Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Los insignificantes
Hubo un tiempo en el que creí tener claras las cosas. Ahora sé que no, que no las tenía claras sino que fingía tenerlas claras. Lo fingía tan bien que hasta yo mismo creía que las tenía claras.
Creer que se tienen claras las cosas es una mala estrategia de supervivencia porque te convences de que las cosas están bien pero, en realidad, te pudres por dentro. Un día toda esa vehemencia se vino abajo y apareció la vida. Porque la vida es eso que aparece cuando te reconcilias con tus dudas, con la permanente incertidumbre, con tu vulgaridad, con tu mediocridad, con tu insignificancia.
Mediocres, vulgares, insignificantes. Así somos. Al menos, así soy. Es muy liberador darse cuenta de esa gran verdad que nos abre las puertas a una existencia más liviana y más plena. No hay nada que demostrar. Tan solo está la vida para ser contemplada, ese gozo de observar cómo discurre la existencia, esa lucidez de asomarse al inevitable deterioro. Mediocres, vulgares, insignificantes. También frágiles. La conciencia se ensancha y la vida se revela con toda su potencia cuando se acepta todo eso.
Cuanta más importancia te das, más sufres. Es inevitable porque pensar que somos importantes, además de patético, implica sostener la existencia sobre una mentira. Porque no somos importantes en absoluto. Ni el presidente de Estados Unidos, ni el Premio Nobel de Literatura, ni el papa de Roma. La importancia es un espejismo. Somos bellos accidentes, como mucho, que pronto seremos olvidados. Después de tanto todo para nada, escribió José Hierro. Solo el amor nos salva, al menos fugazmente, de esa insignificancia. El amor de los padres, de los hermanos, de los hijos, de la pareja, de los amantes, de los amigos. El amor es, al final, la única red que impide que la vida sea una permanente caída hacia el vacío.
Hubo un tiempo en el que creí tener claras las cosas. Ahora sé que no, que no las tenía claras sino que fingía tenerlas claras. Lo fingía tan bien que hasta yo mismo creía que las tenía claras.
Creer que se tienen claras las cosas es una mala estrategia de supervivencia porque te convences de que las cosas están bien pero, en realidad, te pudres por dentro. Un día toda esa vehemencia se vino abajo y apareció la vida. Porque la vida es eso que aparece cuando te reconcilias con tus dudas, con la permanente incertidumbre, con tu vulgaridad, con tu mediocridad, con tu insignificancia.