Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Carne de perro
La exclusiva recientemente publicada por este periódico en torno a los ya famosos mensajes entre compis y yoguis tiene tantos matices que cada vez que releo la información me encuentro con algún aspecto nuevo.
Suficientemente han quedado ya explicadas en eldiario.es las implicaciones del asunto en materias muy diversas como la sensibilidad, la imagen de las instituciones, las tarjetas black, la crisis y otros mil etcéteras. De igual modo ha quedado aclarada la relación entre el derecho a la información y el derecho a la intimidad, detallándose de manera cristalina las fronteras entre uno y otro.
Pero como periodista, a mi me gustaría adentrarme en el significado de las expresiones empleadas en esos mensajes en torno a la profesión que orgullosamente ejerzo. Cuando, el año pasado, el director de eldiario.es, Ignacio Escolar, visitó nuestra ciudad para presentar este periódico, tuve la oportunidad de escuchar la conferencia que pronunció en el patio del Parlamento de Cantabria. En aquella ocasión, me llamó mucho la atención una pregunta que le dirigió una señorita de entre el público. He olvidado la pregunta, pero no la introducción a la misma que es lo que deseaba comentarles. Decía la chica, “soy una ex-periodista, ya que no ejerzo como tal en la actualidad, sino que trabajo como funcionaria…”.
Esta expresión suscitó una interesante conversación posterior entre Escolar y yo que recuerdo con mucho afecto. La conclusión a la que ambos llegamos es que nadie es del todo ex-periodista, que la condición de periodista no se pierde por mucho que no estés ejerciendo el oficio.
Y viene esto a cuento porque me hirió la sensibilidad profesional el desprecio contenido en esos mensajes hacia el trabajo de unos colegas, calificado primero en rotundo castellano (“mierda”), pero que sonó igual de lacerante cuando lo leí después en un idioma tan finolis como el francés: “merde”. No dejen de observar en ambos casos mi escrupuloso entrecomillado.
Sé que estos calificativos se expresaron en un contexto determinado, pero también sé que una de las primeras cosas que aprendes cuando te conviertes en periodista es esa máxima que dice: perro no come carne de perro.
Llámenlo corporativismo, si quieren, pero es una de las pocas defensas que los periodistas hacemos de nuestra profesión, que ya está lo bastante sometida a presiones y amenazas como para que no la protejamos, al menos, de nosotros mismos.
Quien escribió ese texto siempre ha subrayado su condición de periodista, su experiencia, su ética, su imparcialidad y su profesionalidad, pero resulta que a las primeras de cambio nos encontramos con que aquellas informaciones que no le gustan, le parecen una merde.
Como profesor de Periodismo siempre insisto a mis alumnos en que sean sumamente ponderados en la crítica, porque si calificas el trabajo de los demás como una “mierda” estás obligado a asumir con la misma elegancia el momento en que los otros opinen que el tuyo es una merde.
Ignoro si en el gremio de los reyes y reinas tienen una máxima parecida, algo así como “corona no deslumbra a corona”, pero estoy seguro de que usted, lector, que es conductor de autobuses, abogado, doctora, electricista, submarinista o albañil, se lo piensa un buen rato antes de poner a caldo a un colega de profesión. Al fin y al cabo también manejamos esa otra frase castiza que dice: entre bomberos, no nos pisamos la manguera.
La exclusiva recientemente publicada por este periódico en torno a los ya famosos mensajes entre compis y yoguis tiene tantos matices que cada vez que releo la información me encuentro con algún aspecto nuevo.
Suficientemente han quedado ya explicadas en eldiario.es las implicaciones del asunto en materias muy diversas como la sensibilidad, la imagen de las instituciones, las tarjetas black, la crisis y otros mil etcéteras. De igual modo ha quedado aclarada la relación entre el derecho a la información y el derecho a la intimidad, detallándose de manera cristalina las fronteras entre uno y otro.