El grito de los últimos habitantes de La Pasiega: “Aquí no hay parte humana: es dinero, es negocio, son piedras”
El proyecto del polígono logístico en el municipio de Piélagos comienza sus obras con dudas y un perjuicio para vecinos y ganaderos de la zona en una de las mayores reservas de suelo agrícola de Cantabria
Dos hombres hablan animadamente a los pies de la loma. El primero le dice al más joven que si extirparan la ondulación y desaparecieran los surcos en los que se revienta con la máquina de segar, el trabajo sería mucho más fácil. Ese deseo, sin embargo, pronto naufragará frente a sus ojos: las máquinas que ya deambulan por La Pasiega arrancarán la loma, su casa y los prados que rumian las vacas. El segundo, que también es ganadero, ha venido a ayudar a su amigo a subir una vaca y un toro a un camión, así que esta visita les coge de improvisto; las preguntas, también.
Uno dice que no puede oponerse al progreso y el otro, que los dos millones de metros cuadrados del futuro polígono industrial y logístico que el Gobierno de Cantabria ha proyectado aquí acabarán vacíos. Pero ambos coinciden en que la usurpación de tierras productivas rematará la actividad, ya que la ganadería solo es rentable si hay prados disponibles. Ambos, además, coinciden en llevarse las manos a la cabeza cuando les propongo escribir su nombre en este reportaje: el primero dice que “hay gente muy poderosa detrás” mientras que el segundo asegura que los abogados le han recomendado “que esté quietito para cobrar”.
Entre los dos ganaderos suman 400 vacas, alguna yegua y varias ovejas que sueltan por varias decenas de hectáreas del futuro polígono de las que ya no podrán extraer 1.500 rollos de silo (y 75.000 euros) muy nutritivo. En plena disputa por las indemnizaciones, el más joven mandó al laboratorio un rollo de hierba de la finca que ha trabajado en los últimos años en La Pasiega, y el análisis indicó que tenía un 22% de proteína frente al 14% de un rollo de una zona cercana. A mayor proteína y grasa, explica, los ganaderos cobran mayor precio por la leche y necesitan menos pienso para compensar la alimentación.
Porque La Pasiega es una llanura fértil en el corazón del municipio de Piélagos en la que prosperan el maíz y el verde, brotan los manantiales y las nieblas se agazapan. Una humedad tan cruel como exuberante. Y, sin embargo, pocos ganaderos quieren que estas tierras tengan más uso que el que han tenido desde que aquí se ordeñó la primera vaca. El granjero más joven admite que después de casi nueve años es probable que tenga que deshacerse de todo y el primero confiesa que, a pesar de que lleve casi dos décadas mentalizándose, esto “le trastorna la vida completamente” y se plantea “colgar las botas” cuando cobre la indemnización por el cese de actividad.
Una carrera de obstáculos
El proyecto de La Pasiega ha tardado 18 años en germinar. El Gobierno de Cantabria le dio preferencia en 2007 al catalogarlo como Plan Singular de Interés Regional (PSIR), aunque eso no ha evitado que, en el sinuoso viaje de dos décadas y varias legislaturas, haya encontrado obstáculos que se han ido superando. El conflicto inicial que confrontó al Gobierno bipartito PRC-PSOE presidido por el regionalista Miguel Ángel Revilla con el Ayuntamiento de Piélagos por el cambio de uso del suelo, por ejemplo, lo resolvió incorporando La Pasiega en el Plan de Ordenación del Litoral.
Los habitantes de esta llanura entre las localidades de Parbayón y Renedo, a apenas 15 kilómetros de Santander, así, han contenido el aliento durante lustros en los que dejaron de pintar las casas, arreglar los tejados o invertir en las estabulaciones ganaderas ante la sombra de la expropiación. Las fincas empiezan ahora a ser mordisqueadas por máquinas que se afanan en derribar casas, mover tierras, revolver montes y rellenar fincas con un eco de lucha de fondo. En sus inicios, cuando el proyecto se cernía sobre estas tierras, los vecinos comenzaron a reunirse en las escuelas de Parbayón para defender su voz y sus tierras. Oían que los vagones de tren traerían mercancías peligrosas de Tanos y que cargarían graneles procedentes del Puerto de Santander. Ellos, ojo avizor, sabían que se agotaría un modo de vida y un fecundo fragmento de su entorno.
Más tarde, cuando varias empresas empezaron a comprar fincas sin apenas valor en el mercado ni demasiadas posibilidades comerciales, supieron que algo extraño sucedía. Así fue pasando el tiempo, y el proyecto se acalló mientras muchas parcelas iban pasando a herederos, ya desvinculados del campo y sus incendiarios atardeceres. Más tarde, La Pasiega regresó hasta surgir como una realidad cada vez más palpable, tan palpable que el actual Gobierno del PP liderado por la nueva presidenta, María José Sáenz de Buruaga, ha respetado las últimas voluntades del anterior, presidido por Revilla, promotor de La Pasiega, para iniciar los trabajos.
“Hay un desprecio por el suelo fértil, y esta es una de las tres mejores llanuras de Cantabria”, explica Carlos García, de la Asociación para la Defensa de los Recursos Naturales de Cantabria (ARCA). La asociación ha sido una de las más combativas frente a un proyecto al que han presentado dos alegaciones. En ellas mencionan las “llanuras de alto valor agrológico”, el incumplimiento de la directiva europea de preservación de suelos fértiles, exponen que el aumento de suelo industrial no ha supuesto el crecimiento de empleo del sector industrial aún a costa de destruir el patrimonio o que la construcción del parque logístico no es necesario para el Puerto, una de sus futuras funciones.
Hay un desprecio por el suelo fértil, y esta es una de las tres mejores llanuras de Cantabria
Todo esto, explica Carlos García, responde a una mentalidad desarrollista del franquismo. “Pero han pasado 60 años”, añade. “Y ahora se necesitan otras cosas. Creen que el desarrollismo es poner infraestructuras”. La destrucción de suelo fértil, denuncian en ARCA, sigue el ejemplo de los polígonos de Castro Urdiales, Marina Medio Cudeyo o Piélagos-Villaescusa, sellando terrenos cuyas funciones, en plena crisis agrícola mundial, podría contribuir a garantizar la soberanía alimentaria. Su esperanza, aun así, sigue intacta, y al preguntarle por los siguientes pasos una vez que “no hay vuelta atrás” debido al inicio de las obras cuya primera fase costará 40 millones de euros, él frena en seco el entusiasmo oficial: mantiene la fe en que el polígono acabe encallando legalmente.
El estudio de impacto ambiental del PSIR recoge que “no se encuentran suelos de alta capacidad de uso y todos los suelos necesitan de mejoras agronómicas como drenajes”. También habla de limitaciones debido a “toxicidad por aluminio”, entre una serie de problemas y la conclusión de que hay pocas alternativas a su uso actual. SEO Birdlife analizó la memoria y alzó la voz al comprobar que no se había estudiado en profundidad la biodiversidad del entorno, especialmente de las aves.
En Cantabria hay un hábitat infravalorado, que es la campiña: el mosaico de prados y setos conformado por la actividad agraria tradicional. Es nuestro gran valor para las aves
“En Cantabria hay un hábitat infravalorado, que es la campiña: el mosaico de prados y setos conformado por la actividad agraria tradicional. Es nuestro gran valor para las aves”, explica Felipe González, delegado de ONG en Cantabria, quien considera que a los bosques y humedales sí se les presta más atención y cuidado que a los prados. “Aquí tenemos la inercia de considerar los prados como terrenos sin valor natural, y resulta que no, que estos prados, con un régimen de siegas, son zonas que tienen su interés y es el terreno agrario dominante pero cada vez es más escaso y cada vez más fragmentado”, expone.
En este entramado ecosistémico de Piélagos que las obras mandarán al olvido hay prados cenagosos donde se hunden los tractores y se detienen, en sus migraciones, lagunejas o avefrías, entre otras miríadas de aves cuya población se multiplica por diez durante el otoño. Si los trabajos siguen su cauce, la construcción del polígono sobre las zonas más salvajes del área expulsará a decenas de especies de aves, insectos o anfibios. “Nosotros considerábamos que había una zona de alto valor que debía de ser conservada, pero desgraciadamente no se ha conservado”, se lamenta González.
La organización ambientalista, una vez que el Gobierno autonómico tomó la decisión de sacar adelante el polígono, se empeñó en hacer un fiel diagnóstico para medir los impactos y compensar el impacto con zonas de amortiguación para que las zonas verdes que incluyen los planos no se conviertan únicamente en zonas ajardinadas, sino en ecosistemas con funciones a la manera del anillo verde de Morero. Ahora toca esperar.
El fin de un mundo conocido
El pasado 5 de septiembre, uno de los afectados por las 101 expropiaciones de La Pasiega acudió al simbólico acto de inauguración. En un momento, el hombre se acercó a la presidenta de Cantabria, señaló una casa azul que despuntaba en un alto y le dijo que, a pesar de que le iban a tirar su casa, no había escuchado ni siquiera una mención a quienes tenían que dejar su hogar. María José Sáenz de Buruaga, cuenta, le dijo que algún día, quizás, un hijo suyo trabaje en el polígono. “Algún día… La sensación es como que te quieren llevar por delante”, dice el hombre de la casa azul a pocos días de abandonarla.
Él, como otros tantos, no quiere que aparezca escrito su nombre. Para qué, dice, si lo único que quiere es que todo esto se borre de sus recuerdos. Al hombre de la casa azul le llamaron el 18 de agosto para que se fuera el 5 de septiembre, pero la mañana en que se puso la primera piedra y bajó a la explanada donde habían armado una carpa y discursos optimistas, pidió una prórroga que le concedieron de viva voz: puedes quedarte hasta final de mes. Estos días, pues, son días de gracia, por lo que apura los últimos momentos entre la desolación y el trajín por recuperar cosas de una casa que levantó hace veinte años.
Todo esto desaparecerá: las dos palmeras que plantó cuando nacieron sus hijos, el árbol que sembró cuando murió su padre, la finca donde pace la yegua que nació cuando murió su madre. Porque al hombre de la casa azul le han expropiado 40.000 metros cuadrados de tierras. La casa se la han pagado aparte, aunque asegura que el precio de mercado es tres o cuatro veces superior a lo que le han dado. La solución que le han propuesto es realojarlo, pero él se niega a mudar este silencio y horizonte, esta casa hecha “a capricho”, por cualquier lugar empachado de gente.
De momento, prefiere arrancar las 18 ventanas de la casa y los postes del cercado para levantar, si encuentra una finca, su nuevo hogar. Él no hubiera vendido la casa por nada del mundo: él jamás. El hombre de la casa azul contempla la llanura, donde el hormigón sepultará los prados, y se retuerce un poco más al creer que sacrifica tanto —su vida— en beneficio de un proyecto sin consistencia. “Si me dijeran que aquí va a instalarse una gran empresa…”, reflexiona. Por eso, al interesarme por la parte humana de todo este asunto —dejar casa, finca, recuerdos—, su tenue respuesta revienta el silencio que acompaña la conversación: “Aquí no hay parte humana: es dinero, es negocio, son piedras”.
Esta casa va a caer los próximos días. La del vecino la han tirado el día anterior y la de enfrente la demolerán al día siguiente, como con prisa. Aún no han construido un acceso para los camiones ni desconectado la luz, se lamenta, y ya están tirando casas. Pero esas son las escenas que se divisan desde el jardín: camiones surcando la llanura con escoria y piedras de relleno a las espaldas, máquinas que demuelen las casas y desarman los montes de eucaliptus dejando su huella metálica en los prados o carreteras que empiezan a cortar con muros de hormigón.
Así se ha encontrado el camino Pachy Seco al regresar a su nave después de comer. Pachy se ha topado con las barreras, ha dado la vuelta y ha buscado al encargado de las obras para pedirle que le abrieran la carretera. Solo veinte minutos después de colocarlas, una pala excavadora las ha retirado y él ha podido llegar hasta sus animales. Su estabulación se salva del PSIR por apenas cincuenta metros, pero la construcción del polígono está incordiando sus planes. “Hemos crecido”, resume Pachy, de 35 años, tras hablar sobre la incorporación de una empleada joven y aumentar la superficie de pastos exigidos por las subvenciones.
“Si me faltan esas diez hectáreas que ahora llevo en La Pasiega y el año que viene ya no valen, ¿con qué lo cubres?”, se pregunta. A Pachy le quedan tres años para cumplir las condiciones que le pide la PAC y que el proyecto industrial trastoca. “¿Dónde buscas terreno para lo que te obligan cumplir? Porque te exigen, pero luego no hay”, explica al tiempo que señala las contradicciones entre los discursos a favor del mundo rural y los hechos: “Te obligan a desaparecer”.
En La Pasiega, de hecho, hay varios casos encasquillados en mitad de esta metamorfosis. Los ganaderos de una estabulación en el corazón del llano prefieren no decir nada por el embrollo judicial. Una granja familiar que se mudó al otro lado de La Cotera han invertido el dinero en modernizar las nuevas instalaciones. Hay quienes han cobrado las expropiaciones por la primera fase tras ser llamados a filas en el Ayuntamiento de Piélagos y no oponer resistencia, aunque una ganadera con varios asuntos en los tribunales se ha negado a aceptar las condiciones que le han ofrecido: ni los 16 euros por metro cuadrado de los 500 carros de tierra que envuelven su casa ni el realojo en cualquier lugar.
Sí cuenta, con pelos y señales, conflictos familiares, dolores personales, anécdotas y rumores locales: a aquel vecino le han dado un millón de euros, a ese le han pagado hasta las hortensias, el de más allá ha comprado otra casa. Ni ella, que vendió el ganado hace dos años pero aún conserva las gallinas, se libra del rumor que aseguraba que le habían ordenado dejar su casa. “¡Pero qué me voy a ir yo!”, dice sobre la penúltima habladuría que le ha traído el panadero junto al pan de cada día. “Si a mí me realojan, no me dan el valor de esta casa. Yo me voy si encuentro un terreno por aquí y me hago una casa yo. Pero yo de aquí no me muevo, ¿me entiendes?”, dice con su tono cantarín.
Aquí hay quienes resisten, quienes se resignan, quienes vendieron sus fincas, quienes hicieron negocio y hay rentistas sin contrato formal que habitan el limbo, ya que no pueden demostrar que el vínculo con las fincas que trabajan. También hay gentes que apoyan el proyecto y otros que lamentan que este paisaje cambie su rostro natural por el gris melancólico del cemento. “Yo esto no lo veo claro. Van a tirar las casas, allanan un poco y después igual se queda así, lo que veas”, dice la ganadera ya sin ganado. “Yo no voy ver aquí naves: parcelas llenas de plumeros”, dice el hombre de la casa azul. “Yo pienso que se va a quedar lleno de plumeros”, dice el ganadero más joven que ayudaba a su amigo, el que no se opone al futuro pero confía en que les dejen algún rincón para soltar algún animal. De momento aquí, como el poeta, todos cantan a lo que se pierde.
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