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Follaburros
Si no fuera porque los españoles ya tenemos callo en este tema, quizá nos hubiéramos llevado un mal rato cuando algunos políticos conservadores británicos intentaron pegar, hace unos días, el timo de Gibraltar. Lo que pasa es que, a nosotros, antes de advertirnos del tocomocho o del nazareno, nuestros mayores ya nos ponen en guardia ante ese juego de manos que es el timo del Peñón.
Es tan sencillo que, en su propia simpleza, radica su éxito. Como ya saben, el timo de Gibraltar consiste en que, cuando un gobierno español se enfrenta a un problema feo, inmediatamente desvía la atención recurriendo al honor patrio y al suelo sagrado de la roca. Durante una semana nos arengan, claman contra la pérfida Albión, nos recuerdan Trafalgar, nos hablan de la soberanía, de los monos, de Luis Enrique y el codazo de Tasotti, de los últimos de Filipinas, de Manolete y… ¡ale hop!, el problema queda olvidado.
Bueno pues resulta que algunos políticos británicos nos han copiado el truco y, durante unos días, les han dado el cambiazo a los súbditos de su Graciosa Majestad, escondiéndoles el brexit detrás de Gibraltar. Nada por aquí, nada por allá.
Por eso, un viejo y trasnochado lord ha desempolvado su peluca y nos ha amenazado con reconstruir el Victory, cargar la momia de Nelson y poner la flota rumbo al Estrecho. Un nostálgico del imperio. Ya se hablaba de embarcar los gurkas malayos y atacarnos a la hora de la siesta, generando un millón de chistes sobre las patatas bravas, las sandalias con calcetines y otras historias.
Pero la más peculiar, por decirlo con un término que quizá elegiría un inglés, ha sido un artículo firmado por el periodista y antiguo director de The Sun, Kelvin McKenzie, en la que nos describe a los españoles como follaburros.
Vaya por delante mi admiración para quien ha traducido esta bizarra expresión, porque difícilmente se ha utilizado antes a lo largo de la ilustre historia de nuestra lengua castellana. Pero sí, es bastante ajustada; donkey rogerer, tal como escribió McKenzie, podría traducirse por “follador de burros”. O de burras, realmente, porque la palabra donkey significa burro sin especificar el género del animal
Intentemos descifrar la enigmática acusación del exdirector de The Sun, primero desde un punto de vista literal y después en modo figurado. Si nos lo tomamos al pie de la letra, sostiene McKenzie que, de forma genérica, los españoles mostraríamos un desmedido interés por copular con asnos. Francamente, ignoro cuantos de mis compatriotas sienten esta inclinación, pero me extraña mucho en un país que tiene encumbrada en sus más altas cimas poéticas la obra Platero y yo. ¿De verdad somos tan numerosos los españoles con instintos contra-natura por ese animal, descrito por Juan Ramón Jiménez, como pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón? No sé, leído así quizá a algunos nos estén entrando sudores.
Por otro lado, tengo idea de que los burros son animales ciertamente escasos en nuestro país, de modo que un supuesto admirador de sus atractivos, tendría notables dificultades para satisfacer esos instintos.
Pero lo más probable es que McKenzie no tuviera intención de ser literal, sino que trazase la expresión follaburros como poética e ingeniosa metáfora que describiese nuestra presunta grosería y zafiedad, sin pretender sugerir exactamente un interés generalizado por cohabitar con un asno.
En ese caso debo darle la razón en cuanto a que los españoles, en ocasiones, nos hemos comportado como verdaderos estúpidos; sin ir más lejos, por ejemplo, cuando permitimos que los británicos se quedasen con el Peñón después de la guerra de sucesión, uno de los episodios más follaburros de nuestra triste historia. Una bronca hispánica entre candidatos a ceñirse la corona, en la que se repartieron guantazos entre españoles, ingleses, franceses y holandeses, y terminó con el primer Borbón sentado en nuestro trono.
Pero puestos a identificar errores, me cuesta encontrar uno más grande que abandonar la Unión Europea por la puerta de atrás, pretendiendo -encima- dar un portazo. Creo que, a buena parte de la clase política británica actual, le falta altura y ha entrado en una deriva sin rumbo. Dudo mucho de que, tanto los ingleses los españoles, tengamos el más mínimo interés sexual por los burros, pero diría que, en este asunto, hay más de uno que se ha comportado como un verdadero zoquete.
Si no fuera porque los españoles ya tenemos callo en este tema, quizá nos hubiéramos llevado un mal rato cuando algunos políticos conservadores británicos intentaron pegar, hace unos días, el timo de Gibraltar. Lo que pasa es que, a nosotros, antes de advertirnos del tocomocho o del nazareno, nuestros mayores ya nos ponen en guardia ante ese juego de manos que es el timo del Peñón.
Es tan sencillo que, en su propia simpleza, radica su éxito. Como ya saben, el timo de Gibraltar consiste en que, cuando un gobierno español se enfrenta a un problema feo, inmediatamente desvía la atención recurriendo al honor patrio y al suelo sagrado de la roca. Durante una semana nos arengan, claman contra la pérfida Albión, nos recuerdan Trafalgar, nos hablan de la soberanía, de los monos, de Luis Enrique y el codazo de Tasotti, de los últimos de Filipinas, de Manolete y… ¡ale hop!, el problema queda olvidado.