Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

Que no me quiten el nombre

Recuerdo que cuando tenía unos diez años pedí a mi madre por mi cumpleaños un 'scalextric' y me contestó “eso es de niños”. Más adelante, en el instituto, un compañero me tocó la nalga, le pegué un tortazo y la profesora me regañó porque “no había sido para tanto”. Hace seis meses -tengo 31 años- en una entrevista de trabajo me preguntaron si tenía “cargas familiares”. Lo peor de todo es que, en todas estas situaciones, yo guardé silencio.

Cuantos más años cumplo, menos igualdad detecto a mi alrededor. No creo que sea porque el machismo aumente, sino que considero que es un traje que van diseñado y adaptando para que encaje en cada una de nosotras a medida que crecemos.

Cuando era pequeña, en mi colegio los niños y las niñas no se diferenciaban más que a la hora de ir al baño. Las niñas jugaban al fútbol, los niños a papás y a mamás; y compartíamos confidencialidades, corríamos y competíamos sin tener en consideración alguna la 'inferioridad por sexo'. No la detectábamos porque no existía.

Me acuerdo perfectamente de la primera vez que un hombre me silbó y me lanzó un piropo cuando paseaba sola por la calle. Tenía 12 años. Sentí rareza, luego miedo. No sabía que se convertiría en una sensación que regresaría a mí y con más frecuencia en los años posteriores, no sabía que es una situación que han pasado, pasan y pasarán TODAS las mujeres.

Después de aquello, durante la adolescencia, no me podía arriesgar. Tomé consciencia y  empecé a preocuparme por la ropa con la que vestirme para que, como dicen, no se interpretara como una “provocación”. Ojalá no fueses tú una de muchas a las que las señalaban con el dedo para dirigirla uno de los peores insultos entonces: “puta”.

Años más tarde, cuando comencé a ejercer como periodista, descubrí que las noticias sobre asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas eran cada vez más cotidianas. Se incrementó mi incomprensión, mi rabia y mi dolor… No fue hasta el 2003 cuando empezaron a darse cuenta del “problema” y empezaron a contabilizar los asesinatos. Ya son unas 1.000. ¿Impresiona? No.

Sin tener en cuenta las muertes de otras más como Diana Quer o Laura Luelmo que, tras ser violadas, fueron asesinadas. Pero estas no cuentan porque no habían tenido una relación sentimental con ellos -hombre, ¡que eso no es machismo!-.  Ha llegado un momento en el que es tan habitual que apenas se abre un informativo con este tema, a no ser que sea para ofrecer un espectáculo sensacionalista.

No solo nos han quitado la vida, nos han quitado el nombre y somos meros números que generamos audiencia. Se trata de una cifra que, muy a mi pesar, irá en aumento. El asesino ya no se siente solo, por culpa de la imagen que dan los medios de comunicación sin formación y por la falta de interés real, conciencia y buena política.

Sin embargo, el 8 de marzo de 2018 marcó un antes y un después. Me di cuenta que somos muchas las mujeres las que deseamos volver a ser niñas para que los seres humanos que nos rodean sean como mis amigos del colegio, con los que no había diferencias ni miedos.

En este 2019 volveré a salir a la calle para exigir a la administración la protección de mis derechos por ley y para gritar que “si yo soy la siguiente, quiero ser la última”. Así que, de paso sea dicho, ahórrense venir a mi funeral a sacarse la foto porque, les informo, no serán bienvenidos.

Dejen de ponernos buena cara cuando no nos escuchan, dejen de garantizarnos basura y asegúrenos nuestros derechos, también el de la vida. ¿Cómo? A través de las condenas civiles, penales y públicas. Empiecen por no tender la mano a quienes no nos reconocen, no dar voz a quienes dudan de nosotras y a través de la elaboración de una ley digna que nos proteja -sin depender del punto de vista- y no sea secundaria a sus elecciones e intereses partidistas.

Recuerdo que cuando tenía unos diez años pedí a mi madre por mi cumpleaños un 'scalextric' y me contestó “eso es de niños”. Más adelante, en el instituto, un compañero me tocó la nalga, le pegué un tortazo y la profesora me regañó porque “no había sido para tanto”. Hace seis meses -tengo 31 años- en una entrevista de trabajo me preguntaron si tenía “cargas familiares”. Lo peor de todo es que, en todas estas situaciones, yo guardé silencio.

Cuantos más años cumplo, menos igualdad detecto a mi alrededor. No creo que sea porque el machismo aumente, sino que considero que es un traje que van diseñado y adaptando para que encaje en cada una de nosotras a medida que crecemos.