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SUCEDIÓ EN UN BAR (4)
Cafetería Frypsia de Santander

La tertulia de la Transición que un grupo de jóvenes de izquierdas instauró en la cafetería de la ultraderecha de Santander

José Ramón Saiz Viadero, a la derecha, en la tertulia del Frypsia, con el pintor Antonio Quirós como invitado.

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La cafetería Frypsia era un local clásico, elegante para la época, con barra de lustrosa madera y sillones de aquel cuero artificial que llamaban escay. Miraba al mar desde el número 20 del Paseo de Pereda de Santander. Las mesas de la terraza –como sucedía en toda la avenida– estaban orientadas de espaldas al paisaje marítimo de la bahía para no perder detalle del escaparate social por el que paseaba toda la ciudad. Estaban muy cotizadas, pero no resultaban muy rentables para los propietarios de los establecimientos porque la mayoría de los clientes solo consumían un café en toda la tarde. Cuentan que en algunas se prohibió hacer punto para que las señoras no entretuviesen durante horas las meriendas de chocolate y bollo suizo en aquella privilegiada tribuna.

El interior del local, con limpiabotas y un buen surtido de prensa, tenía mucha clientela aunque era especialmente frecuentado por militares, santanderinos de pedigrí con apellidos influyentes y personas vinculadas a la ultraderecha, como correspondía a la ubicación y categoría del establecimiento. Nadie sabe a quién se le ocurrió meterse en la boca del lobo y establecer allí una tertulia de demócratas en el año 1976, a los pocos meses de la muerte del dictador Franco.

Fue un grupo que había sido invitado a abandonar el cercano Café Suizo por su exceso de entusiasmo político que se acomodó en Frypsia por su amplio espacio interior y buen café. “Un grupo de amigos liberales de izquierda tomamos al asalto dialéctico las mesas de la céntrica cafetería Frypsia como punto para nuestras tertulias de sobremesa, desalojando con ello paulatinamente a los militares que solían frecuentar el lugar”, cuenta el escritor José Ramón Saiz Viadero, destacada figura de la cultura local, comunista y propietario de la mítica librería El Puntal.

Un grupo de amigos liberales de izquierda tomamos al asalto dialéctico las mesas de la céntrica cafetería Frypsia como punto para nuestras tertulias de sobremesa, desalojando con ello paulatinamente a los militares que solían frecuentar el lugar

José Ramón Saiz Viadero Escritor, historiador y librero

El Frypsia ocupaba una situación estratégica a pocos metros de distancia de la Diputación y el Ayuntamiento y de las sedes de las dos cabeceras editoriales: Alerta, en la calle del Martillo, y El Diario Montañés, en la calle Moctezuma. Como otras ciudades, Santander tenía una notable tradición de tertulias, algunas con aroma literario como la celebrada en la rebotica de la farmacia del boticario y poeta León Felipe en la calle San Francisco, primero, y después en la plaza de La Esperanza, donde el establecimiento continúa abierto.

Pero la tertulia del Frypsia fue de una naturaleza diferente. Desde la llegada de la democracia empezaron a coincidir protagonistas de la vida cultural y social, en su mayoría jóvenes. Militantes de partidos políticos “todavía medio clandestinos” –según el testimonio de Saiz Viadero– “componentes del Comité Cívico, de la Junta Democrática, de la Platajunta y hasta de la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC)”. Entre los tertulianos hubo periodistas como Juan González Bedoya, Francisco Freixenet, Víctor Gijón o Manuel Ángel Castañeda y políticos como Ambrosio Calzada, Leandro Valle, Mario García Oliva, Jaime Blanco, Miguel Ángel Revilla, Martín Silván o Luis Sainz Aja.

El célebre Pío Muriedas

Pero si hay un personaje que representa la esencia de aquella cafetería fue sin duda el singular Pío Muriedas. Pintor, actor y recitador, tenía reservada una mesa y el café pagado de por vida. El poeta santanderino de la Generación del 27, Gerardo Diego, le había presentado a Federico García Lorca y en agosto de 1934 don Pío recibió el encargo de organizar la última representación en Santander del grupo de teatro La Barraca. Hicieron dos funciones, una en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y otra en una pequeña plaza ubicada entre la calle Hernán Cortés y Puertochico. Los actores, cortos de presupuesto, improvisaron un camerino en la buhardilla de la madre de Pío Muriedas, en la cercana calle Peña Herbosa.

Cuando estalló la guerra, Pío Muriedas se puso una camisa roja y recorrió el frente recitando poemas a los soldados hasta que, derrotada la República, estuvo preso y fue condenado al destierro. Avanzados los años 60 pudo regresar a su ciudad, se implicó en el Ateneo e impulsó la tertulia de la cafetería La Austriaca. Hasta que convirtió a la cafetería Frypsia en su referente vital. Pío Muriedas mantenía allí un lugar preferente del que continuamente se levantaba para trasladar alguna opinión a los miembros de la enorme mesa de la tertulia. La cita era diaria. Los tertulianos iban llegando al goteo a la hora del café, en una sobremesa que con frecuencia se prolongaba hasta después del servicio de meriendas y que, en la agradable temperatura y pereza de agosto, podía prolongarse hasta medianoche en la terraza.

La elección del Frypsia probablemente adquirió el simbolismo de conquistar un espacio para aquellos que hasta entonces tenían que reunirse en garitos y trastiendas clandestinas. Los tertulianos fueron tomando asiento con naturalidad, entre el desconcierto de algunos clientes habituales. Aquella novedad se recibió con curiosidad y el ambiente tradicional del local aceptó con normalidad la presencia de aquellos jóvenes que hablaban sin discutir y que iban a protagonizar el incipiente cambio democrático en el país, hasta el punto de que algunos de ellos fueron durante décadas parte de la clase dirigente en Cantabria.

En aquella cafetería comenzaron a darse cita los protagonistas sociales y culturales de la región. Se convirtió en epicentro de conversación y opinión al que se adhirieron los periodistas y quienes entonces protagonizaban o aspiraban a protagonizar la actualidad política. La propia tertulia era una fuente extraordinaria de noticias y de anécdotas. En una ocasión un relevante político cántabro empezó a despotricar del divorcio argumentando que iba a destruir la familia tradicional. Hasta que otro de los presentes le recordó que tenía “una amante”, lo que provocó una rápida despedida del acalorado defensor del matrimonio para toda la vida.

En aquella cafetería comenzaron a darse cita los protagonistas sociales y culturales de la región. Se convirtió en epicentro de conversación y opinión al que se adhirieron los periodistas y quienes entonces protagonizaban o aspiraban a protagonizar la actualidad política

Probablemente la tertulia tuvo su punto álgido en vísperas de las primeras elecciones democráticas que desataron una enorme efervescencia política. Las reuniones se hicieron tan famosas que por la barra del Frypsia pasaba gente de toda la comunidad para escuchar a los tertulianos y las citas llegaron a contar con representantes de otros municipios como Torrelavega, Cabezón de la Sal, Camargo o Ampuero.

Allí se vivieron las tensiones de la incipiente democracia, el difícil camino a la Transición. En alguna ocasión se recibieron llamadas de amenaza de bomba y hubo que desalojar la cafetería. Grupos de matones vestidos de negro sembraban el miedo en las calles. Quemaron el coche del director de La Hoja del Lunes. Lanzaban piedras contra los cristales de la librería de José Ramón Saiz Viadero.

El golpe de estado

Entre aquel aroma a café se vivió el cambio de régimen de la Transición, la gestación del Partido Regionalista de Cantabria, las tensiones políticas, el cambio de propiedad de los periódicos locales y todos los acontecimientos habidos en los ocho años de vigor de este foro. Allí se conoció el golpe de estado del coronel Antonio Tejero. Alguien entró y dio la voz de alarma: “Han entrado los militares en el Congreso”.

Los presentes se disolvieron de inmediato en una estampida de notable inquietud y preocupación. Los periodistas salieron rápidamente a la búsqueda de un televisor, se conectaron los transistores y se bloquearon las líneas telefónicas. “Ya está. Al fin alguien ha tenido el valor y la gallardía de acabar con este tipo de cosas”, comentó alguno en voz bien alta en la cafetería. Se desempolvaron pistolas y un grupo de militantes de la ultraderecha se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Santoña ofreciéndose “para lo que haga falta”, según narraba la crónica de La Hoja del Lunes firmada por Víctor Gijón, uno de los habituales tertulianos del Frypsia.

El presidente de la Diputación se enteró por la radio. En las sedes de los partidos políticos se escondían archivos mientras el entonces alcalde de Santander, Juan Hormaechea, no dio demasiada importancia al asunto en las primeras horas. Hasta que a las ocho menos cuarto de la tarde Radio Nacional empezó a emitir música militar y en la televisión no hubo telediario. El gobernador civil, Emilio Contreras, convocó la Junta de Orden Público siguiendo órdenes del rey, y se estableció un dispositivo de seguridad para evitar incidentes y proteger los centros públicos y los medios de comunicación. El secretario general del PCE, Martín Silván, y dos docenas de militantes mantuvieron abiertas las puertas del local de la calle Alcázar de Toledo y se preparó un manifiesto de llamamiento a la huelga general que no se llegó a difundir.

La calle estaba vacía, pero en todas ventanas hubo luz en aquella noche aciaga de tensión, miedo e incertidumbre. Se desempolvaron los pasaportes. Unos pocos intentaron llegar a la frontera francesa y muchos militantes de partidos políticos y sindicatos no volvieron a dormir a sus casas. En Comisiones Obreras resistieron en la sede mientras la UGT cerró y sus dirigentes se reunieron en lugar seguro. El entonces secretario general de UCD, Javier Doménech, y algunos militantes centristas esperaban noticias en la sede del partido en la calle Hernán Cortés. El gobernador civil habló por la radio para garantizar que en Santander no había triunfado el golpe de estado.

En paralelo, un grupo de jóvenes celebraba con júbilo a Tejero en El Sardinero. Algunos individuos, con armas y bajo los efectos del alcohol, entraron en un pub del centro de la ciudad y obligaron a poner marchas militares. Sonaron algunos disparos en el Paseo de Pereda. Un grupo numeroso de ultraderechistas con pistolas y subfusiles se reunieron en un local entre las calles Castilla y Marqués de la Hermida con la intención, nunca ejecutada, de desplazarse al cuartel de la Guardia Civil de la calle Alta para convencerles de que se sumasen al golpe, entrar en el Gobierno Civil para dejar fuera de juego al gobernador Contreras y ejecutar algunas acciones ejemplares. Esa noche los ultraderechistas elaboraron una lista negra de políticos, periodistas, profesionales y sindicalistas que debían ser detenidos.

Abortado el golpe de Tejero, esa lista, elaborada aquella noche al calor de las pistolas y la revancha, llegó a manos de un periodista de la tertulia que leyó los nombres alrededor de la mesa de madera de la cafetería Frypsia. La sorpresa fue mayúscula cuando uno de los tertulianos habituales se mostró vivamente contrariado porque su nombre no aparecía en ella. Cuestión que no extrañó a nadie más porque hacía muy poco que se reivindicaba como demócrata.

La tertulia se mantuvo como epicentro de debate y actualidad casi tres años más. “Un protagonista referente fue el caricaturista Manolo Maleras, encargado de mantener la llama viva con su entrega cotidiana, hasta el punto de que cuando dejó de aparecer por la puerta todas las tardes a la misma hora, la tertulia se dio por acabada”, asegura Saiz Viadero. Sucedió avanzado el año 1984. El país superaba la Transición, la democracia parecía fortalecida tras el intento de golpe de estado, los socialistas gobernaban desde hacía dos años con mayoría absoluta. La tertulia empezó a perder intensidad, la vida política se hizo más estable y sus protagonistas se fueron ausentando con la misma naturalidad con la que llegaron a conquistar un espacio de debate que hoy también es historia de Santander: la cafetería Frypsia. 

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