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Desmemoria ciudadana y política

Llevo a una invitada de La Vorágine que llega desde Dinamarca a conocer un poco la ciudad de Santander y una de las estaciones es la península de La Magdalena. Qué bonitas vistas, qué Palacio, qué cantidad de plaquitas con los nombres de los árboles y las referencias 'reales'. Pisamos el antiguo campo de Polo, el actual espacio de conciertos, el páramo de la memoria donde no hay recuerdo de lo que algunos quieren borrar. Ahí, donde se anuncian los megaconciertos de julio, donde la ciudad se hace fiesta, estuvo uno de los campos de concentración de Santander. En 1938, se apiñaban en las precarias instalaciones unos 1.600 presos, un 266% por encima de su capacidad. Antes de esa fecha, fueron muchos más. Ahora el Palacio es sitio de bodas y congresos y nadie quiere saber (la mayoría ni sabe) lo que pisa.

Suma y sigue... la 'prisión provisional' de La Tabacalera, la de Las Oblatas, el campo de la Plaza de Toros o el de Corbán, los campos del Instituto Manzanedo o el del Cuartel de Artillería, en Santoña, los campos de concentración de Laredo, de Castro Urdiales, las decenas de calles homenajeando a fascistas o falangistas de pro, los monumentos en conmemoración de los éxitos franquistas o a la memoria de sus héroes... ¿Nada de esto merece un capítulo de las propuestas políticas?

Probablemente haya alguna referencia en alguna página escondida de los programas, pero es evidente que los partidos solo agitan en el coctel de promesas lo que suma votos y el tema de la memoria (que en realidad es el tema de la justicia) no es muy sexy en el márquetin político porque no le interesa a casi nadie.

Nada es casual, la desmemoria abunda por el trabajo de borrado hecho durante las cuatro décadas de dictadura y de historia oficial manipulada y nadie, ningún gobierno nacional, regional o municipal de la llamada democracia, ha hecho un esfuerzo serio por poner las cosas en su sitio.

Siendo así, nos toca a nosotras. Cada persona debe contarlo, repetirlo al pasar por los lugares de la infamia y de la digna resistencia. Los nietos que van a ir a escuchar a Juanes o a Maldita Nerea tienen que saber que bailan y cantan sobre un lugar sagrado, importante, malditamente triste. Y no significa que dejen de bailar o de cantar, pero que lo hagan desde el respeto y la memoria.

Nos toca y nos toca de cerca y podemos hacer mucho. Como acudir este viernes al IES Santa Clara al homenaje que unos ciudadanos con memoria han organizado en recuerdo de Lola González, una de las supervivientes del atentado contra el despacho laborista en 1977 y que murió el pasado enero sin ver a su compañera Manuela Carmena sembrar de esperanza y alegría un país marchito agotado.

No es historia, todo esto es presente y ojalá que alguno de los nuevos sujetos políticos que ha entrado a jugar en Cantabria tenga en cuenta que es un asunto prioritario. Los pueblos que olvidan son indignos, los pueblos que dejan que los que lucharon por la libertad mueran en el olvido o sin haber podido reivindicar su papel y su entrega... esos pueblos no merecen mucho del futuro.

Somos el olvido que seremos, parafraseando al colombiano Hector Abad Faciolince. Es verdad. Pero ante todo somos lo que heredamos y lo que ponemos en valor de ese pasado mientras estamos vivos y tenemos voz y ejercemos nuestro derecho a recordar. La desmemoria ciudadana y política sólo abona el terreno para los que reescriben la historia para mayor beneficio de su estirpe.

Llevo a una invitada de La Vorágine que llega desde Dinamarca a conocer un poco la ciudad de Santander y una de las estaciones es la península de La Magdalena. Qué bonitas vistas, qué Palacio, qué cantidad de plaquitas con los nombres de los árboles y las referencias 'reales'. Pisamos el antiguo campo de Polo, el actual espacio de conciertos, el páramo de la memoria donde no hay recuerdo de lo que algunos quieren borrar. Ahí, donde se anuncian los megaconciertos de julio, donde la ciudad se hace fiesta, estuvo uno de los campos de concentración de Santander. En 1938, se apiñaban en las precarias instalaciones unos 1.600 presos, un 266% por encima de su capacidad. Antes de esa fecha, fueron muchos más. Ahora el Palacio es sitio de bodas y congresos y nadie quiere saber (la mayoría ni sabe) lo que pisa.

Suma y sigue... la 'prisión provisional' de La Tabacalera, la de Las Oblatas, el campo de la Plaza de Toros o el de Corbán, los campos del Instituto Manzanedo o el del Cuartel de Artillería, en Santoña, los campos de concentración de Laredo, de Castro Urdiales, las decenas de calles homenajeando a fascistas o falangistas de pro, los monumentos en conmemoración de los éxitos franquistas o a la memoria de sus héroes... ¿Nada de esto merece un capítulo de las propuestas políticas?