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Municipalismo o barbarie
Es tiempo de reflexiones. O al menos eso parece. Nos hemos despertado estos últimos meses con artículos de opinión, algunos acertados, otros no tanto, en los que se hace un pormenorizado análisis de los males que aquejan a esta izquierda herida y en horas bajas. No solo la nuestra, sino también la ajena. El resurgimiento de la ultraderecha en las últimas elecciones en países más o menos cercanos trae el monstruo a nuestras puertas. Y el auge de un ultranacionalismo patrio fanatizado, como respuesta al independentismo catalán, no despeja ningún horizonte para este país.
¿Pero cuál es realmente el diagnostico? Y, sobre todo, ¿cuál es la solución? De entrada la mayor parte de esos relatos obvian un aspecto fundamental: son absolutamente auto-referenciales, es decir, hablan de los problemas que tiene la izquierda a los mismos sujetos que los suscitan, en un círculo infernal de lamentos sobre lo que se hace mal sin ofrecer alternativas. Pero la cuestión es si hay alguien ahí fuera escuchando. Y si se sienten identificados con ese discurso. Y yo creo que no.
Tenemos una izquierda que se muestra como antagónica al adversario. Identificando al contrario como el mal, podemos asegurarnos esa superioridad moral de luchar siempre en el lado correcto de la batalla, aunque perdamos. Pero se nos olvida que la forma real de construir no se funda únicamente en el enfrentamiento continuo con el enemigo. En esa postura acabamos siendo nada más que el reverso, en una suerte de acción-reacción ante las políticas del otro. Y no quiero decir con esto que esa política del antagonismo, de mostrarnos como lo contrario al monstruo (llámese capitalismo feroz, machismo, racismo, desigualdad, antiecologismo…) sea completamente errónea. Al fin y al cabo también nos definimos por lo que no somos, además de por lo que somos. Pero falta construcción en positivo, no como contraposición sino como posición. Y eso solo se puede hacer escuchando y reflexionando.
Gran parte de las organizaciones de izquierda no se articulan desde ese punto de vista. Reproducen viejos sistemas de organización en los cuales, o bien se intenta cooptar las formas del asociacionismo periférico (plataformas reivindicativas, movimientos sociales, asociaciones...) penetrando en ellas e intentando dominar su discurso, o se trabaja desde arriba con espacios de trabajo desconectados del entorno. Si nos tapamos los oídos o les tapamos la boca, ese proceso de escucha no se producirá. Y las necesidades comunes no se pueden traducir en políticas para la gente. Jamás.
La izquierda tradicional y gran parte de la penúltima nueva izquierda solo son parte del sistema. Una pieza más del engranaje. No producen ruptura, no producen contrapoder. Siguen apelando demasiado al discurso decimonónico de la dicotomía que produce la lucha de clases entre el proletariado y el capital. Cuando en realidad esa dualidad entre clases, entendida desde el punto de vista del obrero industrializado frente a gran burgués, ha estallado hace ya años, al menos en Occidente.
No hemos dejado de ser clase trabajadora. No hemos dejado de compartir esos referentes de lucha obrera que cuando apelamos a la memoria todos tenemos presentes. Pero ahora tenemos una clase nueva, precaria, atomizada, muy vinculada al sector terciario pero no solo, sin identidad palpable pero llena de identidades, que se resignifica de forma constante, con nuevos significantes. A la que le interesan muy poco las teorías sesudas o no comparten señas de identidad con la idea de 'proletariado'. Solo hay que analizar los resultados de C's en el Cinturón Rojo de Barcelona. ¿Cómo llegamos a ellos? ¿Cómo podemos facilitar esa unión?
Desde luego, no se hace desde los despachos, intentando diseñar estrategias discursivas fantásticas; o llenando significantes muy llenos hace tiempo por ese adversario al que pretendemos derrotar (nacionalismo, patria, banderas). No se hace dirigiéndose a una clase que no se identifica como tal y preguntándonos por qué no nos escuchan. Y no se hace dejando de lado la parte de la política que está más cercana a los ciudadanos: el municipalismo.
Quizás por militancia o por querencia personal, creo que estos pequeños proyectos municipalistas están llamados a tomar el protagonismo en la política de lo que tradicionalmente se ha denominado 'izquierda'. Recordando al gran cómico M. Rajoy: “Es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”. O traducido al vulgar castellano, somos los ciudadanos los que decidimos en mayor medida las políticas que se llevan a cabo en nuestros municipios. ¿Por qué dejar ese espacio a quienes han utilizado los ayuntamientos para convertirlos en nidos de corrupción?
El municipalismo es la política más cercana al ciudadano, más de base, donde la democracia se toca con la punta de los dedos. A diferencia de otros estamentos institucionales, se puede sentir el aliento de los votantes día a día. Y es desde donde se pueden experimentar y poner en práctica toda la experiencia de democracia participativa que estos colectivos municipalistas llevamos acumulada. Nos hablamos de tú a tú con cada vecino y escuchamos activamente, intentando traducir esas necesidades diarias y corrientes en políticas en los consistorios. ¿Y por qué podemos hacerlo? ¿Qué nos dota de capacidad de interlocución? Ser ellos.
Los que participamos en política municipalista no nos diferenciamos en nada del resto de nuestros conciudadanos. Somos gente precaria, en paro, sin recursos, con dificultades para llegar a fin de mes, que transitamos por las mismas calles sin iluminación que ellos, que sufrimos el Metro-TUS, que no tenemos acceso a una vivienda digna, que hemos sido desahuciados. Todos y cada uno de nosotros comprendemos cada reivindicación porque las sufrimos. Y nos colocamos al lado de ellos en cada concentración o manifestación. Esa es la verdadera transversalidad. Y no las zarandajas academicistas sobre estrategias discursivas.
Esa participación, esa cercanía, es de lo que adolecen las grandes estructuras de partido. Y sabemos que sin eso cada proceso electoral está abocado al fracaso. En el momento político que nos ha tocado vivir, con una derecha en descomposición en Santander, es importante que se comprenda que, para dotarnos de fuerza suficiente para romper 80 años de gobierno municipal, necesitamos ir juntos. Todos a una. Pero con una base sólida que no haga que nuestros cimientos se tambaleen. Necesitamos un proceso participativo en el que estemos todas. Construyendo programa, tejiendo redes, generando espacios de confianza y apoyo mutuo. Nosotros creemos que es posible. Los ciudadanos de Santander también. ¿Y el resto de la izquierda? Tenemos la convicción de que sí. Nuestros vecinos jamás nos perdonarían que no lo intentáramos.
Como dijo Friedrich Nietzsche: “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Cuidémonos entonces de transformarnos en todo aquello contra lo que luchamos. Escuchando, creando, participando, apoyando, construyendo. Eso nos permitirá seguir contemplando el abismo.
Es tiempo de reflexiones. O al menos eso parece. Nos hemos despertado estos últimos meses con artículos de opinión, algunos acertados, otros no tanto, en los que se hace un pormenorizado análisis de los males que aquejan a esta izquierda herida y en horas bajas. No solo la nuestra, sino también la ajena. El resurgimiento de la ultraderecha en las últimas elecciones en países más o menos cercanos trae el monstruo a nuestras puertas. Y el auge de un ultranacionalismo patrio fanatizado, como respuesta al independentismo catalán, no despeja ningún horizonte para este país.
¿Pero cuál es realmente el diagnostico? Y, sobre todo, ¿cuál es la solución? De entrada la mayor parte de esos relatos obvian un aspecto fundamental: son absolutamente auto-referenciales, es decir, hablan de los problemas que tiene la izquierda a los mismos sujetos que los suscitan, en un círculo infernal de lamentos sobre lo que se hace mal sin ofrecer alternativas. Pero la cuestión es si hay alguien ahí fuera escuchando. Y si se sienten identificados con ese discurso. Y yo creo que no.