Otras crónicas de Felisa...
Crónica 1: ¿Y si, de verdad, en esta ciudad leyeran hasta las piedras?
Crónica 2: La especie contradictoria
Crónica 3: La palabra (y la música) amanecida
La lluvia gusta de las ferias del libro de Santander. Con Felisa 2022 no podía ser menos. Da igual que la fecha cambie, que Felisa corra un poquito para alejarse de las turbulencias o que se cambie de nombre o de ropajes para despistar al viento… los libros suelen provocar fenómenos naturales asociados a la vida y… la lluvia, con truenos y sin freno, es el milagro sin santos que riega los sueños creativos. Pues así, primero con nubes y después con tormenta, avanzó el tercer día de esta 41 edición de la Feria del Libro, que parece estar cosiendo a cientos de personas a una plaza tan fría de piedra como tan viva de ciudadanía.
En ese epicentro de lo creativo dialogaron ayer tres voces que nos hicieron sentir en el salón de la casa. Bueno, en el salón de una casa interesante y retadora. Dos mujeres jóvenes que rompen con los prejuicios edadistas que perfilan a una juventud nihilista y ensimismada, Aurora Díaz y Marta Falagan, sembraron la Plaza con sincera humildad, con necesaria esperanza, con sanas dudas sobre todo y también sobre nada. Ellas, empezando en su carrera literaria, espoleadas por los Premios Hierro de la ciudad de Santander, charlaron con la experiencia agazapada en Joaquín Marta Sosa, autor de rotundidad poética y dilatada experiencia que utilizó su calmada sabiduría y su fino humor venezolano para tejer bajo los truenos un maravilloso paraguas de palabras.
La inmensa membrana transparente de Felisa 2022 permitió que muchas personas disfrutaran de ese momento mágico y la naturaleza, sabia hasta en eso, amainó su furia y dejó paso a una tarde noche fresca y sin agua, en la que poder pasear las palabras en las casetas de la feria. Y entonces, en un día de acentos diversos y compatible, llegó la caricia de Héctor Abad Faciolince. Cuando parecía que el clima podía ahuyentar a lectoras y lectores, cuando la brisa era más bien frío de verano, otra vez, dos centenares de personas –de orígenes diversos, de lengua compartida pero con decenas de matices- hicieron el milagro de la humanidad: reunirse para escuchar, para compartir, para sonreír, para llorar un poquito, para lo que sea necesario para humanizarnos. El autor colombiano hizo el resto. Ningún postureo, ninguna necesidad de ser lo que no se es, ninguna altura de tarima que generara abismos. Una hora de magia y una hora y media de fila para pedirle una firma, un apretón de manos, un beso, un “gracias Héctor” o un “yo también…”.
En la plaza algunas personas agradecidas por la magia. “Somos chilenos y es maravilloso que en esta feria se le dé tanta importancia a la literatura escrita en América Latina”; “había leído El olvido que seremos, ahora quiero leer todo”; “Se les olvidó hablar de ‘Carta a una sombra’, el hermoso documental de Daniela, la hija de Héctor”… había necesidad de hablar, de revindicar que somos lectoras, que quizá –en un doble parafraseo- “ya somos la ciudad lectora que seremos”. Héctor Abad Faciolince reivindicó la necesidad de ilusionarnos con el futuro, de no caer en las trampas de un presente aterrador. Así que, unos minutos después, y a pasar de los ruidosos y largos truenos nada humanos de un evento cercano, fue Laura Sam la que se encargó de poner algunos puntos sobre las íes y algunas exclamaciones sobre nuestros dolores. La poeta murciana logró enraizar a algo más de 100 personas a la plaza maloca para reivindicar con hermosura la rabia y para trazar, con la voz firme y el cuerpo en tensión, el canto colectivo contra la precarización de la vida, contra la cosificación de las personas.
Quizá por eso, salimos del rectángulo creativo con otro porte. Como seguras de que la ternura, la fuerza, la rabia y el futuro tienen sitio cuando nos autoconvocamos para pensar, para escucharnos, para soñarnos. En el mismo día, sonrisas, dudas, esperanzas, lágrimas, aprendizaje, desaprendizaje, encuentros, sorpresas… por un momento Felisa se pareció demasiado a un inmenso libro colectivo.
Crónica 1: ¿Y si, de verdad, en esta ciudad leyeran hasta las piedras?
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Crónica 3: La palabra (y la música) amanecida