cruzamos por la calle, agachando la cabeza; tenemos demasiada precariedad en común. Fueron cerrando los bares y las tiendas aunque hace poco abrieron una casa de apuestas, cerca del colegio. Algunos de nuestros vecinos pierden allí sus 370 euros mensuales esperando encontrar la salida de este barrio, de esta vida. Una vez que se entra en la Calle de la Pobreza lo más probable es que mueras en ella. El ascensor social no está hecho para nosotras. Nos dejó un mes cualquiera en el sótano de la vida.
Voy a la sala-comedor-despacho y enciendo la tele. En la mesa que utilizamos para comer cuando vienen las visitas que ya no vienen tengo los papeles del último curso del INEM. Perdí la cuenta de los que hice: carretillera, administrado de productos fito sanitarios, cajera... Creo que sigo acudiendo porque la ficción de estar ocupada, de ser útil a algo o alguien me sujeta cuando quiero saltar por el balcón. Eso y la compañía de mi unidad de consumo. “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana” me cantaba el Último de la Fila en el 85. Pero queda la necesidad de necesitarnos para seguir respirando.
Informativos llenos de banderas. De un color y de otro. Exaltados periodistas lanzando espumarajos alentados por políticos mediocres. ¿Ellos comerán? Seguro que sí. No se les ve pinta de unidad de consumo pobre. Mi cerebro no asimila lo que cuentan, lo que gritan. No nos ven, no existimos. Los problemas de este país son mucho más graves que los nuestros. Al fin y al cabo España se nos rompe y no hay nada más importante que eso. ¿No?
Voy a la cocina dejando la tele encendida. Hace compañía cuando no tenemos mucho que decirnos. Demasiada soledad entre los dos cuando los muros de la necesidad compartida hace tiempo que rompieron los puentes del afecto. Abro la nevera y saco una bandera. Nos la dieron hace días, cuando pasábamos cerca de una manifestación de nosequé. Cojo las tijeras que algún día cortaron pescado y la hago cuadraditos. Iguales, rectitos, ordenaditos. Como nosotras, las pobres. Sin salirnos del carril, sin estallidos, sin violencia. Pidiendo por favor un cartón de leche más porque el mes pasado no llegó y muchos días es lo único que nos alimenta.
Coloco los cuadraditos en los platos que nos regaló mi madre y aviso a mi compañero de vida. Si esto es algo parecido a una vida. Me mira silencioso pero entiende. Nos sentamos delante de la tele; hoy es un día especial. Hoy comemos bandera mientras en otra parte de España arden las calles.
370 euros. Estoy en la mesa de la cocina de mi casa, apilando mentalmente uno a uno esos 370 euros. Descuento el alquiler y me quedo sin poder descontar nada más. Soy una de las 34.000 unidades de consumo de esta comunidad autónoma en pobreza severa. Y convivo con otra unidad de consumo que también tiene otro montón de 370 euros encima de la mesa de la cocina. Del suyo descontamos el gas, la luz y el agua. Y nos quedamos con la mesa vacía, de nuevo. Nos miramos a los ojos, un mes más, sabiendo que comer dependerá de la caridad de los nuestros o de lo que podamos conseguir en Cáritas o la Cruz Roja. Esos nuestros que han ido desapareciendo paulatinamente según nuestra miseria iba creciendo, inundándolo todo, cubriéndolo con un manto marrón sucio. La pobreza es sucia, es incomoda, se esconde debajo de la alfombra de la sociedad porque mirarla de frente es asumir que lo que nos separa de ella es simplemente un despido o una mala racha.
Hace tiempo que vivimos en este barrio rodeados de unidades de consumo como nosotras. Nos cruzamos por la calle, agachando la cabeza; tenemos demasiada precariedad en común. Fueron cerrando los bares y las tiendas aunque hace poco abrieron una casa de apuestas, cerca del colegio. Algunos de nuestros vecinos pierden allí sus 370 euros mensuales esperando encontrar la salida de este barrio, de esta vida. Una vez que se entra en la Calle de la Pobreza lo más probable es que mueras en ella. El ascensor social no está hecho para nosotras. Nos dejó un mes cualquiera en el sótano de la vida.