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La insoportable dualidad del ser (humano)
Me imagino la alegría de un observador alienígena al ser nombrado para un destino como el de La Tierra. Probablemente, por su mente pasen a gran velocidad las imágenes de una maravillosa esfera azul en mitad de las estrellas, de impresionantes puestas de sol y de mil emocionantes paisajes en peligro de extinción.
Imagino también al pobre bicho en mitad de su trabajo (meses después de haber llegado), recopilando y registrando todo lo que aquí sucede de manera sistemática y anodina; algo fácil para su nivel tecnológico. Es de suponer, que la verdadera dificultad de su labor radique en las explicaciones que tenga que desarrollar a partir de los hechos observados en este planeta. Especialmente, en su dossier: “La insoportable dualidad del ser (humano)”.
Daría lo que fuera por ver la cara de sus superiores al leer los contradictorios informes que su experto les mande y en los que narre la capacidad del ser humano para realizar los más bondadosos y los más macabros actos.
La bondad
Por poneros un ejemplo, las notas del observador bien podrían resaltar nuestra capacidad para realizar actos como el sucedido el pasado 24 de octubre de 2015 en la localidad canadiense de Saint George; ya hemos hablado de ello en esta bitácora. Dos meses antes de que llegasen las fiestas de Navidad, los habitantes de este pueblo decidieron celebrar estas entrañables fiestas ante la inminente muerte de un niño llamado Alan.
A pesar de la muerte del chico hace más o menos un mes, con el sabor a tragedia aún en entre sus cuatro filas de dientes, el alienígena queda maravillado ante este hecho y ante la infinita capacidad que tiene el ser humano para la bondad (cuando quiere, claro). Ver a un pueblo entero decorando sus casas, asistiendo a un desfile por su avenida principal y aplaudiendo a un niño con una enfermedad terminal es algo difícil de olvidar.
La maldad
Sin embargo, junto a esta luz, en el ser humano también convive una potente oscuridad; el observador puede percibirla sin ninguna dificultad. No me remontaré mucho para poneros un ejemplo. Durante la última Nochebuena (hace poco más de una semana), un adolescente que también se llamaba Alan se suicidó en Barcelona porque ya no podía aguantar más la presión a la que estaba siendo sometido por parte de los chavales que le rodeaban.
Os pongo en antecedentes. Este otro Alan era un chico que nació chica hace 17 años. Desde hace tres, estuvo aguantando desprecios y palabras como “marimacho” o “lesbiana de mierda”. Simplemente, por sentir que la naturaleza se había confundido con el envoltorio que le había dado, simplemente, por parecer diferente.
Hace pocos meses, este chico consiguió cambiarse el nombre y entró en un nuevo centro educativo pensando que podría iniciar una nueva vida y alejarse de todo lo sucedido. Sin embargo, en el nuevo centro también le hicieron la vida imposible algunos de sus compañeros. “No puedes ser chico si tienes tetas” e imbecilidades por el estilo. Crueldad aprendida.
El primero de nuestros Alan tuvo la fortuna de que todo un pueblo le adelantó la Navidad para que pudiera disfrutar de una muerte más placentera; el segundo, tuvo la desgracia de que todo un grupo de chavales le obligaron a adelantar la fecha de su muerte.
La dualidad
Es muy probable que ahí arriba, sujetándose el flequillo con uno de sus tentáculos, alguien se esté pregunte cómo es posible esta dualidad humana. La bondad y la maldad extremas… la capacidad de proteger y de destruir… la capacidad de reírse con y la capacidad de reírse de… la de estar jodido y la de estar jodiendo.
Estas dos historias van ligadas, no solo por el nombre de sus protagonistas; estas dos historias muestran a la perfección qué se puede esperar de nosotros si somos invadidos por otra civilización; nuestra ternura, nuestro dolor, nuestro odio a lo que creemos diferente, nuestro egocentrismo, nuestro amor...
-Más allá del bien y del mal, de la buena y la mala fe, del Tigris y del Éufrates, el ser humano continúa peleando contra sí mismo por alcanzar un paraíso que siempre ha estado escondido en el fondo de su alma-. Y así concluye el último de los informes del observador antes de darse a la bebida.
Me imagino la alegría de un observador alienígena al ser nombrado para un destino como el de La Tierra. Probablemente, por su mente pasen a gran velocidad las imágenes de una maravillosa esfera azul en mitad de las estrellas, de impresionantes puestas de sol y de mil emocionantes paisajes en peligro de extinción.
Imagino también al pobre bicho en mitad de su trabajo (meses después de haber llegado), recopilando y registrando todo lo que aquí sucede de manera sistemática y anodina; algo fácil para su nivel tecnológico. Es de suponer, que la verdadera dificultad de su labor radique en las explicaciones que tenga que desarrollar a partir de los hechos observados en este planeta. Especialmente, en su dossier: “La insoportable dualidad del ser (humano)”.