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Las fotografías y el alma

En algunas culturas existe la superstición de que cuando a alguien le hacen una fotografía, esa instantánea se apropia no sólo de la imagen de la persona retratada sino también de su alma. Durante mucho tiempo pensé que esta superstición tenía su origen en la ignorancia más oscura, en el primitivismo de gentes que atribuían a la técnica cualidades mágicas y sobrenaturales.

Ahora, en cambio,  siento  que esa superstición no está tan mal encaminada y que, quizás, con cada fotografía que nos hacen, de alguna manera, se nos despoja de algo que hay dentro de nosotros. No porque un pedazo de nuestra alma se vaya con ellas sino porque esas imágenes construyen identidades que rara vez tienen que ver con lo que realmente somos.

Cada fotografía que nos hacen es una réplica de nosotros pero no es nosotros. Antes, con un puñado de instantáneas acumuladas a lo largo de toda una vida, instantáneas en las que no se disimulaban los posados, la cosa era soportable. Ahora, en cambio, parecemos condenados a querer retransmitir y conservar y retener la vida a través de la sucesión diaria y apabullante de nuestras de imágenes presuntamente naturales.  La instantánea hoy parece muchas veces el fin que da sentido a la existencia, como si se viviera para salir bien parados en ese fingimiento.

No hacerse fotografías es una manera de liberarse de la esclavitud del posado que, sigilosamente, condiciona el comportamiento. Porque tal vez sea verdad que cada fotografía que nos hacemos nos arrebata, sino un pedazo de nuestra alma, sí un poco de autenticidad a la hora de vivir.

En algunas culturas existe la superstición de que cuando a alguien le hacen una fotografía, esa instantánea se apropia no sólo de la imagen de la persona retratada sino también de su alma. Durante mucho tiempo pensé que esta superstición tenía su origen en la ignorancia más oscura, en el primitivismo de gentes que atribuían a la técnica cualidades mágicas y sobrenaturales.

Ahora, en cambio,  siento  que esa superstición no está tan mal encaminada y que, quizás, con cada fotografía que nos hacen, de alguna manera, se nos despoja de algo que hay dentro de nosotros. No porque un pedazo de nuestra alma se vaya con ellas sino porque esas imágenes construyen identidades que rara vez tienen que ver con lo que realmente somos.